jueves, 26 de febrero de 2009

Giegerich: El fin del Significado y el nacimiento del Hombre


Una lección -dada por mí el 25 de febrero en la Librería Sto. Domingo en Barcelona- en la que se afronta la traducción, comentario y discusión de parte del magnífico ensayo de Wolfgang Giegerich,  publicado en el 2006: "El fin del Significado y el nacimiento del Hombre";  para escucharla, basta picar en el siguiente enlace:

martes, 17 de febrero de 2009

Simulación y simulacro: el concepto como dominación


Durante mis actuales lecciones sobre el pensamiento psico-lógico de Wolfgang Giegerich, he mencionado el tema de la simulación, no en el sentido “moral” de “falsificación" o “falsedad” sino en el cibernético equivalente a “virtualidad”, en el cual se habla, por ejemplo, de un “simulador” de vuelo. La simulación como virtualidad plantea la cuestión del estatus lógico de la llamada “realidad” frente a la “virtualidad” o, mejor aún, de la realidad virtual.

Vivimos en un tiempo en el que, por ejemplo, la biotecnología y los descubrimientos biológicos permiten mantener relaciones sexuales sin tener hijos, y tener hijos sin mantener relaciones sexuales. Con la posibilidad de la fecundación in vitro y de uteros artificiales, ha desaparecido lógicamente el significado de “relaciones de sangre”; es obvio que el lazo entre los miembros de la familia ya no se basará en “la naturaleza” (que antiguamente pasaba por “lo real” o “lo auténtico”) sino en contingencias sociales, de modo que un padre (o una madre) ya no será padre porque sea “padre biológico” del niño, sino porque desempeña el oficio de padre. El hecho simple y autoevidente de que haya que hablar de padre biológico, indica que ya el status de la paternidad (y la maternidad) ha dejado de ser meramente natural. En este sentido, la idea misma de “madre” y “padre”, e incluso la de arquetipos paterno y materno, han perdido su integridad, al apuntar a lo que ahora puede describirse como una mera función, como un “trabajo” o un “desempeño” y no un status ontológico, o una supuesta esencia natural.
Lo mismo ocurre con conceptos que están perdiendo su estatus anterior inamovible en tanto que “universales” , con una “realidad” superior a los individuos y particulares , quienes sólo poseían “realidad” o “autenticidad” en tanto participaban o eran subsumidos bajo ese concepto o universal. Un ejemplo lo hallamos en la liberación sexual. Anteriormente -en otro estadio de conciencia ya superado y trascendido  lógicamente, si bien de hecho haya aún mucha gente que sigue instalada en él- había una idea clara de lo que eran “un hombre” y “una mujer”, de su verdadera naturaleza y sus roles en la sociedad. Como bien dice Wolfgang Giegerich, el concepto era physei: expresaba inmediatamente o, mejor aún, era la naturaleza y la verdadera realidad de las cosas y la gente. El individuo particular tenía su verdad y realidad sólo en y mediante el concepto, y por ello se consideraban “irreales”, “inauténticas” y “perversas” las inclinaciones y los sentimientos que se desviaban del concepto, pese a que como hechos tales inclinaciones y sentimientos ocurrieran y fueran así reales (en el sentido de “hechos efectivos”, si bien desestimados respecto del estatus de “auténtica realidad” por no estar contenidos en “el concepto”). Vemos así el concepto o la definición como lo que hoy deviene mero instrumento humano de opresión.

Resulta significativo que en nuestro tiempo aún se barajen como “absolutos” conceptos (instrumentos de opresión) tales como “hombre”, “mujer”, “madre”, “padre”, etc. y se pase de largo ante su caducidad, su relatividad lógica, su problemática naturaleza cultural y social, y se los emplee en cambio indiscriminadamente como si fueran categorías psicológicas. Con semejante bagaje, no sorpende que “el alma” y sus problemas pasen de largo por delante de las narices de tales “psicologías”. Tampoco sorprende verificar que estas concepciones ideológicas estén al servicio del campo de concentración (actualmente sublimado) de un pensamiento en términos de control, según la aguda descripción de Giegerich

Volviendo al tema de la virtualidad, la simulación y el simulacro, acabo de publicar en la web del Centro un interesante artículo de Jean Baudrillard, en el cual puede leerse, entre otras cosas:

La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni realidad: un “hiperreal”. El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.

ya no es cuestión que se decida entre mapas y territorio. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre ellos que era el encanto de la abstracción.Ya que es la diferencia lo que forma la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. […] Del mismo orden que la imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de lo real, es la imposibilidad de representar una ilusión. La ilusión ya no es posible, dado que lo real tampoco es ya posible.


martes, 10 de febrero de 2009

Hegel, Giegerich y la psico-logía (1)


Wolfgang Giegerich ha descripto la evolución de su pensamiento psico-lógico (dedicación al logos de la psique) como un “avance” desde Heidegger y la preocupación “ontológica” hacia Hegel y el tema “lógico” (1)

De hecho, la afinidad de Giegerich con Hegel va mucho más allá de sólo el empleo de la terminología hegeliana (negatividad, mediación, superación -aufhebung: anulación, cancelación, integración y sublimación-, dialéctica, etc.). La idea misma de “alma” (que en Giegerich es la imagen no de una sustancia sino, en todo caso, de un movimiento) es análoga a la noción hegeliana de “espíritu”, el cual no deja de tener afinidad con el spiritus Mercurio de los alquimistas.

El pensamiento de Giegerich es de difícil comprensión, si no se tiene una captación del aún más difícil (pero enormemente riguroso) pensamiento de Hegel. Es por ello que he publicado en la web del Centro el Prólogo y la Introducción a la Fenomenología del Espíritu, obra fundamental en la filosofía hegeliana. Pero esta obra no puede leerse sin más ni más, dando por supuesto los significados cotidianos de expresiones tales como “ciencia”, “concepto”, “espíritu”, “lógica”,“negatividad”, “mediación” y otros decisivos en la obra de Hegel.

Para empezar, Hegel entiende por “ciencia” y “científico” algo muy diverso y muy alejado de lo que hoy llamamos investigación científica o sus resultados, que se dan en el reino de la positividad y no el de la negatividad (el “mundo invertido”). Su noción se acerca mucho más a la idea griega de episteme (un saber plenamente fundado) y podría sustituírse por “sabiduría” o, mejor aún, “saber absoluto”. Ciencia para Hegel es la filosofía que ha dejado de ser “amor (= philo) por la sabiduría (sophía)” para llegar a ser la sabiduría misma, incondicionada (sin condiciones ni límites ajenos a sí misma) y, por lo mismo, absoluta (absuelta de toda relatividad, de todo condicionamiento exterior, y en la que la forma se adecúa al contenido, de modo de llegar a ser este contenido mismo: la sustancia es sujeto)

Cualquier saber, o pretendido saber, que sea una recolección de informaciones, un conglomerado de datos, o un tejido de hipótesis, esta así lejos de poder aspirar al nombre de “ciencia” y, según Hegel, “se le debe incluir, de hecho, entre las invenciones a que se recurre para eludir la cosa misma y para combinar la apariencia de la seriedad y del esfuerzo con la renuncia efectiva a ellos. En efecto, la cosa no se reduce a su fin, sino que se halla en su desarrollo, ni el resultado es el todo real, sino que lo es en unión con su devenir; el fin para sí es lo universal carente de vida, del mismo modo que la tendencia es el simple impulso privado todavía de su realidad, y el resultado escueto simplemente el cadáver que la tendencia deja tras sí. Asimismo, la diversidad es más bien el límite de la cosa; aparece allí donde la cosa termina o es lo que ésta no es. Esos esfuerzos en torno al fin o a los resultados o acerca de la diversidad y los modos de enjuiciar lo uno y lo otro representan, por tanto, una tarea más fácil de lo que podía tal vez parecer. En vez de ocuparse de la cosa misma, estas operaciones van siempre más allá; en vez de permanecer en ella y de olvidarse en ella, este tipo de saber pasa siempre a otra cosa y permanece en sí mismo, en lugar de permanecer en la cosa y entregarse a ella. Lo más fácil es enjuiciar lo que tiene contenido y consistencia; es más difícil captarlo, y lo más difícil de todo la combinación de lo uno y lo otro: el lograr su exposición”.

Hegel advierte que “la cosa misma” (el objeto, la materia en cuestión en sí) posee su inherente necesidad, que se manifiesta en su propio auto-despliegue, en su proceso de llegar a ser lo que es. Esto que la cosa misma es, contiene y preserva su proceso. De modo que el “resultado” desprendido o separado (abs-traído) de su misma auto-constitución, de su propio devenir, no es sino una abstracción, una forma estática, desanimada, separada y finita, cuyo contenido ya no es la vida misma (la vida lógica) que la alienta: el cadáver que la tendencia deja tras de sí.

“El capullo desaparece al abrirse la flor, y podría decirse que aquél es refutado por ésta; del mismo modo que el fruto hace aparecer la flor como un falso ser allí de la planta, mostrándose como la verdad de ésta en vez de aquélla. Estas formas no sólo se distinguen entre sí, sino que se eliminan las unas a las otras como incompatibles. Pero, en su fluir, constituyen al mismo tiempo otros tantos momentos de una unidad orgánica, en la que, lejos de contradecirse, son todos igualmente necesarios, y esta igual necesidad es cabalmente la que constituye la vida del todo. Pero la contradicción ante un sistema filosófico o bien, en parte, no suele concebirse a sí misma de este modo, o bien, en parte, la conciencia del que la aprehende no sabe, generalmente, liberarla o mantenerla libre de su unilateralidad, para ver bajo la figura de lo polémico y de lo aparentemente contradictorio momentos mutuamente necesarios”.

No sólo "la cosa misma", "la cuestión misma", "la sustancia”, posee su propia vida lógica, su despliegue inherente y necesario, sino que la forma de conocerla ha de ser este mismo despliegue, de modo que el conocimiento no es externo al objeto, ni el tema externo a la forma en que el sujeto lo capta, sino que ambos devienen uno: la ciencia es la forma en que la cosa misma toma conciencia de sí, se hace autoconsciente. El conocimiento en tanto que ciencia está permeado así de esta inherente necesidad, de una carencia de contingencias. El método no es una forma de avanzar fijada de antemano sino el camino que hace la cosa misma en función de su propia dinámica, de su propia negatividad. No se trata aquí de aplicar una forma, o una fórmula, o un método externo a un material -a un tema, a su sustancia- a fin de conformarlo, lo cual permanece siempre exterior a la cosa misma y, por tanto, sigue siendo un vacío formalismo. Esto es usual en el pensamiento llamado esotérico (y que abarca a la astrología), donde una fórmula o un esquema (digamos, el cuaternario de los elementos, o la variación sobre los doce signos y las doce casas) es aplicado inclementemente a cualquier tema, y también en la psicología analítica con sus repetitivos esquemas de funciones psicológicas, diagramas y polaridades fijadas de ego/Sí-Mismo, consciente/inconsciente, yo/sombra, animus/anima y así sucesivamente. Por ello su resultado no es sino una continua repetición, una suerte de monotonía en la que, se trate el tema que se trate, siempre se dice lo mismo, y esto mismo permanece abstracto, inerte (sin vida lógica, sin “alma”), una fórmula que queda así vaciada de vida, siempre igual a sí misma, en una identidad desprovista de contenido en movimento: lo mismo del comienzo es lo mismo del final sin desarrollo, mediación, transformación concreta . Aunque se hable de dinamismo, la forma permanece fija, y se trata así de una dinámica polos estáticos. En esta repetición de la misma fórmula el contenido concreto de cada situación se evapora, no por haberse dinamizado hasta mostrar su propia vida lógica, sino por haberse "congelado" para ser sólo un ejemplo más... de lo mismo. Así, cada circunstancia, cada “caso”, es sólo una ilustración de la misma máxima, del mismo principio, de la misma fórmula. Se trabaja con casos que “ilustran”, “ejemplifican” siempre el mismo proceder estático. -ésto es el campo de concentración (actualmente sublimado) de un pensamiento en términos de control, según la aguda descripción de Giegerich (2)

“En lo que respecta al contenido, los otros recurren a veces a medios demasiado fáciles para lograr una gran extensión. Despliegan en su terreno gran cantidad de materiales, todo lo que ya se conoce y se ha ordenado y, al ocuparse preferentemente de cosas extrañas y curiosas, aparentan tanto más poseer el resto, aquello que ya domina el saber a su manera, y con ello lo que aun no se halla ordenado, y someterlo así todo a la idea absoluta, que de este modo parece reconocerse en todo y prosperar en forma de ciencia desplegada. Pero, sí nos paramos a examinar de cerca este despliegue, se ve que no se produce por el hecho de que uno y lo mismo se configura por sí mismo de diferentes modos, sino que es la informe repetición de lo uno y lo mismo, que no hace más que aplicarse exteriormente a diferentes materiales, adquiriendo la tediosa apariencia de la diversidad. Cuando el desarrollo consiste simplemente en esta repetición de la misma formula, la idea de por sí indudablemente verdadera sigue manteniéndose realmente en su comienzo. Si el sujeto del saber se limita a hacer que dé vueltas en torno a lo dado una forma inmóvil, haciendo que el material se sumerja desde fuera en este elemento quieto, esto, ni más ni menos que cualesquiera ocurrencias arbitrarias en torno al contenido, no puede considerarse como el cumplimiento de lo que se había exigido, a saber: la riqueza que brota de sí misma y la diferencia de figuras que por sí misma se determina. Se trata más bien de un monótono formalismo, que sí logra establecer diferencias en cuanto al material es, sencillamente, porque éste estaba ya presto y era conocido. Y trata de hacer pasar esta monotonía y esta universalidad abstracta como lo absoluto; asegura que quienes no se dan por satisfechos con ese modo de ver revelan con ello su incapacidad para adueñarse del punto de vista de lo absoluto y mantenerse firmemente en él. Así como, en otros casos, la vacua posibilidad de representarse algo de otro modo bastaba para refutar una representación, y la misma mera posibilidad, el pensamiento universal, encerraba todo el valor positivo del conocimiento real, aquí vemos cómo se atribuye también todo valor a la idea universal bajo esta forma de irrealidad y cómo se disuelve lo diferenciado y lo determinado; o, mejor dicho, vemos hacerse valer como método especulativo lo no desarrollado o el hecho, no justificado por sí mismo, de arrojarlo al abismo del vacío. Considerar un ser allí cualquiera tal como es en lo absoluto, equivale a decir que se habla de él como de un algo; pero que en lo absoluto, donde A = A, no se dan, ciertamente, tales cosas, pues allí todo es uno. Contraponer este saber uno de que en lo absoluto todo es igual al conocimiento, diferenciado y pleno o que busca y exige plenitud, o hacer pasar su absoluto por la noche en la que, como suele decirse, todos los gatos son pardos, es la ingenuidad del vacío en el conocimiento”.

En el camino de un saber riguroso, en cambio, el tema y la forma se encuentran íntimamente unidos, de modo que la sustancia deviene sujeto: “todo depende de que lo verdadero no se aprehenda y se exprese como sustancia, sino también y en la misma medida como sujeto”. En la verdad, la forma deviene contenido y el contenido (la sustancia) se hace forma (sujeto).

Así como frecuentemente, en la vida cotidiana, topamos con una verdad inmediata que, sometida a reflexión, resulta no ser verdad (resulta ser no-verdad), de modo que la verdad final ha sido construida (se ha construído a sí misma) en la reflexión, la reflexión es el camino y el proceso del saber. Pero reflexión (y reflejo) es justamente mediación (como opuesto a la in-mediatez), distancia, movimiento, negación: negatividad. Y esa primera no-verdad apariencial, positiva, no negada aún, no es sino un momento en el despliegue de la verdad reflexiva y reflejada, verdad que llega a ser lo que es en el proceso mismo de reflexión y que, por tanto, contiene la apariencia como una etapa necesaria, imprescindible, de su propio autodesarrollo. La verdad se hace conteniendo la no-verdad como un momento de su autodespliegue. La verdad está no en una parte, un momento, sino en el todo, que a su vez se refleja en cada uno de sus momentos.

“La sustancia viva es, además, el ser que es en verdad sujeto o, lo que tanto vale, que es en verdad real, pero sólo en cuanto es el movimiento del ponerse a sí misma o la mediación de su devenir otro consigo misma. Es, en cuanto sujeto, la pura y simple negatividad y es, cabalmente por ello, el desdoblamiento de lo simple o la duplicación que contrapone, que es de nuevo la negación de esta indiferente diversidad y de su contraposición: lo verdadero es solamente esta igualdad que se restaura o la reflexión en el ser otro en sí mismo, y no una unidad originaria en cuanto tal o una unidad inmediata en cuanto tal. Es el devenir de sí mismo, el círculo que presupone y tiene por comienzo su término como su fin y que sólo es real por medio de su desarrollo y de su fin.”

Lo real es así re-flexivo, y la reflexión no es un proceso que un sujeto aplique a un tema, a una sustancia, a una cuestión. La reflexión es el movimiento mismo de la sustancia, del tema, de la cuestión, que se hace a sí, y en la cual el resultado contiene todas sus etapas, sus momentos, como fases inherentes y necesarias de la cosa misma.

“Lo verdadero es el todo. Pero el todo es solamente la esencia que se completa mediante su desarrollo. De lo absoluto hay que decir que es esencialmente resultado, que sólo al final es lo que es en verdad, y en ello precisamente estriba su naturaleza, que es la de ser real, sujeto o devenir de sí mismo. Aunque parezca contradictorio el afirmar que lo absoluto debe concebirse esencialmente como resultado, basta pararse a reflexionar un poco para descartar esta apariencia de contradicción. El comienzo, el principio o lo absoluto, tal como se lo enuncia primeramente y de un modo inmediato, es solamente lo universal. Del mismo modo que cuando digo: todos los animales, no puedo pretender que este enunciado sea la zoología, resulta fácil comprender que los términos de lo divino, lo absoluto, lo eterno, etc., no expresan lo que en ellos se contiene y que palabras como éstas sólo expresan realmente la intuición, como lo inmediato. Lo que es algo más que una palabra así y marca aunque sólo sea el tránsito hacía una proposición contiene ya un devenir otro que necesita ser reabsorbido, es ya una mediación”

Y es así que la misma historia externa despliega, bajo la forma contingente la lógica interna que tiene su propio rigor y su necesidad, la cual se revela (se auto-revela) en el conocimiento mismo.

este movimiento es la necesidad y el despliegue de dicho contenido en un todo orgánico. El camino por el que se llega al concepto del saber se convierte también, a su vez, en un devenir necesario y total, de tal modo que esta preparación deja de ser un filosofar contingente que versa sobre estos o los otros objetos, relaciones y pensamientos de la conciencia imperfecta, tal como lo determina la contingencia, o que trata de fundamentar lo verdadero por medio de razonamientos, deducciones y conclusiones extraídas al azar de determinados pensamientos; este camino abarcará más bien, mediante el movimiento del concepto, el mundo entero de la conciencia en su necesidad.”

“Puesto que la sustancia del individuo e incluso el espíritu del mundo han tenido la paciencia necesaria para ir recorriendo estas formas en la larga extensión del tiempo y asumir la inmensa labor de la historia del mundo, en la que el espíritu del mundo ha ido desentrañando y poniendo de manifiesto en cada una de dichas formas el contenido total de sí mismo de que era capaz, y puesto que no le era posible adquirir con menos esfuerzo la conciencia de sí mismo, el individuo, por exigencia de la propia cosa, no puede llegar a captar su sustancia por un camino más corto; y, sin embargo, el esfuerzo es, al mismo tiempo, menor, ya que en sí todo esto ha sido logrado: el contenido es ya la realidad cancelada en la posibilidad o la inmediatez sojuzgada, la configuración ya reducida a su abreviatura, a la simple determinación del pensamiento. Como algo ya pensado, el contenido es ya patrimonio de la sustancia; ya no es el ser allí (lo existente) en la forma del ser en sí, sino que es solamente el en sí -no ya simplemente originario ni hundido en la existencia-, sino más bien en sí recordado y que hay que revertir a la forma del ser para sí”.

Recordado (Er-innert) es también “interiorizado”, es decir, cuya manifestación exterior, apariencial, está contenida como un momento de su despliegue esencial

“Lo conocido en términos generales, precisamente por ser conocido, no es reconocido. Es la ilusión más corriente en que uno incurre y el engaño que se hace a otros al dar por supuesto en el conocimiento algo que es como conocido y darse por satisfecho con ello; pese a todo lo que se diga y se hable, esta clase de “saber”, sin que nos demos cuenta de por qué, no se mueve del sitio. El sujeto y el objeto, etc., Dios, la naturaleza, el entendimiento, la sensibilidad, etc., son tomados sin examen como base, dándolos por conocidos y valederos, como puntos fijos de partida y de retorno. El movimiento se desarrolla, en un sentido y en otro, entre estos puntos que permanecen inmóviles y se mantiene, por tanto, en la superficie. De este modo, el aprehender y el examinar se reducen a ver sí cada cual encuentra también en su propia representación lo que se dice de ello, sí le parece así y es o no conocido para él. La potencia portentosa de lo negativo reside, por el contrario, en que alcance un ser allí propio y una libertad particularizada en cuanto tal, separado de su ámbito, lo vinculado, y que sólo tiene realidad en su conexión con lo otro; es la energía del pensamiento, del yo puro. La muerte, sí así queremos llamar a esa irrealidad, es lo más espantoso, y el retener lo muerto lo que requiere una mayor fuerza. La belleza carente de fuerza odia al entendimiento porque éste exige de ella lo que no está en condiciones de dar. Pero la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte y se mantiene pura de la desolación, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella. El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento. El espíritu no es esta potencia como lo positivo que se aparta de lo negativo, como cuando decimos de algo que no es nada o que es falso y, hecho esto, pasamos sin más a otra cosa, sino que sólo es esta potencia cuando mira cara a cara a lo negativo y permanece cerca de ello. Esta permanencia es la fuerza mágica que hace que lo negativo vuelva al ser. Es lo mismo que más arriba se llamaba el sujeto, el cual, al dar un ser allí a la determinabilidad en su elemento, supera la inmediatez abstracta, es decir, la que sólo es en general; y ese sujeto es, por tanto, la sustancia verdadera, el ser o la inmediatez que no tiene la mediación fuera de sí, sino que es esta mediación misma”.