lunes, 18 de mayo de 2009

Günther Anders: La bomba en bikini (por F. Hadjaj)


GÜNTHER ANDERS: LA BOMBA EN BIKINI
Fabrice Hadjaj


El 5 de julio de 1946, una bailarina del Casino de París, llamada Micheline, presenta el "más pequeño traje de baño del mundo": fue diseñado por Louid Réard, especialista en maquinaria recicladora de ropa interior, y lo llamará Bikini, nombre del atolón donde los americanos acababan de realizar sus nuevos ensayos nucleares. Nagasaki no había sido suficiente. Los tests se habían demostrado finalmente letales por la carbonilla radioactiva para personas que se encontraban muy alejadas del lugar de la explosión. El locutor de radio Kuboyama, además, falleció en el acto. ¿Nuestro fabricante no vio acaso una oportunidad comercial? ¿No demostraba que las cenizas radioactivas podrían llegar hasta nuestras playas?. Los americanos llamaron a sus bombas, "Little Boy" (Muchachito) o "Grandpa" (Abuelo). Ahora se imponía una familiarización inversa: no era la bomba la que tenía un nombre común, era la bañista quien debía convertirse en una “bomba sexual”. Designar el objeto no en términos de vida y de intimidad sino de explosión y muerte no es para nada inocente. Es cuando menos un mal augurio, y convendría escribir toda una estética sobre el “pasárselo bomba”, desde la juerga entre amigos hasta el atentado suicida pasando por el dripping y el zapping, para comprender hasta que punto los tres pequeños triángulos sostenidos por hilos son el signo, como una estrella de David explotada, de la desesperante amenaza atómica.

Sucede que ya no vivimos en una época, sino en su prórroga. Günther Anders ya nos advirtió: nuestra existencia transcurre no solo bajo la inminencia de una muerte individual, sino de una destrucción planetaria. Su obra se esfuerza por sacar todas las consecuencias posible de lo dicho. Como ya tiene sus años, sobre una cuestión tan actual, la podríamos creer obsoleta. Pues ni mucho menos. Durante mucho tiempo guardada en la sombra, como un gran vino de reserva, ha mejorado para ahora ofrecernos la sobriedad propia del momento de resaca de una borrachera. No es el entusiasmo ni el furor del momento lo que nos preocupa sino la excepcional pertinencia de conceptos que dominan el panorama actual y señalan a lo esencial. A este rigor se une la grandeza de un estilo que sabe conjugar la exposición con la palabra, el silogismo con la anécdota, la seriedad con el humor, con una mezcla de profundidad sutil y de alegría angustiosa que recuerda a Kierkegaard.

UNA VIDA EN EL SIGLO

Es conveniente, como si su obra no fuera recomendable por sí misma, recordar que Anders fue un alumno de Heidegger y próximo a Husserl, que el joven Lévinas le tradujo en los años 30, que Sartre recibirá la influencia de su obra “Patología de la libertad”, que era amigo de Bertold Brecht, de Walter Benjamin, de Herbert Marcuse, de Hans Jonas y, sobre todo, que fue el primer marido de Hannah Arendt. Para ocultar algo su pedigrí, diremos sobre otro aspecto: su pobreza de judío errante. Antes de su reclutamiento por la fuerza en una asociación escolar paramilitar al final de la Primera Guerra Mundial que creíamos iba a ser “la última de las últimas”: ¡aquí le tenemos a los quince años en el frente, descubriendo a hombres convertidos en “material humano”, y temblando ante un cortejo de lisiados en el andén de una estación, como procesión del futuro!. Después vino la fuga de París bajo el Reich: tuvo que soportar como el manuscrito de su obra capital contra el nazismo, “La Catacombe de Molussie”, acabó escondida en la campana de una chimenea, entre jamones y salchichones, para no poder encontrar un editor más que cincuenta años más tarde, cuando ya era demasiado tarde (mientras tanto, ciertas páginas habían cogido el olor de sus embutidos y les habían servido, a Hannah y a él, para aromatizar el pan de su frugal menaje). Después, el exilio en California: el filósofo va tirando de pequeños trabajos, se hace profesor particular de la hija de Irving Berlin, el compositor de Broadway, después trabajará en una pequeña fábrica de tejidos tipo pret-a-porter para que las amas de casa pudieran tener su tiempo libre. Mientras tanto prosigue su lectura de Marx y de Heidegger, esta doble experiencia de Hollywood y de la fábrica será para el fundamental. La agudeza de su pensamiento vendrá de ahí, que le eleva al rango de entre los mas grandes, como un Debord y siendo el complemento conyugal de Hannah.

La primera noción de su gran obra “L'Obsolescence de l'Homme”, es el de un nuevo sentimiento: la “vergüenza prometeica”. Entiende por esto la “vergüenza que se adueña del hombre delante de la humillante calidad de las cosas que él mismo ha construido”. Este sentimiento puede parecer loco. Se alimenta de la razón de nuestro culto a la eficiencia. Lo encontramos incluso en el maquillaje: los cosméticos ofrecen el preparado y el producto final masivo, este suplemento industrial que permite al rostro convertirse en una magnífica “cabeza góndola” (mediante esta locución, pretendo designar la hoy común mezcla entre Venecia y el hipermercado). La mujer puede hacer la competencia a las chicas de portada y otros envases atrayentes. ¡Qué bueno sería poder estar siempre en forma, ser reparado, eficaz y tranquilo como un portátil!. Sin estados de ánimo sobre todo. Puesto que lo aburrido, es tener un alma, con su farragosa angustia y metafísica. Sin embargo es difícil hacer ablación del alma, puesto que no es un órgano, y parece que incluso la cirugía estética no consigue más que afear. La maldición, en el fondo, está en que hemos nacido -inter faeces et urinam- y no hemos sido producidos según la inmaculada concepción de nuestros ingenieros. Recordamos ahora que Arendt caracterizó la esencia del totalitarismo por “el rechazo al nacimiento”: el individuo debe insertarse en un plan, un programa de felicidad que le precede y del que debe formar parte del engranaje, mientras que la novedad radical, el radical comienzo de su venida al mundo le son negados. Anders recoge esta noción pero para la sociedad liberal. No es ya fruto de una ideología. Se revela como una situación objetiva. ¡Felices los tiempos de las ideologías de las que nos podíamos defender violentamente!. Ahora estamos metidos en un proceso que no necesita de ninguna cabeza pensante para ser orquestado. El mercado es ahora autónomo. No nos encontramos ya ante la cosificación del hombre, sino ante la pseudo-personificación de las mercancías, las cuales se convierten en nuestros modelos, nuestra matriz.

El inconveniente de este punto de vista, es el de ser único. A menudo proclamamos la unicidad de la persona, pero realmente nos incomoda. Puesto que el summum, sería ser producido en serie. El fin de la nueva “Academia” no es, como la de Platón, elevarse solo hacia lo Único, sino descender multiplicado entre expositores y escaparates. La gloria está en ser un “dividuo”, disperso en su actividad, distribuido por las estanterías, transfigurado por la gran distribución.

YUXTAPUESTOS COMO FUSILADOS

Es necesario leer las extraordinarias páginas de “Monde comme fantôme et comme matrice”. Escritas en 1956, sus “consideraciones filosóficas sobre la radio y la televisión” son de mucha mayor frescura que nuestras actuales críticas. Nos metemos de lleno en el mundo audiovisual: Anders ha visto lo que había antes, y que se ha desmoronado. Este acercamiento al objeto en su origen nos hace comprender más profundamente su fin. La televisión, explica, ha substituido a la mesa familiar, no estamos más en círculo, reunidos en torno a una comida, sino yuxtapuestos como fusilados que el tubo catódico ametralla. Desde entonces, ya no hay más un interior ni exterior. Lo lejano se convierte en próximo, lo próximo, lejano: estamos en la no-distancia. Las peripecias de la familia de la comedia nos interesan más que nuestra propia familia. Los acontecimientos de todos lados llegan sin realmente llegar: la pantalla reduce todo a estado de figurita decorativa en el salón, entre la planta verde y el yorkshire. La violencia en la televisión no es nada en comparación con esta violencia de la televisión, incluso si lo que emite son escenas piadosas y sus programas de valor. Podemos pensar que estamos en la misa en nuestro sofá y ver el documental Shoah llorando sobre nuestras palomitas. ¿Es la realidad lo que se está aquí retransmitiendo?.

No, solo su fantasma, ni presente ni ausente, las reproducciones que presentan niegan, a diferencia de las imágenes del arte, su carácter de producción. Además la desinformación es en sí esencial a la información misma: el suceso retransmitido debe ser preparado para la audiencia, transformado en espectáculo, conforme a los estudios de mercado. Aunque nos traigan el mundo a domicilio, lo que nos ofrecen nos priva del mundo en su resistencia y su misterio. Nuestro fin es convertirnos en reproducciones de sus reproducciones. El bikini es el indicio: no está hecho para el cuerpo, sino el cuerpo para el. Es necesario para llevarlo puesto parecerse a B.B. (Brigitte Bardot) en “Y Dios creo a la mujer” o a Ursula Andress en “James Bond contra el Dr. No”. (o “El satánico Dr. No”)

CONSERVAR EL MUNDO

Pero nuestro pequeña prenda, nos servirá también de divertimento pascaliano. Esta “bomba anatómica” está aquí para hacernos olvidar la bomba atómica. Anders prolonga aquí los análisis de Heidegger: el ser-para-la-muerte se convierte hoy en día en ser para la destrucción de la especie. Su libro, “La menace Nucléaire”, no es un inventario de los peligros que acechan a nuestro futuro: toma la medida trágica de lo que se ha realizado. La categoría de lo posible, lo sabemos desde Kierkegaard, es la categoría más pesada: el hombre está volcado sobre su futuro, de forma que sus virtualidades ya están presentes en sus proyectos y llevan la marca de esperanza o de desesperación. El futuro de nuestros días, es la probabilidad de una “muerte sin oración fúnebre”: la atomización universal, y nadie para llorarnos. ¿Tendrá lugar? No importa: “la posibilidad de nuestra destrucción es, incluso si no tiene finalmente lugar, la destrucción definitiva de nuestras posibilidades”.

Ya no construimos, como en la década de los 50, refugios anti-atómicos en nuestro jardín, pero nuestra indiferencia nos salva del ridículo para meternos en la estupidez. El aparente coraje que mostramos no es más que un miedo a lo peor. En realidad, hemos interiorizado la amenaza que huimos a la superficie de nosotros mismos. Puesto que la amenaza tiene el efecto de una imagen no subliminal sino "sup(er)liminal": no la vemos porque es demasiado grande, y está presente a pesar nuestra. El nihilismo ya no es una opción extraña, está en el aire que respiramos: no dejamos de fabricar otros mundos virtuales en el desprecio definitivo de este mundo, puesto que ha defraudado el mito del progreso continuo. Los hombres nos parecen como “seres intermedios en un intermedio”. Ya no creemos más en la posteridad, y es el secreto del individualismo, de la crisis de la política, de la pérdida de la utopía como de la tradición. El arte mismo está invadido. En la paciente labor de la obra cien veces retomada, el jefe de obra se encuentra atascado para superar los siglos, para qué, si ya no quedan siglos... En su lugar nos apresuramos hacia lo fácil y lo provocador, en la urgencia de un éxito rápido.

El drama, en todo esto, es la banalidad del mal cometido. Ya no hay necesidad de ser malvado para participar de lo peor: la división del trabajo nos convierte en unos irresponsables. Anders todavía piensa aquí en paralelo a su primera esposa: el tiempo de Eichmann no es ya el de Ricardo III, “decidido a ser un villano”. Basta tener la determinación de ser un funcionario sin imaginación. El pobre diablo que compra menos caro impone una bajada de costes y se convierte en cómplice de la explotación. La electricidad que consumo para escribir estas páginas colabora en la empresa nuclear. La guerra total será desencadenará incluso sin odio, debido a la concienzuda lectura de un detector de misiles transmitido por diversos subordinados. Máquinas y mercancías son los dioses de nuestra tragedia: proclaman el oráculo fatal y deciden más allá de nuestras cabezas la destrucción de nuestra Troya.

“Hemos llegado a tal punto, dice nuestro pensador aun próximo a Marx, que quisiera declararme un "conservador" en materia ontológica, puesto que lo que importa hoy, por primera vez, es conservar el mundo tal y como es”. Por primera vez, no se rata de oponer una visión del mundo a otra, sino de luchar porque siga existiendo un mundo. De gritar hacia lo alto, esperando contra toda esperanza, e inculcar al prójimo el coraje de tener miedo.

El bikini, con todo lo que exhibe, disimula el pavor que sería necesario tener en nuestras playas de veraneo. Es bajo el mismo sol que explotó Little boy. Bajo este sol que podemos conmemorar esta fecha tan monstruosa, según Anders, del 8 de agosto de 1945: las víctimas de Hiroshima salían todavía entre escombros, los habitantes de Nagasaki paseaban sin estar muy seguros, y los que ya habían lanzado su bomba sobre los primeros y se disponían, sobre los segundos, a renovar la experiencia, estaban firmando, en Nuremberg, el documento que codifica la noción de “crimen contra la humanidad”.

El artículo original puede leerse picando aquí.



miércoles, 13 de mayo de 2009

¿Qué significa pensar?

…el aprender no se puede lograr a fuerza de regaños. Y sin embargo, en ocasiones uno tiene que alzar la voz mientras está enseñando. Hasta tiene que gritar y gritar, aun donde se trata de hacer aprender un asunto tan silencioso como es el pensar. Nietzsche que era uno de los hombres más silencioso y retraídos, sabía de esta necesidad. Sufrió el tormento de tener que gritar. En un década en que la opinión pública no sabía todavía nada de guerras mundiales, en que la fe en el “progreso” casi se estaba haciendo la religión de los pueblos y estado civilizados, Nietzsche lanzó el grito: “El desierto está creciendo...”

...Como si pudiese haber una exposición que no deba ser necesariamente, y hasta en los últimos resquicios, una interpretación. Como si pudiese haber interpretación alguna que se salva de ser una toma de posición, cuando no, por su punto de partida, ya un tácito rechazo y refutación. Pero nunca será posible superar a un pensador refutándolo y amontonando en torno a él una literatura refutatoria. Lo pensado por un pensador solamente puede superarse reduciendo lo impensado de su pensamiento a una verdad esencial.

Nietzsche es el primero que se plantea la pregunta: ¿el hombre en cuanto hombre con su esencia tal como ésta ha sido hasta el presente, está preparado para la asunción del poder? Y de no ser así, ¿qué deberá producirse en el hombre tal como ha sido hasta el presente, para que pueda “someter” a la tierra, dando cumplimiento de esta manera a una palabra del Antiguo Testamento? Dentro del horizonte de su pensamiento, Nietzsche llama a este hombre tal como ha sido hasta el momento, “el ultimo hombre”. El último hombre es aquel que ya no es capaz de ver más allá de sí mismo y de ascender antes que nada por encima de sí mismo hasta el ámbito de su misión, para hacerse cargo de la misma, conforme a su esencia.

El hombre tal como es hasta el presente es el último hombre, en el sentido de que no es capaz, y esto equivale a decir que no quiere someterse a sí mismo y despreciar lo despreciable de su manera de ser hasta ahora.

Nietzsche caracteriza al último hombre como el que ha sido hasta ahora, el que, por así decirlo, consolida en sí mismo la esencia del hombre tal cual existe hasta el presente. Por esto es precisamente el último hombre quien se mantiene más alejado de la posibilidad de pasar más allá de sí mismo. Debido a la manera de ser del último hombre, la razón, el representar tienen en consecuencia que perecer de un modo peculiar, y por así decirlo, obstruirse en sí mismo.

… El hombre actual no está preparado para la formación y asunción de un gobierno de la tierra; porque el hombre actual no solamente aquí y allá, sino en toda su manera de ser, está cojeando rezagado de un modo extraño detrás de lo que hace mucho que es. Pero lo que propiamente es el ser que predetermina todo ente, no se deja nunca circunscribir registrando hechos, ni invocando circunstancias especiales. La sana razón, tantas veces y tan solícitamente “citada” con ocasión de semejantes tentativas, no es tan sana ni tan natural como suele aparentar. Sobre todo, no es tan absoluta como se presenta, sino que es el producto superficial de aquella manera de representar que caracterizaba finalmente la época de las luces en el siglo XVIII. La sana razón queda amoldada a una determinada concepción de lo que es, debe ser y se permite que sea.

A éste [al superhombre] empero, no le encontraremos jamás mientras vayamos a buscarle en los lugares de la opinión publica teleguiada y en las ferias del comercio cultural, donde es siempre y sólo el último hombre quien maneja el mecanismo. El superhombre no aparece nunca en los ruidosos desfiles de supuestos poderosos, ni en los encuentros convenientemente arreglados de los estadistas. La aparición del superhombre queda también inaccesible para los telerregistradores y los cables de los corresponsales que suministran, es decir, pre-sentan los acontecimientos a la opinión pública, aun antes de haber acontecido. Estas formas del re-presentar con arreglos y mise-en-scène, falsifican lo que propiamente es. Tal falsificación no ocurre al margen, sino obedeciendo el principio de una manera de ver las cosas uniformemente imperante. Esta clase de representación falsificadora tiene siempre de su lado la sana razón. Es el ya famoso “hombre de la calle” quien se hace presente hoy día en todos los sectores, también el del comercio literario.


Estas son algunas reflexiones que Martin Heidegger dejó en su ¿Qué significa pensar?

viernes, 1 de mayo de 2009

La fuerza del pensamiento


En un pasaje de su profunda, compleja y voluminosa obra sobre Nietzsche(1), Martín Heidegger hace la siguiente observación (mi traducción):

“¿Cómo puede un pensamiento (una idea) poseer fuerza determinativa? “¡Ideas!” ¿Cómo cosas tan volátiles van a ser centro de gravedad? Por el contrario, ¿no es acaso determinante para el hombre justamente lo que se agolpa a su alrededor, sus circunstancias -por ejemplo, su alimento? Recordad la famosa sentencia de Feuerbach: “El hombre es lo que come”. ¿Y, junto con el alimento, la localidad? Recordad las enseñanzas de los sociólogos clásicos ingleses y franceses respecto al milieu- que significa tanto la atmósfera general como el orden social. ¡Pero los “pensamientos” no, ni con la mejor voluntad!
A todo ésto Nietzsche respondería que es precisamente una cuestión de ideas, puesto que éstas determinan al hombre aún más que aquellas otras cosas; ellas solas le determinan con respecto a esos mismos alimentos, con respecto a su localidad, a su atmósfera y su orden social. En el “pensamiento” se hace la decisión respecto a si los hombre y las mujeres adoptarán y mantendrán precisamente estas circunstancias o si elegirán otras; si aún interpretarán las circunstancias escogidas de este modo o de este otro; si bajo este o aquel conjunto de condiciones pueden o no hacerse cargo de tales circunstancias. El hecho de que tales decisiones con frecuencia se desplomen en la irreflexión (carencia de pensamiento) no testimonia
contra el dominio del pensamiento, sino a favor suyo. Tomado por sí mismo, el milieu no explica nada; no hay milieu en sí mismo. En este sentido Nietzsche escribe (en La Voluntad de Poder, 70; de los años 1885-86): “Contra la doctrina de la influencia del milieu y de las causas extrínsecas: la fuerza interior es infinitamente superior”.
La más
intrínseca de las “fuerzas interiores” son las ideas.” (ps. 22-23)

O, dicho de una manera aún más clara: la más interna de las fuerzas internas es el pensamiento, la idea. Naturalmente, no se trata aquí de “mis pensamientos” o “tus pensamientos”, “mis ideas” o “tus ideas”, sino de LA IDEA que se abre camino, aún a través de la pobreza o incluso ausencia de pensamientos- se abre camino no sólo en el ser humano, en la realidad colectiva, sino en el mundo mismo. Es a esta idea a lo que W. Giegerich llama “la vida lógica del alma”.

Sin embargo puede advertirse que, en la carencia de ideas (no de ideas como “ideales”, o en tanto que “visiones” o mejor aún, “imágenes”, sino en tanto que pensamiento que se hace consciente de sí) que invade el ámbito de la psicología actual, por no decir otras ocupaciones “simbólicas” como la astrología -que además se nutre de la psicología, tal como se aprecia fácilmente en la obra de Bruno Huber, Liz Greene, Howard Sasportas, Jeff Green, Richard Tarnas y tantos otros- hay en acción, no obstante, una “idea”, un “pensamiento”, que es justamente el motor (la fuerza intrínseca) de esa ausencia de pensamiento. Es precisamente ese pensamiento el que requiere ser pensado y el que, por el momento, opera aún sin ser reconocido.

Cuando se visita una página de psicología y se encuentra un refrito de ideología revestida bajo la jerga de “hemisferio cerebral izquierdo/hemisferio derecho”, o citas de un autor de best-sellers como Patrick Harpur presentadas como muestras de “sabiduría psicológica” o, peor aún, filosófica, mezcladas con artículos que reflexionan (es un decir) sobre la “violencia de género” atribuída a una supuesta “psique masculina”, análisis reductivos de la obra de un artista interpretada a través de la presunta “psicología” del creador, “elaboraciones” de “cuentos infantiles” que no son más que doctrinas moralistas disfrazadas (por ejemplo acerca de la “maduración” psicológica o sexual),  puede testimoniarse que el ámbito de la psicología está tan invadido por la pobreza (o ausencia) de pensamiento como las páginas de un periódico o los capítulos de un culebrón. 

¿Qué idea promueve esta “carencia de pensamiento”? ¿Qué se manifiesta precisamente en ese vacío de profundidad, vacío de concentración, vacío de atención?  Esta, y no otra, es la pregunta realmente psico-lógica que reclama reflexión.

(1) M. Heidegger, Nietzsche, translated by David Farrell Krell, ed. Haper Collins, 1991