viernes, 11 de marzo de 2005
De la zarza ardiente al fuego milagroso de la Iglesia, Mario Satz
La hierofania o manifestación de lo sagrado que Moisés ve en el desierto y que lleva el nombre de snéh, la zarza( hns ), contiene ya, en potencia, tres de las letras que posteriormente se agruparán en la primitiva iglesia cristiana o knesiáh ( hysnk ). Se trata, obviamente, de un fuego simbólico a la vez que de un nes ( sn )o milagro; un fuego que continúa más allá de lo previsible* y que tiene, como concepción espiritual, su exponente máximo en esta frase del padre Teilhard de Chardin: "Algún día, después de haber sometido a los vientos, las mareas y la gravedad, dominaremos las energías del amor. Entonces, por segunda vez en la historia de la Humanidad, el hombre habrá descubierto el fuego". El amor de ese fuego y el fuego de ese amor mantuvieron y mantienen aún-para quienes creen en ella-a la Iglesia unida.
No obstante, se dice y en hebreo, que si una knesiáh o iglesia, esto es una comunidad espiritual, una agrupación de almas afines en torno a un mismo milagro espiritual, no da entrada, knisáh ( hsynk ) a lo milagroso, a lo extraordinario, a lo fantástico incluso, bien puede el creyente ir una y otra vez a los templos y edificios que no encontrará en ellos lo que su corazón busca desesperadamente: pulpa sabrosa y no cáscara, perlas y no valvas vacías, luz auténtica y no cirios ennegrecidos. En realidad, en toda iglesia, en toda agrupación de hombres y mujeres que se reúnen para evolucionar, al igual que en la sangha budista, cada miembro debe sentirse parte de un milagro extracorporal, parte de una energía trascendente.
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