domingo, 24 de febrero de 2008

Miseria de la psicología (4): coartadas extra-psicológicas


En el artículo de 1985, “¡Sin coartada!” -incluído en el vol. I de sus “Collected English Papers: The Neurosis of Psychology”, Wolfgang Giegerich se preguntaba:

La psicología, en tanto que campo de estudio, ¿es realmente libre de adoptar o rechazar la idea de una psique autónoma, o acaso esta idea es un prerequisito indispensable para hacer psicología?

Y proseguía:

El ejemplo clásico para el origen de una ciencia es la física matemática. Lo que hizo de la física una ciencia “exacta” y el modelo para todas las demás ciencias, no fue ni el método empírico ni la aplicación de la matemática a la naturaleza, sino algo más fundamental, que solo hizo posible el método empírico-matemático en primer lugar: la entrega incondicional de la física a su preconcepción subyacente del mundo, a su propia idea de “naturaleza” a priori. Con compromiso absoluto, la física siguió el principio de que “la naturaleza” tenía que explicarse exclusivamente a partir de causas “naturales”. En ningún momento de la investigación se permitía que la ciencia recurriera a cualquier factor fuera de su propia visión. Tenía que apelar a sus propios recursos. Por esta razón, la física tuvo que liberarse implacablemente, una a una, de ideas foráneas a su fantasía tales como destino, Espíritu, Dios, éter -no porque estas fueran ideas “teológicas” o “míticas” mientras que la “naturaleza” en la física no lo es, sino simplemente por ser fiel a su propio mito (“la naturaleza” tal como la pre-concibió la ciencia moderna). Es como si la física, respetando a su propia fantasía raíz, obedeciera estrictamente al consejo de Jung respecto a las imágenes de la fantasía en general: “Ante todo, no permitir que se entrometa nada de fuera que no corresponda, pues la imagen de la fantasía tiene “todo lo que necesita” en sí misma” (CW 14 §749) - en castellano este texto aparece en las Obras Completas (ed. Trotta) vol. 14, II § 404.

No se deja entrar nada de fuera que no pertenezca a la naturaleza de la física; esto significa que la naturaleza se concibe aquí como auto-contenida en su propio origen, una realidad espontánea y autónoma. Nunca debe tomarse como el resultado, por ejemplo, de la acción de un Dios externo; lleva su causa última, su “Dios” en sí misma. Así la física puede actuar (acts-out) de acuerdo a su inconsciente axioma subyacente, la idea “deus sive natura” claramente articulada por Spinoza.

Al rechazar sin compromisos refugiarse en una “coartada” (un factor explicativo “en cualquier parte”: fuera de sí misma) la física se vio constantemente remitida a sí misma (a su fantasía). Esto tuvo dos consecuencias.
Primero, esto garantizó que “la naturaleza” fue “abierta” a priori como algo fundamentalmente desconocido, un laberinto infinito a ser penetrado, y que está visión básica se haría cumplir perpetuamente. Tanto la Madre Tierra mítica como la “creación de Dios” teológica habían estado ontológicamente presentes y completadas porque su esencia final (divina) estaba dada, en un caso manifiestamente como una epifanía, en el otro sólo a la fe en la revelación de Dios respecto al mundo. Así, el único modo significativo de relacionarse con ellas, en tanto que ya dadas, era la reverencia, pero no la ciencia. La “naturaleza” que presume la física, por contraste, está ausente ontológicamente y es incompleta: su esencia última ha de buscarse, siendo el “deus sive natura” un Dios irrevocablemente ausente, tanto que incluso la ciencia ha sido tomada como ateísmo. Esta es la condición a priori que hizo posible y absolutamente necesaria la ciencia, la investigación científica. La fantasía de “la naturaleza” empujó al hombre a una búsqueda ineludible, una verdadera petitio principii: el descubrimiento sistemático y el despliegue de su fantasía del mundo en busca de su primer principio desconocido, en niveles siempre nuevos de sofisticación. Si, como Jung dijo, el anima es la mediadora con lo desconocido, la física es una única gigantesca aventura del anima, y altamente psicológica.

Segundo, al remitirse enteramente a sí misma, la física no tenía escape. Estaba arrinconada, entregada a la Necesidad, forzada a un curso inevitable, el curso de una investigación analítica de causas cada vez más profundas, más ocultas, contenidas en “la naturaleza”, esto es, en la visión fundamental que la física tiene del mundo. La obediencia estricta a su propio mito es lo que proporcionó la base ontológica para la aplicación del método científico matemático, y por lo tanto para la física como una ciencia verdaderamente exacta y “cierta”. La física no evitó la tautología; se estableció en una tautología (explicar la naturaleza por la naturaleza), dejándose encerrar por ella irrevocablemente, y haciendo de la desconocido de su fantasía raíz su mismo fundamento.

Si otros campos de estudio pueden aprender algo de la física, no es el método matemático que es propiedad exclusiva del mito de la física. Más bien es la dedicación total con la que cada campo debiera ligarse religiosamente a su fantasía respectiva, como su única y exclusiva prima materia, es decir, como aquello que tiene “todo lo que necesita dentro suyo” y que por tanto tiene que mantenerse libre de cualquier idea foránea; es la fe en su propia tautología, su propia petitio principii; y el coraje de dejarse ir sin reservas hacia lo desconocido de su fantasía raíz . La imitación del método científico de la física haría exactamente lo opuesto de lo que la misma física hace y nos enseña: que el estilo de un campo debe derivarse exclusivamente de su propia visión a priori.

Volviendo de aquí a la psicología, el concepto de una psique autónoma me parece no sólo una cuestión de preferencia personal, de la propia ontología, de lógica epistemológica, de valor teorético o terapéutico, o de pruebas empíricas. Ante todo, me parece una pura necesidad. Para que la psicología sea, debe postular una psique autónoma, porque sólo entonces en primer lugar es posible la investigación psicológica. Pues la psicología se vincula inexorablemente a lo desconocido de su propia fantasía raíz, sólo cuando le otorga autonomía y espontaneidad a la psique, teniendo que explicar todo lo psíquico “tautológicamente” a partir de la psique misma, y sólo cuando la psicología rehúse estrictamente basarse en cualquier cosa fuera de la idea de “psique” (sin importar lo que “psique” pueda ser) se verá inescapablemente obligada a entrar en la profundidad de su tema y podrá establecer su propia versión (psicológica) de exactitud y certidumbre. Negar la realidad autónoma de la psique sería abortivo. Significaría cortar la rama en la que uno se sienta. Implicaría una psicología dividida contra sí misma; un estudio del alma desprovisto de su desconocido y escindida del anima; un compromiso roto, puesto que el nombre de nuestro campo, “psicología”, ya nos ha comprometido con la psique como a nuestro a priori desconocido y nuestra prima materia auto-contenida, lo admitamos o no.

Cualquier psicología que toma por fundamento algo “conocido” (“ontológicamente presente y completo” en el sentido de tener que darse por supuesto y no sometido a cuestionamiento psicológico, es decir, a reflexión), ya sea el fundamento de Freud en lo biológico o el campo bi-personal de Goodheart o lo que fuera, será fundamentalista y habrá caído inadvertidamente en un estado de ciencia “medieval” (teniendo que explicarse la naturaleza en términos de un factor, por ejemplo Dios, que por definición yace fuera de la responsabilidad de la ciencia en cuestión). De este modo, se abre sistemáticamente la puerta a las proyecciones descontroladas. La fe reprimida en la psique autónoma no se va simplemente; ahora se la experimenta afuera, en el poder de convicción con que por ejemplo el campo bi-personal (o la sexualidad o la familia o el pecho materno, o el género o la infancia o el cerebro, etc.) exige que se le tome como causa efectiva de todo lo psicológico. Precisamente porque la psicología se ha basado en algo “concreto”, se ha vuelto arbitraria y dogmática en el sentido de Kant; ahora tiene que escoger entre diversas causas primarias; cerebro, trauma del nacimiento, reencarnación, el pecho materno, el campo bipersonal, etc. Si se niega y se elude la petitio principii o tautología como fundamento sobre el cual ha de basarse cualquier campo de estudio, parece regresar dentro de ese campo de estudio como una falacia lógica y como el problema no reconocido del regreso al infinito.

En este sentido, la psicología no tiene elección respecto a reconocer o rechazar la psique autónoma. Una psicología que la negara es “imposible”. Y sin embargo tal psicología es posible, puesto que existe. En física cualquier intento de establecer una ciencia de la naturaleza negando la autonomía de la naturaleza simplemente provocaría risas. Pero en psicología es posible proponer con toda honestidad un estudio de la psique declarando que la idea de la psique autónoma es una formación reactiva derivada del campo bi-personal (o de los hemisferios cerebrales, etc.), y habrá muchos psicólogos que se tomarán en serio tal intento. Creo que este hecho no puede despacharse simplemente, sino que ha de entenderse. Parece indicar una diferencia fundamental entre física y psicología, “naturaleza” y “psique”. Lo que originó la psicología del campo bi-personal no puede haber sido una necesidad intelectual, puesto que intelectualmente es insostenible y obsoleta. Por consiguiente ha de surgir de una necesidad psicológica, de modo que la autonomía de la psique, a la que no se le deja aparecer ante la visión teorética, tiene que empeñarse ahora, en cambio, y desde atrás, en o como este mismo acto de teoría psicológica. Esto, sin embargo, sugiere que debe ser inherente en la naturaleza de la psique que pueda o incluso quiera ir en contra de sí misma y producir neurosis no sólo en la gente, sino en la psicología, con teorías sobre ella que le niegan su propia realidad autónoma. Debe ser compatible con la psique producir lo incompatible, una visión que podría dar lugar a más reflexiones.

Puede leerse el artículo íntegro, que he traducido y publicado con la amable autorización del autor, picando aquí

martes, 19 de febrero de 2008

Miseria de la psicología (3): La huida ante el pensamiento

Wolfgang Giegerich escribió:
“El pensamiento abstracto es lo que el alma de hoy necesita. Es el alma la que requiere más intelecto. El alma no necesita más sentimientos, emociones, trabajo corporal. Todo esto es aún material del ego” (La Vida Lógica del Alma)

Es así que David L. Miller, en su Introducción a “Dialectics and Analytical Psychology. The El Capitan Canyon Seminar” (que he traducido y publicado con la amable autorización de su autor, y que puede consultarse picando aquí), apunta:

“El problema entonces es el pensamiento inconsciente y lo que Heidegger llama die Flucht von dem Denken, la “huida ante el pensamiento”. La psicología hoy, también, ha sido carente de ideas y ha participado en esta “huida”. Psicológicamente esta huida indica un miedo inconsciente (lo que Freud llamaba Gendankenschreck, “miedo de pensar”), aún de la psicología misma”.

Hay una “huida del pensamiento” cuando se pretende hacer psicología hablando de “hemisferios cerebrales izquierdo y derecho”, o cuando se teoriza sobre “hombres” y “mujeres” -ya Giegerich apuntaba agudamente que “hombre y mujer no son conceptos psicológicos. Pertenecen a la biología, la antropología, la sociología, etc., mientras que la psicología es acerca del 'alma'”- cuando se parte de presuposiciones que no se someten a interiorización -es decir, a análisis psico-lógico-. Si la psicología es “la disciplina de la interioridad”, ¿cómo puede utilizar estas nociones tomadas a-críticamente de la antropología, de la sociología, de la física, de la química, o de una biología más que dudosa?

Hay una huída del pensamiento cuando se aceptan y se opera con ideas prefabricadas, material no examinado psicológicamente, y se hace de la psicología una extensión de cualquier otra “ciencia” o fuente de información, por no decir ideología. Entonces se transforma en una mera prolongación de la exterioridad (¡hablar de cerebro no es hacer psicología! Tampoco lo es hablar del género, de la raza, de la posición social, de la familia, de la infancia, y así sucesivamente); eso es un discurso que no entra en sí mismo (y por lo tanto no accede a interioridad alguna) y es incapaz de ponerse a prueba, de volverse recursivamente sobre su propia lógica.

Cuando los sueños se toman como “hechos psíquicos” (y por tanto como fenómenos positivos) observables (¿por quién?) interpretables (¿por quién?) no hay aún dimensión psicológica (interiorización), al no entrar en la lógica misma de la interpretación y pretender en cambio “observar”, “explicar”, “interpretar” (desde “fuera” del sueño mismo, supuestamente que haya tal “fuera” y haya tal sujeto observador, también “fuera” del sueño) presuntos hechos, sin poner en juego (en cuestión) al observador, explicador, intérprete. Y, naturalmente, esos sueños son “interpretados” como advertencias para el ego, mensajes para el ego, modos de autoconocimiento (es decir: ego-conocimiento), modos de autorrealización (es decir, ego-realización). Es así que, como de costumbre, lo que pasa por psicología no atiende al alma, sino que sirve al ego y una pre-supuesta “realidad”, y queda prisionero de la fantasía de que lo anímico está al servicio del yo y de su “ganancia” , de su “provecho” para operar en la “realidad”. ¿Cómo puede esto no ser un síntoma -y alarmante, por cierto- de la miseria de la psicología?

La Introducción de Miller sirve también como una introducción al pensamiento de Giegerich, y debiera leerse con atención. Recomiendo pensar y repensar sus afirmaciones, en especial la contenida en la nota 28 de ese brillante escrito.

lunes, 18 de febrero de 2008

La miseria de la psicología (2): perspectiva “asistencial”

Con ocasión de mi anterior mensaje, he recibido un interesante mail de una persona que objetaba a lo que sentía, por parte mía, como una “descalificación” de (un “cargarme”) la psicología. He considerado conveniente publicar aquí mi respuesta, preservando el anonimato de mi interlocutor:

Te agradezco mucho tu mail, en primer lugar te agradezco que te hayas tomado el trabajo de escribirme, pero sobre todo te agradezco la oportunidad que me brindas de aclarar algunos malos entendidos que veo que puede ocasionar mi texto.

Escribes:

Te puedo asegurar que una persona que supera con la psicoterapia una fuerte crisis existencial o de pareja, otra que deja de comer compulsivamente y vomitar para recuperar su equilibrio y su alegría de vivir, etc, pues no sé qué quieres que te diga...que no pensaría que la psicología actual no vale para nada...

Tu mismo ejemplo sin embargo viene a apoyar mi tesis: que son tiempos difíciles para atender, descifrar, cuidar, escuchar al logos de la psique. Ya sé que hay “terapias” que funcionan, y hay muchas y muy diversas. Mencionas terapias humanistas, pero también funcionan (a veces) las terapias psicoanalíticas, en algunos casos las conductistas, y en otros casos incluso funciona la medicación. A veces funciona la terapia gestalt, y a veces hasta las constelaciones familiares. Y a veces funciona incluso sólo el consejo personal, la reflexión, el descanso, la meditación, el yoga, una temporada en el campo, o un replanteo a fondo de la propia vida. Justamente el intento de justificar una psicología por sus “resultados” es, desde mi punto de vista, muy poco psico-lógico: es decir, muy poco dedicado al logos (el discurso) de la psique. El hecho de que un descanso en el campo funcionara en algunos casos de ansiedad o de crisis de pánico, ¿hace acaso que descansar en el campo sea psicología?
El tema -y es el GRAN tema- es qué se entienda por psicología. Si uno entiende por ello una herramienta para ayudar a la gente, un instrumento terapéutico, una forma de medicina o de asistencia, entonces me pregunto cuánto hay de “logos” -de entendimiento, de razón, de pensamiento, de “teoría”- en esa visión. El segundo gran tema, es qué se entienda por psique. ¿Es la psique un “atributo” de los seres humanos? ¿algo así como un “cuerpo” invisible? ¿es una “cosa” de algún tipo? ¿es la psique el resultado de las interrelaciones humanas, por ejemplo? ¿Qué relación hay entre la psique y la verdad?

Te ruego que si mi mail no te parece excesivamente "simple", reflexiones un poco sobre ello y no te cargues de ese modo a "toda" la psicología, que no todos somos ni psicoanalistas ni conductistas, como es mi caso.

Pues no sé qué tienes en contra de los psicoanalistas, por ejemplo. Ellos también tienen muchos casos que mostrar a favor y varios ejemplos de "curaciones". ¿Pero es eso psicología? Al menos el psicoanálisis -y hablo de la doctrina freudiana sobre todo- parte de una visión general del ser humano y de lo anímico, de una postulación de un inconsciente, de unos mecanismos de defensa, de un sistema de proyecciones y represiones, etc. Es decir, el psicoanálisis elabora un lenguaje y una teoría que postula una -discutible, ciertamente- noción de la psique. Y este sí que es tema de la psicología propiamente dicho: la idea (noción) de psique.
Si consideramos que la psicología es parte de la medicina, o de la asistencia social, entonces no es sino una sirvienta en nombre del bienestar de la gente. ¿Es eso, realmente, lo que implica el término psicología? No critico el intento de ayudar a la gente -y en ese sentido, tampoco critico a priori el uso de medicamentos, antidepresivos o ansiolíticos, si se cree conveniente. Pero habrá que preguntarse si el uso de medicación y su preparación y fabricación es psicología. Mi pregunta es: ¿qué pasa con la psicología cuando se transforma en una disciplina "asistencial", cuyo objetivo es "curar"? (y habría que postular una noción, una idea de curación, claro)
Como ves, no trataba de "cargarme" a la psicología, sino justamente al revés, rescatar su idea y su sentido. Y creo que cuando se reduce a ser algo práctico, algo útil, ha perdido de vista su objeto, que no es otro que el alma. Y la idea misma de alma. Que no está "dentro" de la gente y que, probablemente, tampoco está al servicio de la gente. En el momento en que uno acepta que hay varias terapias psicológicas distintas, o incluso que hay distintas psicologías, entonces algo raro pasa: ya no interesa la verdad, ya no se busca la verdad del alma. Y si eso no ha de hacerlo la psicología, entonces ¿qué disciplina se ocupará de lo anímico, de sus procesos y de su dialéctica (no necesariamente de la curación)?
Mi argumento, que por tu mail veo que se presta a malinterpretaciones, no es un ataque a las "terapias", sino una mostración de que la psicología ha olvidado el tema de la verdad y el tema del alma. Parece que ya no se interesa por la verdad del alma, para lo cual habría que entrar en el alma de la verdad. Y eso sí que es preocupante...
Espero haber podido aclarar algo respecto a por dónde van los disparos de mi artículo. Y que quede claro que tampoco tengo nada contra la neurociencia. Tan sólo que no está a la altura de la psicología, etimológicamente entendida como “saber del alma”

sábado, 16 de febrero de 2008

Una revisión de la relación entre alma y espíritu

Con ocasión de la lectura de la obra de Wolfgang Giegerich, “Dialéctica y Psicología Analítica. El Seminario El Capitan Canyon , cuyo Epílogo he traducido y publicado en la Web del Centro Enrique Eskenazi con la amable autorización del autor, he creído importante reflexionar sobre la distinción entre “alma” y “espíritu”, de larga trayectoria en la historia occidental. Se ha sugerido que la vinculación de la noción de "espíritu” (pneuma, nous) con un plano “sobrenatural” no es propio de la tradición clásica griega, sino más bien resultado del pensamiento gnóstico y cristiano. Pero más modernamente la distinción entre alma y espíritu se conecta con la dualidad nietzscheana entre “lo dionisiaco” (alma, vida) y “lo apolíneo” (espíritu). Nietzsche es así el pensador fundamental al que hay que referir hoy esta “dualidad”, y en especial cuando se la entiende como “oposición” o “antagonismo”, tal como se refleja en la obra de Ludwig Klages titulada “El espíritu como adversario del alma” (Der Geist als Widersacher der Seele) o también en la obra de O. Spengler, “La decadencia de Occidente(Der Untergang des Abendlandes) entre otras.

Ya observaba Heidegger en su curso de 1929/30, “Los conceptos fundamentales de la metafísica. Mundo, finitud, soledad” (publicado en castellano por ed. Alianza):

“Esto es sólo una indicación sumaria y formularia de lo que hoy se conoce así, de aquello de lo que se habla, lo que en parte ya se ha vuelto a olvidar, interpretaciones que en parte se toman de segunda y tercera mano y que se han configurado en una imagen global, en eso que por lo demás invade el periodismo superior de nuestra época y que crea el espacio espiritual -si se puede hablar así- en el que nos movemos.... Lo esencial que nos importa es el rasgo fundamental de estas interpretaciones, mejor dicho, la perspectiva desde la que todas ellas ven nuestra situación. Es, dicho a su vez formulariamente, la relación entre vida y espíritu... Estas interpretaciones se remontan todas ellas a esta fuente común, a Nietzsche, y a una determinada concepción de Nietzsche”

Con enorme lucidez detecta Heidegger la raíz de la que emana esta dualidad, y que también encuentra expresión en la obra del psicólogo C. G. Jung, fundador de la psicología analítica, y de sus continuadores, como la sizigia anima/animus

Es cierto que el psicoanálisis y la psicología profunda serían inconcebibles sin una determinada interpretación de Nietzsche (y también de Schopenhauer), por mucho que Jung haya intentado desligar su pensamiento de la obra de Nietzsche. En la psicología junguiana la polaridad anima/animus transparenta el contraste dionisíaco (inconscente)/apolíneo (consciente). Y el sacrificio del intelecto (nous) a favor del alma (la psique concebida como una realidad natural y positiva, en el mismo nivel o status de la realidad del cuerpo, la aspiración de hacer de la psicología un conocimiento “empírico”, lo inconsciente concebido como un "ámbito” independiente de la consciencia, etc.) se manifiesta también en la constitución de la psicología analítica como una especie de “culto” a lo irracional, la fascinación por la sincronicidad, los cuentos de hadas, los mitos, las religiones, y las “señales” de los sueños, empleados como guías para la acción, así como por una religiosidad del sí-mismo (Self) y un aura de secta alrededor del magister dixit (el maestro lo dijo).

Incluso en un revisor tan crítico de la institución junguiana como James Hillman, fundador de la psicología arquetipal, pervive la antítesis espíritu/alma expresada como la polaridad “picos y valles”

Por ello resulta refrescante la visión dialéctica propuesta por Wolfgang Giegerich que en el citado Epílogo escribe:

“Las posiciones psicológicas no son del todo accesibles a la discusión mientras expresen intereses personalmente investidos: la “psicología que uno tiene”, “que uno es”, “que uno vive. Obviamente hay dos modos posibles de pensar la relación entre estos dos. Un modo... construye la relación como una alternativa, como una elección: alma o espíritu, imagen o idea, valle o pico, anima o animus. Es un pensamiento en términos de alteridad y de exterioridad: uno tiene al otro fuera de sí mismo. Lo que propongo en cambio es una psicología de la interioridad. No hay dos, sino sólo uno, y este “uno” contiene su propio “otro” dentro de sí. El pensamiento no es un otro exterior a la imagen, sino que es el “alma” misma de la imagen: la imagen es, por decirlo de algún modo, la vestidura externa del pensamiento, así como un síntoma psicosomático o una conducta compulsiva (acting out) es la superficie externa de una imagen que permanece más o menos completamente oculta dentro de lo que manifiesta explícitamente. El espíritu, en mi sentido, no es algo que exija dejar atrás el valle de hacer-alma a fin de escalar al aire enrarecido de los picos de las montañas; para expresarlo en imágenes alquímicas, es más bien el espíritu mercurial aprisionado en la materia imaginal (o la materia de la imaginación); anima y animus no coexisten lado a lado como hermana y hermano, ni como dos oponentes, sino que el anima tiene dentro de sí al animus como a su propio "Barbazul asesino" o "Hades violador".
La referencia a “Barbazul” y “asesinato” o “Hades” y “violación” es importante, porque decisivamente la relación entre el alma (o la imagen) y el pensamiento no es inofensiva. Efectivamente, el pensamiento priva a la imagen de su inocencia virginal. El uno es la negación de la otra. No obstante: la cuestión es que esta violencia no se le hace a la imagen (o alma) por un otro externo, sino que proviene de su interior, y como su propio telos.
Aquí todo depende de si pensamos este “interior” o si meramente lo imaginamos pictóricamente. En este último caso no habremos progresado realmente más allá de la visión externa, pues hasta el “interior” puede aún imaginarse en términos de una oposición externa; basta pensar en la peligrosa bacteria o en los virus que están muy dentro de nuestros cuerpos, pero sin embargo son tan enemigos como las amenazas del exterior.
¿Cómo “mata” el “pensamiento” la inocencia de la imagen desde dentro de la imagen misma y por tanto como el propio hacer de la imagen? ¿Cómo puede ser el animus el “asesino” del anima y sin embargo no ser externo a ella, sino su propio “sujeto” (self) interior? La respuesta está en la noción de “auto-aplicación” de la que hice uso en la discusión del cuento de la montaña de cristal.
Tal como lo veo, el problema con la psicología imaginal es que se detiene a mitad de camino. Meramente contempla, atiende y aprecia la imagen ante sí misma. Así, lleva la imagen ante sí como un ostensorio (la vasija preciosa en el catolicismo romano sobre la cual el sacerdote sostiene la hostia consagrada para adoración), preservando así tanto en ella como para sí la impecabilidad e inmediatez. Paradójicamente, precisamente al “adorar” la imagen de este modo, por así decir, la psicología imaginal no la toma del todo en serio. La mente imaginadora se reserva. A fin de hacer plena justicia a la imagen tenemos que recorrer todo el camino, en lugar de sostener tiernamente la imagen ante nosotros, manteniendo siempre la diferencia y la distancia entre la conciencia y la imagen como un objeto o contenido de conciencia. Tenemos que ser realmente serios al respecto de la imagen y pasar a través de ella: aplicar aquello acerca de lo que es (lo que su mensaje interior es) a ella misma. Tiene que tomar su propia medicina, y desea, añora, tomar su propia medicina, porque sólo de este modo puede hallar su culminación. Mientras que un ostensorio es como un libro cerrado, no leído, aunque sagrado, la imagen que ha sido aplicada a sí misma o que ha retornado a sí misma es como un libro que ha sido leído.
La imagen nos necesita a fin de que se la pueda pensar. Debemos acudir a ella, penetrar “el ostensorio” que era al principio. Pero al ser pensada por nosotros se piensa a sí misma. Y nosotros necesitamos la imagen, necesitamos pensarla, porque sólo en nuestro trabajo con ella y pensándola puede la mente destilarse, sublimarse, refinarse.
Semánticamente, la mente que imagina no tiene problema sosteniendo imágenes horribles como las de Hades violando a Kore o de Barbazul asesinando a sus esposas, imágenes en las que un opuesto en verdad retorna cruelmente al otro. Pero la mente imaginadora deja fuera el acontecimiento de la negación, que es el contenido de esas imágenes, como contenido semántico de la imagen. Congela y detiene en el nivel semántico el auto-movimiento de la imagen en la imagen. Dentro de la imagen, él, Hades, le hace algo a ella, Kore. Pero ahí se detiene la mente imaginadora. No permite que el contenido de la imagen (la negación de la inocencia virginal) retorne a la forma imaginal de la imagen misma y, lo que es lo mismo, a la forma lógica de consciencia, al imaginar inocentemente la imagen de la mente, al “continuar soñando el mito”
Por consiguiente, cuando la mente imaginadora quiere pensar la relación del alma y el pensamiento como tal, es decir, la propia sintaxis de la mente, lo que era verdad dentro de la imagen aquí ya no lo es más. En lugar de experimentar (padecer) la negación, la putrefacción de su propio otro interno sobre sí desde dentro, esta mente recurre a una imaginación espacial en términos de extensio cartesiana a fin de imaginar la relación entre alma y pensamiento; por ejemplo las imágenes esencialmente inmóviles de picos y valles, dos sitios separados en una geografía imaginal. De este modo uno y otra son mantenidos a distancia por definición, y por tanto eternamente, excluyendo absolutamente una coniunctio o un obrar del uno sobre la otra. Y además, la mente imaginativa se posiciona en los valles, sólo un lado de su propia alternativa completa. Mediante esta unilateralidad invierte la relación: expele (“extra-vierte”) aquello que efectivamente es su propio otro interior, pero activo-subversivo, su propia “alma”, de modo que este último ahora aparece como un otro exterior al lado de sí, ahí fuera, ahí arriba; a su vez, habiéndose liberado de su otro interno y así de su propia vestimenta o personaje en la superficie, se siente plenamente independiente por propio derecho y completa ya tal como es; y ahora se hace cargo ella misma de la actividad negadora (de la cual debía ser destinataria) y la actúa compulsivamente (acts out) sobre el otro lado externalizado de su propia alternativa (que normalmente hubiera sido conversamente su propio agente de corrupción-fermentación) dejándolo simplemente fuera y lejos, como si no tuviera interés.
Dicho de otro modo: sólo porque se ha posicionado unilateralmente en los valles tiene también que imaginarse la relación entre alma y pensamiento, plantearla como una diferencia externa y estática en términos espaciales. La imaginación es extrínsecamente “extravertida” (en un sentido psicológico, no personalista). Y en tanto la mente tome como su horizonte esa imaginación, entonces tiene que escoger: o bien valle o bien picos, o bien hacer-alma o bien altivas aspiraciones espirituales (donde ambos, incluso el camino espiritual, son igualmente criaturas de la colocación del anima desde el valle; después de todo es el anima la que sentimental e insensatamente concibe al espíritu como "altiva espiritualidad". Así es como el anima imagina a su otro. Y quienes practican este tipo de espiritualidad, lo hacen sobre la base de una posición anima, sólo que intentan, dentro de la mentalidad anima, elevarse por encima del valle del anima. Pero el punto de vista del anima no tiene ni idea de lo que es el verdadero otro del anima, el espíritu concreto, “espíritu absoluto”, espíritu absuelto de la oposición de pico y valle; espíritu como alma mercurial de toda realidad).

Tener que escoger es el problema del anima. No se puede estar en dos topoi de la geografía imaginal a la vez. La unidad de sizigia (la unidad de unidad y diferencia) de imagen e idea, anima y animus, no puede ser imaginada, ni tampoco la interioridad del alma; como Moisés, la imaginación permanece necesariamente fuera de la Tierra Prometida. El hecho de que la imaginación qua imaginación tenga que imaginarse la relación como una alternativa (por ejemplo, pico versus valle) meramente refleja la deficiencia inherente al modo mismo del imaginar. A través de su deficiencia, la imaginación señala más allá de sí misma.
De este modo la mente imaginadora trata de asegurar su propia inocencia y de preservar la imagen (sin tomar en cuenta cuán “violenta” la coniunctio pueda ser semánticamente, de cara al contenido) en el status de una especie de “ostensorio”. La psicología imaginal, a sabiendas o no, insiste en ser una psicología “sólo anima”. Pero como psicología sólo-anima es paradójicamente un tipo (ciertamente diferente) de psicología del ego o personalista: la persona empírica practica la imaginación animada, “hacer alma” como su propia acción (su acting out), de modo que la mente del alma misma, su constitución lógica, huye indemne y no tiene que er-innern (interiorizar) el mensaje mismo de las imágenes que abriga, no tiene que dejar que su contenido retorne a la forma imaginal. Aquí, en el reino de su “sintaxis”, el alma permanece para siempre Kore, deleitándose en las flores de lo imaginal. Nunca se transforma en Perséfone. Citando a Hegel, “la Belleza Impotente detesta al Entendimiento por exigir de ella lo que ella no puede hacer”.
La imagen anímica merece más y mejor.”

lunes, 11 de febrero de 2008

La miseria de la psicología (primera parte)

En el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española se indican los siguientes significados de la palabra “miseria”:

1. Desgracia, trabajo, infortunio.
2. Estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada.
3. Avaricia, mezquindad y demasiada parsimonia.
4. Plaga pedicular, producida de ordinario por el sumo desaseo de quien la padece.
5. coloq. Cantidad insignificante. Me envió una miseria.

El sentido en que aquí empleo la expresión combina casi todos los anteriores y, en cierto sentido, se apoya en su interna dialéctica. Porque este es un tiempo de “infortunio” para la psicología, cuya razón principal se debe a su implícita posición como “sierva de la física” o, de modo más general, como “sirvienta del positivismo”. Positivismo, en este contexto, es la doctrina que considera que “lo real” (la “realidad”) son “los objetos naturales” y “los hechos” empíricamente contrastables y, por tanto, determinables espacio-temporalmente. Lo real viene a ser así “el conjunto de los hechos positivos”. Desde esa perspectiva, la naturaleza queda delimitada como el ámbito de hechos positivos determinados por las leyes de la física. Debiera ser claro que esta aproximación a “la naturaleza” tiene ya muy poco que ver con la antigua noción de “physis” en tanto que manifestación, proceso, autorrevelación, llegar a ser, emergencia y aparición del ente.

La psicología, que etimológicamente significa “el discurso -o la razón- de la psique” se acomoda desde su nacimiento como “ciencia” dentro de una supuesta “parcela” de la realidad -del conjunto de los hechos “positivos”-: las llamadas “ciencias sociales” o, lo que es más discutible aún, “ciencias humanas”. Estas vienen a ocuparse de un subconjunto del gran conjunto de los “hechos positivos”: el subconjunto de los hechos relacionados con el ser humano y sus formas de vida y que abarca por tanto a la sociología, la antropología, la historia, y lo que a finales del siglo XIX se delimitó como “ciencias del espíritu” o “ciencias de la cultura”. Pero mientras que grandes pensadores como Dilthey aún insistían en la radical disparidad no sólo metodológica sino de actitud entre “las ciencias de la naturaleza” y “las ciencias del espíritu”, actualmente el estudio de la “realidad humana” se ve cada vez más dominado por un enfoque naturalista. Y de este naturalismo padece la psicología, que aspira a colocarse ante “lo psíquico” del mismo modo en que la física se coloca ante “la naturaleza”: como un observador neutral que intenta “verificar” objetivamente un conjunto de hechos. Las diferencias metodológicas surgirían en todo caso de la especificidad de los “hechos” estudiados, pero nunca de la diversidad esencial del enfoque. En el mejor (y más triste) de los casos, la psicología usa un método “introspectivo” como complemento del método experimental en la ciencia física.

Esta naturalización se puede constatar en la tendencia cada vez mayor a reducir la psicología a “neurociencia” y la psique a epifenómeno de la actividad cerebral. Y el cerebro, ciertamente, es un objeto natural. Pero también puede constatarse en la llamada “psicología profunda” que, supuestamente, se ocupa de “lo interior” y, por definición, “invisible”. Ya el nacimiento del psicoanálisis, con Sigmund Freud, se encuentra bajo la fascinación del positivismo y la aspiración a erigirse en una ciencia entre las demás ciencias. Esta aspiración, aunque matizada, perdura en la psicología de C. G. Jung, quien con frecuencia insistió en atenerse a un enfoque “empírico”. Esta insistencia no es en absoluto consistente con la investigación junguiana, que postula “entidades” tan poco “factuales” o “empíricas” como "lo inconsciente” o “los arquetipos”, “los complejos” o “el proceso de individuación”. Jung por un lado quiso evitar toda “metafísica” (postulación de “realidades” no positivas) pero por el otro se sintió comprometido con “la realidad del alma” a la que, sin embargo, siguió concibiendo desde una perspectiva “naturalista”.

La miseria de la psicología consiste en que en su objeto abarca al sujeto mismo, no como la biología abarca al biólogo en tanto que parte de la realidad biológica, o la medicina abarca al médico constituido por la misma fisiología que estudia, sino de modo mucho más comprometido: la psicología estudia la conciencia, y por tanto el mismo “hacer psicología” se encuentra en cuestión: el hacer mismo de la psicología debiera ser objeto de la psicología. Aquí el estudio en tanto que actividad, el proceso mismo del estudio, es el objeto estudiado, de modo que no puede estar “fuera” de -colocado en frente, objetivamente, no implicado en- lo que estudia. Esta antigua intuición, que el alma es a su vez el objeto y el sujeto mismo de la psicología, intuición claramente formulada ya en un Marsilio Ficino, y también propuesta por Jung, nunca ha sido sin embargo “ejercida” y llevada a sus últimas consecuencias. La psicología no se psicologiza, el análisis no se analiza a sí mismo. El psicólogo hasta hoy se ha colocado ante la psique como si su propia “explicación” u “observación” fuera independiente de lo explicado y lo observado, es más, como si fuera independiente de la investigación misma. Ilusión que es precio del naturalismo y del positivismo. El “hecho” parece permanecer “fuera” de la conciencia que lo estudia. Pero ¿es esto posible en psicología? ¿Qué precio tiene esta “disociación” -esta neurosis de la psicología- que, si bien se niega programáticamente, sin embargo se practica sistemáticamente?

Dicho de otro modo: ¿puede la psique ser tratada como un “objeto” natural, independiente de la misma inteligencia que se ocupa de este objeto, más aún, independientemente de la misma ocupación? El que se coloque este objeto “imaginativamente” en un cierto “espacio interior” (dejando todo “espacio exterior” a merced de las otras “ciencias”) no cambia la mirada “naturalista” y sus temibles presuposiciones. Se postula así un “espacio” interior tan “natural” y fáctico (es decir: positivo) como el “espacio -o realidad- exterior”, y un sujeto que arbitrariamente se encuentra en el límite de ambos, y se comporta de la misma manera ante uno y otro espacio. Este “sujeto” intocado en la observación, tanto externa como interna, no es otro que “el yo”, "el ego": la “conciencia” del investigador que no se hace cuestión de sí misma. La psique es así “contenida” en un ámbito que pareciera no afectar al ego, que pretende estudiarla con el mismo grado de “neutralidad” con que estudia la “realidad exterior”. Esta supuesta “realidad interior” es así un ámbito cerrado, “embotellado” y separado de la “realidad exterior”, a lo sumo “contenido” en la realidad exterior, pero sólo accesible para una “metodología” específica. El sujeto que estudiaría tal supuesta “realidad interior” permanece así intocado por esa metodología y en una actitud básicamente “ingenua”. Este es el precio que la psicología analítica paga por ser “pre-kantiana”, es decir: pre-crítica. O más llanamente: totalmente acrítica.

La psicología se defiende así de volverse consciente de sí misma. Es una psicología “natural” (naturalista), “positiva” (positivista), y olvidada de sí en tanto que “logos” o racionalidad. En este olvido de sí, en esta “aceptación ingenua” de una “realidad de hecho”, una realidad precisamente por ello “no-psicológica”, se funda la miseria de la psicología y es una de las razones por la que eventualmente tiende a extinguirse como tal, o a quedar reducida a un ámbito meramente subjetivo, íntimo y personal (ilusorio), que deja intocado el conocimiento del mundo, que deja intacta la “visión” de la realidad aportada por el positivismo, y que se refugia en la trastienda de una supuesta vida “interior” inoperante, ineficaz e impotente para poner justamente en cuestión sus propios presupuestos. La preocupación de la psicología con los “hechos” psíquicos la preserva en su ceguera y su impotencia para someter a crítica la posición “egoica”, “fáctica” (positiva y positivista), y hacerse cuestión de sí misma como conciencia de la conciencia (y de la inconsciencia).

De este modo la alternativa ante la que se encuentra hoy la psicología es también producto de su miseria no reconocida: o devenir “ciencia empírica” (neurociencia, conductismo, etc.) y abandonar el logos de la psique o ser el reducto de una serie de expectativas new age: la preservación de un mundo interior y subjetivo de realidades personales positivizadas a merced del ego y de su enaltecimiento -su búsqueda de sentido individual-, que deja intocada la convicción en la “verdad” de una realidad externa formada por hechos positivos. Es necesario aquí aludir al magnífico artículo de W. Giegerich, “El error básico de la psicología en la oposición entre individual y colectivo”

domingo, 3 de febrero de 2008

El proyecto psicológico de C. G. Jung

Acabo de incluir en la web del Centro el discurso “En memoria de Richard Wilhelm” que Jung leyó en marzo de 1930 con ocasión de la reciente muerte del gran sinólogo.

En el discurso Jung -y es importante tener en cuenta el momento histórico en que acontece- menciona que “las universidades han cesado de actuar como fuentes de luz. La gente está saciada de la especialización científica y del intelectualismo racionalista. Quiere oír acerca de una verdad que no estreche sino ensanche, que no oscurezca sino ilumine, que no se escurra sobre uno como agua sino que penetre conmovedora hasta la médula de los huesos. Ese buscar amenaza, en un público anónimo pero amplio, con desembocar en rutas falsas… Hoy, cuando en Rusia sucede algo mucho más inaudito que en el París de ese tiempo, cuando en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad que inclusive los budistas estiman llegado el momento de una misión europea, es Wilhelm quien nos trae del Este una nueva luz. Ésta es la tarea cultural que Wilhelm ha sentido. Él ha reconocido cuánto nos podía dar el Este para la curación de nuestra necesidad espiritual.… La penetrante inteligencia del Este, sobre todo la sabiduría del I Ging, no tienen sentido alguno para quien se encierra frente a su propia problemática, para quien vive una vida artificialmente aprestada con prejuicios tradicionales, para quien se vela su real naturaleza humana, con sus peligrosos subsuelos y oscuridades. La luz de esa sabiduría alumbra sólo en la oscuridad, no bajo la eléctrica luz de los reflectores del teatro de la conciencia y la voluntad europeos. La sabiduría del I Ging ha salido de un trasfondo de cuyos horrores presentimos algo cuando leemos acerca de las masacres chinas, o del sombrío poder de las sociedades secretas chinas, o de la pobreza sin nombre, la suciedad sin esperanza y los vicios de la masa china. Si queremos experimentar como algo viviente la sabiduría de China, tenemos necesidad de una correcta vida tridimensional. En consecuencia, primero tenemos necesidad de la verdad europea acerca de nosotros mismos. Nuestro camino comienza con la realidad europea y no con las prácticas del yoga, que han de alejarnos, engañados, de nuestra propia realidad”

Y concluye:
No he reprimido, como ustedes ven, mis concepciones personales, pues, ¿de qué otra manera me hubiera sido posible hablar de Wilhelm sino diciendo cómo lo he vivenciado? La obra de su vida me es de tan alto valor porque me explicó y confirmó tanto de lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa. Fué para mí una poderosa vivencia oír a través suyo, en elocución clara, lo que oscuramente alboreaba frente a mí partiendo de las confusiones de lo inconsciente europeo. De hecho, Wilhelm me dió tanto que me parece que hubiera recibido de él más que de ningún otro, por lo cual, también, no siento como presunción ser yo quien deposite en el altar de su memoria toda nuestra gratitud y respeto.”

Es interesante e importante acentuar la observación de Jung acerca de lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa, su preocupación por “las confusiones del inconsciente europeo” y su diagnóstico respecto a que “en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad”. Naturalmente Europa es aquí el modo de referirse a la cultura Occidental.

En esas frases ya está esbozada la gran aspiración programática de Jung respecto a que el alma no es sólo alma “personal” sino y ante todo -y en ésto en un status lógico muy distinto al de la psicología personalista- es alma histórica y colectiva. Y lo más importante de todo: la confirmación de que un símbolo puede perder vigencia anímica (en el caso en cuestión: debilitarse) hasta el punto de que deje de expresar una verdad del alma que, en otro tiempo, pudo haber concentrado.

Queda así delineado un proyecto psicológico que se hace cargo de la historia, y que pone en cuestión la validez (es decir, la verdad) a-histórica de los símbolos, a la vez que destaca una transformación histórica de la conciencia (y, naturalmente, del inconsciente, que es su contrapartida lógica).

Este es el proyecto que parece haber sido abandonado o no comprendido por la psicología junguiana “ortodoxa”, que aún sigue apelando sin el menor reparo a símbolos históricamente caducos como si conservaran vigencia, sin afrontar la necesidad de ubicar la psique en la circunstancia contemporánea, y no en un medio a-histórico abstraído de toda localización. (“
Nuestro camino comienza con la realidad europea”, afirma Jung en su discurso). Hacerse cargo de que el alma no es un “atributo personal” y que está en (o es) un proceso histórico, de modo que lo que fue un símbolo (o un dios) en el pasado hoy puede ser sólo una cáscara vacía, y que dónde hoy está la acción (psico-lógicamente hablando) ya no es dónde estuvo en otra era, ese es justamente uno de los empeños de la psico-logía de Wolfgang Giegerich, el pensador más osado y crítico del panorama psicológico actual.

viernes, 1 de febrero de 2008

Reflexiones sobre el Alma

Próximo curso de 12 conferencias, todos los miércoles a las 20:00 horas a partir del miércoles 5 de marzo, en la Librería Sto. Domingo, c/Sto. Domingo del Call nº 4, Barcelona 08002, tel: 34 93 317 3222

La psicología (entendida no sólo como una disciplina, sino y ante todo como el logos-discurso de la psique-alma) se encuentra hoy seriamente amenzada por diversos frentes: por un lado el extremado positivismo que insiste en que “el alma está en el cerebro” , por el otro el academicismo que elabora una psicología “sin alma” (estadística, reflejos, umbrales de percepción, laboratorio, tests, etc.), por otro la reducción de la temática y metodología psicológica a sociología, a antropología, a asistencia social, a una forma de “medicina”, a economía, cuando no a política.

A lo largo de estas reflexiones se plantean temas fundamentales y se analizan algunas de las respuestas históricamente más significativas:
¿es válida -y hasta qué punto- una psicología que opere dentro del dualismo cartesiano que separa el mundo de la extensión (lo “físico”) del mundo de lo anímico (lo “psíquico”)?
¿cuáles son las consecuencias de un enfoque “naturalista” de lo anímico?
¿qué es - y al servicio de qué ideología está- una psicología sin reflexión filosófica, sin análisis de las ideas y sin el trabajo del concepto?

También se destacará la importancia de la psicología profunda (Freud, Adler, Jung, Lacan, Hillman entre otros) en la constitución de un lenguaje y una investigación propiamente “psicológica” y dentro del marco del pensamiento de nuestro tiempo: la enorme brecha abierta por Nietzsche, Husserl, Heidegger, Wittgenstein en un tiempo que por un lado renuncia a la metafísica y por otro lado está anclado en la dominación técnica de toda realidad.

El hilo básico de las conferencias será la comprensión del pensamiento psicológico de C. G. Jung con su insistencia en la “realidad del alma” y el “ser en el alma”, James Hillman con su “hacer alma”, la “terapia de las ideas”, la insistencia en la primacía de la Imaginación y su movimiento “del espejo hacia la ventana” a fin de recuperar el Anima Mundi, y finalmente Wolfgang Giegerich y su riguroso análisis de “la vida lógica del alma”, su cuestionamiento de la falacia antropológica (el alma es una “propiedad” o “atributo humano”) y su propuesta del alma como Idea.

En este curso tendrán cabida las “reflexiones psico-lógicas” entradas en el blog (Ver, en búsqueda por etiquetas)