martes, 19 de febrero de 2008

Miseria de la psicología (3): La huida ante el pensamiento

Wolfgang Giegerich escribió:
“El pensamiento abstracto es lo que el alma de hoy necesita. Es el alma la que requiere más intelecto. El alma no necesita más sentimientos, emociones, trabajo corporal. Todo esto es aún material del ego” (La Vida Lógica del Alma)

Es así que David L. Miller, en su Introducción a “Dialectics and Analytical Psychology. The El Capitan Canyon Seminar” (que he traducido y publicado con la amable autorización de su autor, y que puede consultarse picando aquí), apunta:

“El problema entonces es el pensamiento inconsciente y lo que Heidegger llama die Flucht von dem Denken, la “huida ante el pensamiento”. La psicología hoy, también, ha sido carente de ideas y ha participado en esta “huida”. Psicológicamente esta huida indica un miedo inconsciente (lo que Freud llamaba Gendankenschreck, “miedo de pensar”), aún de la psicología misma”.

Hay una “huida del pensamiento” cuando se pretende hacer psicología hablando de “hemisferios cerebrales izquierdo y derecho”, o cuando se teoriza sobre “hombres” y “mujeres” -ya Giegerich apuntaba agudamente que “hombre y mujer no son conceptos psicológicos. Pertenecen a la biología, la antropología, la sociología, etc., mientras que la psicología es acerca del 'alma'”- cuando se parte de presuposiciones que no se someten a interiorización -es decir, a análisis psico-lógico-. Si la psicología es “la disciplina de la interioridad”, ¿cómo puede utilizar estas nociones tomadas a-críticamente de la antropología, de la sociología, de la física, de la química, o de una biología más que dudosa?

Hay una huída del pensamiento cuando se aceptan y se opera con ideas prefabricadas, material no examinado psicológicamente, y se hace de la psicología una extensión de cualquier otra “ciencia” o fuente de información, por no decir ideología. Entonces se transforma en una mera prolongación de la exterioridad (¡hablar de cerebro no es hacer psicología! Tampoco lo es hablar del género, de la raza, de la posición social, de la familia, de la infancia, y así sucesivamente); eso es un discurso que no entra en sí mismo (y por lo tanto no accede a interioridad alguna) y es incapaz de ponerse a prueba, de volverse recursivamente sobre su propia lógica.

Cuando los sueños se toman como “hechos psíquicos” (y por tanto como fenómenos positivos) observables (¿por quién?) interpretables (¿por quién?) no hay aún dimensión psicológica (interiorización), al no entrar en la lógica misma de la interpretación y pretender en cambio “observar”, “explicar”, “interpretar” (desde “fuera” del sueño mismo, supuestamente que haya tal “fuera” y haya tal sujeto observador, también “fuera” del sueño) presuntos hechos, sin poner en juego (en cuestión) al observador, explicador, intérprete. Y, naturalmente, esos sueños son “interpretados” como advertencias para el ego, mensajes para el ego, modos de autoconocimiento (es decir: ego-conocimiento), modos de autorrealización (es decir, ego-realización). Es así que, como de costumbre, lo que pasa por psicología no atiende al alma, sino que sirve al ego y una pre-supuesta “realidad”, y queda prisionero de la fantasía de que lo anímico está al servicio del yo y de su “ganancia” , de su “provecho” para operar en la “realidad”. ¿Cómo puede esto no ser un síntoma -y alarmante, por cierto- de la miseria de la psicología?

La Introducción de Miller sirve también como una introducción al pensamiento de Giegerich, y debiera leerse con atención. Recomiendo pensar y repensar sus afirmaciones, en especial la contenida en la nota 28 de ese brillante escrito.