lunes, 24 de marzo de 2008

Freud: Psicología de las masas

Continuando con la publicación de textos de Freud con ocasión de las Reflexiones sobre el Alma, acabo de colgar su ensayo de 1921, “Psicología de las masas y análisis del yo”. El objetivo de esta serie de publicaciones no consiste tanto en difundir y consentir en las tesis freudianas, sino en estudiar y valorar su estilo de pensamiento, las fantasías que le permitieron adentrarse en las dinámicas del alma, así como en advertir su permanente orientación hacia una crítica de la cultura, hacia una relativización de la frontera entre lo “normal” y lo “patológico” y su continua preocupación por el fenómeno de lo colectivo.

En este osado ensayo, donde Freud admite la influencia de Darwin y de Le Bon, se tocan temas tan variados como la cuestión de las masas y su influenciabilidad, el enamoramiento y la hipnosis, entre otros.

Freud también afirma que “Si queremos formarnos una idea exacta de la moralidad de las multitudes, habremos de tener en cuenta que en la reunión de los individuos integrados en una masa, desaparecen todas las inhibiciones individuales, mientras que todos los instintos crueles, brutales y destructores, residuos de épocas primitivas, latentes en el individuo, despiertan y buscan su libre satisfacción. Pero bajo la influencia de la sugestión, las masas son también capaces de desinterés y del sacrificio por un ideal. El interés personal, que constituye casi el único móvil de acción del individuo aislado, no se muestra en las masas como elemento dominante, sino en muy contadas ocasiones. Puede incluso hablarse de una moralización del individuo por la masa. Mientras que el nivel intelectual de la multitud aparece siempre muy inferior al del individuo, su conducta moral puede tanto sobrepasar el nivel ético individual como descender muy por debajo de él.

Algunos rasgos de la característica de las masas, tal y como le expone Le Bon, muestran hasta qué punto está justificada la identificación del alma de la multitud con el alma de los primitivos. En las masas, las ideas más opuestas pueden coexistir sin estorbarse unas a otras y sin que surja de su contradicción lógica conflicto alguno. Ahora bien, el psicoanálisis ha demostrado que este mismo fenómeno se da también en la vida anímica individual; así, en el niño y en el neurótico.”

Como complemento a las interesantes reflexiones de Freud sobre la masa y su sugestionabilidad, es recomendable ver los documentales de Adam Curtis, “El siglo del individualismo”, publicados anteriormente en este mismo blog.

Por lo que toca al tema del “control” de los individuos y las comunidades por parte de las instituciones de poder, conviene por ejemplo averiguar acerca de la operación MK Ultra


jueves, 20 de marzo de 2008

La crítica de Nietzsche a la oposición “mundo verdadero/mundo aparente”

Continúo con las reflexiones psico-lógicas:
Movido por la lectura de las estimulantes obras de Wolfgang Giegerich, cuya devoción al “fenómeno del alma tal como se presenta” implica la renuncia a desconocerlo, negarlo, rechazarlo, “explicarlo” o reducirlo a un supuesto “estado mejor”, he retomado la lectura de Nietzsche, quien ha sido el más radical defensor de la existencia “tal como se presenta” y urge a ir más allá de la (pseudo) oposición: “mundo verdadero” (estado ideal, lo que debería ser, el fundamento de lo que hay, etc.) vs. “mundo aparente” (lo que no-debiera-ser, los síntomas, lo “imperfecto”, etc.). Giegerich retoma con pasión el adagio de Nietzsche: “buscar un sentido a la vida, es ya despreciarla. El sentido de la existencia está en ella”.
No es otra cosa a lo que apuntaba Hillman al recordar la cita de Wallace Stevens:
“El camino hacia el mundo
es más difícil que el camino más allá de él”

Así se expresa Nietzsche en el siguiente fragmento de “El Crepúsculo de los Ídolos”: Historia de un error

1. El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, -él vive en ese mundo, es ese mundo.
(La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis “yo, Platón, soy la verdad”).

2. El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso (“al pecador que hace penitencia”).
(Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más capciosa, más inaprensible, -se convierte en una mujer, se hace cristiana...).

3. El mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un imperativo.
(En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la Idea, sublimizada, pálida, nórdica, königsburguense).

4. El mundo verdadero -¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido? .
(Mañana gris.Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo).

5. El “mundo verdadero” -una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga, -una Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla!
(Día claro; desayuno; retorno del bon sens y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón; ruido endiablado de todos los espíritus libres)

6. Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿Acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!
(Mediodía; instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la humanidad; INCIPIT ZARATHUSTRA)


En esta “progresión” (el platonismo, el cristianismo, Kant y el romanticismo ulterior, el nihilismo reactivo que conduce al positivismo, el nihilismo activo y finalmente: el mundo “liberado”) anuncia Nietzsche el paso del “absolutismo” y “normativismo” de UNA verdad hacia el “perspectivismo” y “pluralismo” de una visión que no enjuicia ni excluye, sino que acepta la diversidad, la variedad, la diferencia, sin intentar someterla a una “norma”.

Y así Nietzsche reafirma su antigua tesis de la superioridad de la visión “politeísta” sobre la “monoteísta”, tema retomado audazmente por la psicología arquetipal

Para los espíritus más curiosos, he añadido un video de la BBC (en inglés) sobre Nietzsche, así como su "Más Allá del Bien y del Mal" (versión íntegra) y algunos fragmentos de “El crepúsculo de los ídolos” junto con algunos escritos de juventud

Este artículo tiene especial interés para quienes sigan las “Reflexiones sobre el Alma”

lunes, 17 de marzo de 2008

Sigmund Freud: El Yo y el Ello (1923)

Con ocasión de las Reflexiones sobre el Alma, he subido a la web del Centro un extracto de la obra de Freud, “El Yo y el Ello” de 1923, donde propone su teoría de las tres instancias psíquicas: yo, ello y superyo. Aparte de ser un visión que ha tenido una influencia decisiva en la comprensión que el ser humano tiene de sí mismo a lo largo del siglo XX, y de ofrecer un vocabulario que permite adentrarse en las dinámicas psíquicas, se advierte ya cómo Freud no sólo investiga el alma del individuo, sino que su investigación toma el carácter comprensivo de un análisis de la cultura (y en este caso, de la moralidad) en general. Desde sus comienzos la “psicología profunda” ha ido más allá de lo individual y se ha perfilado como un instrumento de crítica cultural y una exploración de lo colectivo.

En este decisivo escrito Freud, entre otras cosas, afirma:

“Un individuo es ahora, para nosotros, un ello psíquico desconocido e inconsciente, en cuya superficie aparece el yo, que se ha desarrollado partiendo del sistema P.(perceptivo) , su nódulo. El yo no vuelve por completo al ello, sino que se limita a ocupar una parte de su superficie, esto es, la constituida por el sistema P., y tampoco se halla precisamente separado de él, pues confluye con él en su parte inferior.

Pero también lo reprimido confluye con el ello hasta el punto de no constituir sino una parte de él. En cambio, se halla separado del yo por las resistencias de la represión, y sólo comunica con él a través del ello. Reconocemos en el acto que todas las diferenciaciones que la Patología nos ha inducido a establecer se refieren tan sólo a los estratos superficiales del aparato anímico, únicos que conocemos.

Fácilmente se ve que el yo es una parte del ello modificada por la influencia del mundo exterior, transmitido por el P Cc. (pre-consciente), o sea, en cierto modo, una continuación de la diferenciación de las superficies. El yo se esfuerza en transmitir a su vez al ello, por el principio del placer, que reina sin restricciones en el ello, por el principio de la realidad. La percepción es para el yo lo que para el ello el instinto. El yo representa lo que pudiéramos llamar la razón o la reflexión, opuestamente al ello, que contiene las pasiones.

La importancia funcional del yo reside en el hecho de regir normalmente los accesos a la movilidad. Podemos, pues, compararlo, en su relación con el ello, al jinete que rige y refrena la fuerza de su cabalgadura, superior a la suya, con la diferencia de que el jinete lleva esto a cabo con sus propias energías, y el yo, con energías prestadas. Pero así como el jinete se ve obligado alguna vez a dejarse conducir a donde su cabalgadura quiere, también el yo se nos muestra forzado en ocasiones a transformar en acción la voluntad del ello, como si fuera la suya propia.”

Y más adelante:

“La relación del yo con la conciencia ha sido ya estudiada por nosotros repetidas veces, pero aún hemos de describir aquí algunos hechos importantes. Acostumbrados a no abandonar nunca el punto de vista de una valoración ética y social, no nos sorprende oír que la actividad de las pasiones más bajas se desarrolla en lo inconsciente, y esperamos que las funciones anímicas encuentren tanto más seguramente acceso a la conciencia cuanto más elevado sea el lugar que ocupen en dicha escala de valores. Pero la experiencia psicoanalítica nos demuestra que la esperanza es infundada.
Por un lado tenemos pruebas de que incluso una labor intelectual, sutil y complicada, que exige, en general, intensa reflexión, puede ser también realizada preconscientemente sin llegar a la conciencia. Este fenómeno se da, por ejemplo, durante el estado de reposo y se manifiesta en que el sujeto despierta sabiendo la solución de un problema matemático o de otro género cualquiera vanamente buscada durante el día anterior.
Pero hallamos aún otro caso más singular. En nuestro análisis averiguamos que hay personas en las cuales la autocrítica y la conciencia moral o sea funciones anímicas, a las que se concede un elevado valor, son inconscientes y producen, como tales, importantísimos efectos.
Así, pues, la inconsciencia de la resistencia en el análisis no es en ningún modo la única situación de ese género. Pero el nuevo descubrimiento, que nos obliga, a pesar de nuestro mejor conocimiento crítico, a hablar de un sentimiento inconsciente de culpabilidad, nos desorienta mucho más, planteándonos nuevos enigmas, sobre todo cuando observamos que en un gran número de neuróticos desempeña dicho sentimiento un papel económicamente decisivo y opone considerables obstáculos a la curación.
Si queremos ahora volver a nuestra escala de valores, habremos de decir que no sólo lo más bajo, sino también lo más elevado, puede permanecer inconsciente. De este modo parece demostrársenos lo que antes dijimos del yo, o sea que es ante todo un ser corpóreo.”

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“…el superyo no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, sino también una enérgica formación reactiva contra las mismas. Su relación con el yo no se limita a la advertencia: "Así como el padre debes ser", sino que comprende también la prohibición: "Así como el padre no debes ser: no debes hacer todo lo que él hace, pues hay algo que le está exclusivamente reservado". Esta doble faz del ideal del yo depende de su anterior participación en la represión del complejo de Edipo, e incluso debe su génesis a tal represión. Este proceso represivo no fue nada sencillo. Habiendo reconocido en los padres, especialmente en el padre, el obstáculo opuesto a la realización de los deseos integrados en dicho complejo, tuvo que robustecerse el yo para llevar a cabo su represión, creando en sí mismo tal obstáculo. La energía necesaria para ello hubo de tomarla prestada del padre, préstamo que trae consigo importantísimas consecuencias.
El superyo conservará el carácter del padre, y cuanto mayores fueron la intensidad del complejo de Edipo y la rapidez de su represión (bajo las influencias de la autoridad, la religión, la enseñanza y las lecturas), más severamente reinará después sobre el yo como conciencia moral, o quizá como sentimiento inconsciente de culpabilidad. En páginas ulteriores expondremos de dónde sospechamos que extrae el superyo la fuerza necesaria para ejercer tal dominio, o sea, el carácter coercitivo que se manifiesta como imperativo categórico.”


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“Se ha acusado infinitas veces al psicoanálisis de desatender la parte moral, elevada y suprapersonal del hombre. Pero este reproche es injusto, tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista metodológico. Lo primero, porque se olvida que nuestra disciplina adscribió desde el primer momento a las tendencias morales y estéticas del yo el impulso a la represión. Lo segundo, porque no se quiere reconocer que la investigación psicoanalítica no podía aparecer, desde el primer momento, como un sistema filosófico provisto de una completa y acabada construcción teórica, sino que tenía que abrirse camino paso a paso por medio de la descomposición analítica de los fenómenos, tanto normales como anormales, hacia la inteligencia de las complicaciones anímicas.
Mientras nos hallábamos entregados al estudio de lo reprimido en la vida psíquica, no necesitábamos compartir la preocupación de conservar intacta la parte más elevada del hombre. Ahora que osamos aproximarnos al análisis del yo, podemos volvernos a aquellos que, sintiéndose heridos en su conciencia moral, han propugnado la existencia de algo más elevado en el hombre y responderles: "Ciertamente, y este elevado ser es el ideal del yo o superyo, representación de la relación del sujeto con sus progenitores". Cuando niños, hemos conocido, admirado y temido a tales seres elevados y, luego, los hemos acogido en nosotros mismos.”


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“Las peligrosas pulsiones de muerte son tratadas de diversa manera en el individuo: en parte se las torna inofensivas por mezcla con componentes eróticos, en parte se desvían hacia afuera como agresión, pero en buena parte prosiguen su trabajo interior sin ser obstaculizadas. Ahora bien, ¿cómo es que en la melancolía el superyo puede convertirse en una suerte de cultivo puro de las pulsiones de muerte?

Desde el punto de vista de la limitación de las pulsiones, esto es, de la moralidad, uno puede decir: El ello es totalmente amoral, el yo se empeña por ser moral, el superyo puede ser hipermoral y, entonces, volverse tan cruel como únicamente puede serlo el ello. Es asombroso que el ser humano, mientras más limita su agresión hacia afuera, tanto más severo -y por ende más agresivo- se torna en su ideal del yo. A la consideración ordinaria le parece lo inverso: ve en el reclamo del ideal del yo el motivo que lleva a sofocar la agresión.
Pero el hecho es tal como lo hemos formulado: Mientras más un ser humano sujete su agresión, tanto más aumentará la inclinación de su ideal a agredir a su yo. Es como un descentramiento {desplazamiento}, una vuelta {revolución} hacia el yo propio. Ya la moral normal, ordinaria, tiene el carácter de dura restricción, de prohibición cruel. Y de ahí proviene, a todas luces, la concepción de un ser superior inexorable en el castigo.”

Puede leerse el artículo íntegro picando aquí.

viernes, 14 de marzo de 2008

La frase de Nietzsche: “Dios ha muerto”

En su magnífico ensayo titulado “La frase de Nietzsche: 'Dios ha muerto'”, incluído en sus Sendas Perdidas (o Caminos del Bolsque) Heidegger, entre otras cosas, escribe:

Estamos acostumbrados a escuchar una resonancia desagradable en la palabra nihilismo. Pero si meditamos la esencia histórica del ser del nihilismo, entonces a esa simple resonancia se añade algo disonante. La palabra nihilismo dice que en aquello que nombra, el nihil (la nada) es esencial. Nihilismo significa: desde cualquier perspectiva todo es nada. Todo, lo que quiere decir: lo ente en su totalidad. Pero lo ente está presente en cada una de sus perspectivas cuando es experimentado en cuanto ente. Entonces, nihilismo significa que lo ente como tal en su totalidad es nada. Pero lo ente es lo que es y tal como es, a partir del ser. Suponiendo que todo “es” reside en el ser, la esencia del nihilismo consiste en que no pasa nada con el propio ser. El propio ser es el ser en su verdad, verdad que pertenece al ser.

Si escuchamos en la palabra nihilismo ese otro tono en el que resuena la esencia de lo nombrado, también oiremos de otro modo el lenguaje del pensar metafísico, que ha experimentado parte del nihilismo aunque sin haber podido pensar su esencia. Tal vez un día, con ese otro tono en nuestros oídos, meditemos sobre la época de la incipiente consumación del nihilismo de manera distinta a lo hecho hasta ahora. Tal vez entonces reconozcamos que ni las perspectivas políticas, ni las económicas ni las sociológicas, ni las técnicas y científicas, ni tan siquiera las metafísicas y religiosas, bastan para pensar eso que ocurre en esta era.

Lo que esta época le da a pensar al pensamiento no es algún sentido profundamente escondido, sino algo muy próximo, lo más próximo, y que, precisamente por ser sólo eso, pasamos siempre por alto. Al pasar por encima de ello damos constantemente muerte, sin darnos cuenta, al ser de lo ente.
Para darnos cuenta de ello y aprender a tomarlo en consideración, tal vez nos baste con pensar por una vez lo que dice el loco sobre la muerte de Dios y cómo lo dice. Tal vez ya no nos apresuremos tanto a hacer oídos sordos a lo que dice el principio del texto explicado, a saber, que el loco “gritaba incesantemente: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”. ¿En que medida está loco ese hombre? Está tras-tornado. Porque ha salido fuera del plano del hombre antiguo, en el que se hace pasar los ideales del mundo suprasensible, que se han vuelto irreales, por lo efectivamente real, mientras se realiza efectivamente su contrario. Este hombre tras-tornado ha salido fuera y por encima del hombre anterior. Con todo, de esta manera lo único que ha hecho has sido introducirse por completo en la esencia predeterminada del hombre anterior: ser el animal racional. Este hombre, así tras-tornado, no tiene por lo tanto nada que ver con ese tipo de maleantes públicos que no creen en Dios.

En efecto, esos hombres no son no creyentes porque Dios en cuanto Dios haya perdido su credibilidad ante ellos, sino porque ellos mismos han abandonado la posibilidad de creer en la medida en que ya no pueden buscar a Dios. No pueden seguir buscándolo porque ya no piensan. Los maleantes públicos ha suprimido el pensamiento y lo han sustituido por un parloteo que barrunta nihilismo en todos aquellos sitios donde consideran que su opinar está amenazado. Esta deliberada ceguera furente al verdadero nihilismo, que sigue predominado, intenta disculparse de este modo de su miedo a pensar. Pero ese miedo es el miedo al miedo.
Frente a esto, el loco es manifiestamente desde las primeras frases, y par el que es capaza de escuchar aún más claramente según las últimas frases del texto, aquel que busca a Dios clamando por Dios. ¿Tal vez un pensador ha calmado ahí verdaderamente de profundis? ¿Y el oído de nuestro pensar? ¿No oye todavía el clamor? Seguirá sin oírlo durante tanto tiempo como no comience a pensar. El pensar sólo comienza cuando hemos experimentado que la razón, tan glorificada durante siglos, es la más tenaz adversaria del pensar.

Esta ineludible reflexión sobre Nietzsche, así como en la perspectiva que arroja Heidegger, es imprescindible para todo pensar en profundidad, incluso para poder re-pensar la psicología en la medida en que deja de ser una técnica de reparación de “desperfectos”, una rama de la medicina, una especialización de la neurociencia, e intenta aproximarse a una noción rigurosa del alma, como ocurre actualmente en el pensamiento de Wolfgang Giegerich.

Pero ¿está la psicología -y por tanto los psicólogos- en posición de “pensar” en un tiempo determinado por las urgencias inmediatas, la técnica y la tecnología, los medios de comunicación, la globalización y el cambio climático? ¿Es posible pensar sobre todo en algo tan alejado de la experiencia inmediata, de la observación experimental y del “cerebro” como el alma, un pensamiento que sea riguroso y no una excusa para vender una ideología más?

domingo, 9 de marzo de 2008

F. Nietzsche: Ecce Homo

Con ocasión de las inminentes “Reflexiones sobre el Alma” acabo de subir a la web del Centro el texto de Nietzsche, “Ecce Homo” escrito en 1888, pocos meses antes del fin de su carrera. Podemos encontrar en sus palabras la anticipación de ideas que originarán la psicología profunda, y una filosofía “de la sospecha” que arrojará su sombra a lo largo del siglo XX.
En él podemos leer:

Lo ultimo que yo querría prometer seria hacer mejor a la humanidad. Yo no he de levantar nuevos ídolos. Derribar ídolos es mi deber principal.

Se ha quitado su valor a la realidad, se ha quitado su sentido, su veracidad, en la medida en que se ha inventado un falso mundo ideal... El mundo real y el mundo aparente; Esto significa: el mundo inventado y la realidad... La mentira del ideal ha sido la humanidad misma la que ha falsificado y viciado hasta en sus más profundos instintos.

Desde el punto de vista moral: el amor al prójimo, la vida al servicio de los demás y de otra causa, puede llegar a ser medidas de seguridad para conservar el más resistente egoísmo. Este es el caso excepcional en que, contra mi regla y mi convicción, tomo partido por los instintos desinteresados: ellos trabajan aquí al servicio del egoísmo y de la disciplina personal.

Entre mis recuerdos no encuentro nunca el de haberme esforzado, no se encuentra en mi vida ninguna huella de lucha: yo soy todo lo contrario de una naturaleza heroica. Querer es una cosa, esforzarse por una cosa, tener por delante de los ojos un fin, un deseo, son cosas que yo no conozco por experiencia. En este mismo momento miro el porvenir, como se mira un mar en calma: ningún deseo lo encrespa.

De las cosas (entre ellas los libros) nadie puede comprender mas de lo que ya sabe. Carecemos de oídos para las cosas a las cuales no nos han dado aun acceso los acontecimientos de la vida.

El que cree haber entendido cualquier cosa de mí, se ha formado de mi una idea que responde a su imagen; con frecuencia se ha creído que yo soy lo contrario de lo que en realidad soy, por ejemplo, un idealista. El que no ha entendido nada de lo que yo digo, niega que yo deba ser tomado en consideración.

Quiero expresar una tesis sacada de mi código moral contra el vicio: la predicación de la castidad es una excitación publica a la contranaturaleza. Todo desprecio de la vida sexual, todo empacamiento de la misma con la noción de impureza, es un delito de lesa vida, es el verdadero pecado contra el espíritu santo de la vida.

Allí donde ustedes ven cosas ideales, yo veo cosas humanas, demasiadas humanas... Yo conozco mejor al hombre. Se descubre un espíritu implacable, que conoce todos los escondites en que se refugia el ideal, en que el ideal tiene sus rincones y, por decirlo así, su ultimo baluarte. Un espíritu que lleva una antorcha en la mano, pero cuya llama no vacila, proyecta una luz cruda en ese mundo subterráneo del ideal. Es la guerra, pero la guerra

...la psicología de la conciencia: esta no es, como podría creerse, la voz de dios en el hombre. Es el instinto de la crueldad que vuelve sus ojos al pasado, cuando ya no puede desahogarse exteriormente. La crueldad, considerada como uno de los más antiguos y necesarios fundamentos de la civilización, es aquí explicada por primera vez.

Pues el hombre prefiere la voluntad de la nada a la falta de voluntad en absoluto....


sábado, 1 de marzo de 2008

La miseria de la psicología (5) : el “complejo materno”

Qué lejos están Hillman y Giegerich de frases como “El ser humano está movido por un afán de unidad. Vivimos arrastrados a los polos contrarios, y por tanto ese anhelo de fusión , que en la vida solo experimentan los no-natos, los místicos y levemente los enamorados.... nos lleva al deseo de la autorrealización en unidad. Ese camino en psicología analítica se llama el camino de individuación y el lugar de unidad, que frecuentemente se llama Dios, en psicología profunda se llama el Si-mismo”

Sin embargo Hillman y Giegerich han insistido en que lo que se individúa es el alma, y no “yo” (el “sujeto empírico”, el ego -siempre presente bajo diversas pretensiones: la autorrealización, el autocrecimiento, la autoconsciencia, la autoestima...) Esa implicación "yoica" lo troca todo en “moral”, con tufillo religioso y autoexigente: culpabilizador y heroico (culpabilizador precisamente por heroico). Uno tiene que “realizarse”, uno tiene que ponerse en contacto consigo mismo (¡¿Dios?!), uno “se esfuerza” y, previsible y necesariamente, uno “fracasa”. No es difícil advertir una cierta moral protestante que pretende pasar por psicología y que es más de lo mismo: demanda heroica, culpabilidad y autoexigencia. E indiferencia (¿inconsciencia?) por lo que no es “auto”: el ego perpetúa así su propia importancia. De ésta manera el héroe permanece siempre embrollado en los brazos de la madre (como Mater, es decir: materia -hyle-, inconsciencia, naturalismo -physis-, “realidad exterior”, física, biología, sociología, antropología y así sucesivamente: las “coartadas” de una psicología olvidada de sí misma). De modo que la psicología regresa a posiciones pre-freudianas, dado que Freud ya insistió en la importancia de su “revolución copernicana” al desplazar al “yo” -la conciencia empírica- del centro mismo de la vida psíquica, tal como Copérnico había desplazado a la Tierra del centro del sistema solar. De allí que se hable de un retroceso de la psicología junguiana -no del pensamiento de Jung- a posiciones retrógradas: “el estado de cosas en el movimiento junguiano convencional parece ser una regresión mucho más atrás de los logros de Jung” (W. Giegerich: La Vida Lógica del Alma)

Es en este sentido (y otros) que Giegerich habla de lo "ilusorio" en una psicología personalista. En realidad su expresión es "falso" (phoney= inauténtico). Sus síntomas son justamente el personalismo, el subjetivismo, el “misticismo” de andar por casa (encuentro “consigo mismo”, “anhelo de fusión”... anhelo ¿de quién?), la profundización (?!) en los sentimientos y efusiones personales, el esfuerzo “moral” por superar-se e integrar-se... y, cómo iba faltar, la ubicuidad del “complejo materno”.

Lo sorprendente es que si uno lee los textos psico-lógicamente, resultan una inadvertida confesión de quien los escribe, y desde dónde están escritos. Como ya hizo notar Hillman en su The Great Mother, Her Son, Her Hero, and the Puer (La Gran Madre, su Hijo, su Héroe y el Puer, originalmente publicado en Berry ed.: Fathers and Mothers y reeditado en James Hillman Uniform Edition vol. 3, Senex & Puer, Spring 2005, pg. 135):

“Una psicología que ve a la madre en todas partes es un enunciado acerca de la psique del psicólogo y no sólo un enunciado basado en la prueba experimental”.

E inmediatamente añadió:

“Para que la psique avance a través de su complejo materno inconsciente, la misma psicología tiene que avanzar en su autorreflexión a fin de que su tema, el alma, ya no esté dominada por el naturalismo y el materialismo, y las metas para esa alma ya no se formulen por medio del arquetipo materno como “crecimiento”, “adaptación social”, “relaciones humanas”, “plenitud natural”, etc. ” (ib. pg 135)

Para concluir afirmando que:

“La magnificación del complejo materno es un signo cierto de que que estamos escogiendo el rol heroico, cuyo propósito es menos el espíritu y menos la psique que el ego tradicional, su fortalecimiento y su desarrollo”. (ib. pg. 147)

¿Quién -o qué- es “sí mismo” (self)? Es importante reflexionar más “profundamente” sobre “el proceso de individuación” y “si-mismo” (self) lo cual no tiene nada que ver con el ego, con “mi” individuación, con mi "auto"-realización, con “mi” llegar a ser lo que sea: completo, centrado, realizado, auténtico, impecable, etc. etc. Todas esas son inquietudes egoicas y egoístas (subjetivas), que dejan el mundo y el alma (lo objetivo psíquico) de lado. Y para Jung el mundo es el self, como cuando escribe en Sobre los Arquetipos de lo Inconsciente Colectivo (Obra Completa en ed. Trotta, vol. 9/1, § 46):

“Lo insconsciente colectivo es todo menos un sistema aislado y personal, es objetividad, ancha como el mundo y abierta al mundo. Yo soy el objeto de todos los sujetos, en perfecta inversión de mi consciencia habitual, donde soy siempre sujeto que tiene objetos. Allí estoy en la más inmediata e íntima unión con el mundo, unido hasta tal punto que olvido demasiado fácilmente quién soy en realidad. “Perdido en sí mismo” es una frase adecuada para designar ese estado. Pero ese "mismo" es el mundo”

En la versión en inglés de sus Obras Completas esta última frase es “This self, however, is the world”. O sea: “Este self (sí mismo o uno mismo), sin embargo, es el mundo”

Me pregunto qué tiene que ver esta psique objetiva (o Alma, según Hillman) con frases como:
“los conflictos que vivimos en nuestro interior (la "turbación y pasiones") se amalgaman en forma de conflictos con los próximos ("disensiones, riñas y pleitos"), que facilitan en su expansión los conflictos colectivos hasta desembocar en las guerras. Conviene pues saber lidiar con estos conflictos, atenderlos, entenderlos, diferenciarlos, resolverlos si podemos”

Lo que aquí se omite, es reflexionar (psicologizar) en qué consisten ese supuesto “interior” (mío, subjetivo, egoico), y este sujeto que quiere “lidiar” para “resolver” conflictos: el héroe nuevamente bajo una imagen disociada de la psique objetiva.

La idea de proyección también necesita ser psicologizada en lugar de darse por sentado que “proyectamos algunas de nuestras figuras internas en los demás” (¿quiénes somos nosotros, los que proyectamos?), lo cual presupone inadvertidamente un mundo “psicológicamente vacío”, sólo “creado” (o avivado anímicamente) a partir de “nuestras” proyecciones.

Por supuesto, ya Jung vio claro que lo que llamamos en esta era (siglo XX) “proyecciones” no son sino y en el mejor de los casos “introyecciones”, y por ello escribió:

“Fue necesario que el simbolismo sufriera un enorme empobrecimiento para que los dioses fuesen redescubiertos como factores psíquicos, como arquetipos de lo inconsciente… Desde que cayeron del cielo las estrellas y empalidecieron nuestros más altos símbolos, reina misteriosa vida en lo inconsciente. Por eso tenemos hoy una psicología, y por eso hablamos de lo inconsciente. Todo eso sería, y lo es en efecto, totalmente superfluo en una época y una forma de cultura que tiene símbolos” (Sobre los Arquetipos del Inconsciente Colectivo § 50. Obra Completa vol. 9/1, ed. Trotta)

Giegerich, desde una óptica en cierto modo “nietzscheana” se preguntará si esta misteriosa vida en lo inconsciente no será un desesperado intento por parte de Jung de preservar las estrellas caídas del cielo (de contrarrestar el Dios ha muerto de Nietzsche) manifestando así la resistencia a admitir que el locus (el lugar) del misterio ya no reside en nuestros más altos símbolos y que la expectativa egoica de conexión y pertenencia (otra forma del complejo materno) ya no permite aprehender la dinámica del alma que ahora, desvestida de sacralidad y de moralidad, palpita como la incesante vida lógica que preside la continua evolución de la consciencia.