domingo, 20 de julio de 2008

W. Giegerich: ¿Es “profunda” el alma? (2a. parte)


Acabo de terminar la traducción de este largo y arduo artículo, que puede leerse íntegro picando aquí.

Ya he publicado en el blog la primera parte de “¿Es “profunda” el alma?
Introduciéndose y siguiendo el movimiento lógico del “Fragmento 45” de Heráclito”, como puede verse aquí.

En esta última parte el gran psicólogo no sólo ofrece agudos argumentos en contra de la psicoloogía imaginal, sino que incluso desentraña la cuestionable posición gnoseológica -e incluso psicológica- del mismo Jung, denunciado su “huida ante pensamiento”, no tanto en el sentido de Heidegger, sino ante la dialéctica misma del pensar, que Giegerich considera la vida lógica del alma.


Entre otras cosas, en el artículo Giegerich escribe:


Si la mitología ya contiene la idea de una interioridad absoluta e incluso es consciente del hecho de que esto es de lo que está constituido, ¿qué hay de nuevo en la visión de Heráclito y del salmista? No es el contenido o la substancia. El contenido es material mitológico antiguo. Sólo es nueva la forma lógica en que ahora se concibe esta sustancia. El mito ya es logos, ya es reflexión, es pensamiento, es absoluta interioridad. Pero es logos investido en imagenes naturales, presenta la interioridad absoluta proyectada en su otro, la “”materia extensa” de la imaginación, en otras palabras en un modo opuesto a aquello de lo que trata. Por esto los mitos son paradójicos; Okeanos, que representa la idea de absoluta interioridad, es imaginado como un río ahí afuera en los márgenes del Ser. Así es esta imagen que necesariamente vuelve nuestra orientación hacia la distancia más externa y la sujeta en una fantasía espacial, mientras a la vez nos cuenta que todos los río fluyen desde fuera allí hacia adentro; en otras palabras, que el movimiento esencial va en la dirección opuesta. Por contraste el salmista ya no imagina más un río que circunda el mundo. Piensa en un conocimiento inescapable. Él y Heráclito reducen la idea del movimiento literal o imaginal en la distancia al absurdo, y vencen así el modo imaginal de una vez y para siempre, superando con ello la antigua idea de una contención absoluto, al vencer por un lado la idea mítica de un Okeanos y volver a obtenerla en el modo de reflexión y en el nivel del pensamiento conceptual.

Es con este cambio revolucionario del modo o la forma de conciencia que la psicología se vuelve posible así como necesaria. Mientras la forma de conciencia era verdaderamente imaginal (mítica), no había lugar para la psicología, porque entonces el alma, por decirlo de algún modo, se vertía hacia afuera en y por toda la naturaleza. Si "extendía". Sin embargo la psicología es el alma vuelta a su fundamento natal reflejada en sí misma, no en su otro, la naturaleza. Mientras la conciencia estaba informada por el mito, los humanos aún podían sentir que vivían en el mundo, en la naturaleza, en el cosmos. Esto es imposible ahora para nosotros. Sabemos que vivimos en el alma, en la conciencia, en el conocimiento de Dios, y que el mundo está irrevocablemente afuera.

(…) Nos queda ahora por clarificar cómo se relaciona la concepción heracliteana con la psicología de Jung y viceversa. Jung escribe (OC 8 §680) “En el fondo estamos tan envueltos en imágenes psíquicas que nos resulta imposible acceder a la esencia de las cosas que están fuera de nosotros” . ¿No suena esto como una reformulación (no intencional) de la frase de Heráclito: “No encontrarás los límites del alma, ni aun cuando recorrieras completamente cada camino”? Esto es que no hay salida de la realidad psíquica. Estamos totalmente rodeados por el alma. Claramente, esta es la idea de la absoluta interioridad de la psique en sí misma.
Pero entonces también tenemos que advertir que en la misma frase Jung pone una esencia de las cosas externas a la psique, lo cual es incompatible con la idea de “no hay salida”. Jung sostiene simultáneamente dos enfoques mutuamente exclusivos. No es que con el segundo enfoque se relativice la absoluta interioridad del alma. Más bien, en tanto que absoluta interioridad, queda suspendida en la concepción opuesta, en una orientación linear de extensión y exterioridad. Incluso si es prácticamente inaccesible, sin embargo para esta posición existe teóricamente una salida de la psique; el alma tiene un “afuera” de sí misma. Jung opera con la idea de un más allá en el otro lado de “una barrera a lo largo del mundo mental” (OC 18 §1734), en otras palabras, con la idea de un límite exterior que Heráclito y también el salmista habían reducido al absurdo. Esta segunda posición es diametralmente opuesta a la comprensión que había logrado Heráclito. Jung deja el límite “ahí fuera”, e inalcanzable, mientras que Heráclito lo había interiorizado en el alma.

Así Jung habla con doblez; tiene dos verdades separadas que mantiene aparte por medio de una distribución sistemática. Al “hacer” psicología (cuando habla dentro del campo de la psicología) suscribe totalmente la idea de la “interioridad inescapable”, a veces incluso dando a la psicología el rango de una super-ciencia, una “ciencia” de las ciencias (en tanto todas las ciencias son también expresiones de la psique). Pero cuando reflexiona acerca de la psicología y presenta su teoría general del conocimiento, finalmente invalida la psicología insertándola en una posición general p0ara la cual precisamente la esencia de las cosas esta ubicada más allá de ese límite insuperable, en las “cosas externas a nosotros”. Lo que desde dentro de la psicología es sentido personalmente y declarado explícitamente como de la mayor importancia, lo esencial (nuestros procesos de transformación e individuación, con todas las preciosas imágenes de asuntos últimamente divinos en los que ellas nos involucran) tiene sólo (“no es más que”) el estatus lógico de un tipo de entretenimiento personal en una burbuja que tiene tanto la esencia real y la esencia de la vida real fuera de sí misma. La psicología está cercada, encapsulada en una reserva o un asilo, también podría decirse en una casa de muñecas. Dentro de esta casa de muñecas es libre, infinita o, poniéndolo del otro modo como lo hizo Jung, no tiene “la ventaja de 'un campo delimitado de trabajo'” (OC 9/1, §112), pero la psicología como un todo se define como un “campo delimitado”. Uno tiene que hacerse el tonto y suprimir su conocimiento sobre el estado real de la situación (es decir, que la esencia está ahí afuera) a fin de poder tomarse la psicología en serio. En otras palabras, tiene que actuarse como si uno se la tomara en serio.

Que se diga que la esencia de las cosas fuera de nosotros está totalmente fuera de alcance, y que la barrera es insuperable incluso para “el salto más osado de especulación” (10) tiene como resultado que a todos los fines y propósitos prácticos puede descuidarse la salida fuera de la psique. Dentro de la psicología no tiene efecto. Pedro esto no altera el hecho de que la idea (prácticamente inefectiva) de algo externo a la psique psicológicamente es poderosa. Es lo que determina la validez teórica y el estatus lógico de las cosas psicológicas. La psicología está bajo la fascinación de la orientación hacia un “afuera”.
El poder dominante de esta orientación ni siquiera es destruido para Jung por el hecho de que su visión lo involucra a él y a nosotros en una contradicción (defectuosa, no dialéctica). Pues si es verdad que estamos tan envueltos por imágenes psíquicas que no podemos penetrar en absoluto en la esencia de las cosas que están fuera de nosotros, en primer lugar no podemos saber que hay cosas externas a nosotros, porque necesariamente esta idea no sería a su vez nada más que una imagen psíquica. Sería una fantasía por parte del alma, un contenido del alma que el alma en su interior proyecta afuera de sí misma. Dentro de la psicología Jung insistió en que las proyecciones tienen que retirarse. Pero cuando se trata de la imaginación proyectada del alma en su propio otro, instantáneamente abandonó el enfoque psicológico insistiendo en tomar esta proyección (anímico-interna) de algo externo, como un hecho desnudo. Mientras que dentro de la psicología el alma era omniabarcadora, la psicología misma fue planteada como limitando con, y totalmente rodeada por un otro externa -la realidad “real”.

¿Por qué recurriría Jung a una concepción escindida en sí misma, disociada? Esta cuestión afecta al corazón de su psicología y toca su error básico. Una respuesta involucraría un análisis cabal de su psicología, incluyendo una crítica fundamental de sus ideas de “lo inconsciente”, “lo interior”, “realidad psicológica”, “personalidad”, y “Sí-mismo”, y también de su psico-biografía. Esto está más allá del alcance del presente artículo. He tratado de ofrecer algunos aspectos de una respuesta en mi artículo, “La traición de Jung a Su Verdad: La Adopción de un Empirismo Basado en Kant y el rechazo del Pensamiento Especulativo de Hegel” (11). Aquí sólo quiero señalar un beneficio de esta disociación.

Fundamentalmente al “hacer psicología adentro” (es decir, definirla como teniendo que ver con un “interior” en un sentido externo, abstracto, de modo de mantener dos compromisos últimos mutuamente exclusivos, y al inventarse correspondientemente como dos subjetividades alternativas en la forma de personalidad Nº 1 y personalidad Nº 2), Jung podía continuar operando en el nivel de los contenidos de conciencia sin tener que volverse conciente de y asumir responsabilidad por el problema de la forma lógica de la conciencia. He acentuado que Heráclito, al traer la noción de límite de ahí afuera al territorio natal del alma como la idea auto-contradictoria, invertida de su límite interno o interior, había descompuesto o corrompido de una vez y para siempre esa forma de con ciencia que se orienta primariamente mediante la intuición sensorial y la imaginación. En cambio avanzó hacia una forma pensante, reflectiva de conciencia como el único modo adecuado en el cual pensar acerca del alma. Dos mil quinientos años después de Heráclito, Jung esperaba salirse, en su concepción del nuevo campo de la psicología de lo inconsciente, permaneciendo en el antiguo nivel de conciencia y sintiéndose eximido de tener que pensar en los temas primarios del alma. La escisión a la que recurrió le posibilitó ofrecer, por un lado, una casa de muñecas para todas las imágenes míticas e ideas del alma, una casa de muñecas no obstruida por ninguna pretensión metafísica que inevitablemente implicaría una conciencia moderna, y por el otro lado, pagar tributo a la realidad de que los tiempos del mito (de la unidad de alma y naturaleza, de una forma imaginal de conciencia) habían pasado ya irrevocablemente y que hace mucho que habíamos llegado al nivel de una conciencia rota, reflexiva. Satisfizo dos necesidades opuestas, pero no mediante una reconciliación lógica, sino conmutando de una a otra. En otras palabras, actuó la ruptura ahí afuera, en lugar de recordarla, interiorizarla.

He empleado la imagen de la casa de muñecas para la psicología y he dicho que la psicología es libre e ilimitada dentro de esta casa de muñecas, mientras que la casa de muñecas misma se define como “un campo delimitado”. Por supuesto, la realidad reflejada en esta imagen es la personalidad. El planteo estructural de la psicología con la duplicidad de un total rodeamiento por imágenes psíquicas por un lado y de una inalcanzable realidad externa a nosotros por el otro, se refleja perfectamente en la idea de lo inconsciente en la personalidad (el “interior” abstracto) y el mundo real alrededor suyo (el “exterior” abstracto), que a su vez se refleja en la distinción entre los niveles del sujeto y del objeto en la interpretación de los sueños. También aquí vemos cómo Jung actuó la escisión (acted out). Internalizó la psique dentro de la persona en lugar de reflejarla dentro de sí misma. Este es el resultado de su adhesión al modo de la intuición sensorial y de la imaginación, que le obligó a aferrarse absolutamente a algo positivo y empírico-factual, la personalidad humana. Le impidió “recordar” la necesidad del alma de una internalización, la cual, si “recordada”, habría sido una interiorización negativa absoluta.

Su actuar (acting out) en el nivel teórico es lo que más distingue su concepción tanto de la de Heráclito como de la del mito de Okeanos. Estos dos últimos no actuaron la escisión ni estaban escindidos. Ambos eran “completos”. El fundamento inconmovible del planteo de Jung era la frontera abstracta, externa, no psicológica (su “barrera a través del mundo mental”), que separaba “interior” y “exterior” como opuestos mutuamente excluyentes estando espalda contra espalda, por decirlo así, un poco como los dos semicírculos en el mandala “roto” de Jakob Boehme (12). Esta disociación era el tributo que tuvo que pagar a la modernidad, y fue lo que impulsó su “aspiración hacia la completitud”. Porque Jung externalizó el límite abstracto (es decir, lo dejó “ahí afuera”) no penetró en una noción psicológica (interiorizada) de lo interior. Como muestra su internalización de lo interno en algo externo, propiamente en el “hecho positivo” llamado ser humano, su psicología permaneció sujeta a la positividad y al pensamiento externo, por mucho que intentara adquirir un sentido del alma.

(…) Otro pequeño ejemplo puede ilustrar el hecho de que Jung intentó lograr en el nivel del contenido (observable, empírico, es decir “hechos” externos) lo que había excluido teóricamente y había prohibido vehementemente en el nivel de la forma lógica (su propio pensamiento, el planteamiento teórico de la psicología) Estoy hablando de su teoría de la sincronicidad. En su pensamiento bien considerado, lo “interior” por una lado estaba separado de lo “exterior” (el objeto externo a nosotros) por una barrera insuperable, como hemos visto. Pero por el otro lado Jung mostró que se unían en ciertos acontecimientos empíricos (llamados sincronísticos), una unión que parecía prometer no menos que la superación última del golfo entre la física y la psicología. Mediante la observación de “hechos” intento entrar por la puerta trasera que había arrojado a través de la entrada oficial y especializada. ¿Cómo puede un psicólogo poner la carga de la prueba o la autoridad en lo empírico, en la observación de hechos externos? ¿Cómo puede querer salirse de la línea de fuego, posando como un observador neutral, inocente? La implicaciones de la teoría de la sincronicidad amenazan absolutamente, en verdad sacuden, nuestra visión del mundo usual. Pero Jung no asumió responsabilidad por su teoría. Él no tenía la culpa. No tenía nada que ver con ello. No había, por su propia cuenta, llegado a una pretensión “metafísica” de una última unidad. Tan sólo había descubierto ciertos “hechos empíricos” acerca de la naturaleza psicoide más profunda del inconsciente colectivo. Vergonzoso.

El sujeto, uno mismo, el propio pensamiento, tiene que asumir responsabilidad por cualquier cosa que afirme en psicología, porque la única entrada a la psicología es mediante mi propia subjetividad (la de cada persona), que a su vez sólo es accesible especulativamente reflejándome en algún otro (una manifestación dada o un documento del alma) mediante la interiorización negativa absoluta. No es accesible empíricamente mediante introspección, que no es sino una vuelta a casa meramente literal, positiva, por cuanto mira al sujeto sólo como su nuevo objeto de estudio, sin alcanzar nunca la interioridad psicológica.

Vemos que Jung aún intentaba “viajar por cada camino ahí afuera”, por así decirlo, en busca de los límites del alma. Que se declarara empirista implica que creía que tenía que hallar la verdad sobre el alma “en la calle”. Pero dos mil quinientos años después de Heráclito, y más de cien años después de Hegel, podría y debería haber sabido que la psicología comienza con la vuelta a casa -no un regreso literal en el espacio, sino un regreso lógico a través de la inversión lógica de la relación común de interior y exterior. Al cementar su empirismo Jung, en contraste con Heráclito, protegió a este empirismo de tener que sufrir su propio destino natural: su superación mediante la experiencia inevitable de no encontrar los límites ahí afuera. Jung frenó la búsqueda a medio camino recurriendo a la ideología. Propuso que el camino es la meta. Esta pretensión es ideológica porque encubre un rechazo subjetivo (el rechazo a someter su empirismo a su destino) bajo una pretendida verdad objetiva. Pero lo que esta pretensión dice no es simplemente la verdad. Sino que equivale a congelar la investigación, no en el sentido físico o imaginal de inmovilizarla (detenerla en su movimiento), sino al contrario, en el sentido lógico de congelar su movimiento en tanto que movimiento, para que pueda continuar más y más allá. No puede llegar nunca a ningún lugar. La investigación no puede hallar su fin natural. Es infinita en el sentido de la “mala infinitud”. En otras palabras, su pretensión es el equivalente ideológico del sentimiento expresado en la idea de la profundidad del alma. A pesar de sus lances revolucionarios en muchas áreas de la psicología, Jung en el corazón mismo de la psicología (es decir, donde es cuestión de su constitución lógica) era un reaccionario. Al permanecer en los “caminos” de Heráclito, prolongó los modos de la intuición sensorial y de la imaginación y se defendió contra la necesidad de entrar en el pensamiento, que le hubiera transportado al límite más externo del “no” instantáneamente. Así logró impedir exitosamente la experiencia de recular de sus movimientos externos (su empirismo), de verse arrojado de vuelta sobre sí con la consiguiente inversión de su lógica. El camino no es la meta. La meta es la llegada efectiva, comprometida y la penetración siempre más profunda o la entrega al “no” de la comprensión de que “no hay límite”, en otras palabras, la interiorización negativa absoluta. La afirmación de “el camino como meta” es la negación positiva de la meta. Y sin embargo la psicología requiere la negación negativa.

No es suficiente enseñar el unus mundus y la complexio oppositorum, ni es suficiente tener y experimentar sueños o imágenes visionarias al respecto. Eso no es psicología para nada, porque aún está proyectada en “hechos” positivos o “acontecimientos” naturales. ¿De qué sirven las imágenes del inconsciente, del sí mismo y la completitud y de un unus mundus, si los sistemas del inconsciente y de la conciencia y de los humanos y el mundo están divididos en contra uno del otro por una barrera insuperable? ¿Se ha vuelto real la completitud porque sueñe una imagen de la completitud? ¿Acaso están remediados un divorcio o una separación entre marido y mujer por ver una película acerca de un matrimonio perfecto? ¿De qué sirve la experiencia de acontecimiento sincronísticos, si la unión de physis y psique sólo ocurre en el “objeto” ahí afuera -el acontecimiento- pero excluye su propio interior de esta unión, justamente yo, mi subjetividad, mi mente consciente? Es obvio que excluye mi mente a partir del hecho de que tengo que experimentar la ocurrencia sincronística como milagrosa (como “misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla”). La respuestas de Jung al problema de la gran escisión en el alma occidental y de los opuestos psíquicos son soluciones falsas porque dejan de lado el problema efectivo. Tienen que dejar de lado el problema real porque están planteadas sistemáticas para ocurrir sólo en un lado -el de las imágenes op experiencias- cuando el problema real es la división entre los dos lados- las imágenes allí y nuestra subjetividad o pensamiento aquí. Por ello cualquier enfoque que se concentre en hechos, experiencias emocionales, imágenes, lo imaginal, se queda corto en el salto. Permanece en un lado de la escisión que quiere superar.

Hay una respuesta al problema de la escisión y los opuestos. Es que tengo que aprender lenta y dolorosamente a volverme capaz de pensar, de comprender conceptualmente la unión de los opuestos- donde verdadero pensamiento no significa de que hago girar ideas en mi cabeza, sino que yo existo como esta comprensión viviente, como el Concepto existente (Hegel). Esta comprensión tiene que haberse vuelto la lógica explícita y real de mi darme cuenta consciente de mi ser-en-el-mundo.

La escisión neurótica en la psique occidental no es realmente patológica. Lo que la hace patológica es que no es entendida -no entendida como un “síntoma” del hecho de que en la historia del alma la conciencia ha avanzado a un percatarse de sí mismo como factor determinante y como una mitad de un todo, un percatarse que simplemente requiere pensamiento y lógica dialéctica. Requiere la corrupción alquímica de la posición empírica en una posición especulativa. La escisión dolorosamente experimentada no es más que una invitación a que la consciencia se permita ser iniciada en el pensamiento y volverse conciencia pensante sensu strictiori. La escisión se vuelve neurótica, patológica, sólo porque se rechaza esta invitación, y la conciencia se encapulla obstinadamente en la inocencia de un modo anticuado de imaginar. La escisión neurótica es un artefacto. Es nuestro dejar que “la barrera a través del mundo mental” permanezca ahí afuera como una barrera positiva. En oras palabras, es nuestro descuido de interiorizarla (como Heráclito), de reflejarla dentro de sí misma (no en nosotros, en nuestro “interior”). Jung intentó localizar y curar la escisión ahí afuera, en la psique de la persona. Pero no es allí donde está. El alma no está escindida, no necesita completitud, porque siempre es completa. La escisión está en la estructura mental de Jung (y la nuestra). Se produce por el empirismo obstinado, la fijación en la imagen, la fobia a la especulación, que pone patas arriba el límite interior del alma (su contradicción interna o la dialéctica de su vida lógica), trasladándolo desde la negatividad del alma a la positividad de realidades imaginadas, de modo que el límite interior de repente aparece como una “barrera” sólida o una ruptura positiva entre dos reinos separados, inequívocamente distintos, ontologizados -el interior positivizado (o psíquico, “lo inconsciente”) y el exterior igualmente positivizado (o el mundo “objetivo”); exactamente como los dos círculos opuestos por detrás del mandala escindido de Boehme. Pero, por supuesto, se necesita la escisión ahí afuera si se quiere ser el observador neutral inocente y que la psicología sea una ciencia natural.

¿Por qué tenemos neurosis? Aparte del aspecto externo (no aún psicológico) de las condiciones contingentes que yacen en la propia biografía personal, hay dos razones psicológicas. La primera es que el límite interno del alma (su vida dialéctica) está dada la vuelta hacia afuera, lo cual resulta en (1) una escisión o ruptura factualmente existente, y (2) una estructura mental positivizante. La segunda razón es que, debido a esta compulsión por positivizar, la personalidad se identifica (es decir, se vuelve idéntica) con el límite exterior ahora abstracto, y así tiene que existir personalmente como la barrera encarnada que mantiene dos lados aparte y los disocia.

Yendo de la neurosis individual a la neurosis cultural, podemos decir que la personalidad se ha vuelto el límite existente al haber sido interpuesta, como una cuña, justo en el todo de la experiencia a fin de ser la pared divisoria que separa este todo integral en dos clases opuestas de experiencias, las que “nos parecen” “derivarse de un entorno 'material' al que pertenecen nuestros cuerpos” (lo exterior) contra “otros, que en ningún modo son menos reales” pero “parecen provenir de una 'fuente espiritual'” (ver OC 8 § 681), tales como nuestros sueños, fantasías, ideas. Llamamos a esta personalidad interpuesta, que intercepta, la “ego personalidad”. Al existir como la frontera encarnada que escinde el mundo en dos, “el mundo físico” aquí y “el mundo espiritual” (ibid.) allí, fundamentalmente tiene un rostro de Jano. Tiene dos verdades separadas, dos antípodas “fuentes de contenidos psíquicos que pueblan mi campo de consciencia” (ibid.), dos orientaciones opuestas. Oscila entre mirar fuera (extraversión) y volverse dentro (introspección, introversión); ella es la neurosis. El que la ego personalidad es la neurosis no significa por supuesto que en todos los casos tenga que haber una neurosis personal en el sentido clínico. Por el contrario, mientras más sea la neurosis, más probable es que esté libre de desórdenes neuróticos. Mientras más invadida esté por una neurosis individual, probablemente más se rehuse a existir como la escisión neurótica. Y la doctrina tipológica de Jung es la celebración y la justificación de la escisión neurótica al elevarla al rango de una teoría general.

La penetración en la “ego personalidad” como la cabeza de Jano apoya nuestra visión de que “interior” y “exterior” son ambos igualmente externos. Son como mirar a la izquierda y girarse para mirar a la derecha, como mirar al norte y darse la vuelta para mirar al sur. Las imágenes oníricas como tal no son “internas” en un sentido psicológico. Son "interna” sólo para el entendimiento poco atente de la conciencia cotidiana que toma el mero nombre “interno” por la cosa misma, adhiriéndose a un sentido externo de la oposición interior-exterior. Las imágenes oníricas son tan hechos externos (empíricos) como las piedras, los árboles, los animales, la gente que experimento en el mundo físico, y tienen su verdadero interior, es decir yo (“mi campo de conciencia”), semejantemente fuera de sí mismas. Que arbitrariamente llamemos internos a un clase de objetos ante nosotros (pensamientos, sentimientos, imágenes del sueño y de la fantasía) es sólo señal del sentido abstracto vigente de límite y de la internalización de este límite externo o su identificación con la personalidad humana positivizada. Y es la señal de una defensa contra el alma y su interiorización negativa absoluta, su reflexión-dentro-de-sí-misma. Es la señal de un deseo de hacer psicología pero sin embargo preservar el “yo” fuera, para que pueda ser el científico empírico auto-idéntico. Y es una señal de evitar el pensamiento, la lógica. Si se supone que una cierta clase de fenómenos son lo “interior” en tanto que opuestos a otros como “exterior”, y si hay un objeto hipostasiado llamado “el Sí Mismo”, yo mismo en tanto que subjetividad estoy exceptuado. No atengo que percatarme de mí mismo. Esta todo allí afuera. Empero la psicología comienza donde cualquier fenómeno (sea físico o mental, “real” o imagen de la fantasía) es interiorizado, absoluta-negativamente dentro de sí, y me encuentro en su infinidad interna. Esto es lo que se requiere; la psicología no puede ser tenida por menos.

Es interesante que puedo “salir” y sentirme liberado sólo llegando al centro de la experiencia como tal, a fin de ser la barrera divisoria. Esta contradicción resulta de la naturaleza dialéctica de la existencia. La ego personalidad común y el conocimiento del científico son la barrera en el sentido de que retienen detrás de su espalda los aspectos arquetipales, religiosos, metafísicos de la experiencia denominándolos supersticiones o al menos como “meramente subjetivos”, a fin de tener sólo hechos positivizados frente a ellos.

Jung, el psicólogo del inconsciente colectivo, inventó una segunda manera de salirse metiéndose cada vez más a fondo. ¿Cómo preservó su neutralidad? No se dio simplemente la vuelta de modo de contemplar las imágenes psíquicas teniendo los hechos positivos de la realidad detrás suyo. Más bien, amplió nuestra visión común o nuestro sentido común de lo real para que incluyera los aspectos arquetipales usualmente ignorados. Ya sabemos que extraversión e introspección son igualmente externas. ¿Cómo entonces existía como la barrera y que preservó a su espalda? Jung mantuvo a su espalda la dinamita religiosa, metafísica, contenida en las fantasías arquetipales y las ideas del alma. Podía contemplar los misterios del gnosticismo, el dogma cristiano, las concepciones metafísicas, incluso a las ideas delirantes más extrañas y las supersticiones sin riesgo para su sentido común, porque se había interpuesto justo en el medio de estas ideas o imágenes, dividiendo su contenido arquetipal como intereses legítimamente psicológicos (“realidad psicológica”) de su aspiración inherente hacia la verdad, que tenía que excluirse so pena de la propia salud mental.

En otras palabras, Jung repitió la misma división con la que la ciencia positivista se liberó de cualquier implicación religiosa o metafísica, sólo que ahora en un nivel más refinado, más profundo. La aplicó precisamente a lo que las otras ciencias habían excluido sistemáticamente. La cuchilla con la que pudo interponer la ego personalidad científica en lo que la ciencia hasta ahora había mantenido detrás de su espalda fue su invención de una segunda clase especial de realidad o de verdad, la ya mencionada realidad psicológica. Esta ingeniosa invención le permitió someter incluso las ideas arquetipales o lo imaginal a la misma positivización que previamente había despojado a “la naturaleza” de cualquier “proyección” arquetipal. “Cuando la psicología habla, por ejemplo, del motivo del nacimiento a partir de una virgen, sólo se ocupa del hecho de que hay tal idea, pero no se ocupa con la cuestión de si tal idea es verdadera o falsa en cualquier otro sentido” (OC 11, §4). Aquí vemos en acción no la navaja de Occam sino la de Jung. La sustancia arquetipal es separada, castrada, deesprovista de su aspiración a la verdad, reducida a la “ocurrencia” (ibid.) factual o la existencia de su contenido abstracta. Esto es -horribili dictu- positivismo arquetipal, positivismo aplicado a lo imaginal mismo. La verdad psicológica se define aquí precisamente como lo que excluye la verdad real; la verdad real que tiene que ser mantenida detrás de la espalda del psicólogo. De modo que Jung rescató los contenidos imaginales para el enfoque científico pagando por ello con el alma de esos contenidos -su aspiración a la verdad. Sin embargo vendió el residuo resultante como la definición de psicología. Hizo todo esto a fin de evitar caer en la lógica dialéctica y la especulación.

Pero ahora tenemos que darnos cuenta, también, de que la personalidad como la cabeza de Jano, es ya la dialéctica, el Concepto existente, sólo que dado vuelta hacia afuera, y por tanto en su forma congelada, endurecida como frontera literal o disociación. Por ello necesita y tiene la idea sentimental de que “el alma es profunda” para consolarse de y disfrazar su propia petrificación lógica. En el sentimiento romántico tiene el otro lado separado inherente en la dialéctica (otro que su naturaleza contradictoria), propiamente la interioridad y fluidez dialéctica como alma de toda realidad y como vida lógica (una interioridad que ahora, bajo el disfraz de este sentimiento romántico, es también abstracta, externalizada, reificada). Si Heráclito puede ser considerado el padre de la psicología, la psicología tiene que aprender de su fragmento: (1) que la idea de alma hace de bisagra cuando se llega efectivamente a sus límites y por lo tanto a un sentido de oposición o contradicción (interior-exterior), (2) que sólo es posible llegar ahí por medio de y en el pensamiento, y que es llegada negativa, o llegada a un “no”, permeada por este “no”, (e) que tal llegada conduce a una interiorización absolutamente negativa de “límite”, que resulta en una interioridad a través de la cual (4) el límite se descompone en tanto que barrera positiva cual solía ser para la mente imaginadora y se evapora en la fluidez de la dialéctica viviente. Tal es la profundidad del logos del alma.

© Wolfgang Giegerich
© trad. al castellano de Enrique Eskenazi

Notas

(10) Jung, OC 18 §1734, traducción modificada
(11) Harvest 44, No. 1, 1998, 46-64
(12) Ver Jung, OC 9/i, Fig 1, §297

sábado, 19 de julio de 2008

W. Giegerich: ¿Es “profunda” el alma? (1a. parte)


Últimamente he publicado varios artículos de Heidegger que hacen alusión al tema del pensar (Qué significa pensar, y Construir, habitar, pensar, entre otros) al pensamiento (como Serenidad, y La pregunta por la técnica, y Desde la experiencia del pensamiento, entre otros) y también acerca del logos.

Heráclito fue aquél pensador del logos (traducido usualmente como “verdad”, “medida”, “discurso”, “razón”, “fundamento”, entre otras muchas posibles acepciones) que en su fragmento 45 enunció: “No encontrarás los límites del alma (psyché) ni aún cuando recorras íntegramente cada camino sobre la tierra; tan profundo (bathys) es su logos

Con la amable autorización de Wolfgang Giegerich, estoy traduciendo su artículo: ¿Es “profunda” el alma? Introduciéndose y siguiendo el movimiento lógico del “Fragmento 45” de Heráclito, publicado originalmente en la revista Spring 64, 1998

En este maravilloso artículo están contenidas las ideas esenciales del pensamiento de Giegerich: la vida lógica del alma, el pensamiento como una actividad que supera a la imaginación y la penetra, el salto de la ontología a la lógica, el “alma” como reflejo de un proceso, así como sus agudas críticas a la psicología imaginal de James Hillman.

He aquí la primera parte de esta traducción

¿Es “profunda” el alma? Introduciéndose y siguiendo el movimiento lógico del “Fragmento 45” de Heráclito
por Wolfgang Giegerich
(pub. en SPRING 64, 1998), trad. Enrique Eskenazi

¿Es ”profunda” el alma? La pregunta no pareciera tener sentido en la psicología profunda, puesto que la profundidad del alma es uno de los presupuestos dados con la misma definición del campo. El conocido “Fragmento 45”(Diels)(1) de Heráclito -"No encontrarás los límites del alma, aunque viajaras por todos los senderos: tan profunda medida tiene”(2)- se ha tomado frecuentemente como la formulación más antigua de la intuición de la profundidad del alma, y por esta razón Heráclito ha sido considerado uno de los precursores de la psicología profunda.
Pero ¿propone este aforismo la tesis de la profundidad y, en caso de que fuera un enunciado sobre la profundidad del alma, cuál es el significado preciso de “profundidad” o “profundo” en este caso? Estas son preguntas que pueden plantearse razonablemente.

Acercarse a un texto antiguo con tales preguntas en mente no hace que la subsiguiente discusión sea un estudio filológico o histórico. Su interés es por el alma, pero como el alma no puede tratarse directamente, este estilo de investigación psicológica tiene que asumirá la forma de comentario sobre “documentos del alma” dados. La pregunta psicológica no es ni puede ser qué y cómo es el alma, sino cómo se refleja el alma en sus manifestaciones. No somos tan ingenuos como para querer confrontar el alma directamente. Hemos entendido que la psicología es el estudio del reflejo en algún espejo y no el estudio de aquello de lo cual la imagen en el espejo es un reflejo. Esta vuelta hacia lo ya reflejado no es un truco para después de todo llegar al alma, la cual de otro modo es invisible, ni un segundo mejor sustituto en lugar de "la cosa real". Por el contrario, sabemos que lo ya reflejado es "la cosa real" de la psicología.
Aparte de la cuestión del alcance de significados de la palabra griega usada aquí para “profundo” (bathys), tres rasgos de nuestra cita requieren atención.

1. Si uno se acerca a nuestro fragmento con la expectativa de que es el locus classicus acerca de la profundidad del alma, uno se sorprende de encontrar, mirando con más atención, que Heráclito no dice que el alma es profunda. Usa la palabra “profundo” con respecto al logos del alma (que en la versión traducida arriba ha sido vertido como “medida”). El logos es profundo. Que esto también haga profunda al alma, es una cuestión abierta.
2. Tendemos a conectar “profundidad” primariamente con verticalidad. Así James Hillman, después de citar nuestro fragmento, afirmó “Desde que Heráclito unió alma y profundidad en una formulación, la dimensión del alma es la profundidad (no extensión o altura) y la dimensión de nuestro viaje anímico es hacia abajo”(3). Y en una nota al pie de la cita, añade, “el alma no está en la superficie de las cosas, las superficialidades, sino que llega hacia abajo a profundidades ocultas, una región que también se alude como Hades y muerte”(4). Ahora bien ¿no es extraño que la fantasía que Heráclito nos presenta en la parte más larga de este fragmento sea de horizontalidad, un movimiento sobre la superficie de la tierra? Cuando Thomas Mann abre su novela “José y sus hermanos” con la frase: “Profunda es la fuente del pasado” sabemos inmediatamente que la perspectiva es hacia abajo. Sin embargo aquí no hay ninguna imagen de una fuente, ni sugerencia de “abismo”, “fundamento”, “inframundo”, “fondo” o “sin fondo”. No puede caber duda de que Heráclito piensa primariamente en términos de extensión. Habla de “todos los caminos”, de viajar, de fronteras, límites. Los caminos siempre siguen la superficie de la tierra. Pueden ascender a una sierra o bajar al valle, pero nunca abandonan la superficie y sirven al objetivo de llevarlo a uno horizontalmente de aquí para allí. (El viaje al Inframundo no procede por caminos). Además la palabra traducida como “viajar”, epiporuesthai, con su prefijo epi, sugiere explícitamente el movimiento horizontal. Se usa típicamente para la marcha de un ejército y para atravesar un área, aspecto que en nuestra cita se ve reforzado por la idea del límite o la frontera, que se encuentra después de haber atravesado completamente una región o país. Hay también en el texto una palabra adicional, ion (participio presente de iénai, ir, andar) que no suele traducirse en las versiones modernas porque se siente que su significado está contenido en el de “viajar”, pero que es apto para fortalecer la fantasía de movimiento horizontal. Y conversamente no hay nada en el texto que sugiera un ascenso o un descenso. Por supuesto, puede pensarse que al argumento de Heráclito podría haber sido: el movimiento horizontal es inadecuado para el alma, por lo tanto tenemos que llegar a la conclusión de que la dimensión más propia del alma es completamente diferente de profundidad y descenso. Y no extensión horizontal ni amplitud. Pero como muestra la palabra bouto (bathys) (tan profundo), no se establece contraste entre la primera y la segunda parte del fragmento, siendo la fantasía horizontal la que conduce al enunciado final, apoyándolo.
3. Qué extraño sería que Heráclito, al pensar acerca de la dimensión del alma (psyché) ofreciera la imagen de viajar por caminos (carreteras). Nadie que hoy intentara buscar los límites del alma comenzaría con la idea o imagen de una búsqueda en el mundo exterior, porque se entiende que los límites del alma no se encuentran en primer lugar ahí. ¿No es acaso el alma algo invisible, inmaterial, inespacial y, sobre todo, algo interior a nosotros, de modo que cualquier movimiento por caminos en la realidad externa (sin tomar en cuenta si se lo entiende literal o metafóricamente) está fuera de lugar, por principio? A menos que, por supuesto, psyché en Heráclito no esté definida como “interior” (dentro de los humanos) versus “exterior”, sino que se extendiera fuera en el mundo. Entonces lógicamente éste sería el lugar donde debiera buscarse primeramente. Fuera cual fuera la idea de alma de los griegos o de Heráclito, la elección de la imagen deja claro que psyché debe ser tal que tiene alguna plausibilidad buscar sus límites afuera viajando por cada camino, aunque más no fuera preliminarmente. No puede ser parte de la definición a priori de la psique el que tenga su sitio dentro de nosotros, y que consista en lo que ocurre en nosotros, nuestras emociones, pensamientos, imágenes, deseos, etc.

La última parte de nuestro texto acerca de la profundidad del logos del alma no es la parte de importancia de nuestro fragmento. Sólo presenta el resultado o la conclusión de un proceso de pensamiento, un resultado que apenas si es algo más que un breve nombre abstracto para la idea que ha de transmitir. La idea misma, lo que implica y el modo en que se adquiere, sólo puede aprehenderse de la primera frase acerca de la búsqueda de los límites del alma. No basta saltar a dos palabras sueltas (“profundidad” y “alma”) del texto y, sin tomar en cuenta el contexto y el proceso de pensamiento en que ocurren, atribuirles cualquier significado que asociemos usualmente con ellas a fin de explotarlas para nuestros fines. Además no debemos permanecer absortos ante la pretendida mística de que "el alma es profunda” y repetir insensatamente este eslogan como un estático artículo de fe. El “Fragmento 45” habla expresamente de viajar. Y aunque no lo hiciera, aún tendríamos que honrar a Heráclito como un pensador y a nuestro fragmento como un ejemplo de pensamiento viviente, en otras palabras: como movimiento. Sería un insulto a Heráclito suponer que lo único que pretendía hacer con este fragmento era establecer una especie de “máxima áurea de sabiduría” acerca de la profundidad del alma; no se trata de sabiduría, ni de máximas, ni de una verdad estática y acabada, sino de un pensamiento. Tenemos que entrar en el preciso y complejo proceso de pensamiento que Heráclito condensó en este fragmento, y pensarlo, reconstruirlo, es decir, seguir su movimiento interno; tenemos que desarrollar lo que nos presenta en la brevedad de una frase. Para hacer esto, tenemos que dejar atrás todo el equipaje que traemos, todas nuestras ideas preconcebidas acerca de la naturaleza del alma, así como de su “profundidad”, y someternos de hecho al viaje mismo al que nos envía nuestro texto, a fin de descubrir adónde conduce este movimiento y cuáles son sus resultados.

Heráclito nos envía a buscar los límites del alma. A fin de hacerlo, se supone que avancemos y viajemos no sólo por un camino, sino por cada camino posible, en todas las direcciones posibles, y debemos viajar cada uno de estos caminos, por así decirlo, todo a lo largo (como lo implica el sentido de “atravesar” contenido en epiporeuesthai). El filósofo nos somete a un experimento mental; es obvio que empíricamente no podemos viajar cada camino hasta su final (especialmente en un tiempo en que viajar por un camino significaba viajar a pie o a caballo). La vida es demasiado corta, nuestra fuerza física demasiado pequeña. No, no tenemos que abandonar nuestra casa físicamente. Tenemos que hacer una expedición en la mente. Supongamos, nos dice Heráclito, que no hubiera ningún límite respecto a tiempo y fortaleza, que no hubiera limitaciones humanas, ni la naturaleza finita de la existencia humana, y que tuviéramos la capacidad de viajar efectivamente cada camino todo a lo largo (se podría incluso extender la idea incluyendo nuestros modernos modos técnicos de transporte: vehículos motorizados, aviones, naves espaciales y transformar la afirmación de Heráclito en lo siguiente: supongamos que fuéramos capaces de inspeccionar cada rincón del universo)- descubriríamos que no podemos hallar los límites del alma.
La idea no es en absoluto la imposibilidad humana de llegar a los límites del alma. No es un problema práctico. Heráclito no trata de decirnos que la tarea es demasiado grande o difícil para nosotros. El fragmento habla, más que sobre nosotros y nuestras insuficiencias, acerca de la naturaleza del alma, como deja claro la última frase respecto a “la profundidad de su logos”. La cuestión es que en principio los límites del alma no pueden encontrarse, no podrían hallase ni por un ser sobrehumano. Esto quiere decir que no hay límite, el alma es ilimitada, infinita. Este es un pensamiento difícil. ¿Qué quiere decir?

Se podría pensar que significa que el propio viaje podrá continuar, interminablemente. Pero tal sentido de infinito no se ve apoyado por nuestro fragmento. Esto sería lo que filosóficamente se llama “el progreso infinito” y que Hegel ha mostrado que es “la mala infinitud” o “mala metafísica”. La idea que Heráclito ha elucidado y pronunciado no habría sido profundizada o no estaríamos a su altura, porque aún esperaríamos algún límite, aún cuando se ha entendido que nunca llegaremos a él. La idea de Heráclito en cambio es definitiva, esto es, pone fin a cualquier búsqueda de límites del alma. Su idea vuelve absurdo a priori cualquier intento de encontrar los límites del alma. Todo el proyecto se ve frustrado, negado; se muestra que no sólo es fútil, sino irrazonable desde el comienzo. No acabamos en al indeterminación de una “profundidad” en el sentido de una extensión inacabable en la distancia (independientemente de si es horizontal o vertical). No, ha sido implacablemente eliminada la orientación entera hacia una profundidad sin fondo, la expectativa infinitamente autoperpetuada de un fin a la propia búsqueda en algún futuro inalcanzable; no se trata de un “aún no”, en un futuro siempre diferido, sino de un “no” concluyente que, aquí y ahora, acaba con todo coqueteo con la idea de un límite del alma ahí afuera.

El resultado con el que acabamos es paradójico. La idea es que el alma “no tiene límites”, pero esta idea resulta ser en sí un pensamiento terminante y, como tal, un nuevo límite. El resultado final de la reflexión de Heráclito no es en absoluto una total ilimitabilidad. El cierre que no se encuentra de hecho o in re (como límite del alma) recurre nuevamente en la mente, dentro de nuestro pensamiento, como su límite, como un pensamiento limitador que termina con nuestras expectativas infinitas y con nuestra búsqueda de un límite. La reflexión de Heráclito, en lugar de privarnos de un sentido de límite, produce un transporte de “límites” desde la esfera de lo real a la de lo mental o ideal, desde el “objeto” (el alma, la realidad psicológica) al “sujeto”, de lo ontológico a lo lógico.

Otra paradoja es que tenemos que someternos efectivamente a la búsqueda de límites viajando por cada camino a fin de descubrir que esta búsqueda es irrazonable.
El alma no tiene límites. Esta es una contradicción. “Borde” (límite, frontera) significa dos cosas: a) limitación, fin, constricción, encierro y b) un limitar con otro, con algo nuevo, foráneo, y en este sentido una apertura a nuevas regiones o países. Si el alma no tiene límite, esto resulta en una inversión con respecto a los dos aspectos de "borde”. Donde “borde” significa limitación, el alma es ilimitada, infinita; donde “borde” significa apertura a un exterior, tenemos que darnos cuenta de que el alma no tiene con qué bordear, y que “alma” implica absoluto confinamiento(5). Conversamente, esta inversión del orden natural de las cosas muestra que con su idea de “sin límites” Heráclito no usa meramente la palabra “alma” sino que toca la realidad que significamos por “alma”, pues el alma es un “mundo invertido (o boca abajo)” (Hegel), es contra naturam.

Estamos desesperadamente cercados por el alma. No hay nada fuera de la psique, no hay otro, nada nuevo. La idea o la lógica del alma excluye un más allá, un “extranjero”. No podemos salir. No hay nunca un punto donde habría una línea demarcatoria que separe lo que está dentro del alma de lo que está ahí fuera. Estamos desesperadamente atrapados en el alma, es decir, en su absoluta interioridad; sin salida (6), sin escape. Quiero elucidar esta noción de absoluta interioridad en el sentido de encierro inescapable, volviendo a otro texto de otra civilización, n la que -mutatis mutandis- se presenta “la misma” idea con mucho más detalle y plasticidad, aunque con respecto a la presencia de Dios en lugar de la psique. Es un texto del Antiguo Testamento, Salmos 139, líneas 1-16:

“Señor, tú me escrutas y conoces, sabes cuándo me siento y cuándo me levanto, mis pensamientos calas desde lejos, esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes, familiares te son todas mis sendas. Que no está aún en mi lengua la palabra y tú, Señor, ya la conoces entera; me tienes por delante y por detrás y tienes puesta sobre mí tu mano. Tal ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla.
¿Adónde iré yo lejos de tu espíritu, adónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el Seol me acuesto, allí te encuentras. Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar al extremo del mar, también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende. Aunque diga “me cubra al menos la tiniebla y la noche sea en torno a mí mi ceñidor” ni la misma tiniebla es tenebrosa para tí y la noche es luminosa como el día...
Mi alma conocías cabalmente y mis huesos no se te ocultaban cuando era yo formado en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra. Mi embrión tus ojos lo veían, en tu libro están escritos todos los días que han sido señalados sin que aún exista uno solo de ellos”.

Lo que Heráclito presentó resumidamente en una frase y en el solo pensamiento de viajar “cada” camino, el salmista lo explicita. En su experimento mental el salmista viaja realmente por cada posible camino en todas las direcciones. Ya fuera al final del mundo en el Este donde el sol se levanta o al Oeste donde se pone en el océano, ya subiera al Cielo o descendiera al inframundo, se ve forzado a darse cuenta de que todos modos estaría contenido en la presencia de Dios. Ya esté en movimiento o en quietud, no puede huir. Aún la aparente privacidad de sus pensamientos o la oscuridad de la noche (o, podríamos añadir, la oscuridad de lo “inconsciente”), de hecho, aún ni el pasado prenatal es un área que pudiera ofrecer al menos algún afuera teórico. El salmista expresa la intuición de estar inescapablemente rodeado por todos los lados, en el tiempo, en el espacio empírico y cósmico así como en el reino interior de los propios pensamientos y sentimientos. Todo, su existencia entera, está contenido absolutamente en un conocimiento absoluto (“autónomo”, “objetivo” y a priori), en un ser conocido que se experimenta como un aprisionamiento.

Si no hay huida y no hay fuera, entonces sólo hay interioridad: absoluta interioridad. Es absoluta porque esta interioridad no es la contraparte de una exterioridad. Esta interioridad es incontestada: infinita. Nuestra noción habitual de interioridad o de “lo interno” es abstracta o externa, porque según ella lo interior tiene su otro, lo exterior, fuera de sí, en el otro lado del borde entre ellos, y lo interno es igualmente exterior al mundo externo. Nuestro salmo nos hace darnos cuenta de que toda “exterioridad” concebible está ya (a priori) dentro de este conocimiento omniabarcador. Así nos vemos obligados a avanzar a un sentido de una interioridad “interior” que ha interiorizado en sí misma incluso la noción de un "exterior". En el nivel de conciencia alcanzado por el salmista y por Heráclito, un exterior “real” se ha vuelto inconcebible. Estamos absolutamente encerrados ya sea en la interioridad de un ser conocidos por Dios (Salmo 139) o en la interioridad de la psique (Heráclito, Fragmento 45).

Impulsado por el deseo de salirse, el salmista intentó en su experimento mental todo tipo de "exterior" imaginable. Y experimentó cómo se falsaba la hipótesis de que podría haber una salida hacia afuera. De este modo adquirió dolorosamente un nuevo estatus de conciencia determinado por la idea de una interioridad inescapable. Aún cuando Heráclito nos de una condensación más breve de su experimento mental, podemos suponer a partir de lo que dijo que su proceso de pensamiento fue “el mismo”, y vemos que conduce al mismo resultado. El primer aspecto de este resultado es el carácter de aprisionamiento de nuestra contención en el alma. Pero hay también el otro aspecto de la idea de “sin límites” o “sin borde”: la de la infinitud del alma. Es ilimitada. Ya sabemos que esta infinitud no puede querer decir una interminable extensión en la distancia, ni especial ni en el tiempo (pasado o futuro). El conocimiento de que no hay límite opera como un nuevo límite, no sobrepasable, en el que como delante de una pared de ladrillos se repele nuestra aspiración a llegar a un límite en la infinita distancia. Se arroja de nuevo y se refleja sobre sí mismo. El nuevo límite es la pared de la absoluta prisión, que es absoluta porque no separa libertad ahí afuera de aprisionamiento aquí adentro. En tanto la infinitud del alma está ella misma absolutamente encerrada en su absoluta interioridad, no puede huir más y más hacia la extensión. Es regresada adentro, forzada hacia el interior, interiorizada dentro de sí misma.

Pero cuando la implacable orientación hacia la exterioridad espacial en una distancia interminable se ve obligada a retornar adentro ¿adónde puede ir? Inevitablemente tiene que explotar la noción literal, natural, propiamente espacial de “lo interior” y abrirse así a una dimensión enteramente nueva, la de la “intensión”. Pero no, “explosión” es un error, aún está ligada a la orientación extensiva. Tenemos que hablar de una implosión. Pero de nuevo, esta no es la expresión adecuada, porque implica un proceso demasiado violento. La interioridad infinita o la infinitud interiorizada acaece mediante el proceso alquímico, lógicamente negativo, de una putrefacción interna, corrupción, fermentación, sublimación aún más profunda dentro de sí de "lo que sea que está allí".
Sin embargo esta conquista de la dimensión de una infinitud intensional o “interior” equivale a nada menos que a un colapso de todo pensamiento espacial. Y este a su vez es el colapso del modo de la imaginación en favor de la reflexión, del pensamiento en sentido propio. Heráclito es llevado más allá de la imaginación. De modo semejante, el salmista es llevado más allá de lo imaginal, más allá del mito. No sólo se superan de una vez para siempre todos los lugares empíricos sobre la superficie de la tierra y el mundo entero de la naturaleza, sino también los topoi estrictamente imaginales o arquetipales del Cielo y el Inframundo en favor de la nueva dimensión de un conocimiento omniabarcador, que lo penetra todo. La importancia de la esfera mental se acentúa por la inclusión de los propios pensamientos ocultos (planes) y las palabras aún no proferidas en este ser conocido previamente mencionado. Hay un desplazamiento radical, revolucionario, respecto al sitio de la existencia humana. Ahora la existencia humana tiene su lugar primario dentro de un “ser conocido” inescapable y ya no, como en tiempos del mito politeista, en el simple ser ingenuo, en el cosmos, en la naturaleza. En este salmo presenciamos el origen de un primer darse cuenta de la “consciencia”, en otras palabras, de una real consciencia de la consciencia, y por ello el comienzo de un sentido de lo psicológico. El ser-en-el-mundo (inocente, natural (7)) -y por tanto ontológico- es reemplazado por un ser en la esfera especulativa de la reflexión, consciencia, logos como ser “roto” (reflejado) o superado- del mythos al logos.
Puesto que este salmo es un texto de la Biblia y en la superficie habla a y acerca de Dios, tendemos a leerlo teológicamente, en términos de devoción. Pero una lectura teológica no puede hacerle justicia. Disminuiría su importancia y neutralizaría su impacto revolucionario envolviéndolo regresivamente en una fe convencional. Nuestro texto es sobre todo un documento esencial en la historia del alma, prestando testimonio del origen de un estadio nuevo de conciencia. No deben cegarnos la palabra Dios y nuestra reacción “natural” a ella. Este texto no es acerca de Dios, como si Dios fuera primero que nada una positividad dada cuya naturaleza estaría aquí descrita. Muchos dioses míticos tenían el atributo de ser omniscientes. Pero en el mundo del mito, el dios era la “substancia”, y su conocimiento era uno de sus “atributos” o cualidades. Aquí es al revés. El texto es sobre un conocimiento inescapable. El salmista no quiere huir de Él, que además ocurre que es omnisciente, sino del (de Su) conocimiento, (Su) espíritu, (Su) presencia. El salmista se eleva a la intuición de una contención inescapable en un reino inespacial de reflexión o de un auto-conocimiento (“con-scientia”) “objetivo” (no subjetivo, no personal suyo) y, como era de esperar, a esta contención absoluta le dio el nombre de “Dios”.

Pero se trate de “Dios” o de “la psique”, la experiencia efectiva es análogo en el salmo y en el fragmento de Heráclito, siendo la única diferencia que en cada caso se acentúan momentos diferentes de la misma experiencia. Al personificar esta esfera de reflexión, el texto bíblico acentúa su completa alteridad, su objetividad y autonomía respecto al yo, en tanto que el aspecto de que el recién descubierto “ser-conocido” es un auto-conocimiento se mantiene en una condición subliminal. El salmista siente la necesidad de distinguir y distanciarse de este auto-conocimiento. Por ello el motivo de la huida está en primer plano. Es terrorífico hallarse expulsado de la inocencia de la propia inserción nativa en el mito y despertar a una conciencia de la reflexividad de la existencia. La fuga del salmista es compelida por su deseo de regresar al estadio inocente, irreflexivo y no reflejado, de ser-en-el-mundo (el estadio de ser caracterizado por el mito y el ritual) -precursor del anhelo romántico de Retour à la nature. Pero la primera emergencia de este anhelo de ser aliviado de la carga de la conciencia (en el sentido de Selbstbewußtsein, una conciencia de la conciencia) y los intentos de huir del estado roto, reflejado, de ser viene ya con la intuición de su futilidad; no se complace en una ilusión nostálgica. En efecto, probablemente sólo mediante el sentimiento de la pérdida de unidad, la pérdida de inserción en el mito y el ritual, y mediante la intuición de la imposibilidad de un retorno a la inocencia de ser, se adquiera el nuevo sentido de “internidad” (in-ness) en un auto-conocimiento. El intento de salir fuera de su contención en el conocimiento de Dios es, dialécticamente, el modo en que el salmista adquiere realmente la idea de esta contención para sí y se establece en ella, sacando definitivamente la existencia humana de estar roedada por el mito y fundándola en cambio en la reflexividad; precitamente intentando huir consigue comprender él mismo la intuición de su inescapable contención en el conocimiento de Dios.



Heráclito, por contraste, no está especialmente interesado en salirse. Habría querido alcanzar positivamente los límites atravesando todo el espacio de contención en la psique de aquí a allí. Desde el inicio su visión permanece mucho más adentro. Y su idea de psyché correspondientemente acentúa la conexión de esta reflexión “0bjetiva” con el ser humano, con nosotros, como nuestra existencia psicológica. A partir de su versión de la intuición, no es demasiado difícil llegar a nuestra idea moderna de la psyché como auto-relación, auto-reflexión. Pero por supuesto, en la idea de auto-relación no se pierde tampoco totalmente la alteridad que subrayaba el texto bíblico; es inherente en ella como un momento superado, en tanto el yo que reflexiona y el yo que está siendo reflejado son ambos idénticos y diferentes

Los diferentes reinos y cosas en lo imaginal tienen límites. Por ejemplo el Cielo, la tierra, y el Inframundo son esferas claramente demarcadas. Mar y tierra, valle y montaña, limitan con el otro. Si el alma no tiene límites, no puede ser de una naturaleza imaginal. La visión obtenida por Heráclito de que el alma no tiene límites pone fin a cualquier pensamiento sobre ella dentro del reino de la imaginación, y aún más dentro del espacio de la intuición sensorial. Cuando en el estadio lógico de conciencia alcanzado por Heráclito se viene al alma, se reduce al absurdo el pensamiento en términos espaciales en cuanto tal. El alma no es res extensa, no puede concebirse en términos de extensión, sin que importe si es extensión literal o imaginal. El alma es res cogitans y el enfoque adecuado a ella es por tanto en y mediante el pensamiento. Si aceptamos el mensaje del fragmento de Heráclito, tenemos que darnos cuenta de que el reino de la psicología comienza donde la imaginación ha sido reemplazado.

Hay dos obstáculos para este entendimiento: 1) con los términos res extensa y res cogitans entramos en el territorio de Descartes. En muchos ámbitos y en la psicología arquetipal Descartes es tratado con desdén. Es tratado como un criminal (psicológico o intelectual) responsable de la escisión fundamental expresada por la oposición de los términos mencionados arriba. Esto no es sólo injusto, sino también no-psicológico. Descartes no hizo nada; no es responsable ni culpable de una escisión. Meramente expresó la escisión que era constitutiva para la condición del alma moderna y, por tanto, una verdad moderna. Si alguien es “culpable” aquí, es el alma. Descartes tan sólo hizo su legitimación, nada más. De algún modo podemos ver esta distinción u oposición suya prefigurada ya en el aforismo de Heráclito. Culpar a Descartes es una defensa (en el sentido psicoanalítico de la palabra) contra tener que reconocer la revolución psicológica fundamental que ha tomado lugar hace ya tiempo y que ha provocado una ruptura irrevocable, experimentada como la pérdida del mito y el extrañamiento de “la naturaleza”. Expresada en términos positivos, fue la adquisición de una conciencia rota, reflejada y reflexiva. No tenemos que combatir o negar a Descartes. Tenemos que llevarlo más allá, “pensarlo aún más” (para jugar con la formulación de Jung “soñar aún más el mito”). Por esto cuando digo que el alma no es res extensa, esta última expresión no es exactamente idéntica con el significado y la función que tiene en su pensamiento. 2) Hay la idea de que recurriendo a la imaginación esta escisión podría curarse nuevamente. Lo imaginal es imaginado (¡no pensado!) como no siendo ni una res extensa cartesiana, ni una res cogitans. Se supone que está exenta de esta distinción. Se dice que es un tercero intermediario. Pero las cosas no son tan simples como eso. Ciertamente, del modo en que se propone el par oposicional de Descartes, lo imaginal no encaja, sólo eso. Pero esto no significa que no esté cubierto por este esquema. Al contrario, no es sino la formación de compromiso entre sus opuestos. Si no pertenece a ningún lado y no es tampoco un tercero totalmente diferente, ¿qué otra cosa puede ser? Existe como la entera oposición plegada en una, pero de tal modo que dentro de este Uno los opuestos están internamente inmunizados el uno contra el otro, y así se desactiva y se suspende, en un empate, su peligroso conflicto. Como tal lo imaginal en la psicología moderna es la internalización como un todo, disfrazada, de la misma escisión cartesiana a la que desprecia abiertamente y para la cual se dice que es la solución. ¿Por qué?

Imagen es forma y la forma es espacial. En este sentido, lo imaginal es indudablemente res extensa. Pero es materia extendida sólo en cuanto está referida al contenido de la imagen. Su forma lógica (como imagen en la imaginación o como idea en la mente) no es extendida, por supuesto. Por su forma participa de la naturaleza de la res cogitans de Descartes. Al separar estrictamente el contenido y la forma lógica de la imagen, cada una a un lado, la idea de lo imaginal es el truco que permite tenerlo todo en ambos sentidos. Es el truco de intentar hacer justicia a la res extensa y a la res cogitans a la vez, mientras se impide que se vuelva manifiesta y efectiva la naturaleza auto-contradictoria de este emprendimiento, lo que lo llevaría a su auto-destrucción. El truco consiste en camuflar la obediencia simultánea a ambas y distribuir sistemáticamente los opuestos netamente uno a cada lado. Así se salva la cordura de la mente. Se evita la caída en la contradicción y la dialéctica resultante. La psicología imaginal puede rechazar indignadamente el diagnóstico de estar firmemente enraizada en suelo cartesiano; cuando se señala el carácter de extensión del contenido de sus imágenes, rápidamente insiste en su forma ideacional no extensa; y cuando conversamente se acentúa el carácter ideacional de la forma o estatus como imágenes, niega tener alguna parte en la res cogitans y aporta como contra-prueba su conexión, por metáfora, con el mundo físico, sensorial.

El punto de vista de lo imaginal es el acto (hipostasiado, reificado) de conmutar hábilmente entre los opuestos cartesianos, de modo que nunca tiene que mostrar sus verdaderos colores. Así como la acelerada secuencia de imágenes separadas en el proyector de cine crea la impresión de una imagen que se mueve continuamente, así aquí la velocidad y la naturaleza subliminal de la conmutación hacia atrás y hacia adelante hace desaparecer el carácter de su acto y la contradicción inherente entre los dos lados, en la impresión de una imagen estática, en sí misma, reconciliada. La idea de lo imaginal no es realmente un tercero, no es realmente un otro nuevo y más allá de los opuestos cartesianos. Es la ilusión ingeniosamente producida de algo diferente, un espléndido espectáculo.

Aquí puede ser tiempo de regresar a la frase final del fragmento de Heráclito: hoúto bathyn lógon échei -“tan profunda medida tiene” , “tan profundo es su sentido”, “tal es la profundidad de su significado”, para citar sólo tres de multitud de traducciones. Ya se ha vuelto obvio que el fragmento de Heráclito no se refiere a la profundidad en el sentido de verticalidad o de un movimiento hacia abajo ni tampoco a la extensión en un sentido más amplio. Es por ello que la traducción “tan profunda medida” queda descartada para nosotros, por razones lingüísticas; pues el argumento de Guthrie contra el pensamiento de Kirk en términos de “vasta extensión” es concluyente: “pero bathyn lógon échei parecería una frase bastante rebuscada para expresar simplemente “tan extenso es”” (8). La palabra griega bathys, como la latina altus significa tanto profundo como elevado (ver “altura”), en otras palabras, extensión vertical, pero también puede tener significados muy diversos. Puede emplearse (y también el sustantivo báthos, “profundidad”) en un sentido decididamente horizontal para indicar amplitud (tal como la de una costa, la amplia extensión de un patio o la profundidad de una alineación de combate). Efectivamente, Platón usa el plural del sustantivo para referirse a las tres dimensiones de un sólido (largo, alto y ancho). También puede tener significados no espaciales y designar la densidad de un bosque o de una niebla, el espesor y longitud de un cabello, la intensidad de un color, la fuerza de una tormenta, el alto grado de bienestar o de una deuda, la habilidad de una persona, la profundidad de un argumento.
De modo que podríamos creer que estamos mejor con las otras traducciones dadas arriba que hablan de la profundidad de significado. Pues ahora profundidad se usa ya no literalmente sino metafóricamente, imaginalmente. Aparte del hecho de que esa sería una sabiduría más bien banal, trivial, para cuyo descubrimiento y formulación apenas si haría falta un filósofo de la talla de Heráclito, ¿nos lleva más lejos la profundidad metafórica? De ningún modo. De hecho, el cambio a lo metafórico solamente oscurece el que nada ha cambiado respecto a la propia orientación dominante. Si el alma tiene “un significado tan profundo”, todavía estoy y permanezco en el sitio donde siempre he estado y desde allí contemplo en una supuesta distancia. Y no hay diferencia si estoy haciendo esto literalmente en el espacio exterior (en el área de la visión física) o metafóricamente en el reino de la imaginación, o en “la profundidad del sentimiento” (es decir, mediante el anhelo nostálgico del puer, póthos, por lugares lejanos y fundamentalmente inalcanzables). Sea profundidad de medida o profundidad de significado, en ambos casos es el mismo rechazo a continuar yendo hasta los límites y captar el mensaje de Heráclito acerca de la inutilidad de cualquier orientación en la distancia (un mensaje que no puedo captar a menos que haya intentado implacablemente llegar allí y haya experimentado efectivamente un fracaso).
Heráclito no termina con la vaguedad de una cuestión sin decidir, como nosotros con nuestra charla acerca de la profundidad del significado del alma, y el límite no se desvanece en una distancia infinita, es decir, en la confusión de una idea misteriosa y mistificadora de profundidad. Heráclito llegó a una conclusión definitiva. Viajó todo el camino hacia el límite, pues ¿de qué otra manera podría haber averiguado la verdad de ello? La cuestión acerca de los límites está decidida. Y tiene consecuencias. Hay una clausura. Tenemos que ver a través de la idea intelectual de la profundidad del significado del alma y la actitud análoga del sentimiento de póthos y reconocerla como el descuido (no importa cuán glorificado) o la vacilación para intentar efectivamente llegar hasta el final. Al aferrarse a la idea de “profundidad” se pretende que podría aún haber algún límite y un más allá, después de todo, sólo que tan lejano que nuestra llegada allí se ve perpetuamente postergada, pospuesta. Se ignora simplemente que la intuición de "sin límites” se adquirió ya hace tiempo, y que por ello se ha extirpado de una vez y para siempre cualquier añoranza en la distancia y cualquier imaginar en términos de vasta extensión.

Este pequeño ejemplo respecto a la idea de la profundidad del alma pone a luz la deficiencia estructural de la imaginación, si se supone que es la función predominante para acercarse al alma y para entender su naturaleza, en otras palabras, su deficiencia para hacer psicología. “La profundidad del alma” es la fórmula que describe en resumen la naturaleza del enfoque imaginal; con esta posición uno tan solo fantasea en algo que por definición se supone que nunca será efectivamente alcanzable. Uno sólo "tele-visiona” -imagina, espía, mira, espera románticamente (ex-spectare, “mirar fuera”, “catar”) desde una distancia en la infinita distancia. La imagen entendida imaginalmente no es sino la misma “profundidad” visualizada o reificada (distancia infinita). Puede ser adorada desde lejos, pero no puede ser conocida. La posición imaginal le permite a uno detenerse, contenerse, reservarse, en tanto que la creencia en la profundidad del alma detiene a mitad de camino, o impide del todo, el movimiento interno del que habla la frase heraclítea. La posición imaginal habla con una lengua escindida. Dice “no hay límites”, pero continúa buscando alguno. No se entiende la intuición de que “no hay límites”. Se evita el retroceso. Se rescata la antigua orientación hacia afuera y a lo lejos en el espacio (literal o metafórico), y no ocurre el reflejo (reflexión) sobre sí, el resultado esencial del movimiento de Heráclito. De este modo se evita la verdadera profundidad a la que aspiraba Heráclito -esa profundidad del logos del alma, “profundidad” lógica, la “profundidad” del pensamiento, en contraste con la profundidad sensorial, imaginada o sentida. Si se sigue el movimiento de Heráclito, se comienza con el pensamiento y se concluye con el pensamiento.

Afirmé que Heráclito viajó todo el camino. Pero este viaje no era ni movimiento literal ni movimiento imaginado. No describió su viaje ni adónde llegaría. Ni se quedó en casa. Lo que hizo fue viajar sin dejar casa y permanecer en casa mediante el más extensivo viajar, es decir, viajó en ideas: pensó a través de la idea de viajar cada camino hasta los límites por toda la senda, con todas sus consecuencias, tal como lo hizo el autor del Salmo 139. Su viaje desde el arranque fue negado, superado, un viaje alquímicamente descompuesto (lo cual se manifiesta lingüísticamente en lo que en traducción es el subjuntivo -"no encontrarías”, “si ascendiera al cielo”) . Sólo en el pensamiento se llega realmente al límite del alma, que empero es ese límite superado que consiste en la visión misma de que no hay límite. Es sólo en el pensamiento que se llega al país del alma. Para la imaginación no puede haber la comprensión de que no hay límite, porque recurre a la idea de profundidad, que es el sustantivo para el acto de diferir para siempre el límite y evitar así el cierre. Mantiene la cuestión del límite en la oscuridad. El pensar de Heráclito hasta el final de la idea de una búsqueda (literal o imaginal) de los límites del alma, y su llegada efectiva a la comprensión inescapable de que no hay límite ahí afuera en el reino de la extensión, equivale a un cierre del modo de imaginar (que siempre está vinculado al espacio). Conquista el no-espacio del pensamiento para el alma, sacando así al alma de su exilio en el mito o en la naturaleza míticamente imaginada y devolviéndola a su país natal. Trae a la comprensión el límite que no podía encontrarse ahí afuera, como la "nada determinada” (Hegel) del “límite externo”, como límite superado, y como propiedad inalienable de la mente; como un verdadero interior o límite interno.

Notas
1. Nota del Ed: The Fragments of Heraclitus fueron editados primeramente por H. Diels y publicados en su libro, Fragmente der Vorsokratiker (Berlin 1922)
(2) G. S. Kirk y J. E. Raven, The Pre-Socratic Philosophers (Cambridge: Cambridge UP, 1977), 205
(3) James Hillman, Re-Visioning Psychology (New York: Harper & Row, 1975), xi.
(4) Ibid, 231, nota 6.
(5) No se trata de un confinamiento físico o imaginal, sino lógico. No hay una celda estrecha de la prisión fuera de la cual comenzaría la libertad. En este prisión uno es libre de ir donde y tan lejos como uno quiera. Es el aprisionamiento en la infinitud del alma.
(6) Heidegger traduce peirata (límites) sobre la base de su entendimiento del sentido griego de psyché como Ausgänge (der Seele) (“salidas, aperturas o desaguaderos del alma”). Ver su Heraklit, Gesamstausgabe, vol. 55 (Frankfurt am Main: Klosermann, 1979), 282, 297, 303f.
(7) Empleo “natural” en un sentido psicológico, alquímico, no en un sentido abstracto, naturalista o positivista (como en la biología o la física), Lo natural en términos de existencia humana es, para comenzar. una naturaleza espiritual animada: la percepción imaginal del mundo. El mito y el ritual son lo natural para el alma.
(8) W. K. Guthrie, The Earlier Presocratics and the Pythagoreans, vol. I, A History of Greek Philosophy, (Cambridge; Cambridge UP, 1962), 477, nota 1.


viernes, 18 de julio de 2008

La huída ante el pensar


En su magnífico discurso de 1955, traducido usualmente como “Serenidad” (Gelassenheit), si bien podría acaso traducirse más efectivamente como “Dejidad”, Martin Heidegger habló de “la huida ante el pensamiento” que caracteriza al hombre contemporáneo.

Cito a continuación un largo pasaje de esa conferencia:

“No nos hagamos ilusiones. Todos nosotros, incluso aquellos que, por así decirlo, son profesionales del pensar, todos somos, con mucha frecuencia, pobres de pensamiento (gedanken-arm); estamos todos con demasiada facilidad faltos de pensamiento (gedanken-los). La falta de pensamiento es un huésped inquietante que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes. Porque hoy en día se toma noticia de todo por el camino más rápido y económico y se olvida en el mismo instante con la misma rapidez. Así, un acto público sigue a otro. Las celebraciones conmemorativas son cada vez más pobres de pensamiento. Celebración conmemorativa (Gedenkfeier) y falta de pensamiento (Gedankenlosigkeit) se encuentran y concuerdan perfectamente.

Sin embargo, cuando somos faltos de pensamiento no renunciamos a nuestra capacidad de pensar. La usamos incluso necesariamente, aunque de manera extraña, de modo que en la falta de pensamiento dejamos yerma nuestra capacidad de pensar. Con todo, sólo puede ser yermo aquello que en sí es base para el crecimiento, como, por ejemplo, un campo. Una autopista, en la que no crece nada, tampoco puede ser nunca un campo yermo. Del mismo modo que solamente podemos llegar a ser sordos porque somos oyentes y del mismo modo que únicamente llegamos a ser viejos porque éramos jóvenes, por eso mismo también únicamente podemos llegar a ser pobres e incluso faltos de pensamiento porque el hombre, en el fondo de su esencia, posee la capacidad de pensar, «espíritu y entendimiento», y que está destinado y determinado a pensar. Solamente aquello que poseemos con conocimiento o sin él podemos también perderlo o, como se dice, desembarazarnos de ello.

La creciente falta de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida ante el pensar. Esta huida ante el pensar es la razón de la falta de pensamiento. Esta huida ante el pensar va a la par del hecho de que el hombre no la quiere ver ni admitir. El hombre de hoy negará incluso rotundamente esta huida ante el pensar. Afirmará lo contrario. Dirá - y esto con todo derecho - que nunca en ningún momento se han realizado planes tan vastos, estudios tan variados, investigaciones tan apasionadas como hoy en día. Ciertamente. Este esfuerzo de sagacidad y deliberación tiene su utilidad, y grande. Un pensar de este tipo es imprescindible. Pero también sigue siendo cierto que éste es un pensar de tipo peculiar.

Su peculiaridad consiste en que cuando planificamos, investigamos, organizamos una empresa, contamos ya siempre con circunstancias dadas. Las tomamos en cuenta con la calculada intención de unas finalidades determinadas. Contamos de antemano con determinados resultados. Este cálculo caracteriza a todo pensar planificador e investigador. Semejante pensar sigue siendo cálculo aun cuando no opere con números ni ponga en movimiento máquinas de sumar ni calculadoras electrónicas. El pensamiento que cuenta, calcula; calcula posibilidades continuamente nuevas, con perspectivas cada vez más ricas y a la vez más económicas. El pensamiento calculador corre de una suerte a la siguiente, sin detenerse nunca ni pararse a meditar. El pensar calculador no es un pensar meditativo; no es un pensar que piense en pos del sentido que impera en todo cuanto es.

Hay así dos tipos de pensar, cada uno de los cuales es, a su vez y a su manera, justificado y necesario: el pensar calculador y la reflexión meditativa.

Es a esta última a la que nos referimos cuando decimos que el hombre de hoy huye ante el pensar. De todos modos, se replica, la mera reflexión no se percata de que está en las nubes, por encima de la realidad. Pierde pie. No tiene utilidad para acometer los asuntos corrientes. No aporta beneficio a las realizaciones de orden práctico.

Y, se añade finalmente, la mera reflexión, la meditación perseverante, es demasiado «elevada» para el entendimiento común. De esta evasiva sólo es cierto que el pensar meditativo se da tan poco espontáneamente como el pensar calculador. El pensar meditativo exige a veces un esfuerzo superior. Exige un largo entrenamiento. Requiere cuidados aún más delicados que cualquier otro oficio auténtico. Pero también, como el campesino, debe saber esperar a que brote la semilla y llegue a madurar.

Por otra parte, cada uno de nosotros puede, a su modo y dentro de sus límites, seguir los caminos de la reflexión. ¿Por qué? Porque el hombre es el ser pensante, esto es, meditante. Así que no necesitamos de ningún modo una reflexión «elevada». Es suficiente que nos demoremos junto a lo próximo y que meditemos acerca de lo más próximo: acerca de lo que concierne a cada uno de nosotros aquí y ahora; aquí: en este rincón de la tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer mundial”.

Hay una “huida ante el pensar” cuando nos refugiamos en una palabrería (lo que Heidegger en una ocasión llamara chiaccheria) que no es sino repetición más o menos banal de lo que en su momento fueron ideas, pero que han pasado a ser lugares comunes. También hay una huída ante el pensar cuando ya no re-memoramos sino que damos por supuesto que las imágenes y las palabras son evidentes. Así, dualidades tan usuales como “pensamiento/corazón”, “teoría/práctica”, “masculino/femenino”, “mente/cuerpo”, “proyección/introyección”, “espíritu/materia”, “interior/exterior” , “conciente/inconsciente” y tantas otras suelen darse por hecho, cuando el único “hecho” que menifiesta su uso es que ya no pensamos, ya no prestamos atención, ya inadvertidamente hemos renunciado a desbrozar el camino y transitarlo, y somos compelidos por una avenida construida hace mucho tiempo (autopistas del pensamento calculador) que echa un velo sobre los temas esenciales.

Esta pobreza de pensamiento se hace presente hoy en todos los ámbitos y, cómo no, también en el de la psicología, que acaso surge como “especialidad” justamente cuando se abandona el pensar y se cae en la inercia de un pensamiento técnico (calculador) que ya da por supuesto lo que es psique, lo que es “interior”, y lo que es “cuerpo” o “exterior”.

El mismo caso de que demos por supuesto que ya sabemos lo que es “la psique” oculta -y a la vez manifiesta- que ya no estamos en situación de hacer preguntas fundamentales. La progresiva identificación de psique con cerebro sigue este camino, pero también ocurre lo mismo con quienes hablan -sin poner en cuestión esas “imágenes” y las ideas que implican- de “contenidos psíquicos” y hacen inadvertidamente de “la psique” un continente (y un “espacio contenedor”) del cual emergen o en el cual se “contienen” algo así como “ideas ”, “imágenes”, “sentimientos”, etc.

Con el uso de palabras aparentemente simples e inocuas (basta pensar en la abundante terminología psicológica: psique, complejo, función, imagen, idea, proyección, paranoia, histeria, ego, arquetipo, voluntad, impulso, emoción, sentimiento, salud, patología, inconsciente, delirio... para nombrar sólo unas pocas) quedan selladas así las preguntas primordiales. Pero las palabras nunca son inocuas, y el lenguaje reclama re-memoración. Si bien es posible hablar sin pensar -y de eso consta no sólo la información cotidiana, sino el contenido de tantos congresos, publicaciones, manifestaciones culturales, ensayos y disquisiciones, páginas webs, blogs, etc.-, no es posible pensar detenidamente sin atender al lenguaje. Pero esta amorosa atención, como tantas otras dimensiones a las que esa atención -meditación se abre, reside hoy en la ya olvidado, ya presupuesto, ya inadvertido...

Esto ocurre también a la hora de acercarse a la obra de un creador, y basta aquí recordar la declaración de Lacan cuando se le preguntó por Norman Brown:

“Brown es un buen ejemplo de cómo puede hacerse una obra perfectamente aireada, sana, eficaz, inteligente, reveladora, con la sola condición de que un ingenio no prevenido (en efecto, Brown no se había ocupado nunca de estos temas) se tome la molestia de leer a Freud, de la misma manera que se leen otras cosas cuando no se está cretinizado previamente por mixtificaciones de baja vulgarizacion. Por ejemplo, hay gente que habla de Darwin sin haberlo leído nunca: lo que comúnmente se llama «darwinismo» es un tejido de imbecilidades, en el que no se puede decir que las frases que se citan no hayan sido extraídas de Darwin, pero que no son más que unas cuantas frases cosidas, con las que se pretende resolver todo, y en las que se describe la vida como una gran lucha y en la que todo funciona con el predominio del más fuerte. Basta abrir la obra de Darwin para darse cuenta de que las cosas son algo más complicadas. De la misma manera que hay una lectura de Freud, la que se enseña en los institutos de psicoanálisis, que impide leer a Freud con cierta garantía de autenticidad.” (en Paolo Caruso: Conversaciones con Lévi-Strauss, Foucault y Lacan, ed. Anagrama. También puede consultarse parte de esta entrevista aquí)

Puede sustituirse en esta declaración el nombre de Darwin o de Freud por el de Jung, por ejemplo, o Heidegger, o Nietzsche, para encontrarnos con la misma situación. En todos estos casos el pensamiento ha sido reducido a una suma de vulgaridades disponibles, empleadas justamente para evitar todo pensar y, con ello, todo abrir claros a la meditación.


lunes, 14 de julio de 2008

La Trampa: ¿Qué pasó con nuestros sueños de libertad?


“La trampa: qué pasó con nuestro sueño de libertad?” es el nombre de una serie documental en tres capítulos por Adam Curtis (conocido por otros inquisitivos documentales como “El siglo del individualismo” y “El poder de las pesadillas”) dado en la BBC en 2007. En tres programas de aproximadamente una hora cada uno se explora la idea y la definición de libertad.

El primer capítulo (“Jode a tu colega”) examina el origen de la “teoría de juegos” del matemático John Nash (popularizado en la película “Una mente maravillosa” ) durante la guerra fría y cómo sus modelos matemáticos de la conducta humana se filtraron en la economía. La premisa de esta teoría es que los seres humanos son criaturas egoístas que se mueven por interés propio y que continuamente construyen estrategias para satisfacer esos deseos egoístas. A partir de esta premisa Nash construyó modelos lógicos consistentes y matemáticamente verificables, por lo que ganó el Premio Nóbel. Una de sus creencias acerca de la conducta humana se tipificó en la estrategia que Nash tituló “Adiós mamón -jode a tu colega”, en la cual el único modo de ganar consiste en traicionar al compañero de juego. Más tarde se supo que Nash padecía una esquizofrenia paranoide, por lo que sospechaba de todos y se sentía perseguido y objeto de conspiraciones, pero sus teorías se emplearon para crear la estrategia nuclear de los Estados Unidos durante la guerra fría y más tarde para justificar una visión social que, equiparando libertad individual con libertad de mercado, ha generado una mayor desigualdad, más injusticia y, curiosamente, pérdida de libertades y derechos. Esta es, justamente, “la trampa”

En la segunda parte de su documental, El robot solitario, Adam Curtis muestra cómo al cuantificar conductas y someterlas “al poder de los números” surge una tipología robotistica de la conducta humana, con una serie de “síntomas"” cuantificables: crisis de ansiedad, ataque de pánico, conducta bi-polar, etc. Esto genera un “standard” de normalidad que va a regir a la psicología y promover el uso de fármacos para normalizar el comportamiento humano y hacer que la gente se conduzca más previsiblemente, como máquinas mejor adaptadas.

La tercera y última parte, “Le obligaremos a ser libre”, se centra en los ideas de Isaiah Berlin acerca de libertad positiva y libertad negativa. Según Berlin el segundo concepto (libertad de coerción), carente de contenido positivo definido, podría evitar todo fundamentalismo, ya que presumiblemente los grupos convencidos de una definición positiva de libertad han acabado usando la violencia para imponerla.
Curtis muestra cómo este concepto de libertad "negativa" fue también empleado para defender una sociedad de libre mercado y cómo fue a su vez "positivizado" para justificar la defensa de regímenes dictatoriales, la manipulación de la información y la imposición de una libertad que cercena la posibilidad creativa de los seres humanos y los reduce a seres manejables y conformes con la gratificación de sus deseos egoístas.

Ahora, finalmente, esta interesante serie puede verse con subtítulos en castellano, picando aquí

jueves, 10 de julio de 2008

Heidegger y la superación de la metafísica


En su artículo “La superación de la metafísica”, incluido en Conferencias & Artículos, ed. del Serbal, Heidegger afirmaba, a mediados del siglo XX:

Ninguna mera acción va a cambiar el estado del mundo, porque el Ser, como eficacia y actividad efectiva, cierra el ente al acaecimiento propio. Ni siquiera el inmenso dolor que pasa por la tierra es capaz de despertar de un modo inmediato cambio alguno, porque se lo experiencia sólo como dolor, y éste de un modo pasivo y por ello como contraestado de la acción y, por esto, junto con ella, en la misma región esencial de la voluntad de voluntad. Pero la tierra permanece oculta en la inaparente ley de lo posible que ella es. La voluntad ha impuesto a lo posible lo imposible como meta. Las maquinaciones que organizan esta imposición y la mantienen en el dominio surgen de la esencia de la técnica, palabra que aquí se identifica con el concepto de la Metafísica que se está consumando. La uniformidad incondicionada de todas las humanidades de la tierra bajo el dominio de la voluntad de voluntad explica el sinsentido de la actuación humana puesta como absoluto.

La devastación de la tierra empieza como proceso querido, pero que en su esencia no es sabido ni se puede saber, un proceso que se da en el tiempo en el que la esencia de la verdad se cerca como certeza en la que lo primero que se asegura a sí mismo es el representar y el producir del hombre. Hegel concibe este momento de la historia de la Metafísica como aquel en el que la absoluta autoconciencia se convierte en principio del pensar.

Parece casi como si bajo el dominio de la voluntad, al hombre le estuviera vedada la esencia del dolor, del mismo modo como la esencia de la alegría. ¿Podrá tal vez la sobremedida de dolor traer todavía un cambio?

No se produce nunca un cambio sin que lo anuncien heraldos. Pero ¿cómo pueden acercarse heraldos sin que se despeje el acaecimiento propio, este acaecimiento que, llamándola, usándola (y necesitándola), ojee, es decir, aviste la esencia del hombre, y en este avistar ponga a los mortales en camino del construir que piensa, que poetiza?