Mostrando entradas con la etiqueta historia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta historia. Mostrar todas las entradas

miércoles, 12 de octubre de 2011

La Psicología y lo Otro

Transcripción por Alejandro Bica de algunos fragmentos de la Introducción a "Soul Violence (Collected English Papers)" de Wolfgang Giegerich, leídos y comentados en el curso Psicología y Verdad dado por Enrique Eskenazi. Comentarios de Enrique Eskenazi entre corchetes.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Heidegger: Pensamiento & Verdad- Clase 5


Picando este enlace puede escucharse la última clase del curso "Heidegger: Pensamiento & verdad" en el que se tratan temas como qué sea pensar, pensamiento reflexivo meditativo y pensamiento calculdor, la esencia de la tecnología y otros tantos


martes, 6 de septiembre de 2011

heidegger: Pensamiento y verdad- Primera conferencia

La primera clase del curso "Heidegger: Psicología y Verdad", puede escucharse picando aquí.

Esta clase es una introducción a la problemática de Ser y Tiempo, la obra que en 1927 colocó a Heidegger en el centro del panorama filosófico.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Heidegger: Pensamiento y verdad


A partir del martes 6 de septiembre, nuevo curso sobre Heidegger: Pensamiento y Verdad

El gran psicólogo Wolfgang Giegerich ha escrito con agudeza:

“En esta era es precisamente la psicología la que tiene la tarea de proporcionar un asilo para una presencia real de la noción de verdad. Todo lo demás parece haber abandonado la verdad: las ciencias por supuesto y por definición, pero también la teología, la psicología personalista, el esoterismo New Age, el posmodernismo, el fundamentalismo, incluso el arte y la filosofía, cada uno de modos y aspectos muy diferentes. Debido a que en nuestro mundo se siente dolorosamente la desintegración de todos los valores y la disminución de cohesión social, parece no haber mejor respuesta a esta desintegración que hacer una de dos: 1) o bien refugiarse en posiciones fundamentalistas reaccionarias, sosteniendo estos o aquéllos dogmas muertos cuya previa verdad viviente se sustituye con el propio fanatismo subjetivo, o 2) se intenta revitalizar la disciplina filosófica de la ética, y crear todo tipo de nuevos institutos para la investigación ética, sin advertir que la ética no sirve de nada si no está respaldada y autorizada por una respuesta real a la cuestión de la verdad. Pero esta era no quiere la verdad. Aparte de la ganancia rápida, quiere una avalancha de información, imágenes, estímulos, sentimientos, acontecimientos y por supuesto procesos automatizados. Nuestra era disfruta “deconstruyendo” sistemáticamente toda nuestra tradición metafísica (“logocéntrica”) y nuestra herencia cultural a medida que se desplaza felizmente hacia la “realidad virtual”, que es una realidad que está absolutamente vallada, porque es absolutamente libre de toda verdad.”
(W. Giegerich, La Vida Lógica del Alma)

Alma y verdad son correlativos. Para nosotros esto significa que ser en el alma o lograr percibir psicológicamente equivale a caminar sobre la alfombra de la verdad (Hölderlin) o a “bañarse” en el elemento llamado Verdad como en el tan buscado elixir de la vida de los alquimistas, el aqua permanens”

No basta con tener, abrigar y trabajar con ideas e imágenes. La cuestión de la verdad no es académica. No tiene nada que ver con dogmas y doctrinas (que son defensas contra la verdad, instituciones que pretender volver innecesario el avance hacia lo salvaje); no tiene nada que ver con la llamada “verdad” de las proposiciones. Debe descartarse toda la idea de “la verdad de” los contenidos de conciencia. La verdad en nuestro contexto no es nada positivo, ni siquiera algo como las llamadas “verdades eternas” (que de hecho son las antiguas verdades congeladas de estadios previos del mundo). La verdad es negativamente una forma de ser-en-el-mundo, un estado de la existencia. No es nada que tenga que ser “aceptado” o sobre lo que pueda “dudarse”. Al sentir que tenemos que aceptar (estar de acuerdo) o que podemos dudar, obviamente estamos dentro del espacio vallado de la esfera domesticada, y seguimos preocupados todavía con “contenidos” positivos.

Esquivar la cuestión de la verdad es una defensa, un intento de permanecer a distancia del alma, de quedarse fuera de lo implacablemente salvaje, y de limitarse en cambio a un mero imaginar cosas y contemplar todo el alcance del pandemonio politeísta de imágenes. Ciertamente este tipo de contemplación puede evaluarse como una especie de atisbar y espiar el reino de la “pre-existencia”, pero sólo desde el lado seguro del país del ego. Entonces la psicología se une a la corriente dominante de nuestra civilización que se encamina al ciberespacio y al mundo de multimedia. Pero probablemente el alma no nos dejará huir de esa manera. Si no estamos dispuestos a pagar todo el precio que nos exige respondiendo por la verdad de nuestro imaginar, elevándolo así al nivel del conocimiento y de la Noción, la realidad nos exigirá poderosamente un precio mucho más caro. Nos enseñará -y ya está enseñándonos- cuál es el precio por eliminar la cuestión de la verdad.

La verdad es el punto donde somos llamados a dar un paso adelante y alistarnos -en pro de la profundidad de cada situación real particular en la que nos hallemos, en pro del alma, en pro de la imagen en la que se manifiesta el alma. Cada situación real, cada sueño, cada imagen, viene con la invitación a que le digamos “¡Esto es!”, “hic Rhodus, hic salta”. “¡Esto es!” implica una doble presencia; 1. “Estoy aquí”, reportándome para el servicio, por así decirlo, e poniéndome incondicionalmente en juego. 2. Esta situación en la que estoy tiene, a pesar de como sea, todo lo que necesita (y así también el potencial de su realización) dentro de sí misma. Aquí y ahora, en esta vida mía, en este mundo, ha de estar el sitio de último cumplimiento. Este presente real mío es mi único camino real de entrada a mi paraíso y mi infierno. No hay alternativas, no hay salida. Es esta la actitud que abre lo salvaje para mí y me abre a mí hacia “el hombre total” y para el encuentro con la Verdad como esencia interior de lo salvaje”

Ciertamente, el tema de la verdad parece estar prohibido en nuestra cultura y en nuestro tiempo, a pesar de ser uno de los temas esenciales del pensamiento occidental. Los grandes filósofos se han topado con este tema y lo han afrontado, siendo el último de ellos Martín Heidegger, cuya obra es una reflexión sobre el pensamiento, la verdad, el lenguaje y el ser.

El objetivo del curso es ayudar a entender lo que significa “verdad” cuando se ponen en cuestión los presupuestos del sentido común y se vuelve a descubrir el significado de la verdad (que determina también la no-verdad) como un hacer-verdad y no sólo un "decir".

El curso consistirá en la lectura y comentario de textos escogidos de Heidegger, especialmente:

De la esencia de la verdad (Herder, Barcerlona, 2007)

La doctrina platónica de la verdad (artículo incluido en HITOS, Alianza, Madrid, 2007)

De la esencia de la verdad (artículo incluido en HITOS, Alianza, Madrid, 2007)

De la esencia del fundamento (artículo incluido en HITOS, Alianza, Madrid, 2007)

Problemas fundamentales de la filosofía (ed. Comares, Granada)

Serenidad (ed. del Serbal, Barcelona, 2002)

Del camino al habla (ed. del Serbal, Barcelona, 2002)

La pregunta por la técnica (incluido en Conferencias y Artículos, ed. del Serbal, Barcelona, 2001)

Ciencia y meditación (incluido en Conferencias y Artículos, ed. del Serbal, Barcelona, 2001)

¿Qué quiere decir pensar? (incluido en Conferencias y Artículos, ed. del Serbal, Barcelona, 2001)

Logos. Heráclito, fragmento 5. (incluido en Conferencias y Artículos, ed. del Serbal, Barcelona, 2001)

Aletheia. Heráclito, fragmento 16 (incluido en Conferencias y Artículos, ed. del Serbal, Barcelona, 2001)

¿Qué significa pensar? (ed. Nova, Buenos Aires, 1958)

Como referencia bibliográfica general, es imprescindible la página de Horacio Potel, que incluye muchos de los textos escogidos para este curso:

Heidegger en castellano



lunes, 30 de mayo de 2011

Nietzsche: El viajero y su sombra

Este fue el post que colgué el 19 de febrero en este blog, y que vale la pena recordar.

NIETZSCHE: “El viajero y su sombra”
Prólogo de 1886

Aquí se debe mantener el equilibrio frente a la vida, la serenidad e incluso el reconocimiento a la vida; aquí domina una voluntad severa, altiva, siempre alerta, constantemente irritable, una voluntad que se ha impuesto la tarea de defender la vida contra el sufrimiento y de extirpar todas las conclusiones que nacen como hongos venenosos en el suelo del sufrimiento, de la decepción, del hastío, del aislamiento y de otros terrenos pantanosos. Un pesimista tal vez encontrase en mis obras indicaciones preciosas para examinarse a sí mismo, pues fue entonces cuando pude arrancarme esta frase: “¡Un hombre que sufre ni siquiera tiene derecho al pesimismo!".
Por ese entonces libraba en mí mismo una lucha penosa y paciente contra la inclinación fundamentalmente anticientífica de todo pesimismo romántico, que quiere transformar unas cuantas experiencias personales en juicios universales, amplificándolas hasta querer condenar al mundo... en una palabra: le di la vuelta a mi mirada... Así me obligué, medico y enfermo a la vez, a un clima del almacontrario a mi alma antigua y no experimentado aún

... Las vida misma nos recompensa de nuestra voluntad obstinada hacia la vida, de esta larga guerra, tal como yo la llevaba entonces, contra el pesimismo de la lasitud; y nos recompensa ya de toda mirada atenta que le lanza nuestro reconocimiento, que no deja escapar ninguna ofrenda de la vida, aunque fuese la más pequeña y la más pasajera. Ella nos da, en cambio, la ofrenda más grande que pueda darse: nos devuelve nuestra tarea.

... Comienzo a pensar y creo cada vez más que mis libros de viaje no fueron escritos para mí sólo, como me parecía a veces... ¿Puedo recomendar especialmente que los tomen en consideración a aquellos que se afligen por un “pasado” y que tienen, por lo demás, suficiente conciencia para sufrir por el espíritu de su pasado? Pero, ante todo, a vosotros que tenéis la tarea más dura, hombres raros, intelectuales y valerosos; vosotros, los más expuestos de todos, que debéis ser la conciencia del alma moderna y, como tales, poseer su ciencia; vosotros en quienes se da cita todo lo que puede haber hoy de enfermedades, venenosas y peligrosas; vosotros cuyo destino es estar más enfermos que cualquier otro individuo porque no sois solamente “individuos”...; vosotros que tenéis el consuelo de conocer el camino de una salud nueva; y ¡ay! de seguir ese camino de una salud de mañana y de pasado mañana
-----


(6) Contra los imaginativos. El imaginativo niega la verdad ante sí mismo; el mentiroso únicamente ante los demás.

(7) Enemistad contra la luz. Si se le hace comprender a alguien que, en sentido estricto, no se puede hablar nunca de verdad, sino solamente de probabilidad, se ve generalmente, por la alegría no disimulada de aquel a quien así se le instruye, cuánto prefieren los hombres la incertidumbre del horizonte intelectual y cuanto odian, en el fondo de su alma, la verdad a causa de su precisión. ¿Se debe esto a que todos temen secretamente que caiga de una vez sobre ellos la luz de la verdad con demasiada intensidad? ¿Quieren dar a entender algo y, por consiguiente, no se debe saber exactamente lo que son? ¿O bien no es más que el temor a una luz más clara, a la cual su alma de topo, crepuscular y fácil de deslumbrar, no está habituada, de suerte que tiene que odiar esa luz?

(8) Escepticismo cristiano. Ahora se presenta gustosamente a Pilatos, con su pregunta: “¿qué es la verdad?”, como abogado del Cristo, y esto para hacer que se sospeche de todo lo que es conocido y digno de conocerse, hacerlo pasar por apariencia, a fin de poder erigir sobre el horrible fondo de la imposibilidad de saber: ¡la Cruz!

(20) La verdad no tolera otros dioses. La fe en la verdad comienza con la duda respecto a todas las “verdades” en que se ha creído hasta el presente.

(21) Sobre lo que se exige silencio. Si se habla del pensamiento libre como de una expedición en medio de los glaciares y de los mares polares, quienes no quieren embarcarse se ofenden, como si se les reprochase su vacilación o la debilidad de sus piernas. Cuando no nos sentimos a la altura de una cosa difícil, no toleramos que se mencione delante de nosotros.

(33) Querer ser justo y querer ser juez. Hay un error, no sólo en el sentimiento:“yo soy responsable”, sino también en esta oposición: “yo no lo soy, pero es preciso que lo sea alguien”. ¡Mas esto no es cierto! Es preciso pues que el filósofo diga, como el Cristo: “¡No juzguéis!” Y la última distinción entre los cerebros filosóficos y los demás sería que los primeros quieren ser justos, mientras que los segundos quieren ser jueces.

(37) El engaño en amor. Olvidamos voluntariamente ciertas cosas de nuestro pasado, las desechamos de la cabeza deliberadamente; pues tenemos el deseo de ver la imagen que refleja nuestro pasado, mentirnos a nosotros mismos y halagarnos; trabajamos incesantemente en este engaño a nosotros mismos. Y creeréis vosotros, los que habláis tanto del "olvido de sí mismo en el amor", del "abandono del yo a otra persona", vosotros que os jactáis de todo esto: ¿creeréis que esto es algo esencialmente diferente? Rompemos el espejo, nos transformamos mediante la imaginación en otra persona a la que admiramos, y gozamos desde ese momento de nuestra nueva imagen, aunque la designemos con el nombre de otra persona, ¿y todo este proceso no sería engaño de sí mismo, egoísmo? ¡Me asombráis! Me parece que quienes se ocultan algo a sí mismo y quienes, en conjunto, se ocultan a sí mismos, se parecen en que cometen un robo al tesoro del conocimiento. De donde es preciso deducir ante qué delito pone en guardia el axioma: "conócete a ti mismo".

(39) Por qué los estupidez se vuelven a menudo perversos. A las objeciones de nuestro adversario, contra las cuales nuestro cerebro se siente demasiado débil, nuestro corazón responde sospechando de los motivos de estas objeciones.

...
Estas son algunas joyas que se encuentran en cuanto se abre El viajero y su sombra de Nietzsche que completa a su Humano, demasiado humano. No tiene desperdicio, y sigue vigente hoy, acaso más que nunca. Un rasgo que destaca a un gran pensador de la gran masa de escritores de moda para consumo masivo, que se olvidan rápidamente y se pasa luego a otra producto de consumo. Nietzsche es demasiado difícil y demasiado indigesto para este tipo de lectores, coleccionistas de "cultura".

viernes, 20 de mayo de 2011

El universal individual


Un momento histórico tiene su verdad implícita, y el papel de la filosofía es hacer explícita esa verdad. La filosofía no es sino el espíritu de su tiempo expresado en conceptos. El concepto tiene que ver con la verdad, es concebir la verdad, concebir la verdad de una etapa, o la verdad de un momento histórico. ¿Qué diferencia habría entre la filosofía y la historia? Que la filosofía cuenta lo que la historia dice implícitamente en los hechos. La filosofía se produce por la actividad de muchos individuos, pero en la filosofía no cuenta el individuo, sólo cuenta la verdad. Un individuo entra en la filosofía sólo en la medida en que ese individuo, en tanto que filósofo y no que individuo particular, se ha elevado a lo universal. Pensar es permitir que a través del pensamiento se exprese el pensamiento viviente en la historia.

Es como el artista. En la obra de arte a través del artista se expresa también la verdad de un tiempo. ¿Pero quién es el artista? ¿Cualquiera que ponga pintura en una tela es un artista, cualquiera que combine sonidos es un artista, cualquier arquitecto es un artista? ¿Una novela best seller es expresión de la verdad de su tiempo, como el Fausto de Goethe por ejemplo, o el Don Quijote o el Ulises o El guardián en el centeno?

En realidad a la obra ni siquiera la pare el autor. La obra la elaboran el autor y todo el espíritu de su tiempo. La obra, si es una gran obra (magnum opus) , nunca es expresión de un individuo particular. La obra ha surgido del espíritu del tiempo y del individuo a través del cual ese espíritu encuentra su vocero. La obra es producto de un nivel cultural, de un nivel de desarrollo de la conciencia. En realidad la obra es expresión de la conciencia misma, de la conciencia de ese tiempo.

Para el espíritu el individuo como individuo particular no cuenta, cuenta como individuo universal. Y el individuo universal y el espíritu son los mismo. Por lo tanto, es un error pensar que la obra es la obra de su autor. Es la obra de su autor y de su tiempo y de su medio y del estilo de pensamiento al que el autor -aún sin reconocerlo- pertenece y se expresa en él. Un filósofo no crea su filosofía, la filosofía se expresa a través de un pensador y de todo el ambiente de su época, y en realidad se expresa como respuesta a los problemas que la misma filosofía había dejado abiertos.

El concepto de individuo universal no es el concepto de individuo que tenemos nosotros, el individuo aislado y abstracto que produce algo que es genial y que aparentemente salió como un hongo de la nada; no, es a través del artista que el espíritu de su tiempo y los problemas de su tiempo se expresan. Por lo tanto, no se puede separar al individuo de su momento histórico, de su ambiente cultural, de las cuestiones que bullían en el aire para el cual el creador tiene antenas que le permiten -incluso sin que él se de cuenta- dar voz a eso que no es de él. Él pone su sello individual, pero eso es parte de la creación, la obra se crea a través del creador.” (…)

Para leer el texto completo de esta transcripción por Ale Bica de la última clase del curso Hegel y la psico-logía, dada por E. Eskenazi en julio de 2010, picar aquí


domingo, 1 de mayo de 2011

Jung hablando de la pobreza de símbolos


Acabo de colgar en la web del Centro, con el amable permiso de Ale Bica que lo publicó en su blog, aquél fragmento de las Obras Completas de Jung, vol. 9/1 en el que, entre otras cosas, Jung escribe:

El hombre protestante ha llegado a un estado de indefensión que podría aterrar al hombre primitivo. Por su parte la consciencia del hombre ilustrado no quiere saber nada de eso, y sin embargo busca calladamente en otro sitio lo que ha desaparecido en Europa. Se buscan las imágenes y las formas de percepción efectivas que puedan calmar la inquietud del corazón y del intelecto, y se encuentra todo el acervo del Oriente.

En sí, no hay nada que objetar a esto. Nadie obligó a los romanos a importar cultos asiáticos como artículo de consumo de masas. Si los pueblos germánicos hubiesen sentido una aversión verdaderamente visceral hacia ese cristianismo "ajeno a la raza", hubieran podido desprenderse fácilmente de él cuando ya había decaído el prestigio de las legiones romanas. Sin embargo permaneció, porque corresponde a la base arquetípica existente. Pero en el transcurso de los siglos se convirtió en algo que hubiese asombrado, y no poco, a su fundador, si éste hubiese podido verlo; y también podría dar lugar a alguna reflexión histórica el género de cristianismo que profesan los negros y los indios de América. ¿Por qué entonces no va a asimilar Occidente formas orientales? Los romanos también iban a Eleusis, a Samotracia y a Egipto para los ritos iniciáticos. En Egipto parece que hubo incluso un auténtico turismo de este género.

Los dioses de Grecia y Roma sucumbieron, víctimas de la misma enfermedad que nuestros símbolos cristianos: tanto entonces como ahora descubrieron los hombres que para ellos carecían de contenido. En cambio, los dioses extraños aún tenían un mana no agotado. Sus nombres eran raros e ininteligibles, y lo que hacían, de una sugerente oscuridad, muy distinto de la tan manida "crónica escandalosa" del Olimpo. Aquellos símbolos asiáticos, en cualquier caso, no se comprendían y por eso no eran banales como los dioses tradicionales. Pero el hecho de adoptar lo nuevo de un modo tan irreflexivo como se había desechado lo viejo no constituyó por entonces un problema.

¿Es un problema hoy? Símbolos acabados, surgidos en tierra exótica, empapados de sangre ajena, hablados en lenguas ajenas, alimentados de cultura ajena, transmitidos a lo largo de una historia ajena, ¿podemos vestirnos de ellos como nos ponemos un vestido nuevo? ¿Un mendigo que se envuelve en una túnica real? ¿Un rey que se disfraza de mendigo? Posible es, sin duda. ¿O hay en nosotros, en algún sitio, una orden de no hacer mascaradas sino tal vez incluso confeccionar nuestra propia túnica?”

Puede leerse el fragmento completo picando aquí


viernes, 8 de abril de 2011

Greg Mogenson: La presuposición tautológica

Traducción de Enrique Eskenazi

Agradezco al autor su amable permiso para traducir y publicar este artículo



Introducida en nuestra literatura por Giegerich (1), la presuposición tautológica es un recurso heurístico que pone la definición de verdad de Hegel, como la identidad de la identidad y la diferencia, en los términos operacionales de una praxis incluso en tanto habilita reflexivamente al intérprete para “ver a través” de la exterioridad e inmediatez sensorial de la forma representacional de los mitos, cuentos de hadas, sueños y otros productos culturales de modo que la sola situación o verdad anímica que expresan pueda conocerse desde dentro.

Como implica la etimología de la palabra, la interpretación según este modo es cuestión de “decir” (légein) “lo mismo” (tauton), esto es, de discernir, en caracteres muy diferentes e incluso opuestos, la mismidad que matizan como momentos internos el uno del otro.

Considérese por ejemplo un sueño en el cual la figura del soñador es acosada por un asesino. Una primera reacción posible a tal sueño podría ser tomarlo literalmente sobre el modelo de un acontecimiento semejante en la vida real. Esto, sin embargo, no nos llevaría demasiado lejos. La vida real es un mundo de entes existentes en relaciones externas -que es lo que en primer lugar hace posible un acto como el asesinato. El sueño, al contrario, es un drama interior de figuras imaginales que se reflejan la una en la otra de una manera que tiene significación alegórica. El asesino del sueño, lejos de ser una entidad externa, independiente y auto-idéntica, es una figura mental esencial para la descripción de la verdad que presenta el sueño. Es el propio asesino del yo-del-ensueño o, rindiendo tributo a la sustancia nocional que ambos describen, podríamos incluso decir “el verdadero asesino”.

Lo mismo ocurre con las figuras en un cuento de hadas o en un mito. Barbazul no es un otro exterior con respecto a la doncella a la que espanta (2). Ni lo es Hades para Perséfone. Más bien, como aquellas manos en el dibujo de M. C. Escher que se dibujan a sí mismas, ambas son figuras mutuamente constituyentes, cuyas relaciones entre sí, lejos de ser como las relaciones de la gente separada y distinta en el mundo social, son como las relaciones que las letras tienen en la formación de una palabra, o la que tienen las palabras en la formación de una frase. Por muy embarulladas que puedan parecer al intérprete que aún no distingue el bosque de los árboles, sólo leyéndolas al modo de “decir lo mismo” de la presuposición tautológica podemos profundizar en lo que implican con respecto a la consciencia y lo que muestran con respecto a la vida del alma. Y aquí podemos recordar una frase de Giegerich que expresa sucintamente la presuposición tautológica en la forma de un dicho: “Pero para la psicología no hay Otro. O el Otro que hay es el propio otro “del alma”, su otro interno, es decir, ella misma en tanto que otro” (3)

La presuposición tautológica viene nuevamente en nuestra ayuda al considerar el significado de los desarrollos de la trama y los cambios de escena. Aquí, como antes, no se trata de relaciones externas, es decir, de una situación que pasa a otra. Pues cuando se las reflexiona tautológicamente en la mismidad que matizan, lo que la mente imaginativa ha representado diversamente como acontecimientos subsiguientes y como cambios de escena puede verse como el sacar a la luz las implicaciones inherentes de la única situación que ha estado operativa desde el comienzo.

Greg Mogenson

Notas

(1) W. Giegerich, The Soul’s Logical Life: Towards a Rigorous Notion of Psychology (Frankfurt am Main: Peter LANG, 1998), PP. 119-123. Para un ejemplo exhaustivo del uso interpretativo de la presuposición tautológica, ver el capítulo 6 de este libro.

(2) W. Giegerich, “The Animus as Negation and as the Soul’s Own Other. The Soul’s Threefold Stance toward Its Experience of Its Other”, en Soul-Violence, Collected English Papers, vol. III, pp. 111-167.

(3) W. Giegerich, D.L. Miller, G. Mogenson, Dialectics and Analytical Psychology: The El Capitan Canyon Seminar (New Orleans: Spring Journal Books, 2005), p. 26. Para ejemplos del uso interpretativo de la presuposición tautológica, ver los capítulos 1 y 2 de este libro.

martes, 15 de marzo de 2011

Nietzsche, Heidegger y la Psicología: Una clase


Ya puede escucharse la clase dada por E. Eskenazi el 14 de marzo de 2011 en la Librería, correspondiente al curso “Nietzsche: Psicología y Nihilismo” en la cual, a pedido de los asistentes, se lee y se comenta un artículo de Heidegger tomado de su “Qué significa pensar”

Para escuchar la clase, basta con picar aquí.

sábado, 26 de febrero de 2011

El universal singular y la "irrelevantificación" de W. Giegerich


Acabo de publicar en la Web del Centro Enrique Eskenazi la transcripción que
Ale Bica hizo de una clase del curso "La Vida Lógica del Alma: Psicología Analítica y Dialéctica" en enero de 2009

En ese artículo puede leerse:
"Cada fase tuvo y tiene su momento de verdad. El individuo tiene sus límites. Uno puede decir "aquí termina la historia". Pero no es así. Aquí se acabó él, en todo caso, pero la cosa está en marcha. Donde acabas tú no acaba la conciencia, sólo acabas tú. La conciencia está muchísimo más allá que tú. Uno puede ponerse a la altura de la consciencia, pero no crearla, pues ya está creada a pesar de uno. Es uno el que tiene que llegar a donde ya está la cosa. Hegel, decía: "el ave de Minerva vuela al atardecer." Minerva es Atenea, la diosa de la sabiduría, el símbolo de la filosofía y su ave es la lechuza. De ahí que la lechuza sea tradicionalmente el símbolo del pensamiento filosófico, porque ve en la oscuridad. Siendo la Sabiduría la consciencia, ésta llega siempre tarde. Es darse cuenta de lo que ya está pasando. Ser consciente no es crear algo que no había, sino más bien que vuelva a casa lo que ya está, pero sin ser aún reconocido. La realidad opera independientemente de la consciencia individual. Es la consciencia individual la que puede llegar hasta donde está la acción. El momento en que se explicita, y por lo tanto se hace consciente, no es el momento en que ocurre. La conciencia siempre llega después. Sin embargo, llega después y es posible que llegue porque se ha producido. Pero el que se haya producido y no haya llegado todavía a la consciencia imposibilita la transición hacia nuevas etapas. Es decir: el comienzo de una nueva etapa de comprensión sólo es posible cuando la consciencia ha ido llegando a la etapa en que ya se está. Justo en ese momento, comienza a haber la nueva etapa, aquella que la consciencia no advertía. Es como la transición de la consciencia de la persona concreta al mundo o a la consciencia colectiva. Es como un ponerse al día.

Por ejemplo: en la vida personal puede que la estructura lógica en la que uno se mueve haya ya trascendido las necesidades de la niñez, pero puede que el ego se haya quedado anclado en estadios infantiles. Puede que uno siga queriendo jugar a la pelota y que se sienta culpable y que tenga que hacer un esfuerzo para jugar a la pelota como antes, cuando no le costaba ningún esfuerzo, y que se niegue y viva conflictivamente aquello que espontáneamente se está dando en él.

Otro ejemplo es el de la emergencia de la sexualidad, que tampoco es un acto voluntario, que tampoco es producto de ninguna decisión ni de ninguna preparación. Llega un momento en que el deseo se dispara y actúa, y actúa más allá del yo. Pero es el "yo" el que tiene que conquistar conscientemente esto que ya está ocurriendo a pesar del yo.

La característica del ser humano no es ser un ser natural que puede vivir las cosas en un supuesto estadio natural, lo que los alquimistas llamaban unio naturalis. Para el ser humano la cosa existe (deviene efectiva, real) en el momento en que se hace consciente. Por eso somos primariamente, primordialmente, hijos de la consciencia. Incluso lo que llamamos cuerpo en uno, es vivido a través de la consciencia. Por lo tanto, la sexualidad en el ser humano, jamás es un fenómeno natural. No es que primero sea natural. Siempre es la conquista que hace la consciencia de un proceso en el cual ya se está involucrado, pero en tanto que aún no es consciente, es un mero hecho externo, no es "alma". Es mediante la apropiación por parte de la consciencia que deviene psicológico y por ello "real"."

Para consultar el artículo basta con picar aquí

jueves, 24 de febrero de 2011

El Cristianismo como fenómeno psicológico: clase del 23 de febrero 2011


En esta clase dada por E. Eskenazi el 23 de febrero en la Librería Sto. Domingo, Barcelona, como parte del curso "El cristianismo como fenómeno psicológico", se continúa con la lectura y comentario del artículo de W. Giegerich, publicado en 1983, "El entierro del alma en la civilización tecnológica". Giegerich argumenta aquí que la tecnología es la verdadera religio del Occidente cristiano, la expresión de lo que Jung llamara vida simbólica: una vida espiritual autónoma que exige y convoca al ser humano a fin de volverse real.
La clase puede escucharse picando aquí.



martes, 25 de enero de 2011

Nietzsche: Nihilismo & Psicología


Clase dada en la librería Sto. Domingo, en Barcelona, el 24 de enero de 2011. En ella se comenta el análisis que hace Heidegger del pensamiento de Nietzsche. Un análisis que implica una concepción original de la "verdad" como creación con fuerza vinculante para la comunidad, como instauración de nuevos valores (es decir de un nuevo ordenamiento de la totalidad del ente).
Para escuchar la clase basta con picar aquí

viernes, 21 de enero de 2011

La modernidad y la pérdida de dioses


En "La época de la imagen del mundo" (1938) Heidegger, entre otras cosas, escribía:

“Un quinto fenómeno de la era moderna es la desdivinización o pérdida de dioses. Esta expresión no se refiere sólo a un mero dejar de lado a los dioses, es decir, al ateísmo más burdo. Por pérdida de dioses se entiende el doble proceso en virtud del que, por un lado, y desde el momento en que se pone el fundamento del mundo en lo infinito, lo incondicionado, lo absoluto, la imagen del mundo se cristianiza, y, por otro lado, el cristianismo transforma su cristianidad en una visión del mundo (la concepción cristiana del mundo), adaptándose de esta suerte a los tiempos modernos. La pérdida de dioses es el estado de indecisión respecto a dios y a los dioses. Es precisamente el cristianismo el que más parte ha tenido en este acontecimiento. Pero, lejos de excluir la religiosidad la pérdida de dioses es la responsable de que la relación con los dioses se transforme en una vivencia religiosa. Cuando esto ocurre es que los dioses han huido. El vacío resultante se colma por medio del análisis histórico y psicológico del mito.

¿Qué concepción de lo ente y qué interpretación de la verdad subyace a estos fenómenos?
Restringiremos la pregunta al primer fenómeno citado, esto es, a la ciencia.
¿En qué consiste la esencia de la ciencia moderna?
¿Qué concepción de lo ente y de la verdad fundamenta a esta esencia? Si conseguimos alcanzar el fundamento metafísico que fundamenta la ciencia como ciencia moderna, también será posible reconocer a partir de él la esencia de la era moderna en general. En la actualidad, cuando empleamos la palabra ‘ciencia’ ésta significa algo tan esencialmente diferente de la doctrina y scientia de la Edad Media como de la epistéme griega. La ciencia griega nunca fue exacta, porque según su esencia era imposible que lo fuera y tampoco necesitaba serlo. Por eso, carece completamente de sentido decir que la ciencia moderna es más exacta que la de la Antigüedad. Del mismo modo, tampoco se puede decir que la teoría de Galileo sobre la libre caída de los cuerpos sea verdadera y que la de Aristóteles, que dice que los cuerpos ligeros aspiran a elevarse, sea falsa, porque la concepción griega de la esencia de los cuerpos, del lugar, así como de la relación entre ambos, se basa en una interpretación diferente de lo ente y, en consecuencia, determina otro modo distinto de ver y cuestionar los fenómenos naturales. A nadie se le ocurriría pretender que la literatura de Shakespeare es un progreso respecto a la de Esquilo, pero resulta que aún es mayor la imposibilidad de afirmar que la concepción moderna de lo ente es más correcta que la griega. Por eso, si queremos llegar a captar la esencia de la ciencia moderna, debemos comenzar por librarnos de la costumbre de distinguir la ciencia moderna frente a la antigua únicamente por una cuestión de grado desde la perspectiva del progreso.

La esencia de eso que hoy denominamos ciencia es la investigación. ¿En qué consiste la esencia de la investigación?
Consiste en que el propio conocer, como proceder anticipador, se instala en un ámbito de lo ente, en la naturaleza o en la historia. Aquí, proceder anticipador no significa sólo el método, el procedimiento, porque todo proceder anticipador requiere ya un sector abierto en el que poder moverse. Pero precisamente la apertura de este sector es el paso previo fundamental de la investigación. Se produce cuando en un ámbito de lo ente, por ejemplo, en la naturaleza, se proyecta un determinado rasgo fundamental de los fenómenos naturales. El proyecto va marcando la manera en que el proceder anticipador del conocimiento debe vincularse al sector abierto. Esta vinculación es el rigor de la investigación. Por medio de la proyección del rasgo fundamental y la determinación del rigor, el proceder anticipador se asegura su sector de objetos dentro del ámbito del ser. Para aclarar esto arrojaremos una mirada a la más antigua y al mismo tiempo más normativa de las ciencias modernas, la física matemática. En la medida en que la física atómica actual sigue siendo también una física, lo esencial de lo que vamos a decir aquí (que es lo único que nos importa) también puede aplicarse a ella.”

Para leer el artículo íntegro basta con picar aquí

lunes, 3 de enero de 2011

Meditación histórica e historiografía



La cuestión de la
historia ha sido una constante entre los temas de este blog, ya fuera el enfoque del “tiempo cíclico” en la gnosis tratado por Henry Corbin, ya fuera el enfoque marxista de la historia como realización de la imaginación material, tratado por Loren Goldner, pasando por las refexiones de Nietzsche sobre “la utilidad o conveniencia de la historia para la vida” o por las "Tesis de filosofía de la historia” de Walter Benjamin.

No se trata de una preocupación por “los hechos pasados”, ni mucho menos por el “registro de los hechos pasados”, en verdad, no se trata de “hechos” sino de la comprensión de “aquello que habla” en la historia. En cambio a la historia como “ciencia del registro de los hechos”, así como el tipo de conciencia que la justifica, bien puede llamarse “historiografía”. Pero como escribía Heidegger ya a finales de los años 30':

La historiografía está ligada a los hechos pasados, vistos en cada caso de esta u otra forma; la meditación histórica, sin embargo, está ligada a aquel acaecer, sobre cuyo fundamento apenas pueden devenir y ser los hechos. La meditación histórica está sujeta a una ley más elevada y más rigurosa que la historiografía, aunque puede parecer que ocurre a la inversa.

Este párrafo está tomado de su curso
Preguntas fundamentales de la filosofía. “Problemas” selectos de “lógica” traducido por Ángel Xolocoatzi Yáñes, para la ed. Comares, Granada, 2008 (pág. 48 y ss. ), del cual acabo de publicar un fragmento en la web del Centro, bajo el nombre de Meditación histórica y consideración historiográfica. Allí, entre otras cosas, puede leerse (el subrayado es mío):

la consideración historiográfica es esencial solamente en la medida en que es portada por una meditación histórica, dirigida por ésta en los planteamientos de las preguntas y determinada por ella en la delimitación de sus tareas. Pero con ello se afirma también inversamente que la consideración y conocimiento historiográficos son indispensables. Esto mucho más para una época que tiene ella misma que liberarse de las ataduras de la historiografía y su confusión con la historia. Esta liberación es necesaria porque una época creativa debe estar protegida tanto contra una imitación, frecuentemente acientífica y débil, del pasado, como contra un atropello irreverente de lo sido, dos actitudes que aparentemente se oponen de manera mutua, que son unificadas muy fácilmente, pero que en sí se encuentran completamente enmarañadas.

Es bien conocido el hecho de que las ciencias naturales admiten la consideración historiográfica de su propio pasado meramente como una añadidura, pues en general lo pasado para ellas es solamente lo que ya no es. La ciencia natural misma considera siempre sólo la naturaleza presente (
gegenwärtig). Con base en esta actitud hace tiempo un famoso matemático declaró, al estar a discusión la ocupación de una cátedra de filología clásica, que esa cátedra debía ser sustituida por una cátedra de ciencias naturales, con el siguiente argumento: aquello de lo que se ocupa la filología clásica es ya “pasado”. Por el contrario, las ciencias naturales consideran no sólo lo real presente, sino que incluso pueden predecir, calcular de antemano, cómo debe ser lo real y así pueden fundamentar la técnica. Contrariamente, lo historiográfico de la ciencia natural son los descubrimientos y teorías pasadas, las cuales han sido superadas desde hace mucho tiempo mediante el progreso. La “historia” de la ciencia, desde el punto de vista historiográfico, es para la ciencia aquello que la ciencia natural constantemente deja tras de sí en su progreso hacia siempre nuevos resultados. Lo historiográfico de la ciencia natural no le pertenece a ella ni a su proceder. Mediante la consideración historiográfica de la secuencia de doctrinas y descubrimientos pasados uno puede a lo mucho aclararse cuán estupendamente lejos se ha llegado ahora y cuán retrasadas han sido las épocas pasadas, en las que dominaban todavía la “filosofía” y la “especulación” con sus ensoñaciones insostenibles, las cuales ahora finalmente han sido quebrantadas mediante la consideración exacta y sobria de los “hechos”. Así, la consideración historiográfica puede constatar que un filósofo como Aristóteles era de la opinión de que los cuerpos pesados caen más rápido que los ligeros; mientras que los “hechos” de las ciencias modernas han podido comprobar que todos los cuerpos caen con la misma velocidad. La consideración historiográfica de este tipo es por ello una compensación del incremento del progreso, en donde lo nuevo en cada caso es visto como lo más progresivo.

Sin embargo, más allá de la consideración historiográfica es todavía posible, como afirmamos, la meditación histórica y algún día será incluso imprescindible. La meditación histórica preguntará por la experiencia fundamental y la concepción fundamental que tenían los griegos en general, y en especial Aristóteles, de la “naturaleza”, del cuerpo, del movimiento, del lugar y del tiempo. La meditación histórica reconocerá que la experiencia fundamental aristotélica y griega de la naturaleza era de tal especie que la velocidad de caída de los cuerpos pesados y ligeros y su lugar correspondiente no podían ser vistos ni determinados en absoluto de forma diferente a como fueron determinados. Una meditación histórica reconocerá que la doctrina griega de los procesos naturales no se basa en una observación insuficiente, sino en
otra concepción de la naturaleza -quizás incluso más profunda- que precede a todas las observaciones singulares. Para Aristóteles “física” significa precisamente metafísica de la naturaleza.


Una meditación histórica reconocerá también que precisamente la ciencia natural moderna está fundada en una metafísica, de forma tan incondicionada, tan firme y tan obvia que la mayoría de los científicos ya no sospechan nada al respecto. Una meditación histórica sobre los fundamentos de la ciencia natural moderna reconocerá que los muy socorridos hechos, que la ciencia experimental moderna hace valer como lo único real, solamente pueden ser vistos y fundamentados como hechos a la luz de una metafísica de la naturaleza muy determinada, una metafísica que no está menos en obra por el hecho de que los científicos actuales no sepan ya nada de ella. Por el contrario, los grandes científicos, que fundamentaron la ciencia natural moderna, han sido y permanecerán grandes precisamente porque poseían la fuerza y la pasión, pero también la educación, para el pensar fundamental.

Una meditación histórica reconocerá que no tiene sentido en absoluto medir la doctrina aristotélica del movimiento simplemente en relación con los resultados de la doctrina de Galileo y juzgar la primera como retrasada y la última como progresiva; pues en los dos casos “naturaleza” significa algo completamente diferente. De acuerdo con el cálculo historiográfico, la ciencia natural moderna es ciertamente más progresiva que la griega, si el dominio técnico y con ello también la destrucción de la naturaleza es un progreso, contrapuesto a la custodia de la naturaleza como un poder metafísico. No obstante, esta progresiva ciencia natural moderna, pensada desde el punto de vista de la meditación histórica, no es ni una pizca más verdadera que la griega, por el contrario, a lo mucho, más no-verdadera, porque queda enredada totalmente en su esquema metódico y de tantos descubrimientos deja escapar aquello que propiamente es el objeto de estos descubrimientos: la naturaleza, la referencia del ser humano a ella y su posición en ella.

La comparación y la compensación historiográficas del pasado y del presente conducen al resultado de la progresividad de lo actual. La meditación histórica sobre lo sido y lo futuro conduce a la intelección de la ausencia de suelo de la referencia o falta de referencia actual a la naturaleza, a la intelección de que las ciencias naturales como en general todas las ciencias se hallan, a pesar de su progreso -o quizás precisamente debido al progreso- en una crisis. Ciertamente, como se escucha ahora, deben “callarse por fin hoy las habladurías acerca de la crisis de la ciencia” (discurso de matriculación del actual rector, inicio de diciembre de 1937). Sin embargo, la “crisis” de la ciencia no consiste en que hasta ahora no haya sido representada en “cátedras” de paleontología, de etnología, de etnografía, y de otras más; tampoco consiste en que ella hasta ahora no estuviera suficientemente “cercana a la vida” -eso sí lo está demasiado-. Sin embargo, se puede dejar de hablar de estas cosas como “crisis” de la ciencia. Pues en el fondo estos hacedores de crisis están completamente de acuerdo con la ciencia actual y se entregan a ella, incluso llegan a ser sus mejores defensores, tan pronto tienen sus puestos correspondientes. Pero la “crisis” naturalmente es otra y no proviene de 1933 ni de 1918 ni siquiera del vituperado siglo XIX, sino del comienzo de la modernidad, lo que no fue un error, sino un destino y sólo mediante un destino será superado.

La crisis más aguda de la ciencia contemporánea podría consistir en que ella no sospecha en absoluto en qué crisis está envuelta; que ella cree estar ya suficientemente confirmada mediante sus éxitos y resultados palpables. Pero todo lo espiritual y todo lo que quiera dominar como poder espiritual, y que tendría que ser algo más que un trajín, nunca puede estar ya confirmado mediante el éxito y la utilidad. La meditación histórica pone en cuestión el presente y futuro de la ciencia misma y arruina su fe en el progreso, ya que tal meditación hace saber que en las cosas esenciales no hay progreso, sino solamente la transformación de lo mismo. La consideración historiográfica es para las ciencias naturales y para toda ciencia quizás sólo una añadidura externa que hace tomar conocimiento de su propio pasado como algo superado. Por el contrario, la meditación histórica pertenece a la esencia de toda ciencia, en la medida en que pretenda preparar y formar, más allá de los resultados útiles, un saber esencial de su campo y del correspondiente ámbito del ser.

Todavía las ciencias y la institución actual que por completo las sintetiza sólo de forma burocrática, -la universidad- están muy lejos de presentir algo del ser-necesario de la meditación histórica. ¿Por qué? Porque esta diferencia, presumiblemente sólo abstracta, entre la consideración historiográfica y la meditación histórica no es experimentada ni aprehendida, y de momento no quiere ser aprehendida en absoluto. Pues ya estamos acostumbrados desde hace mucho al hecho de que un científico dentro de su campo puede remitir a logros reconocidos y al mismo tiempo puede ser ciego, con una ignorancia conmocionante, frente a todo aquello que otorga a su ciencia el fundamento y la legitimidad. Incluso encontramos esto “maravilloso”. Desde hace mucho hemos resbalado en el americanismo más desolado, cuyo principio es que es verdadero lo que tiene éxito y todo lo demás es “especulación”, es decir, “ensoñaciones alejadas de la vida”.

El optimismo es una buena cosa, pero sólo es la represión del pesimismo; y el pesimismo así como su adversario crecen sólo sobre el terreno de una concepción de lo real y con ello de la historia en el sentido de un negocio, cuyas perspectivas son calculadas ora como esperanzadoras, ora como lo contrario. Solamente hay optimismo y pesimismo dentro de la consideración historiográfica de la historia. Los optimistas son aquellas personas que no pueden librarse del pesimismo, pues ¿por qué otra razón tendrían ellas que ser optimistas? Por el contrario la meditación histórica se halla fuera de esta oposición entre optimismo y pesimismo, pues no cuenta con la dicha de un progreso y tampoco con la desdicha de una paralización del progreso o incluso regreso, sino que la meditación histórica trabaja en la preparación de un
Dasein (existir) histórico que esté la altura de su destino, de los instantes de la cima del ser.

Estas indicaciones deben insinuar que la diferencia entre la consideración historiográfica y la meditación histórica no es ninguna construcción del pensamiento, una construcción “especulativa” y que vuela libremente, sino
el ser-necesario más duro de una decisión, cuya aceptación o negligencia es decisiva sobre nosotros mismos y sobre nuestra determinación de la historia.


En estos audaces y polémicos comentarios, Heidegger ya propone el problema de “
la verdad”, cuando afirma, por ejemplo, que la progresiva y progresante ciencia moderna de la naturaleza “no es ni una pizca más verdadera” que la griega. Grave error sería interpretar esta afirmación como postulando la “falsedad” de la ciencia moderna frente a la “verdad” de la ciencia griega. Esto es falaz, puesto que Heidegger apunta aquí a la historicidad misma de “la verdad” -lo cual no implica en absoluto un renunciar a la verdad, sino más bien la necesidad de la apropiación histórica (no historiográfica) de esa verdad y de ese destino, en el cual consiste tal verdad.

Puede leerse el artículo íntegro picando
aquí.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

"Aurora" de Nietzsche


En el siguiente enlace puede accederse a la versión íntegra de “Aurora” (1881) de Nietzsche, obra cuyo título íntegro incluye “Reflexiones sobre los prejuicios morales” y que fue publicada después de “Humano, demasiado humano” y “El caminante y su sombra” e inmediatamente antes que “La gaya ciencia” y “Así hablaba Zaratustra”.

"Con este libro ―dice Nietzsche refiriéndose a Aurora― inicié mi campaña contra la moral". Y sigue advirtiendo Nietzsche: "¿Dónde busca el autor esa nueva mañana, ese delicado arrebol que aún está por descubrir y con el que comienza un nuevo día, o mejor, toda una serie, todo un mundo de nuevos días? En una inversión de todos los valores, en una liberación de todos los valores morales, en un afirmar y en un creer en todo lo que hasta hoy se ha venido prohibiendo, despreciando y maldiciendo".


Consta de cinco libros escritos mayormente como breves aforismos. Los temas conductores son: la moral, el cristianismo, la filosofía, el arte y la vida.

Para consultar esta obra en castellano, picar aquí

miércoles, 22 de diciembre de 2010

lunes, 15 de noviembre de 2010

Irrelevantificación, de W. Giegerich


Es un gran honor para mí comentar que he publicado la traducción del magnífico artículo de Wolgang Giegerich: "Irrelevantificación", que hasta ahora no ha sido publicado en ningún idioma, y con el beneplácito de su autor.

El artículo, que es uno de sus trabajos más decisivos, puede consultarse picando aquí:
http://tinyurl.com/2vyunh5