martes, 25 de enero de 2011

Nietzsche: Nihilismo & Psicología


Clase dada en la librería Sto. Domingo, en Barcelona, el 24 de enero de 2011. En ella se comenta el análisis que hace Heidegger del pensamiento de Nietzsche. Un análisis que implica una concepción original de la "verdad" como creación con fuerza vinculante para la comunidad, como instauración de nuevos valores (es decir de un nuevo ordenamiento de la totalidad del ente).
Para escuchar la clase basta con picar aquí

sábado, 22 de enero de 2011

La "disolución" de la psicología



En su interesante artículo sobre la psicología a lo largo del S. XX, incluído en “El legado filosófico y científico del s. XX” (coord. por Manuel Garrido, Luis M. Valdés y Luis Arenas, ed. Cátedra, pp. 821-840), y refiriéndose a las últimas décadas del siglo XX, Julio Seoane alude a “la sólida impresión de que nunca la psicología estuvo tan carente de fundamentación teórica o de conocimiento riguroso, junto con el convencimiento de que tampoco nunca ha tenido tanto éxito y penetración social en todo tipo de instituciones públicas y privadas de la vida social” (p.840)

La psicología se está disgregando en una cantidad de técnicas difusas para resolver “problemas” específicos, en una fragmentación que, como escribe Seoane, “da prioridad a los problemas de urgencia social frente a los desarrollos sistemáticos, y esto hace que aparezcan una multitud de disciplinas o especializaciones con nombres nuevos y fundamentos imprecisos, como la psicología política, la psico-oncología, la psicología de las adicciones, la psicología de la seguridad vial, la psicología de la familia o la psicología de género, unos pocos ejemplos de una serie interminable. Esto produce una fuerte dispersión de los estudios, una endogamia de los investigadores y un olvido generalizado de las fuentes originales de la psicología. La fragmentación va acompañada de una multiplicación exagerada de las revistas, publicaciones, asociaciones.... un consumo con frecuencia inútil de recursos institucionales, humanos y económicos, y el consiguiente deterioro de la calidad intelectual” (p. 837)

¿Qué significa esta carencia de fundamentación teórica, y lo que es aún más problemático, la indiferencia por parte de los psicólogos a todo intento de fundamentación, así como el deterioro de la calidad intelectual?
Posiblemente la muerte de la psicología, “o al menos su disolución como ciencia singular, combinándose con otras disciplinas como la neurofisiología, la lingüística y otras” o acaso “su configuración definitiva como un conjunto heterogéneo de ideas reunido con la finalidad de consumo en una cultura de masas” (p.840)

viernes, 21 de enero de 2011

La modernidad y la pérdida de dioses


En "La época de la imagen del mundo" (1938) Heidegger, entre otras cosas, escribía:

“Un quinto fenómeno de la era moderna es la desdivinización o pérdida de dioses. Esta expresión no se refiere sólo a un mero dejar de lado a los dioses, es decir, al ateísmo más burdo. Por pérdida de dioses se entiende el doble proceso en virtud del que, por un lado, y desde el momento en que se pone el fundamento del mundo en lo infinito, lo incondicionado, lo absoluto, la imagen del mundo se cristianiza, y, por otro lado, el cristianismo transforma su cristianidad en una visión del mundo (la concepción cristiana del mundo), adaptándose de esta suerte a los tiempos modernos. La pérdida de dioses es el estado de indecisión respecto a dios y a los dioses. Es precisamente el cristianismo el que más parte ha tenido en este acontecimiento. Pero, lejos de excluir la religiosidad la pérdida de dioses es la responsable de que la relación con los dioses se transforme en una vivencia religiosa. Cuando esto ocurre es que los dioses han huido. El vacío resultante se colma por medio del análisis histórico y psicológico del mito.

¿Qué concepción de lo ente y qué interpretación de la verdad subyace a estos fenómenos?
Restringiremos la pregunta al primer fenómeno citado, esto es, a la ciencia.
¿En qué consiste la esencia de la ciencia moderna?
¿Qué concepción de lo ente y de la verdad fundamenta a esta esencia? Si conseguimos alcanzar el fundamento metafísico que fundamenta la ciencia como ciencia moderna, también será posible reconocer a partir de él la esencia de la era moderna en general. En la actualidad, cuando empleamos la palabra ‘ciencia’ ésta significa algo tan esencialmente diferente de la doctrina y scientia de la Edad Media como de la epistéme griega. La ciencia griega nunca fue exacta, porque según su esencia era imposible que lo fuera y tampoco necesitaba serlo. Por eso, carece completamente de sentido decir que la ciencia moderna es más exacta que la de la Antigüedad. Del mismo modo, tampoco se puede decir que la teoría de Galileo sobre la libre caída de los cuerpos sea verdadera y que la de Aristóteles, que dice que los cuerpos ligeros aspiran a elevarse, sea falsa, porque la concepción griega de la esencia de los cuerpos, del lugar, así como de la relación entre ambos, se basa en una interpretación diferente de lo ente y, en consecuencia, determina otro modo distinto de ver y cuestionar los fenómenos naturales. A nadie se le ocurriría pretender que la literatura de Shakespeare es un progreso respecto a la de Esquilo, pero resulta que aún es mayor la imposibilidad de afirmar que la concepción moderna de lo ente es más correcta que la griega. Por eso, si queremos llegar a captar la esencia de la ciencia moderna, debemos comenzar por librarnos de la costumbre de distinguir la ciencia moderna frente a la antigua únicamente por una cuestión de grado desde la perspectiva del progreso.

La esencia de eso que hoy denominamos ciencia es la investigación. ¿En qué consiste la esencia de la investigación?
Consiste en que el propio conocer, como proceder anticipador, se instala en un ámbito de lo ente, en la naturaleza o en la historia. Aquí, proceder anticipador no significa sólo el método, el procedimiento, porque todo proceder anticipador requiere ya un sector abierto en el que poder moverse. Pero precisamente la apertura de este sector es el paso previo fundamental de la investigación. Se produce cuando en un ámbito de lo ente, por ejemplo, en la naturaleza, se proyecta un determinado rasgo fundamental de los fenómenos naturales. El proyecto va marcando la manera en que el proceder anticipador del conocimiento debe vincularse al sector abierto. Esta vinculación es el rigor de la investigación. Por medio de la proyección del rasgo fundamental y la determinación del rigor, el proceder anticipador se asegura su sector de objetos dentro del ámbito del ser. Para aclarar esto arrojaremos una mirada a la más antigua y al mismo tiempo más normativa de las ciencias modernas, la física matemática. En la medida en que la física atómica actual sigue siendo también una física, lo esencial de lo que vamos a decir aquí (que es lo único que nos importa) también puede aplicarse a ella.”

Para leer el artículo íntegro basta con picar aquí

jueves, 6 de enero de 2011

Psicología y Ciencia


Por Enrique Eskenazi.

Fragmento de una clase dada el día 7 de Octubre 2009.

Transcripción de Alejandro Bica.


Negatividad significa en W. Giegerich lo opuesto a positividad o positivismo o a "hecho positivo" (= hecho empírico, verificable, certificable, real-ahí-afuera es decir: afuera-del-mundo-puramente-lógico, hecho al que puede uno referirse con enunciados "ónticos" o que se pueden señalar con el índice: esta casa, este sentimiento, esta situación, esta persona, esta neurona, este conjunto de neuronas, esta familia, etc. etc. Lo psíquico -este sentimiento, esta emoción, esta reacción, etc.- está tan "fuera" de lo lógico y es tan "positivo" como lo físico.) Lo "positivo" es lo existente como ente y por tanto percibible y/o sometible a experimentación científica. Lo positivo tiene así caracter "sustancial". Lo negativo es justamente lo que no existe como ente ni como sustancia (pero no por ello deja de ser real) y por tanto no puede ser directamente verificable, sometible a prueba de laboratorio o apuntable con el índice del sentido común como si fuera una cosa determinada o un conjunto de cosas determinadas).

Giegerich escribe: "Por lo que respecta a positivo y negativo, acaso la idea siguiente pueda poner a la gente en el camino adecuado. En contraste con los seres vivientes o los organismos, es decir, plantas, animales, gente, que tienen una existencia positiva, la "vida" no tiene una existencia positiva; no es una entidad, no es una cosa. No se la puede ver ni tocar ni demostrar. Existe sólo EN los seres vivos, pero no es idéntica con ellos, porque estos seres pueden morir, es decir, perder su vida. Es (lógicamente) absoluto-negativa: absolutamente negativa, porque no es SIMPLEMENTE nada (antes bien, es una realidad poderosa, sólo que no "positiva"). Hay que tener cuidado con no "positivizar" lo que es lógicamente negativo".

Lo positivo trata sólo con asuntos de hechos y experiencia (experimentación) y no con lo especulativo y lo teórico. Hechos y experimentos pueden ser explorados por las ciencias positivas.

Esto es lo que diferenciaría a la psicología de Giegerich de cualquier ciencia. Para Giegerich -y también para C. G. Jung en algunos momentos de su obra-, la psicología no será nunca una ciencia, sino que es ciencia sublada, es lo que pone en cuestión a todas las ciencias, pero no puede ser una ciencia entre las ciencias, sino que es la mirada por debajo que cuestiona la ciencia misma. Jung en algunos momentos vio esto, pero por otro lado quería ser un científico, un empirista. Para Giegerich la psicología ni siquiera pretende ser una ciencia, porque todas las ciencias se mueven en el terreno de la positividad, las ciencias siempre hablan de hechos que están ahí al frente, aunque sean hechos tan sutiles como las partículas cuánticas, que siempre son hechos, hechos reductibles a experiencias de laboratorio.

En el momento en que la psicología es "espíritu viviente", un proceso lógico que se expresa a lo largo de una cultura, jamás será un objeto que está ahí al frente y que se pueda verificar empíricamente. Para Giegerich esto no es una limitación, es un honor. La psicología por lo tanto contendrá a la ciencia, pero traspasada a un plano al cual la ciencia no puede, ni quiere, ni debe llegar, porque a la ciencia jamás le ha importado la verdad. A la ciencia lo único que le ha importado es el control, el obtener resultados, el dominio, la exactitud, la medibilidad, pero nunca la verdad. Puede que en el comienzo de la ciencia, en el siglo XVIII, todavía se confundiera la ciencia con el espíritu de verdad, pero a la altura en que estamos hoy, y que ya lo ha revelado la historia de la ciencia donde la ciencia desemboca en la tecnología y está al servicio necesario de los intereses tecnológicos y comerciales ya no aparece más como el espíritu desinteresado de la búsqueda de la verdad.

En esto M. Heidegger hizo una crítica a la ciencia, -que está contenida en Giegerich- diciendo que “la ciencia no piensa”, la ciencia calcula, pero calcular no es pensar -dialécticamente-, no es entrar en las cosas, sino que es descomponerla en cuantidades que permitan controlarlas, medirlas y disponer de ellas. No está mal. Es una empresa característica del espíritu occidental, pero no tiene nada que ver con el anhelo de verdad, sino que tiene que ver con el anhelo de control, de previsibilidad, de dominación (siendo una forma de lo que Nietzsche llamaría "voluntad de poder").

La ciencia es positividad. La psicología para Giegerich jamás lo será. Y una llamada psicología que pretenda ser positividad, para Giegerich, no tiene logos, tampoco piensa, sólo calcula. La mayoría de las terapias que se ofrecen hoy como psicología no quieren pensar, quieren dominar, hacer desaparecer el síntoma, hacerte sentir mejor, vender, persuadir, pero no les interesa la verdad. Es más, muchas incluso renuncian de la teoría, que es la contemplación de la verdad. Por supuesto, que renuncien a la teoría no quiere decir que no haya una teoría implícita. Está ahí pero no la ven. Pero no tienen interés en ella, porque quieren resultados. Es como la tecnología, quieren dominio, quieren control, y eso está muy bien, pero no tienen logos, no piensan, no piensan explícitamente, no se elevan al nivel de cuestionar y de hacer explícitos los principios del entendimiento y la conciencia que está en juego allí.

lunes, 3 de enero de 2011

Meditación histórica e historiografía



La cuestión de la
historia ha sido una constante entre los temas de este blog, ya fuera el enfoque del “tiempo cíclico” en la gnosis tratado por Henry Corbin, ya fuera el enfoque marxista de la historia como realización de la imaginación material, tratado por Loren Goldner, pasando por las refexiones de Nietzsche sobre “la utilidad o conveniencia de la historia para la vida” o por las "Tesis de filosofía de la historia” de Walter Benjamin.

No se trata de una preocupación por “los hechos pasados”, ni mucho menos por el “registro de los hechos pasados”, en verdad, no se trata de “hechos” sino de la comprensión de “aquello que habla” en la historia. En cambio a la historia como “ciencia del registro de los hechos”, así como el tipo de conciencia que la justifica, bien puede llamarse “historiografía”. Pero como escribía Heidegger ya a finales de los años 30':

La historiografía está ligada a los hechos pasados, vistos en cada caso de esta u otra forma; la meditación histórica, sin embargo, está ligada a aquel acaecer, sobre cuyo fundamento apenas pueden devenir y ser los hechos. La meditación histórica está sujeta a una ley más elevada y más rigurosa que la historiografía, aunque puede parecer que ocurre a la inversa.

Este párrafo está tomado de su curso
Preguntas fundamentales de la filosofía. “Problemas” selectos de “lógica” traducido por Ángel Xolocoatzi Yáñes, para la ed. Comares, Granada, 2008 (pág. 48 y ss. ), del cual acabo de publicar un fragmento en la web del Centro, bajo el nombre de Meditación histórica y consideración historiográfica. Allí, entre otras cosas, puede leerse (el subrayado es mío):

la consideración historiográfica es esencial solamente en la medida en que es portada por una meditación histórica, dirigida por ésta en los planteamientos de las preguntas y determinada por ella en la delimitación de sus tareas. Pero con ello se afirma también inversamente que la consideración y conocimiento historiográficos son indispensables. Esto mucho más para una época que tiene ella misma que liberarse de las ataduras de la historiografía y su confusión con la historia. Esta liberación es necesaria porque una época creativa debe estar protegida tanto contra una imitación, frecuentemente acientífica y débil, del pasado, como contra un atropello irreverente de lo sido, dos actitudes que aparentemente se oponen de manera mutua, que son unificadas muy fácilmente, pero que en sí se encuentran completamente enmarañadas.

Es bien conocido el hecho de que las ciencias naturales admiten la consideración historiográfica de su propio pasado meramente como una añadidura, pues en general lo pasado para ellas es solamente lo que ya no es. La ciencia natural misma considera siempre sólo la naturaleza presente (
gegenwärtig). Con base en esta actitud hace tiempo un famoso matemático declaró, al estar a discusión la ocupación de una cátedra de filología clásica, que esa cátedra debía ser sustituida por una cátedra de ciencias naturales, con el siguiente argumento: aquello de lo que se ocupa la filología clásica es ya “pasado”. Por el contrario, las ciencias naturales consideran no sólo lo real presente, sino que incluso pueden predecir, calcular de antemano, cómo debe ser lo real y así pueden fundamentar la técnica. Contrariamente, lo historiográfico de la ciencia natural son los descubrimientos y teorías pasadas, las cuales han sido superadas desde hace mucho tiempo mediante el progreso. La “historia” de la ciencia, desde el punto de vista historiográfico, es para la ciencia aquello que la ciencia natural constantemente deja tras de sí en su progreso hacia siempre nuevos resultados. Lo historiográfico de la ciencia natural no le pertenece a ella ni a su proceder. Mediante la consideración historiográfica de la secuencia de doctrinas y descubrimientos pasados uno puede a lo mucho aclararse cuán estupendamente lejos se ha llegado ahora y cuán retrasadas han sido las épocas pasadas, en las que dominaban todavía la “filosofía” y la “especulación” con sus ensoñaciones insostenibles, las cuales ahora finalmente han sido quebrantadas mediante la consideración exacta y sobria de los “hechos”. Así, la consideración historiográfica puede constatar que un filósofo como Aristóteles era de la opinión de que los cuerpos pesados caen más rápido que los ligeros; mientras que los “hechos” de las ciencias modernas han podido comprobar que todos los cuerpos caen con la misma velocidad. La consideración historiográfica de este tipo es por ello una compensación del incremento del progreso, en donde lo nuevo en cada caso es visto como lo más progresivo.

Sin embargo, más allá de la consideración historiográfica es todavía posible, como afirmamos, la meditación histórica y algún día será incluso imprescindible. La meditación histórica preguntará por la experiencia fundamental y la concepción fundamental que tenían los griegos en general, y en especial Aristóteles, de la “naturaleza”, del cuerpo, del movimiento, del lugar y del tiempo. La meditación histórica reconocerá que la experiencia fundamental aristotélica y griega de la naturaleza era de tal especie que la velocidad de caída de los cuerpos pesados y ligeros y su lugar correspondiente no podían ser vistos ni determinados en absoluto de forma diferente a como fueron determinados. Una meditación histórica reconocerá que la doctrina griega de los procesos naturales no se basa en una observación insuficiente, sino en
otra concepción de la naturaleza -quizás incluso más profunda- que precede a todas las observaciones singulares. Para Aristóteles “física” significa precisamente metafísica de la naturaleza.


Una meditación histórica reconocerá también que precisamente la ciencia natural moderna está fundada en una metafísica, de forma tan incondicionada, tan firme y tan obvia que la mayoría de los científicos ya no sospechan nada al respecto. Una meditación histórica sobre los fundamentos de la ciencia natural moderna reconocerá que los muy socorridos hechos, que la ciencia experimental moderna hace valer como lo único real, solamente pueden ser vistos y fundamentados como hechos a la luz de una metafísica de la naturaleza muy determinada, una metafísica que no está menos en obra por el hecho de que los científicos actuales no sepan ya nada de ella. Por el contrario, los grandes científicos, que fundamentaron la ciencia natural moderna, han sido y permanecerán grandes precisamente porque poseían la fuerza y la pasión, pero también la educación, para el pensar fundamental.

Una meditación histórica reconocerá que no tiene sentido en absoluto medir la doctrina aristotélica del movimiento simplemente en relación con los resultados de la doctrina de Galileo y juzgar la primera como retrasada y la última como progresiva; pues en los dos casos “naturaleza” significa algo completamente diferente. De acuerdo con el cálculo historiográfico, la ciencia natural moderna es ciertamente más progresiva que la griega, si el dominio técnico y con ello también la destrucción de la naturaleza es un progreso, contrapuesto a la custodia de la naturaleza como un poder metafísico. No obstante, esta progresiva ciencia natural moderna, pensada desde el punto de vista de la meditación histórica, no es ni una pizca más verdadera que la griega, por el contrario, a lo mucho, más no-verdadera, porque queda enredada totalmente en su esquema metódico y de tantos descubrimientos deja escapar aquello que propiamente es el objeto de estos descubrimientos: la naturaleza, la referencia del ser humano a ella y su posición en ella.

La comparación y la compensación historiográficas del pasado y del presente conducen al resultado de la progresividad de lo actual. La meditación histórica sobre lo sido y lo futuro conduce a la intelección de la ausencia de suelo de la referencia o falta de referencia actual a la naturaleza, a la intelección de que las ciencias naturales como en general todas las ciencias se hallan, a pesar de su progreso -o quizás precisamente debido al progreso- en una crisis. Ciertamente, como se escucha ahora, deben “callarse por fin hoy las habladurías acerca de la crisis de la ciencia” (discurso de matriculación del actual rector, inicio de diciembre de 1937). Sin embargo, la “crisis” de la ciencia no consiste en que hasta ahora no haya sido representada en “cátedras” de paleontología, de etnología, de etnografía, y de otras más; tampoco consiste en que ella hasta ahora no estuviera suficientemente “cercana a la vida” -eso sí lo está demasiado-. Sin embargo, se puede dejar de hablar de estas cosas como “crisis” de la ciencia. Pues en el fondo estos hacedores de crisis están completamente de acuerdo con la ciencia actual y se entregan a ella, incluso llegan a ser sus mejores defensores, tan pronto tienen sus puestos correspondientes. Pero la “crisis” naturalmente es otra y no proviene de 1933 ni de 1918 ni siquiera del vituperado siglo XIX, sino del comienzo de la modernidad, lo que no fue un error, sino un destino y sólo mediante un destino será superado.

La crisis más aguda de la ciencia contemporánea podría consistir en que ella no sospecha en absoluto en qué crisis está envuelta; que ella cree estar ya suficientemente confirmada mediante sus éxitos y resultados palpables. Pero todo lo espiritual y todo lo que quiera dominar como poder espiritual, y que tendría que ser algo más que un trajín, nunca puede estar ya confirmado mediante el éxito y la utilidad. La meditación histórica pone en cuestión el presente y futuro de la ciencia misma y arruina su fe en el progreso, ya que tal meditación hace saber que en las cosas esenciales no hay progreso, sino solamente la transformación de lo mismo. La consideración historiográfica es para las ciencias naturales y para toda ciencia quizás sólo una añadidura externa que hace tomar conocimiento de su propio pasado como algo superado. Por el contrario, la meditación histórica pertenece a la esencia de toda ciencia, en la medida en que pretenda preparar y formar, más allá de los resultados útiles, un saber esencial de su campo y del correspondiente ámbito del ser.

Todavía las ciencias y la institución actual que por completo las sintetiza sólo de forma burocrática, -la universidad- están muy lejos de presentir algo del ser-necesario de la meditación histórica. ¿Por qué? Porque esta diferencia, presumiblemente sólo abstracta, entre la consideración historiográfica y la meditación histórica no es experimentada ni aprehendida, y de momento no quiere ser aprehendida en absoluto. Pues ya estamos acostumbrados desde hace mucho al hecho de que un científico dentro de su campo puede remitir a logros reconocidos y al mismo tiempo puede ser ciego, con una ignorancia conmocionante, frente a todo aquello que otorga a su ciencia el fundamento y la legitimidad. Incluso encontramos esto “maravilloso”. Desde hace mucho hemos resbalado en el americanismo más desolado, cuyo principio es que es verdadero lo que tiene éxito y todo lo demás es “especulación”, es decir, “ensoñaciones alejadas de la vida”.

El optimismo es una buena cosa, pero sólo es la represión del pesimismo; y el pesimismo así como su adversario crecen sólo sobre el terreno de una concepción de lo real y con ello de la historia en el sentido de un negocio, cuyas perspectivas son calculadas ora como esperanzadoras, ora como lo contrario. Solamente hay optimismo y pesimismo dentro de la consideración historiográfica de la historia. Los optimistas son aquellas personas que no pueden librarse del pesimismo, pues ¿por qué otra razón tendrían ellas que ser optimistas? Por el contrario la meditación histórica se halla fuera de esta oposición entre optimismo y pesimismo, pues no cuenta con la dicha de un progreso y tampoco con la desdicha de una paralización del progreso o incluso regreso, sino que la meditación histórica trabaja en la preparación de un
Dasein (existir) histórico que esté la altura de su destino, de los instantes de la cima del ser.

Estas indicaciones deben insinuar que la diferencia entre la consideración historiográfica y la meditación histórica no es ninguna construcción del pensamiento, una construcción “especulativa” y que vuela libremente, sino
el ser-necesario más duro de una decisión, cuya aceptación o negligencia es decisiva sobre nosotros mismos y sobre nuestra determinación de la historia.


En estos audaces y polémicos comentarios, Heidegger ya propone el problema de “
la verdad”, cuando afirma, por ejemplo, que la progresiva y progresante ciencia moderna de la naturaleza “no es ni una pizca más verdadera” que la griega. Grave error sería interpretar esta afirmación como postulando la “falsedad” de la ciencia moderna frente a la “verdad” de la ciencia griega. Esto es falaz, puesto que Heidegger apunta aquí a la historicidad misma de “la verdad” -lo cual no implica en absoluto un renunciar a la verdad, sino más bien la necesidad de la apropiación histórica (no historiográfica) de esa verdad y de ese destino, en el cual consiste tal verdad.

Puede leerse el artículo íntegro picando
aquí.