sábado, 24 de mayo de 2008

Entrevista a Wolfgang Giegerich

He publicado en la web del Centro la entrevista que Marcus Quintaes hizo al original psicólogo Wolfgang Giegerich, cuyo pensamiento consigue ir "más allá" de la psicología arquetipal de Hillman.

En esta entrevista Giegerich declara, entre otras cosas:

La cuestión es entrar en los fenómenos que se muestran, en su interioridad, en lugar de sustituir una supuesta profundidad por su superficie. En nuestro movimiento hacia el alma de los fenómenos, debe “salvarse” el fenómeno tal como aparece originalmente. La profundidad debe ser la propia profundidad del fenómeno aparente.
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Ahora incluso nos estamos moviendo psicológicamente más allá de la individuación. Ya no la integridad, sino más bien diseminación, multiplicidad, ambigüedad, diferencia y différance parecieran ser las nuevas necesidades.
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El así llamado inconsciente es siempre la propia inconsciencia de la consciencia
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Hay un pensamiento en marcha dentro de lo que puede aparecer como acontecimiento natural. Por ejemplo, oculto dentro de un impulso o dentro del estallido de una emoción, hay un pensamiento que provoca este impulso o emoción y que es su corazón y su alma, pero por alguna razón no puede aparecer en su forma pura de idea, sino que se viste en la forma ocluída de “impulso” o “emoción” (o, en otros casos, “imagen”, etc.)
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Puedes leer la entrevista entera picando aquí

lunes, 19 de mayo de 2008

Hillman revisando a Hillman: polémica y paranoia

por Marcus Quintaes, traducción de E. Galán. (Agradezco a Marcus Quintaes su amable autorización para publicar este artículo)


Creo en mi rabia. Es mi demonio favorito. Ser valiente y escribir van juntos
James Hillman

En una reciente entrevista, concedida a la revista de la Asociación Internacional de Psicología Analítica -un número especial dedicado a sus cincuenta años de existencia-, al ser preguntado sobre cuándo cayó en la cuenta de que sus ideas y libros habían innovado el pensamiento junguiano, James Hillman responde:
No tengo una idea muy confortable de esa situación. Yo no decidí en un momento dado "innovar". No lo tenía previsto. No soy prudente. Trabajo a partir de la rabia cuando algo se siente insultado. Cuando oí a von Franz atacar al puer aeternus en sus conferencias de los años 50, a Esther Harding criticar de forma tan moralista la inercia a favor del héroe matador de dragones, a Neumann hablando y hablando de la Gran Madre hasta sentirme engullido por todo aquello, a otros conferenciantes agrediendo a Freud, aquella atmósfera de profesores elogiando la tierra, la tradición y la introversión, me sentí insultado. Yo era el puer, vengo de Atlantic City, New Jersey, donde se acaba la tierra. Todo ese moralismo era ofensivo con una vida que había conocido antes en la India, en París, en Dublín entre todo tipo de personas extraordinarias. Mi amigo Robert Stein fue a Londres en 1957 para hacer un periodo de análisis y volvió destruido por el cuadro transferencial y por la opresión de su espontaneidad y su locura. Le habían insultado, estaba furioso. La primera ponencia que escribí la presenté oficialmente en Londres, en el Club Junguiano de Londres de comienzos de los años sesenta. Se titulaba "Amigos y enemigos" y defendía la idea de que no se puede tener amigos sin tener a la vez enemigos, y que la amistad es una de las emociones más antiguas que conocemos, precede a la propia transferencia y es más arquetípica (…) Esto es una innovación, pero sólo surgió porque estaba furioso, rabioso y quería destruir algo. Desde esta perspectiva, todo lo que he sido nace de esta necesidad de destruir.

En otro texto, "Sobre cosmología", Hillman revela:
Marte me guía más que Saturno, Hermes más que Atenea. Me produce claustrofobia verme sometido a generalizaciones, y grito "paranoico" en cuanto me veo requerido a entrar en algún sistema unificador

En su último libro, El terrible amor por la guerra, sin duda el más confesional de los veintisiete que ha publicado, Hillman escribe:
He reconocido recientemente ser un "hijo de Marte", al modo de los humanistas del Renacimiento cuando describen ciertos personajes básicos con los nombres de los dioses planetarios. Una afinidad con la teoría marcial del dios de la guerra es natural a mi método. Mi camino en la vida y mi manera de atraer enemigos. Me gusta estimular la oposición e incendiar las pasiones del pensamiento. Me produce placer destruir la estupidez -Marte encuentra idiotas en todas partes por ser él mismo tan idiota. Es como si tuviese una necesidad innata de estar en guerra, como si tuviese que desempeñar el papel de Heráclito y no considerar sus palabras sólo "cosmología griega antigua". En consecuencia, la guerra se ha vuelto mi primavera constante, mi abril, mi mes de Marte.

Y unos párrafos más adelante, continúa:
Para mí, escribir libros es muy parecido a una campaña militar. Confieso que me abro camino a la fuerza utilizando metáforas militares. Hay una estrategia, un concepto general, y existen tácticas a lo largo de todo el camino. Cuando no pueda avanzar, no cave una trinchera, siga adelante. No se obceque en eliminar una fortaleza de un solo golpe o si eso le obliga a desviarse. Aíslela y caerá sola. No entre en batallas con las voces interiores de saboteadores, críticos o adversarios. Una pequeña batalla, una lluvia de flechas, todo esto desaparecerá en el párrafo siguiente. Camufle sus flaquezas, su falta de reservas exhibiéndose ostentosamente en desfiles al son del clarín. Acuérdese de que todos son tan vulnerables como usted. Saquee el almacén de las ideas, recupere materiales antiguos para reforzar sus líneas. Abandone el terreno que no puede explorar y, en cuanto aparezca un problema, avance todo el territorio que pueda (…) Este desafío permanece en mi vida debido a mi historia de orgullo y placer, soy un viejo veterano desfilando cuyas guerras fueron siempre "sólo" psicológicas.

Fijémonos en las imágenes, según propone como regla única la psicología arquetipal: rabia, insulto, furia, enemigos, destruir, guerra, Ares, Marte. Este es James Hillman.

Un hombre que se presenta como un pensador para quien la pasión violenta de las guerras de ideas es preferible a un pacifismo ingenuo y pasivo que acaba por embotar el pensamiento. Leyendo con cuidado y atención los escritos de Hillman, podemos afirmar que si la psicología arquetipal presupone la existencia de uno o más dioses, una psicología politeísta, entonces necesariamente sostiene que la paz, en cuanto condición de estabilidad y seguridad, se encuentra seriamente amenazada.

Considerar la posibilidad de varios dioses, esto es, el politeísmo, implica afirmar la tolerancia hacia las diferencias y la aceptación de la diversidad, representada por los propios dioses. El politeísmo es la condición necesaria para la polémica. El discurso politeísta está regido por la retórica de la polémica y caracterizado por la huida y evitación de cualquier tipo de pensamiento marcado por un deseo de totalitarismo y unificación en torno a un único centro, un único modo, un único discurso o una única verdad. Allí donde impera un Dios único no hay espacio para la polémica.

El monoteísmo, el culto exclusivo a un único Dios se confunde con el narcisismo, y como bien dice Caetano Veloso, "Narciso se encuentra feo y no tiene a mano un espejo". Abandonar el reflejo narcisista del espejo, ese espacio donde las diferencias son substraídas o apagadas, es adentrarse en el terreno rico y fértil de la diversidad del otro, una de las posibles intenciones de la psicología arquetipal de James Hillman. Politeísmo es considerar al otro en su radical diferencia. Es diálogo con la alteridad, y la polémica es una de las formas que puede asumir ese diálogo. En este sentido, polemizar es afirmar la identidad, y no someterse a los designios del otro, condición de individuación. Polemizar es declarar la guerra a lo mismo, provocar fricciones, crear resistencias. Pienso que Hillman y la psicología arquetipal son herederos directos del pensador presocrático Heráclito, cuando afirma en uno de sus fragmentos: "Guerra es padre de todas las cosas"

..... Este es el comienzo del artículo que puedes leer íntegramente picando aquí

artículo de Marcus Quintaes, trad. de Enrique Galán

miércoles, 14 de mayo de 2008

El proyecto psicológico de C. G. Jung

Hace ya un tiempo incluí en la web del Centro el discurso “En memoria de Richard Wilhelm” que Jung leyó en marzo de 1930 con ocasión de la reciente muerte del gran sinólogo.

En el discurso Jung -y es importante tener en cuenta el momento histórico en que acontece- menciona que “las universidades han cesado de actuar como fuentes de luz. La gente está saciada de la especialización científica y del intelectualismo racionalista. Quiere oír acerca de una verdad que no estreche sino ensanche, que no oscurezca sino ilumine, que no se escurra sobre uno como agua sino que penetre conmovedora hasta la médula de los huesos. Ese buscar amenaza, en un público anónimo pero amplio, con desembocar en rutas falsas… Hoy, cuando en Rusia sucede algo mucho más inaudito que en el París de ese tiempo, cuando en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad que inclusive los budistas estiman llegado el momento de una misión europea, es Wilhelm quien nos trae del Este una nueva luz. Ésta es la tarea cultural que Wilhelm ha sentido. Él ha reconocido cuánto nos podía dar el Este para la curación de nuestra necesidad espiritual.… La penetrante inteligencia del Este, sobre todo la sabiduría del I Ging, no tienen sentido alguno para quien se encierra frente a su propia problemática, para quien vive una vida artificialmente aprestada con prejuicios tradicionales, para quien se vela su real naturaleza humana, con sus peligrosos subsuelos y oscuridades. La luz de esa sabiduría alumbra sólo en la oscuridad, no bajo la eléctrica luz de los reflectores del teatro de la conciencia y la voluntad europeos. La sabiduría del I Ging ha salido de un trasfondo de cuyos horrores presentimos algo cuando leemos acerca de las masacres chinas, o del sombrío poder de las sociedades secretas chinas, o de la pobreza sin nombre, la suciedad sin esperanza y los vicios de la masa china. Si queremos experimentar como algo viviente la sabiduría de China, tenemos necesidad de una correcta vida tridimensional. En consecuencia, primero tenemos necesidad de la verdad europea acerca de nosotros mismos. Nuestro camino comienza con la realidad europea y no con las prácticas del yoga, que han de alejarnos, engañados, de nuestra propia realidad”

Y concluye:
No he reprimido, como ustedes ven, mis concepciones personales, pues, ¿de qué otra manera me hubiera sido posible hablar de Wilhelm sino diciendo cómo lo he vivenciado? La obra de su vida me es de tan alto valor porque me explicó y confirmó tanto de lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa. Fué para mí una poderosa vivencia oír a través suyo, en elocución clara, lo que oscuramente alboreaba frente a mí partiendo de las confusiones de lo inconsciente europeo. De hecho, Wilhelm me dió tanto que me parece que hubiera recibido de él más que de ningún otro, por lo cual, también, no siento como presunción ser yo quien deposite en el altar de su memoria toda nuestra gratitud y respeto.”

Es interesante e importante acentuar la observación de Jung acerca de lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa, su preocupación por “las confusiones del inconsciente europeo” y su diagnóstico respecto a que “en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad”. Naturalmente Europa es aquí el modo de referirse a la cultura Occidental.

En esas frases ya está esbozada la gran aspiración programática de Jung respecto a que el alma no debe considerarse como alma “personal” sino y ante todo -y en ésto en un status lógico muy distinto al de la psicología personalista- es alma histórica y colectiva. Y lo más importante de todo: la confirmación de que un símbolo puede perder vigencia anímica (en el caso en cuestión: debilitarse) hasta el punto de que deje de expresar una verdad del alma que, en otro tiempo, pudo haber expresado.

Queda así delineado un proyecto psicológico que se hace cargo de la historia, y que pone en cuestión la validez (es decir, la verdad) a-histórica de los símbolos, a la vez que destaca una transformación histórica de la conciencia (y, naturalmente, del inconsciente, que es su contrapartida lógica).

Este es el proyecto que parece haber sido abandonado o no comprendido por la “ortodoxia” junguiana, que aún sigue apelando sin el menor decoro a símbolos históricamente caducos como si conservaran plena vigencia, sin afrontar la necesidad de ubicar la psique en la circunstancia contemporánea, y no en un medio a-histórico, abstraído de toda localización. (“
Nuestro camino comienza con la realidad europea”, afirma Jung en su discurso). Hacerse cargo de que el alma no es un “atributo personal” y que está en (o es) un proceso histórico, de modo que lo que fue un símbolo (o un dios) en el pasado hoy puede ser sólo una cáscara vacía, y que dónde hoy está la acción (psico-lógicamente hablando) ya no es dónde estuvo en otra era, ese es justamente uno de los empeños de la psico-logía de Wolfgang Giegerich, el pensador más osado y crítico del panorama psicológico actual.

lunes, 12 de mayo de 2008

Jung y la realidad del alma (2)

En la última lección de “Reflexiones sobre el Alma” mencioné dos breves pasajes de la obra de Jung.
El primero está tomado de su Introducción a “El Secreto de la Flor de Oro” (Obra Completa, vol. 13, Princeton Univ. Press, Alchemical Studies, § 54):

Creemos que podemos felicitarnos por haber ya alcanzado tal cumbre de claridad, imaginando que hemos dejado muy atrás todos estos dioses fantasmales. Pero lo que hemos dejado atrás sólo son espectros verbales, no los hechos psíquicos que fueron responsables del nacimiento de los dioses. Aún estamos tan poseídos por contenidos psíquicos autónomos como si fueran dioses olímpicos. Hoy se los llama fobias, obsesiones y así sucesivamente; en una palabra, síntomas neuróticos. Los dioses se han vuelto enfermedades: Zeus ya no rige el Olimpo sino el plexo solar, y produce curiosos ejemplares para la consulta del médico, o desordena los cerebros de los políticos y los periodistas, que inadvertidamente desencadenan epidemias psíquicas en el mundo (mi traducción, de la Obra Completa en inglés)

El segundo lo he tomado de su Mysterium Coniunctionis (Obra Completa, vol. 14, ed. Trotta, p. 504):

…toma lo inconsciente en una de sus formas más accesibles, como por ejemplo una fantasía espontánea, un sueño, un estado de ánimo irracional, un afecto o algo parecido, y opera con ella, es decir, préstale una atención especial a este material, concéntrate en él y observa objetivamente sus cambios. No te canses de ocuparte de este asunto y de perseguir con atención y cuidado las transformaciones ulteriores de la fantasía espontánea. Evita ante todo que desde fuera se cuele algo extraño, pues la imagen de la fantasía tiene “todo lo que necesita”. De esta manera tendrás la seguridad de no haber intervenido con arbitrariedad consciente en ningún lugar, sino de haber dado siempre via libre a lo inconsciente. (El subrayado es mío)

A estos dos pasajes, hay que añadirles un tercero, citado en la clase anterior, y tomado de su Obra Completa, vol. 8 (La dinámica de lo inconsciente), § 624, ed. Trotta:

No quiero poner en tela de juicio ni la relativa validez del punto de vista realista, del esse in re, ni la del punto de vista idealista, del esse in intellectu solo, me gustaría simplemente conciliar estos opuestos extremos mediante un esse in anima, es decir, mediante el punto de vista psicológico. Vivimos directamente sólo en el mundo de las imágenes. (subrayado de Jung)

La comprensión en profundidad de estos tres breves fragmentos es imprescindible para entender las raíces de la psicología arquetipal, tal como fue propuesta por James Hillman


jueves, 8 de mayo de 2008

Jung y “la muerte de Dios”

…como el desarrollo de la conciencia exige la renuncia a todas las proyecciones asequibles, tampoco es posible seguir sosteniendo ninguna mitología en el sentido de una existencia no psicológica. Si el proceso histórico de “des-animación” del mundo, o lo que es lo mismo, si la renuncia a las proyecciones, continúa progresando como hasta el presente, todo cuanto se halle afuera, sea de carácter divino o demoníaco, habrá de volver al alma, al interior desconocido del hombre, de donde aparentemente partió.

… cada cual hállase con una disposición anímica que limita su libertad en alto grado y que inclusive la torna casi ilusoria. La “libertad de la voluntad” no sólo constituye un serio problema desde el punto de vista filosófico sino también desde el práctico, pues rara vez se encuentran personas que no estén amplia y aun preponderantemente dominadas por sus inclinaciones, hábitos, impulsos, prejuicios, resentimientos y toda clase de complejos. La suma de estos hechos naturales funciona exactamente a la manera de un Olimpo poblado de dioses que reclaman ser propiciados, servidos, temidos, y venerados, no sólo por el propietario particular de esa compañía de dioses, sino también por quienes les rodean. Falta de libertad y posesión son sinónimos. Por eso, siempre hay algo en el alma que se apodera y limita o suprime la libertad moral. Para disimular por un lado esa verdadera pero desagradable realidad, y por el otro animarse a gozar la libertad, la gente se ha acostumbrado a usar el modismo -en el fondo apotrópico- que reza: “Tengo la inclinación, o el hábito, o el presentimiento...”, en lugar de hacer constar, según corresponde a la verdad: “Tal inclinación, o tal costumbre, o tal presentimiento me tienen a mí”. Este último modo de expresarnos también nos costaría la ilusión de la libertad. Pero, es de preguntar si, al fin de cuentas -en un sentido más elevado-, no sería ello mejor que ofuscarse inclusive con el lenguaje. De hecho y en verdad no gozamos ninguna libertad sin dueño, sino que de continuo nos hallamos amenazados por ciertos factores anímicos capaces de incautarse de nosotros bajo la forma de “hechos naturales”. La amplia renuncia a ciertas proyecciones metafísicas entréganos poco menos que desamparados a tales hechos, por cuanto en seguida nos identificamos con todo impulso, en lugar de darle el nombre de “otro”, con lo cual lo mantendríamos alejado -aunque no fuese más que el largo de un brazo- y no podría adueñarse acto seguido de la ciudadela del yo. Los “dominios” y los “poderes” existen siempre; no nos es dable producirlos ni falta hace que lo hagamos. Sólo es de nuestra incumbencia la elección del “amo” al que deseamos servir para así protegernos contra el dominio de los “otros”, a los cuales no hemos elegido. “Dios” no es producido, sino elegido. Nuestra elección designa y define a “Dios”. Pero nuestra elección es obra humana, y por ello la definición que la acompaña es finita e imperfecta. (Tampoco la idea de la perfección pone perfección alguna). La definición es una imagen que no eleva a la esfera de la comprensibilidad a la realidad desconocida indicada por la imagen. De otro modo sería lícito decir que se ha creado a un dios. El “amo” que hemos escogido no es idéntico a la imagen de él esbozada por nosotros en el tiempo y en el espacio. Al igual que siempre, actúa dentro de las profundidades anímicas como una magnitud no cognoscible. En realidad, ni conocemos cuál es la índole de un pensamiento sencillo, y mucho menos los principios últimos de lo psíquico en general. Tampoco podemos disponer, en manera alguna, de la vida íntima del alma. Pero como tal vida hállase sustraída a nuestro albedrío y a nuestras intenciones y se yergue libremente ante nosotros, puede darse el caso de que lo vivo elegido y designado por la definición, también contra nuestra voluntad desborde el marco de la imagen hecho por manos humanas. Entonces tal vez cabría decir con Nietzsche: “Dios ha muerto”. No obstante, mas acertado sería afirmar: “Abandonó la imagen que habíamos hecho de Él, ¿y dónde volveremos a encontrarle?”. El interregno está erizado de peligros, pues los hechos naturales impondrán sus derechos bajo la forma de diversos “ismos”. De ello no surge sino el anarquismo y la destrucción, porque a causa de la inflación, la hybris humana elige al yo, en su más ridícula mezquindad, para que enseñoree sobre el universo.

No espero que ningún cristiano creyente siga el curso de esas ideas, las que tal vez le parezcan absurdas. No están dirigidas tampoco a los beati possidentes (felices poseedores) de la fe, sino a muchas personas para las cuales se ha apagado la luz, se ha hundido el misterio y Dios ha muerto. Para la mayoría de ellas no hay retorno posible, y tampoco se sabe a ciencia cierta si en realidad sería el retorno lo mejor. A objeto de comprender las cosas religiosas, no hay en el presente otro camino que el psicológico; de ahí me empeño en refundir formas del pensar históricamente petrificadas y en transformarlas en conceptos de experiencia inmediata. Es, por cierto, difícil empresa reencontrar el puente que reúna la concepción del dogma con la inmediata experiencia de los arquetipos psicológicos; mas el estudio de los símbolos naturales del inconsciente facilita los materiales necesarios.

La muerte de Dios (o su desaparición) en modo alguno constituye un símbolo exclusivamente cristiano. La búsqueda que sigue a su muerte, repítese aún en el presente cuando muere un Dalai-Lama, así como en la antigüedad todos los años se celebraba la búsqueda de Coré. Esta amplia difusión se pronuncia en favor de la existencia general de este proceso típico del alma: se ha perdido el valor sumo que da vida y sentido. Este proceso constituye una experiencia típica, una experiencia que se repite a menudo, de ahí que se halle expresada también en un punto central del misterio cristiano. Esa muerte o pérdida tiene que repetirse de continuo. Cristo muere y nace siempre: pues, comparada con nuestro sentimiento de ligazón con el tiempo la vida psíquica del arquetipo es intemporal. Escapa a mi conocimiento el precisar las leyes que determinan la eficaz manifestación ya de este aspecto del arquetipo ya de aquel otro. Tan sólo sé -y con ello implico el saber de innumerables personas- que actualmente se da una época de muerte y desaparición de Dios. Dice el mito que no se le encontró allí donde se había depositado su cuerpo. El “cuerpo” corresponde a la forma exterior, visible, de la versión conocida hasta ahora, pero pasajera, del valor sumo. Pues bien, el mito agrega, además, que el valor resucita de modo milagroso, pero que ha cambiado. Esto parece un milagro, pues toda vez que un valor desaparece semeja definitivamente perdido. Por eso, su vuelta es un hecho por completo inesperado. El descenso a los Infiernos que se efectúa durante los tres días de la muerte, describe el hundimiento del valor desaparecido en lo inconsciente, donde -con la victoria sobre el poder de las tinieblas- establece un nuevo orden y de donde vuelve a emerger hasta elevarse a las alturas del cielo, o sea, a la claridad suma de la conciencia. La escasez de personas que ven al Resucitado, prueba que no son pocas las dificultades con que se tropieza cuando se aspira a reencontrar y reconocer el valor transformado.

Estas reflexiones de Jung están tomadas de la tercera conferencia Terry, incluída en su obra “Psicología y Religión"

Son reflexiones importantes para comprender el hilo del seminario “Reflexiones sobre el Alma”