Hace ya un tiempo incluí en la web del Centro el discurso “En memoria de Richard Wilhelm” que Jung leyó en marzo de 1930 con ocasión de la reciente muerte del gran sinólogo.
En el discurso Jung -y es importante tener en cuenta el momento histórico en que acontece- menciona que “las universidades han cesado de actuar como fuentes de luz. La gente está saciada de la especialización científica y del intelectualismo racionalista. Quiere oír acerca de una verdad que no estreche sino ensanche, que no oscurezca sino ilumine, que no se escurra sobre uno como agua sino que penetre conmovedora hasta la médula de los huesos. Ese buscar amenaza, en un público anónimo pero amplio, con desembocar en rutas falsas… Hoy, cuando en Rusia sucede algo mucho más inaudito que en el París de ese tiempo, cuando en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad que inclusive los budistas estiman llegado el momento de una misión europea, es Wilhelm quien nos trae del Este una nueva luz. Ésta es la tarea cultural que Wilhelm ha sentido. Él ha reconocido cuánto nos podía dar el Este para la curación de nuestra necesidad espiritual.… La penetrante inteligencia del Este, sobre todo la sabiduría del I Ging, no tienen sentido alguno para quien se encierra frente a su propia problemática, para quien vive una vida artificialmente aprestada con prejuicios tradicionales, para quien se vela su real naturaleza humana, con sus peligrosos subsuelos y oscuridades. La luz de esa sabiduría alumbra sólo en la oscuridad, no bajo la eléctrica luz de los reflectores del teatro de la conciencia y la voluntad europeos. La sabiduría del I Ging ha salido de un trasfondo de cuyos horrores presentimos algo cuando leemos acerca de las masacres chinas, o del sombrío poder de las sociedades secretas chinas, o de la pobreza sin nombre, la suciedad sin esperanza y los vicios de la masa china. Si queremos experimentar como algo viviente la sabiduría de China, tenemos necesidad de una correcta vida tridimensional. En consecuencia, primero tenemos necesidad de la verdad europea acerca de nosotros mismos. Nuestro camino comienza con la realidad europea y no con las prácticas del yoga, que han de alejarnos, engañados, de nuestra propia realidad”
Y concluye:
“No he reprimido, como ustedes ven, mis concepciones personales, pues, ¿de qué otra manera me hubiera sido posible hablar de Wilhelm sino diciendo cómo lo he vivenciado? La obra de su vida me es de tan alto valor porque me explicó y confirmó tanto de lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa. Fué para mí una poderosa vivencia oír a través suyo, en elocución clara, lo que oscuramente alboreaba frente a mí partiendo de las confusiones de lo inconsciente europeo. De hecho, Wilhelm me dió tanto que me parece que hubiera recibido de él más que de ningún otro, por lo cual, también, no siento como presunción ser yo quien deposite en el altar de su memoria toda nuestra gratitud y respeto.”
Es interesante e importante acentuar la observación de Jung acerca de “lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa”, su preocupación por “las confusiones del inconsciente europeo” y su diagnóstico respecto a que “en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad”. Naturalmente Europa es aquí el modo de referirse a la cultura Occidental.
En esas frases ya está esbozada la gran aspiración programática de Jung respecto a que el alma no debe considerarse como alma “personal” sino y ante todo -y en ésto en un status lógico muy distinto al de la psicología personalista- es alma histórica y colectiva. Y lo más importante de todo: la confirmación de que un símbolo puede perder vigencia anímica (en el caso en cuestión: debilitarse) hasta el punto de que deje de expresar una verdad del alma que, en otro tiempo, pudo haber expresado.
Queda así delineado un proyecto psicológico que se hace cargo de la historia, y que pone en cuestión la validez (es decir, la verdad) a-histórica de los símbolos, a la vez que destaca una transformación histórica de la conciencia (y, naturalmente, del inconsciente, que es su contrapartida lógica).
Este es el proyecto que parece haber sido abandonado o no comprendido por la “ortodoxia” junguiana, que aún sigue apelando sin el menor decoro a símbolos históricamente caducos como si conservaran plena vigencia, sin afrontar la necesidad de ubicar la psique en la circunstancia contemporánea, y no en un medio a-histórico, abstraído de toda localización. (“Nuestro camino comienza con la realidad europea”, afirma Jung en su discurso). Hacerse cargo de que el alma no es un “atributo personal” y que está en (o es) un proceso histórico, de modo que lo que fue un símbolo (o un dios) en el pasado hoy puede ser sólo una cáscara vacía, y que dónde hoy está la acción (psico-lógicamente hablando) ya no es dónde estuvo en otra era, ese es justamente uno de los empeños de la psico-logía de Wolfgang Giegerich, el pensador más osado y crítico del panorama psicológico actual.
En el discurso Jung -y es importante tener en cuenta el momento histórico en que acontece- menciona que “las universidades han cesado de actuar como fuentes de luz. La gente está saciada de la especialización científica y del intelectualismo racionalista. Quiere oír acerca de una verdad que no estreche sino ensanche, que no oscurezca sino ilumine, que no se escurra sobre uno como agua sino que penetre conmovedora hasta la médula de los huesos. Ese buscar amenaza, en un público anónimo pero amplio, con desembocar en rutas falsas… Hoy, cuando en Rusia sucede algo mucho más inaudito que en el París de ese tiempo, cuando en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad que inclusive los budistas estiman llegado el momento de una misión europea, es Wilhelm quien nos trae del Este una nueva luz. Ésta es la tarea cultural que Wilhelm ha sentido. Él ha reconocido cuánto nos podía dar el Este para la curación de nuestra necesidad espiritual.… La penetrante inteligencia del Este, sobre todo la sabiduría del I Ging, no tienen sentido alguno para quien se encierra frente a su propia problemática, para quien vive una vida artificialmente aprestada con prejuicios tradicionales, para quien se vela su real naturaleza humana, con sus peligrosos subsuelos y oscuridades. La luz de esa sabiduría alumbra sólo en la oscuridad, no bajo la eléctrica luz de los reflectores del teatro de la conciencia y la voluntad europeos. La sabiduría del I Ging ha salido de un trasfondo de cuyos horrores presentimos algo cuando leemos acerca de las masacres chinas, o del sombrío poder de las sociedades secretas chinas, o de la pobreza sin nombre, la suciedad sin esperanza y los vicios de la masa china. Si queremos experimentar como algo viviente la sabiduría de China, tenemos necesidad de una correcta vida tridimensional. En consecuencia, primero tenemos necesidad de la verdad europea acerca de nosotros mismos. Nuestro camino comienza con la realidad europea y no con las prácticas del yoga, que han de alejarnos, engañados, de nuestra propia realidad”
Y concluye:
“No he reprimido, como ustedes ven, mis concepciones personales, pues, ¿de qué otra manera me hubiera sido posible hablar de Wilhelm sino diciendo cómo lo he vivenciado? La obra de su vida me es de tan alto valor porque me explicó y confirmó tanto de lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa. Fué para mí una poderosa vivencia oír a través suyo, en elocución clara, lo que oscuramente alboreaba frente a mí partiendo de las confusiones de lo inconsciente europeo. De hecho, Wilhelm me dió tanto que me parece que hubiera recibido de él más que de ningún otro, por lo cual, también, no siento como presunción ser yo quien deposite en el altar de su memoria toda nuestra gratitud y respeto.”
Es interesante e importante acentuar la observación de Jung acerca de “lo que yo intenté, luché por hallar, pensé e hice a fin de encontrarme con el sufrimiento del alma de Europa”, su preocupación por “las confusiones del inconsciente europeo” y su diagnóstico respecto a que “en Europa misma el símbolo cristiano ha alcanzado tal estado de debilidad”. Naturalmente Europa es aquí el modo de referirse a la cultura Occidental.
En esas frases ya está esbozada la gran aspiración programática de Jung respecto a que el alma no debe considerarse como alma “personal” sino y ante todo -y en ésto en un status lógico muy distinto al de la psicología personalista- es alma histórica y colectiva. Y lo más importante de todo: la confirmación de que un símbolo puede perder vigencia anímica (en el caso en cuestión: debilitarse) hasta el punto de que deje de expresar una verdad del alma que, en otro tiempo, pudo haber expresado.
Queda así delineado un proyecto psicológico que se hace cargo de la historia, y que pone en cuestión la validez (es decir, la verdad) a-histórica de los símbolos, a la vez que destaca una transformación histórica de la conciencia (y, naturalmente, del inconsciente, que es su contrapartida lógica).
Este es el proyecto que parece haber sido abandonado o no comprendido por la “ortodoxia” junguiana, que aún sigue apelando sin el menor decoro a símbolos históricamente caducos como si conservaran plena vigencia, sin afrontar la necesidad de ubicar la psique en la circunstancia contemporánea, y no en un medio a-histórico, abstraído de toda localización. (“Nuestro camino comienza con la realidad europea”, afirma Jung en su discurso). Hacerse cargo de que el alma no es un “atributo personal” y que está en (o es) un proceso histórico, de modo que lo que fue un símbolo (o un dios) en el pasado hoy puede ser sólo una cáscara vacía, y que dónde hoy está la acción (psico-lógicamente hablando) ya no es dónde estuvo en otra era, ese es justamente uno de los empeños de la psico-logía de Wolfgang Giegerich, el pensador más osado y crítico del panorama psicológico actual.