lunes, 11 de febrero de 2008

La miseria de la psicología (primera parte)

En el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española se indican los siguientes significados de la palabra “miseria”:

1. Desgracia, trabajo, infortunio.
2. Estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada.
3. Avaricia, mezquindad y demasiada parsimonia.
4. Plaga pedicular, producida de ordinario por el sumo desaseo de quien la padece.
5. coloq. Cantidad insignificante. Me envió una miseria.

El sentido en que aquí empleo la expresión combina casi todos los anteriores y, en cierto sentido, se apoya en su interna dialéctica. Porque este es un tiempo de “infortunio” para la psicología, cuya razón principal se debe a su implícita posición como “sierva de la física” o, de modo más general, como “sirvienta del positivismo”. Positivismo, en este contexto, es la doctrina que considera que “lo real” (la “realidad”) son “los objetos naturales” y “los hechos” empíricamente contrastables y, por tanto, determinables espacio-temporalmente. Lo real viene a ser así “el conjunto de los hechos positivos”. Desde esa perspectiva, la naturaleza queda delimitada como el ámbito de hechos positivos determinados por las leyes de la física. Debiera ser claro que esta aproximación a “la naturaleza” tiene ya muy poco que ver con la antigua noción de “physis” en tanto que manifestación, proceso, autorrevelación, llegar a ser, emergencia y aparición del ente.

La psicología, que etimológicamente significa “el discurso -o la razón- de la psique” se acomoda desde su nacimiento como “ciencia” dentro de una supuesta “parcela” de la realidad -del conjunto de los hechos “positivos”-: las llamadas “ciencias sociales” o, lo que es más discutible aún, “ciencias humanas”. Estas vienen a ocuparse de un subconjunto del gran conjunto de los “hechos positivos”: el subconjunto de los hechos relacionados con el ser humano y sus formas de vida y que abarca por tanto a la sociología, la antropología, la historia, y lo que a finales del siglo XIX se delimitó como “ciencias del espíritu” o “ciencias de la cultura”. Pero mientras que grandes pensadores como Dilthey aún insistían en la radical disparidad no sólo metodológica sino de actitud entre “las ciencias de la naturaleza” y “las ciencias del espíritu”, actualmente el estudio de la “realidad humana” se ve cada vez más dominado por un enfoque naturalista. Y de este naturalismo padece la psicología, que aspira a colocarse ante “lo psíquico” del mismo modo en que la física se coloca ante “la naturaleza”: como un observador neutral que intenta “verificar” objetivamente un conjunto de hechos. Las diferencias metodológicas surgirían en todo caso de la especificidad de los “hechos” estudiados, pero nunca de la diversidad esencial del enfoque. En el mejor (y más triste) de los casos, la psicología usa un método “introspectivo” como complemento del método experimental en la ciencia física.

Esta naturalización se puede constatar en la tendencia cada vez mayor a reducir la psicología a “neurociencia” y la psique a epifenómeno de la actividad cerebral. Y el cerebro, ciertamente, es un objeto natural. Pero también puede constatarse en la llamada “psicología profunda” que, supuestamente, se ocupa de “lo interior” y, por definición, “invisible”. Ya el nacimiento del psicoanálisis, con Sigmund Freud, se encuentra bajo la fascinación del positivismo y la aspiración a erigirse en una ciencia entre las demás ciencias. Esta aspiración, aunque matizada, perdura en la psicología de C. G. Jung, quien con frecuencia insistió en atenerse a un enfoque “empírico”. Esta insistencia no es en absoluto consistente con la investigación junguiana, que postula “entidades” tan poco “factuales” o “empíricas” como "lo inconsciente” o “los arquetipos”, “los complejos” o “el proceso de individuación”. Jung por un lado quiso evitar toda “metafísica” (postulación de “realidades” no positivas) pero por el otro se sintió comprometido con “la realidad del alma” a la que, sin embargo, siguió concibiendo desde una perspectiva “naturalista”.

La miseria de la psicología consiste en que en su objeto abarca al sujeto mismo, no como la biología abarca al biólogo en tanto que parte de la realidad biológica, o la medicina abarca al médico constituido por la misma fisiología que estudia, sino de modo mucho más comprometido: la psicología estudia la conciencia, y por tanto el mismo “hacer psicología” se encuentra en cuestión: el hacer mismo de la psicología debiera ser objeto de la psicología. Aquí el estudio en tanto que actividad, el proceso mismo del estudio, es el objeto estudiado, de modo que no puede estar “fuera” de -colocado en frente, objetivamente, no implicado en- lo que estudia. Esta antigua intuición, que el alma es a su vez el objeto y el sujeto mismo de la psicología, intuición claramente formulada ya en un Marsilio Ficino, y también propuesta por Jung, nunca ha sido sin embargo “ejercida” y llevada a sus últimas consecuencias. La psicología no se psicologiza, el análisis no se analiza a sí mismo. El psicólogo hasta hoy se ha colocado ante la psique como si su propia “explicación” u “observación” fuera independiente de lo explicado y lo observado, es más, como si fuera independiente de la investigación misma. Ilusión que es precio del naturalismo y del positivismo. El “hecho” parece permanecer “fuera” de la conciencia que lo estudia. Pero ¿es esto posible en psicología? ¿Qué precio tiene esta “disociación” -esta neurosis de la psicología- que, si bien se niega programáticamente, sin embargo se practica sistemáticamente?

Dicho de otro modo: ¿puede la psique ser tratada como un “objeto” natural, independiente de la misma inteligencia que se ocupa de este objeto, más aún, independientemente de la misma ocupación? El que se coloque este objeto “imaginativamente” en un cierto “espacio interior” (dejando todo “espacio exterior” a merced de las otras “ciencias”) no cambia la mirada “naturalista” y sus temibles presuposiciones. Se postula así un “espacio” interior tan “natural” y fáctico (es decir: positivo) como el “espacio -o realidad- exterior”, y un sujeto que arbitrariamente se encuentra en el límite de ambos, y se comporta de la misma manera ante uno y otro espacio. Este “sujeto” intocado en la observación, tanto externa como interna, no es otro que “el yo”, "el ego": la “conciencia” del investigador que no se hace cuestión de sí misma. La psique es así “contenida” en un ámbito que pareciera no afectar al ego, que pretende estudiarla con el mismo grado de “neutralidad” con que estudia la “realidad exterior”. Esta supuesta “realidad interior” es así un ámbito cerrado, “embotellado” y separado de la “realidad exterior”, a lo sumo “contenido” en la realidad exterior, pero sólo accesible para una “metodología” específica. El sujeto que estudiaría tal supuesta “realidad interior” permanece así intocado por esa metodología y en una actitud básicamente “ingenua”. Este es el precio que la psicología analítica paga por ser “pre-kantiana”, es decir: pre-crítica. O más llanamente: totalmente acrítica.

La psicología se defiende así de volverse consciente de sí misma. Es una psicología “natural” (naturalista), “positiva” (positivista), y olvidada de sí en tanto que “logos” o racionalidad. En este olvido de sí, en esta “aceptación ingenua” de una “realidad de hecho”, una realidad precisamente por ello “no-psicológica”, se funda la miseria de la psicología y es una de las razones por la que eventualmente tiende a extinguirse como tal, o a quedar reducida a un ámbito meramente subjetivo, íntimo y personal (ilusorio), que deja intocado el conocimiento del mundo, que deja intacta la “visión” de la realidad aportada por el positivismo, y que se refugia en la trastienda de una supuesta vida “interior” inoperante, ineficaz e impotente para poner justamente en cuestión sus propios presupuestos. La preocupación de la psicología con los “hechos” psíquicos la preserva en su ceguera y su impotencia para someter a crítica la posición “egoica”, “fáctica” (positiva y positivista), y hacerse cuestión de sí misma como conciencia de la conciencia (y de la inconsciencia).

De este modo la alternativa ante la que se encuentra hoy la psicología es también producto de su miseria no reconocida: o devenir “ciencia empírica” (neurociencia, conductismo, etc.) y abandonar el logos de la psique o ser el reducto de una serie de expectativas new age: la preservación de un mundo interior y subjetivo de realidades personales positivizadas a merced del ego y de su enaltecimiento -su búsqueda de sentido individual-, que deja intocada la convicción en la “verdad” de una realidad externa formada por hechos positivos. Es necesario aquí aludir al magnífico artículo de W. Giegerich, “El error básico de la psicología en la oposición entre individual y colectivo”