Acabo de publicar mi artículo "Plotino y la psicología", en el entre otras cosas se dice:
El neoplatonismo puede considerarse no sólo como una escuela filosófica o un cuerpo de doctrina, sino ante todo como "una actitud psicológica, una actitud arquetipal". Marsilio Ficino, artífice del florecimiento del neoplatonismo durante el Renacimiento, proporcionó una espléndida imagen de esta actitud al comparar al hombre con aquél pájaro que, aún volando, cree arrastrarse porque ve su sombra deslizarse sobre la tierra: "Por lo tanto", añade en su Epistola ad hominum genus, "deja atrás los estrechos límites de esta sombra, regresa a ti mismo; pues así regresarás a la amplitud"
Los "estrechos límites de esta sombra" no son, ni más ni menos, que la identificación con una "realidad externa", con el mundo "físico" y, con el ámbito de las conductas y las manifestaciones aprehensibles en términos de coordenadas espaciales y temporales, es decir: el materialismo. En este mismo sentido aquél otro gran neoplatónico que fue Giordano Bruno escribió en su De Magia que "el alma … no está encerrada en el cuerpo, esto es, no está circunscrita por el cuerpo, sino delimitada solamente a fin de poder desplegar según el cuerpo y en el cuerpo los actos segundos... que, como efectos, vestigios y sombras, de ella proceden". Y en su sugestivo De Umbri Idearum (Sobre la sombras de las ideas) afirmó que "no dormirás si de la observación de las sombras físicas procedes a una consideración proporcional de las sombras ideales". En un tiempo como el nuestro, dominado por el materialismo, en el que los fenómenos psíquicos tienden a explicarse en términos de soma -cerebro, terminales nerviosas, etc.- y de physis -biología, química- o de polis -sociología: familia, educación, género, cultura, economía, política, etc.- resulta saludable volverse a la visión neoplatónica que, ya desde sus orígenes con Plotino, coloca al alma como punto de partida de todas sus reflexiones y en el centro mismo de la "realidad":
No hay que pensar que el alma sea de tal condición que asuma la naturaleza de cualquier afección venida del exterior, sin tener ella sola, de todos los seres, una naturaleza propia. No, sino que es menester que ella, mucho antes que las demás cosas, como quien tiene categoría de principio (arkhé), posea una serie de potencias (dynamis) propias (Enéadas II.3.15.15 ss)
Esta aguda percepción de la exterioridad, la physis, como reflejo y expresión de la psique, de modo que lo espacial (lo físico, lo externo) despliega de manera explícita lo intangible (lo psíquico), que es su fundamento y su sostén, es lo que justifica la afirmación plotiniana, repetida por Ficino y por Bruno, de que el cuerpo está en el alma
En un mundo en que se afirman sinsentidos tales como que "el alma está en el cerebro", la mirada de Plotino resulta refrescante y sugerente, y permite afirmar que lo que actualmente llamamos ego-consciencia, el nivel cotidiano de acciones habituales en el reino de la physis, o la percepción natural sensible, es acaso el nivel más bajo de actividad y, en verdad, una especie de inconsciencia. Desde este punto de vista, la psicología contemporánea ha puesto la psique patas arriba. La psicología del desarrollo del yo y del fortalecimiento del ego fracasa porque conduce a menos consciencia en lugar de más.
El neoplatonismo puede considerarse no sólo como una escuela filosófica o un cuerpo de doctrina, sino ante todo como "una actitud psicológica, una actitud arquetipal". Marsilio Ficino, artífice del florecimiento del neoplatonismo durante el Renacimiento, proporcionó una espléndida imagen de esta actitud al comparar al hombre con aquél pájaro que, aún volando, cree arrastrarse porque ve su sombra deslizarse sobre la tierra: "Por lo tanto", añade en su Epistola ad hominum genus, "deja atrás los estrechos límites de esta sombra, regresa a ti mismo; pues así regresarás a la amplitud"
Los "estrechos límites de esta sombra" no son, ni más ni menos, que la identificación con una "realidad externa", con el mundo "físico" y, con el ámbito de las conductas y las manifestaciones aprehensibles en términos de coordenadas espaciales y temporales, es decir: el materialismo. En este mismo sentido aquél otro gran neoplatónico que fue Giordano Bruno escribió en su De Magia que "el alma … no está encerrada en el cuerpo, esto es, no está circunscrita por el cuerpo, sino delimitada solamente a fin de poder desplegar según el cuerpo y en el cuerpo los actos segundos... que, como efectos, vestigios y sombras, de ella proceden". Y en su sugestivo De Umbri Idearum (Sobre la sombras de las ideas) afirmó que "no dormirás si de la observación de las sombras físicas procedes a una consideración proporcional de las sombras ideales". En un tiempo como el nuestro, dominado por el materialismo, en el que los fenómenos psíquicos tienden a explicarse en términos de soma -cerebro, terminales nerviosas, etc.- y de physis -biología, química- o de polis -sociología: familia, educación, género, cultura, economía, política, etc.- resulta saludable volverse a la visión neoplatónica que, ya desde sus orígenes con Plotino, coloca al alma como punto de partida de todas sus reflexiones y en el centro mismo de la "realidad":
No hay que pensar que el alma sea de tal condición que asuma la naturaleza de cualquier afección venida del exterior, sin tener ella sola, de todos los seres, una naturaleza propia. No, sino que es menester que ella, mucho antes que las demás cosas, como quien tiene categoría de principio (arkhé), posea una serie de potencias (dynamis) propias (Enéadas II.3.15.15 ss)
Esta aguda percepción de la exterioridad, la physis, como reflejo y expresión de la psique, de modo que lo espacial (lo físico, lo externo) despliega de manera explícita lo intangible (lo psíquico), que es su fundamento y su sostén, es lo que justifica la afirmación plotiniana, repetida por Ficino y por Bruno, de que el cuerpo está en el alma
En un mundo en que se afirman sinsentidos tales como que "el alma está en el cerebro", la mirada de Plotino resulta refrescante y sugerente, y permite afirmar que lo que actualmente llamamos ego-consciencia, el nivel cotidiano de acciones habituales en el reino de la physis, o la percepción natural sensible, es acaso el nivel más bajo de actividad y, en verdad, una especie de inconsciencia. Desde este punto de vista, la psicología contemporánea ha puesto la psique patas arriba. La psicología del desarrollo del yo y del fortalecimiento del ego fracasa porque conduce a menos consciencia en lugar de más.
Enrique