viernes, 1 de mayo de 2009

La fuerza del pensamiento


En un pasaje de su profunda, compleja y voluminosa obra sobre Nietzsche(1), Martín Heidegger hace la siguiente observación (mi traducción):

“¿Cómo puede un pensamiento (una idea) poseer fuerza determinativa? “¡Ideas!” ¿Cómo cosas tan volátiles van a ser centro de gravedad? Por el contrario, ¿no es acaso determinante para el hombre justamente lo que se agolpa a su alrededor, sus circunstancias -por ejemplo, su alimento? Recordad la famosa sentencia de Feuerbach: “El hombre es lo que come”. ¿Y, junto con el alimento, la localidad? Recordad las enseñanzas de los sociólogos clásicos ingleses y franceses respecto al milieu- que significa tanto la atmósfera general como el orden social. ¡Pero los “pensamientos” no, ni con la mejor voluntad!
A todo ésto Nietzsche respondería que es precisamente una cuestión de ideas, puesto que éstas determinan al hombre aún más que aquellas otras cosas; ellas solas le determinan con respecto a esos mismos alimentos, con respecto a su localidad, a su atmósfera y su orden social. En el “pensamiento” se hace la decisión respecto a si los hombre y las mujeres adoptarán y mantendrán precisamente estas circunstancias o si elegirán otras; si aún interpretarán las circunstancias escogidas de este modo o de este otro; si bajo este o aquel conjunto de condiciones pueden o no hacerse cargo de tales circunstancias. El hecho de que tales decisiones con frecuencia se desplomen en la irreflexión (carencia de pensamiento) no testimonia
contra el dominio del pensamiento, sino a favor suyo. Tomado por sí mismo, el milieu no explica nada; no hay milieu en sí mismo. En este sentido Nietzsche escribe (en La Voluntad de Poder, 70; de los años 1885-86): “Contra la doctrina de la influencia del milieu y de las causas extrínsecas: la fuerza interior es infinitamente superior”.
La más
intrínseca de las “fuerzas interiores” son las ideas.” (ps. 22-23)

O, dicho de una manera aún más clara: la más interna de las fuerzas internas es el pensamiento, la idea. Naturalmente, no se trata aquí de “mis pensamientos” o “tus pensamientos”, “mis ideas” o “tus ideas”, sino de LA IDEA que se abre camino, aún a través de la pobreza o incluso ausencia de pensamientos- se abre camino no sólo en el ser humano, en la realidad colectiva, sino en el mundo mismo. Es a esta idea a lo que W. Giegerich llama “la vida lógica del alma”.

Sin embargo puede advertirse que, en la carencia de ideas (no de ideas como “ideales”, o en tanto que “visiones” o mejor aún, “imágenes”, sino en tanto que pensamiento que se hace consciente de sí) que invade el ámbito de la psicología actual, por no decir otras ocupaciones “simbólicas” como la astrología -que además se nutre de la psicología, tal como se aprecia fácilmente en la obra de Bruno Huber, Liz Greene, Howard Sasportas, Jeff Green, Richard Tarnas y tantos otros- hay en acción, no obstante, una “idea”, un “pensamiento”, que es justamente el motor (la fuerza intrínseca) de esa ausencia de pensamiento. Es precisamente ese pensamiento el que requiere ser pensado y el que, por el momento, opera aún sin ser reconocido.

Cuando se visita una página de psicología y se encuentra un refrito de ideología revestida bajo la jerga de “hemisferio cerebral izquierdo/hemisferio derecho”, o citas de un autor de best-sellers como Patrick Harpur presentadas como muestras de “sabiduría psicológica” o, peor aún, filosófica, mezcladas con artículos que reflexionan (es un decir) sobre la “violencia de género” atribuída a una supuesta “psique masculina”, análisis reductivos de la obra de un artista interpretada a través de la presunta “psicología” del creador, “elaboraciones” de “cuentos infantiles” que no son más que doctrinas moralistas disfrazadas (por ejemplo acerca de la “maduración” psicológica o sexual),  puede testimoniarse que el ámbito de la psicología está tan invadido por la pobreza (o ausencia) de pensamiento como las páginas de un periódico o los capítulos de un culebrón. 

¿Qué idea promueve esta “carencia de pensamiento”? ¿Qué se manifiesta precisamente en ese vacío de profundidad, vacío de concentración, vacío de atención?  Esta, y no otra, es la pregunta realmente psico-lógica que reclama reflexión.

(1) M. Heidegger, Nietzsche, translated by David Farrell Krell, ed. Haper Collins, 1991