martes, 17 de febrero de 2009

Simulación y simulacro: el concepto como dominación


Durante mis actuales lecciones sobre el pensamiento psico-lógico de Wolfgang Giegerich, he mencionado el tema de la simulación, no en el sentido “moral” de “falsificación" o “falsedad” sino en el cibernético equivalente a “virtualidad”, en el cual se habla, por ejemplo, de un “simulador” de vuelo. La simulación como virtualidad plantea la cuestión del estatus lógico de la llamada “realidad” frente a la “virtualidad” o, mejor aún, de la realidad virtual.

Vivimos en un tiempo en el que, por ejemplo, la biotecnología y los descubrimientos biológicos permiten mantener relaciones sexuales sin tener hijos, y tener hijos sin mantener relaciones sexuales. Con la posibilidad de la fecundación in vitro y de uteros artificiales, ha desaparecido lógicamente el significado de “relaciones de sangre”; es obvio que el lazo entre los miembros de la familia ya no se basará en “la naturaleza” (que antiguamente pasaba por “lo real” o “lo auténtico”) sino en contingencias sociales, de modo que un padre (o una madre) ya no será padre porque sea “padre biológico” del niño, sino porque desempeña el oficio de padre. El hecho simple y autoevidente de que haya que hablar de padre biológico, indica que ya el status de la paternidad (y la maternidad) ha dejado de ser meramente natural. En este sentido, la idea misma de “madre” y “padre”, e incluso la de arquetipos paterno y materno, han perdido su integridad, al apuntar a lo que ahora puede describirse como una mera función, como un “trabajo” o un “desempeño” y no un status ontológico, o una supuesta esencia natural.
Lo mismo ocurre con conceptos que están perdiendo su estatus anterior inamovible en tanto que “universales” , con una “realidad” superior a los individuos y particulares , quienes sólo poseían “realidad” o “autenticidad” en tanto participaban o eran subsumidos bajo ese concepto o universal. Un ejemplo lo hallamos en la liberación sexual. Anteriormente -en otro estadio de conciencia ya superado y trascendido  lógicamente, si bien de hecho haya aún mucha gente que sigue instalada en él- había una idea clara de lo que eran “un hombre” y “una mujer”, de su verdadera naturaleza y sus roles en la sociedad. Como bien dice Wolfgang Giegerich, el concepto era physei: expresaba inmediatamente o, mejor aún, era la naturaleza y la verdadera realidad de las cosas y la gente. El individuo particular tenía su verdad y realidad sólo en y mediante el concepto, y por ello se consideraban “irreales”, “inauténticas” y “perversas” las inclinaciones y los sentimientos que se desviaban del concepto, pese a que como hechos tales inclinaciones y sentimientos ocurrieran y fueran así reales (en el sentido de “hechos efectivos”, si bien desestimados respecto del estatus de “auténtica realidad” por no estar contenidos en “el concepto”). Vemos así el concepto o la definición como lo que hoy deviene mero instrumento humano de opresión.

Resulta significativo que en nuestro tiempo aún se barajen como “absolutos” conceptos (instrumentos de opresión) tales como “hombre”, “mujer”, “madre”, “padre”, etc. y se pase de largo ante su caducidad, su relatividad lógica, su problemática naturaleza cultural y social, y se los emplee en cambio indiscriminadamente como si fueran categorías psicológicas. Con semejante bagaje, no sorpende que “el alma” y sus problemas pasen de largo por delante de las narices de tales “psicologías”. Tampoco sorprende verificar que estas concepciones ideológicas estén al servicio del campo de concentración (actualmente sublimado) de un pensamiento en términos de control, según la aguda descripción de Giegerich

Volviendo al tema de la virtualidad, la simulación y el simulacro, acabo de publicar en la web del Centro un interesante artículo de Jean Baudrillard, en el cual puede leerse, entre otras cosas:

La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni realidad: un “hiperreal”. El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.

ya no es cuestión que se decida entre mapas y territorio. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre ellos que era el encanto de la abstracción.Ya que es la diferencia lo que forma la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. […] Del mismo orden que la imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de lo real, es la imposibilidad de representar una ilusión. La ilusión ya no es posible, dado que lo real tampoco es ya posible.