lunes, 25 de septiembre de 2006

Henri Corbin: La teología apofática


Acabo de publicar la conferencia que diera Henri Corbin, "La teología apofática como antídoto contra el nihilismo". En ella hace un diagnóstico agudo acerca del estado de conciencia propio de Occidente y de Oriente en estos días, señalando la pérdida generalizada del sentido de orientación con respecto a un Polo de orientación no-geográfico, sino imaginal.

Entre las muchas consas interesantes que apunta, cabe destacar las siguientes:

"la sacralización y la secularización son fenómenos que tienen lugar primero en el mundo interior de las almas humanas y su lugar corresponde también a ese mundo y no al mundo de formas exteriores. Son las modalidades del ser interior del hombre las que él proyecta para constituir el fenómeno del mundo, los fenómenos de su mundo, del mundo en el cual él decide su libertad o su servidumbre. El nihilismo ocurre cuando el hombre pierde conciencia de su responsabilidad en este sentido y proclama, desesperado o cínico, que están cerradas las puertas que él mismo ha cerrado.

No es el ego lo que constituye la tragedia, sino su mutilación compensada por una inflación enfermiza, en resumen su “descenso” en este mundo. Esto es lo que expresa el sentimiento del exilio (tan vivo en la teosofía judía y en la teosofía islámica): la “desmesura” está entre lo que el alma, y el ego, es ahora, y a lo que el alma, y el ego, se siente destinada en virtud de un origen preexistencial que ella presiente. Las epopeyas místicas, mejor conocidas aún que los sistemas filosóficos, traducen esta protesta, esta desmesura. (Ya que no hay una medida común entre su estado actual y lo que ella está destinada a ser)

Es el salto de este límite constitutivo de la humanidad, es decir del ego el que, en las epopeyas gnósticas, desencadena la catástrofe anterior que determina la existencia de este mundo, catástrofe de la cual resultan los límites de un yo mutilado y paralizado en y por su existencia aquí en este mundo. Estos límites son los de su cautiverio y los de su exilio, pero no los límites que determinan eternamente su ser mismo, la unidad de su mónada. Caída y liberación son los grandes actos de esta tragedia. Pero la liberación no quiere decir abolición. Liberar al ser individual es restaurar su individualidad, su monadidad, plena y auténtica. Es restaurar la verdad, no es denunciarla como ilusoria.

para que el hombre sea colectivizado, es necesario por el contrario que se derrumbe a todos los niveles la muralla de la persona de la mónada individual. Es precisamente cuando el ego como tal es denunciado como una ilusión, cuando no vemos bien cómo puede resistirse a la colectivización, ¡aún si se nos define esta ilusión en relación a un Sí mismo suprapersonal! Y para que la historia sea “divinizada” es necesario que los agentes que hacen esta historia y los eventos de esta historia sean percibidos bajo una dimensión única, una unidimensionalidad, pasando por el nihilismo que rechaza la dimensión trascendente de la persona, de cada persona respectiva, porque el nihilismo percibe en esta dimensión la manifestación de un principio rival de realidad.

El principio de individuación es el escudo contra el nihilismo, a condición que dirija sus esfuerzos hacia el ego integral, mas no al ego que nuestros malos hábitos califican de normal. Dicho de otra forma: es en la alienación del principio de individuación donde aparece el nihilismo. Esto ocurre porque toda determinación, lejos de ser negativa, es positiva; porque la forma personal del Ser es la suprema determinación, y porque ella es la suprema revelación. Por tanto, todo lo que tiende a abolirla, constituye una amenaza o un síntoma de nihilismo. Esta amenaza puede encubrirse bajo formas aparentemente diferentes, aunque fundamentalmente idénticas. Quiero decir que el personaje denominado por Dostoïevski como el “Gran Inquisidor” dispone de una gran variedad de uniformes.

¿Qué pasa entonces cuando desaparece la dimensión celeste de la persona, la cual constituye el ser mismo de la persona, su suprema individuación? Lo que pasa es la ruptura del pacto, del compromiso recíproco. Toda la relación entre Dios y el hombre se encuentra alterada. Ya no son más solidarios, para que respondan el uno por el otro, en un mismo combate. Se enfrentan cara a cara como el amo y el esclavo. Uno de ellos debe desaparecer. El prometeísmo habrá de arrebatar con violencia el Fuego sagrado, mientras que para el mazdeísmo los humanos eran los guardianes de este Fuego sagrado que les habían confiado las fuerzas celestiales. Y este prometeísmo, para lograr su fin, tomará todas las formas posibles del Gran Inquisidor. Pensar por sí mismo, hacer obra propia personal según su propia iniciativa, osar libremente la aventura de Prometeo, es una tarea que muchos hombre quisieran ahorrarse. Es cuando el Gran inquisidor toma sus lugares a condición de que ellos renuncien a ser ellos mismos. Con este fin, uno negará que la individualidad humana incluso tiene algo de innato. Todo lo que la individualidad es, lo habrá recibido y adquirido de su entorno, de la pedagogía todopoderosa que la toma a su cargo. ¿Cómo ser sí mismo cuando el sí mismo está aniquilado? Es así como la nihilitud se precipita en un mundo desacralizado…Todas las formas del agnosticismo imperioso y del imperativo agnóstico van a resaltar el triunfo del nihilismo: es la realidad del ser limitado al único mundo empírico, la verdad del conocimiento limitado a las percepciones sensibles y a las leyes abstractas del entendimiento, es decir, todo lo que rige la concepción del llamado mundo científico y objetivo, y por consiguiente la realidad del acontecimiento limitado a los acontecimientos de la Historia empírica, de tal modo que no hay escape al dilema “mito o historia”, porque ya no se es capaz de presentir que hay “acontecimientos en el Cielo”. Decíamos hace un momento que todas nuestras ideologías reinantes son laicizaciones de sistemas teológicos que perecieron en su triunfo. Queremos decir con ello que la Encarnación divina es desplazada por la Encarnación social o sociopolítica. A partir de ese momento también, es la idea misma de esta Encarnación la que manifiesta la gravedad de sus consecuencias. Era imposible para el dogma oficial estabilizar el equilibrio paradójico entre la naturaleza humana y la naturaleza divina. Era preciso que el elemento humano aboliera lo divino, o bien que lo divino volatilizara lo humano. Este último fue el caso del monofisismo y se puede decir que el fenómeno de socialización y de totalitarismo que todo esto entraña, no son más que un monofisismo a la inversa.

El “misterio de misterios” (en el Ismailismo y en la gnosis islámica: ghayb al-ghoyûb) es manifestativum sui y tiende por esencia a manifestarse a sí mismo, ya lo habíamos visto (en Bœhme y en Ibn ’Arabî). La idea de esta manifestación presupone eo ipso el segundo término: aquel a quién él se manifiesta. Existe entonces eo ipso una correlación entre esta autogeneración llevando al Absoluto divino a manifestarse como Dios personal, entre esta Historia intradivina, y la Historia del alma separándose de las presiones y opresiones exteriores para que al fin eclosione su “Idea” eterna que es el secreto mismo de su persona única. Hay una correlación entre el nacimiento divino y el nacimiento del alma, por el cual se produce este nacimiento divino. Esta correlación establece una interdependencia entre los dos términos, una solidaridad recíproca, de tal manera que el uno no puede existir sin el otro. Si uno de los dos términos desaparece, el otro se convierte en la presa del nihil. Hay correlación entre la “muerte de Dios” y la muerte del hombre.
Las proposiciones que enuncian una teología catafática (afirmativa), que no han pasado la prueba de la teología apofática (negativa), además de aquellas enunciadas por la sociología que sustituye a la teología - la filosofía como sirvienta de la sociología, luego de haber sido la sirvienta de la teología -, son proposiciones bajo la forma de lo que se llama dogmas, es decir, proposiciones "demostradas", establecidas de una vez por todas y por consecuencia imponiendo su autoridad uniformemente a todos y cada uno. Los dogmáticos no dejan lugar para un verdadero diálogo sino para un enfrentamiento.

En cambio, las verdades percibidas como constitutivas de esta relación cada vez única entre Dios, que se manifiesta como una persona (bíblicamente: el Ángel del Rostro de Dios), y la persona que él promueve al rango de una persona revelándose a ella, son parte de una relación fundamentalmente existencial, no dogmática. No puede expresarse como un dogma sino como un dokêma. Los dos términos derivan del mismo verbo en griego dokéo, que significa a la vez "parecer", "mostrarse como", "creer", "pensar" y "admitir". El dokêma marca el lazo de interdependencia entre la forma de lo que se manifiesta y aquel a quien ella se manifiesta. Es esta correlación misma lo que quiere decir dokésis. Desgraciadamente es a partir de ésto que la rutina acumulada por los siglos de historia de dogmas en Occidente, ha acuñado el término docetismo, sinónimo de fantasmagórico, irreal, aparente. Es necesario revigorizar el sentido primario: lo que se llama docetismo es de hecho la crítica teológica, o más bien teosófica, del conocimiento religioso. Una crítica que, al interrogarse sobre lo que es visible para el creyente pero invisible para el no-creyente, se interroga sobre la naturaleza y las causas de esta visibilidad. Naturaleza y causas que se deben al evento que tiene lugar y que consiste en la correlación de la que hablamos, que no tiene su lugar ni en el mundo de la percepción sensible, ni en el mundo abstracto del entendimiento. Nos falta entonces otro mundo que asegure ontológicamente el pleno derecho de esta relación que no es lógica, conceptual ni dogmática, sino una relación teofánica, constitutiva de un realismo visionario, donde la apariencia se convierte en aparición.

Es por lo que yo lo traduje en mis libros, de acuerdo al latín mundus imaginalis, por el término "mundo imaginal", a fin de diferenciarlo bien del imaginario, que identificamos con lo irreal, ya que entonces recaeríamos en el abismo del agnosticismo del que, por el contrario, nos debe preservar el mundo imaginal. Este mundo “donde los cuerpos se espiritualizan y donde los Espíritus toman cuerpo” es por esencia el mundo de cuerpos sutiles, el mundo de una materia espiritual etérea, libre de leyes de la materia corruptible de este mundo, pero no de la extensión (aquella de los sólidos matemáticos). que posee eminentemente toda la riqueza cualitativa del mundo sensible, pero en estado incorruptible. Este intermundo es el lugar de los eventos visionarios, de visiones de profetas y de místicos, de eventos de la escatología. Sin este intermundo estos eventos no tendrían lugar. Por tanto, este mundus imaginalis es la vía por la cual nos liberamos del literalismo, al cual siempre han estado tentadas de sucumbir las “religiones del Libro”. El sentido espiritual de las revelaciones se convierte en sentido literal a nivel ontológico, porque es en este nivel que alcanzamos una percepción sacramental o una conciencia sacramental de los seres y las cosas, es decir de su función teofánica, porque nos preserva de confundir un icono, precisamente una imagen metafísica, con un ídolo. En la ausencia de este intermundo, permanecemos condenados al encarcelamiento en la Historia unidimensional de eventos empíricos. Los “eventos en el Cielo” (nacimiento divino y nacimiento del alma, por ejemplo) no nos miran mas porque nosotros ya no los miramos tampoco.

Llego la hora de, más que comparar, conjugar los esfuerzos convergentes de un Jacob Bœhme y de un Mollâ Sadrâ Shîrâzî, instaurando una metafísica de la Imaginación activa como órgano del intermundo de cuerpos sutiles y de la materia espiritual, quarta dimensio. La intensificación de los actos del existir, tal como la profesa la metafísica de Sadrâ Shîrâzî, eleva el status del cuerpo al estado del cuerpo espiritual, incluso del cuerpo divino (jism ilâhî). El órgano de esta transmutación, de esta generación del cuerpo espiritual es, tanto para Bœhme como para Mollâ Sadrâ, la fuerza imaginativa, que es la facultad mágica por excelencia (Imago-Magia), porque ella es el alma misma, “animada” por su “Naturaleza Perfecta”, su polo celeste. Ahora bien, si uno de los aspectos destructivos del nihilismo nos aparece en el “desencanto” (Entzauberung) de un mundo reducido a una positividad utilitaria, sin finalidad más allá, vislumbramos adónde podemos erigir el escudo contra este nihilismo.

Mi análisis ha intentado separar el fenómeno primero, que nos permite transferir la culpabilidad que se le imputa al Occidente al cargarlo de la responsabilidad de un “materialismo” que sería opuesto al “espiritualismo” del Oriente. Quise sugerir que esta culpabilidad no se origina en lo que sería el Occidente en su esencia, sino de una traición con respecto a lo que haría precisamente su esencia. La oposición entre Oriente y Occidente, en sentido geográfico o étnico, está de aquí en adelante superada, ya que ni lo que llamamos “espiritualismo”, ni lo que llamamos “materialismo”, son monopolios inalienables. De lo contrario, ¿cómo sería posible el fenómeno que denominamos en la actualidad la “occidentalización” del Oriente? En definitiva, ¿acaso el responsable de esta “occidentalización” es el Occidente? O bien, ¿no lo es el Oriente mismo? En breve, henos aquí, Orientales y Occidentales, afrontando juntos de hecho los mismos problemas. Desde este momento, las palabras “Oriente” y “Occidente” deben tomar otro sentido que el geográfico, el político o el étnico – incluso un autor de libelos ha podido escribir “Roma ya no está en Roma”, tal vez tanto como que el Oriente ya no está en Oriente -. Nosotros apuntamos así el “Oriente” en el sentido metafísico de la palabra, el “Oriente” tal como lo entienden los filósofos iraníes de la tradición de Avicena y de Sohravardî. Su “Oriente” es el mundo espiritual (’âlam qodsî), este polo celeste del cual depende, ya lo habíamos dicho, la integridad de la persona humana. Aquellos que pierden este polo son los vagabundos de un Occidente opuesto al “Oriente” metafísico, poco importa que sean geográficamente Orientales u Occidentales.

Pica aquí para leer el artículo completo

Un saludo
Enrique

sábado, 23 de septiembre de 2006

El arquetipo del inválido



Acabo de traducir el capítulo 2 del libro de Adolf Guggenbühl-Craig, "The emptied soul" (El alma vaciada), anteriormente titutlado "Eros on crutches" (Eros en muletas). En este capítulo, titulado "El Arquetipo del Inválido", el psicólogo arquetipal escribe:

"El Arquetipo del Inválido puede ser fructífero para la persona que lo vive. Contrarresta la inflación; cultiva la modestia. Porque se les da lo que les corresponde a la debilidad y las carencias humanas, es posible un tipo de espiritualización. Las invalidez es un continuo memento mori, un permanente confrontación con las limitaciones físicas y psíquicas. No permite huir a fantasías de salud o alejarse de un reconocimiento de la muerte. Promueve la paciencia y refrena la obsesión de actuar. En un sentido, es un arquetipo muy humano. La fantasía de la salud y la totalidad en cuerpo y alma puede ser adecuada para los dioses, pero para los meros mortales es una tribulación. Quod licet jovi non licet bovi.
Porque el Arquetipo del Inválido acentúa la dependencia humana, porque obliga a aceptar nuestra necesidad mutua y la de los demás, es un factor importante en las relaciones. Hoy nos vemos perseguidos por una fata morgana psicológica -la ilusión de la Persona Independiente. Aún hay aquellos que creen que es posible ser totalmente independiente de los demás. Todos somos dependientes de alguien -de maridos o esposas, de padres o madres, de nuestros hijos, amigos, incluso de nuestros vecinos. El conocimiento de nuestras propias deficiencias y debilidades, de nuestra propia invalidez, nos ayuda a darnos cuenta de nuestra eterna dependencia de algo o de alguien"

Un saludo
Enrique

viernes, 22 de septiembre de 2006

Lecciones astrológicas, en Octubre


Los lunes de Octubre, a las 18:30 hs, relanzaré "Las lecciones astrológicas de Oskar Adler"


Sus lecciones sobre el simbolismo de las lunaciones, eclipses, planetas y aspectos nunca se tradujeron al castellano, y el curso consistirá en la traducción, lectura y comentario de estos textos inéditos del gran pensador que escribiera:
‘El destino de cada ser humano es el juicio cósmico final acerca de su propia historia, del mismo modo en que el destino onrírico es el juicio propio -el juicio que el individuo formula acerca de sí mismo-, su confrontación con su propio pasado. La única manera de dominar el destino es la de amortizar la herencia o el pasado por liquidación de la ‘deuda’, de la obligación. Es esta una de las exigencias más difíciles de cumplir que nos impone la astrología: la exigencia de transformar la constitución que nos es dada por nacimiento y herencia, la exigencia de barrer la escoria del pasado’
(O. ADLER: La Astrología como Ciencia Oculta)

Este curso no sólo se plantea como una profundización en la astrología hermética, sino como una inmersión en el universo del neoplatonismo y del hermetismo, una visión que devuelve al alma su relación con el cosmos y devuelve al cosmos su alma olvidada.

Los que estéis interesados, por favor, enviadme un mail así nos ponemos de acuerdo en el sitio de encuentro el lunes 2 de octubre a las 18:30 hs

Un saludo
Enrique

A bono in bonum omnia diriguntur. Laetus in praesens neque census existimes, neque appetas dignitatem, fuge excessum, fuge negotia, laetus in praesens
(Todos son dirigidos por el bien al bien. Contento en el presente, no estimes las posesiones ni desees cargos, huye de los excesos, huye de los negocios, contento en el presente. Marsilio Ficino)

domingo, 3 de septiembre de 2006

Plotino: Sobre la Belleza



Acabo de añadir a la página de artículos del Centro, el maravilloso tratado de Plotino: Sobre la Belleza Inteligible

Este tratado de las Enéadas (V,8) es en sí un compendio de neoplatonismo, una mirada que hoy resulta sumamente ajena al estilo de vida Occidental y que, sin embargo, es el perfecto antídoto para las miserias a las que nos condena una visión del mundo esclava del literalismo (el imperialismo de "los hechos") e impermeable a la comprensión de lo anímico como otra cosa que un apéndice: ya sea biológico, cerebral, químico, social, económio o cultural.

Es así que resulta iluminador leer en este tratado de Plotino pasajes como los siguientes:

“La verdad es que la naturaleza, que produce obras tan bellas es ya de por sí bella, y lo es con gran prioridad; pero nosotros, que no estamos acostumbrados ni sabemos ver nada de lo del interior de las cosas, corremos tras lo de fuera desconociendo que es lo interno lo que nos mueve. Nos pasa lo mismo que si uno, mirando hacia su propia imagen, tratase de darle alcance desconociendo el original de donde proviene.”

“Allá (en la dimensión imaginal) es donde se da “la vida fácil” y la verdad es, además, su madre, su nodriza, su sustancia y su alimento -y contemplan todas las cosas, no “a las que compete el devenir”, sino a las que compete la Esencia, y se contemplan a sí mismos en los demás. Porque todo es allá diáfano y nada hay oscuro u opaco, sino que cada uno es transparente a cada uno y en todo, puesto que la luz lo es a la luz. Y es que cada uno posee a todos dentro de sí y ve, a su vez, en otro a todos los demás, y todo es todo, y el resplandor es inmenso, porque cada uno de ellos es grande, pues aún lo pequeño es grande. El sol allá es todo los astros, y cada astro es, a su vez, sol y todos los astros. En cada uno destaca un rasgo distinto, pero exhibe todos.Allá el Movimiento es puro; no lo enturbia en su curso un motor que sea distinto de él. El Reposo, por su ante, tampoco se ve turbado por el movimiento, porque no se mezcla con nada móvil. Lo bello es bello, no está en lo no bello. Cada uno no avanza por un país extraño, sino que el “en donde” de cada uno es su propia esencia, y sube como si dijéramos, arriba y su “de donde” sube con él: él y su sitio no son, por tanto, dos cosas distintas; porque su sustrato es la Inteligencia y él mismo es inteligencia, como si uno diera en creer que, en este cielo visible tan luminoso, esa luz emanada de él es la que constituye los astros. Pues bien, en el cielo de acá, un astro no puede constar de otro astro, y así cada astro no puede ser más que una parte. Pero en el Cielo de allá cada Ente consta siempre del todo, y así es a la ve cada uno y todo. Tiene, sí, visos de parte, pero se deja ver como todo para el de vista penetrante, para el que fuera tan agudo de vista como Linceo, que se decía que veía aun las entrañas de la tierra. Este mito de Linceo simboliza los ojos de allá.”

“Cabe comprender la grandiosidad y la potencia de esta sabiduría, por el hecho de que consigo lleva y consigo ha creado los Seres: todos van en su séquito; ella misma es los Seres; con ella nacieron; ambos son una misma cosa, y la Esencia es la sabiduría de allá. Pero nosotros no alcanzamos a comprenderlo, porque pensamos que las ciencias están compuestas de teoremas y de un cúmulo de proposiciones; lo que realmente no es verdad, ni aun en las ciencias de este mundo. Si alguno de vosotros duda de ello, prescindamos de estas ciencias por el momento, y centrémonos en la Ciencia de allá, la que con certera intuición Platón dice que “no es distinta del sujeto en que reside”.”

“en la región transcendente las cosas no han sido planeadas así porque tenían que ser así, sino que, porque son como son, por eso son bellas. Es como si, en el silogismo causal, la conclusión se anticipara a las premisas en vez de seguirse de ellas. No son resultado de una consecución lógica ni de una ideación, sino anteriores a toda consecución y a cualquier ideación, puesto que todo esto -razonamiento, demostración y prueba- viene después. Puesto que es principio, todas las cosas proceden espontáneamente y son como son. Y se dice con razón que no deben inquirirse las causas del principio, y más de un principio cual es el perfecto, que es idéntico al fin. Hasta tal punto que principio y fin son todo a la vez y de una manera completa”

“Represéntate, pues, mentalmente la imagen luminosa de una esfera, que contiene en su interior todos los seres, sea que estén en movimiento, sea que estén en reposo, o mejor unos en movimiento y otros en reposo. Reteniendo esta imagen, fórmate ahora otra suprimiendo mentalmente la masa. Suprime también el lugar y toda representación mental de la materia, y no trates meramente de sustituir esa esfera por otra de menor volumen, sino que, invocando al dios hacedor la esfera representada, suplícale que venga. Y vendrá: vendrá trayendo consigo su propio universo con todos los dioses incluidos en él, siendo uno y todos. Cada uno es todos consociados en unidad: diferentes por sus potencias, pero todos son uno en virtud de aquella única múltiple potencia, o mejor, el que es uno solo es todos, pues no se agota porque nazcan todos aquellos. Están todos juntos, pero a la vez cada uno está aparte en posición inextensa, dado que carece de toda forma sensible (si no, uno estaría en un sitio y otro en otro, y no sería cada uno todo en sí mismo) y no tiene partes distintas ni respecto a otros ni respecto a sí mismo, ni es cada uno a modo de una potencia fragmentada igual a la suma de sus partes mensuradas. Por el contrario, es una potencia total, infinita en alcance y en poder. Y es tan grande aquél dios que aun sus partes son infinitas. Porque ¿qué punto se podría aducir al que no extienda? Es verdad que también este universo es grande que todas las potencias que hay en él coexisten juntas; pero sería mayor, sería de una grandeza inefable si no llevara aneja una pequeña potencia corporal”

Contemplando, pues, Zeus -y aquellos de entre nosotros que estén como él enamorados- ese espectáculo, al final podrá ver la Belleza entera posada sobre todos los seres; la verá y compartirá aquella Belleza. Porque ésta refulge en todas las cosas e inunda de luz a los llegados allá de manera que aun éstos se embellezcan análogamente a como a menudo hombres que escalan parajes elevados cuyo suelo amarillea allá en la altura cobran el mismo color dorado de la tierra que pisan. Allá el color que tiñe la región transcendente es la Belleza, mejor dicho, allá todo es color y belleza en profundidad. Allá la Belleza no es un tinte superficial distinto de la realidad. Pero para quienes no han alcanzado la visión plena sólo cuenta el reverbero. En cambio, a quienes están empapados y como embriagados y saturados de néctar, como tienen el alma transida de belleza, les cabe el no ser menos espectadores. Porque no se trata ya de dos cosas extrínsecas, contemplante y contemplado, sino que el vidente de vista penetrante posee dentro de sí el objeto visto. Pero poseyéndolo, la mayoría de las veces desconoce que lo posee y lo mira como algo extrínseco, porque lo mira como objeto de visión y porque desea mirarlo. Ahora bien, todo cuanto uno mira como objeto de contemplación, lo mira como algo externo. Pero es menester desplazar la mirada y mirarse a sí mismo, mirar el objeto como una sola cosa consigo mismo, como idéntico a uno mismo, del mismo modo que quien estuviera poseído por algún dios, presa de Febo, o por alguna Musa, alcanzaría la visión del dios dentro de sí mismo, si fuera capaz de mirar a dios dentro de sí mismo.

Pero si alguno no es todavía capaz de verse a sí mismo cuando poseído por el dios proyecta, para verlo, el objeto de su visión, se proyecta a sí mismo y mira una imagen embellecida de sí mismo. Mas si prescinde de esa imagen, por bella que sea, aunándose consigo mismo y deja de escindirse por más tiempo, se hace una sola cosa a la vez que todas las cosas en compañía de aquel dios calladamente presente, y está con él cuanto puede y quiere. Y si luego se convierte a la dualidad, con tal de permanecer puro estará en antigüedad con aquél, de tal manera que pueda recobrar aquel estado anterior de copresencia si de nuevo se reconvierte a aquél. Y en esta reconversión reporta el provecho siguiente: en un principio tiene consciencia de sí mismo, mientras dura la alteridad; mas luego, apresurándose a adentrarse en sí mismo, recobra su integridad y, dejando atrás la percepción consciente por miedo a la alteridad, es y a uno allá en su interior. Y si deseare verse a sí mismo como objeto distinto, con ello se saca sí mismo afuera. Ahora bien, quien aspire a un conocimiento profundo de aquel dios, debe tomar como base un esbozo de aquel y tratar de lograr, por la investigación, un conocimiento más preciso, y así, una vez convencido de que se adentra en un espectáculo beatífico, debe adentrarse ya plenamente y convertirse ya de vidente en objeto de visión para otro que lo contemple resplandeciente con los esplendorosos pensamientos que dimanan de allá.

Y ¿cómo podrá uno alcanzar la Belleza, si no la ve? -En realidad, si uno ve la Belleza como distinta de sí mismo, es que todavía no ha alcanzado la Belleza, mientras que si se transforma en Belleza, entonces sí que la alcanza mejor que de ningún otro modo. En conclusión; si la visión es de lo externo, o no debe haber visión o, si la hay, que sea de modo que se identifique con el objeto visto. Y esto es una especie de autocomprensión y autoconsciencia de quien se guarda de apartarse de sí mismo por deseo de una percepción más consciente.

Hay que tener en cuenta, además, lo siguiente; que las sensaciones de los males producen una impresión más fuerte, pero que el conocimiento resultante es menor por la repercusión causada por las impresiones. La enfermedad repercute, en efecto, más violentamente, mientras que la salud, coexistiendo pacíficamente con el sujeto, origina en él una mayor comprensión de sí mismo. Es que la salud, como propiedad del sujeto, se adhiere a él y se aúna con él, mientras que la enfermedad es algo extraño e inapropiado. Y por eso se hace patente por la intensa impresión que nos produce de ser otra cosa distinta de nosotros. En cambio de lo nuestro, lo mismo que de nosotros, no hay percepción; pero no habiéndola, precisamente por eso nos comprendemos mejor a nosotros mismos, habiendo unificado la ciencia de nosotros con nosotros. Pues también en aquel caso, cuando nuestro conocimiento es según la inteligencia, entonces más que nunca tenemos la impresión de ser ignorantes, estando a la espera de la vivencia de una percepción consciente, que declara no haber visto. Es que ni vio ni podrá ver jamás tales objetos. Es, pues, la consciencia la que no cree, mientras que quien vio es un sujeto distinto de ella. Y si tampoco éste creyera, tampoco creerá en su propia existencia, ya que ni tan siquiera él puede, proyectándose al exterior cual si fuera un objeto sensible, verse a sí mismo con los ojos del cuerpo.”

“Nosotros mismos, cuando somos bellos, lo somos por ser de nosotros mismos. Por el contrario, somos feos cuando nos transformamos en una naturaleza extraña. Y somos bellos cuando nos conocemos, feos cuando nos desconocemos”

Enrique