En más de una ocasión a lo largo de sus escritos, Wolfgang Giegerich insiste en llamar al “mundo del alma”, o también a la dimensión psico-lógica con la expresión hegeliana de “el mundo al revés”. Así, por ejemplo, en su “¿Es "profunda" el alma?” escribe:
“el verdadero “interior” no es algo localizado dentro de otra cosa. No es una ubicación en absoluto; como localización todavía sería una idea abstracta o externa de interioridad. No, el verdadero “interior” es lo que no tiene nada fuera de sí, externo a sí, no hay límites que podría estar ahí fuera, en sus márgenes. El verdadero interior se define como aquél cuya interioridad ha rodeado, en una inversión revolucionaria, la noción misma de “afuera”, "límite” o “frontera”, y las ha interiorizado en sí mismo. Lo interior es así lo que tiene lo exterior verdaderamente dentro, y no fuera, de sí mismo. Sólo esta relación auto-contradictoria, “loca” es lo que constituye la interioridad. Pero, por supuesto, algo que tiene el afuera (su propio afuera) verdaderamente dentro suyo, ya no puede ser imaginado. Sólo puede ser pensado. Y puesto que la “tierra” del alma está constituida por la interioridad, sólo es accesible al pensamiento. En sí misma es un Mundo Al Revés y, como tal, inimaginable”.
A propósito de esta expresión de Hegel, retomada por Heidegger en su “¿Qué es metafísica?”, he publicado el artículo de Raúl Gabás Pallás, “El mundo al revés en Hegel y Heidegger”, que puede ayudar a comprender lo que se oculta en esta imagen.
Entre otras cosas, Gabás escribe:
“Ambos pensadores coinciden, pues, en que la filosofía es el “revés” del mundo, el mundo visto en imagen invertida o por la otra parte… La ciencia filosófica comienza cuando el absoluto es reconocido como único ser. Pero el entendimiento (usual) se muestra impotente para esto, pues es incapaz de pensar lo absoluto. Lo concibe siempre como finito, como un “algo” contrapuesto a otro “algo” (en términos de Heidegger: entiende el ser a manera de ente, no llega a pensar la diferencia ontológica). La actividad típica del entendimiento usual es dividir, fijar y hallar relaciones entre lo que permanece dividido. Si intenta unificar lo separado, se enreda en antítesis insolubles. Por eso, la razón filosófica y la sana razón humana representan dos visiones diametralmente opuestas (invertidas) del mundo. Para el entendimiento (usual) lo real es la multiplicidad de los entes sensibles y finitos; lo absoluto, en cambio, o bien se considera inexistente, o bien es declarado como una idea vacía, sin contenido. Para la razón (filosofía), por el contrario, toda esa esfera del entendimiento (usual) no tiene realidad de por sí; la auténtica realidad es aquel fondo carente de presupuestos (absoluto) que pone lo finito y lo suprime. …
¿Puede alguien pensar en serio sin la idea de universo? Por universo se entiende la totalidad y unidad de los entes en un nexo recíproco, que se mantiene gracias a leyes internas de la realidad, la cual es “una” en medio de sus diferencias. Pensar es buscar una parte, o la totalidad, o las leyes básicas de ese nexo. Un pensar cabal no incurre en la osadía de aislar enteramente una parte, como si ésta no tuviera ninguna ventana abierta hacia otras partes o estratos (por ejemplo, como si la biología no estuviera conectada con la física). A su vez, el pensar mismo, de un lado, se halla dentro del universo y, de otro lado, se enfrenta a él como su objeto, si bien con la persuasión de que pensante y pensado llegarán a coincidir, pues ambos se hallan inmersos en la unidad del todo. Este todo no puede constituirse por lo que las partes tienen como tales, como diferentes, sino por una fuerza interna que mantiene la unión a pesar de las diferencias.
Cuando el hombre pregunta y quiere saber, no espera que las cosas le digan qué es saber, sino que él tiene ya un saber acerca del saber. Saber es precisamente un ver la totalidad, un adquirir conciencia de ella. Tal saber brota desde dentro de la totalidad, como su propio movimiento. Por tanto, el saber es la conciencia que la totalidad adquiere de sí misma, es la autoconciencia del absoluto. Una cierta autoconciencia del absoluto es el presupuesto de toda filosofía genuina y de toda ciencia en general. Jamás podrá constituirse ninguna ciencia, si ella no parte de una noción previa de saber. Se sabe desde dentro, nadie entra desde fuera en el saber. El decisionismo más nominalista fija las bases de la ciencia a la luz de un saber ya conquistado. La filosofía invierte el mundo, ve el mundo al revés, porque rompe los esquemas de representación de la sana razón humana, de la experiencia sensible a la que está acostumbrado el hombre”
Puede leerse el artículo entero picando aquí
Acaso se intuya ya que Giegerich, al insistir que el reino del “alma” es “el mundo al revés”, está apuntando a una dimensión opuesta (invertida) a la visión positivista y empirista del mundo, al naturalismo del sentido común o al torpe literalismo, y señala en cambio hacia al mundo de la reflexión, del reflejo en la conciencia, (que presupone una ruptura, una pérdida de “identificación” ingenua, una capacidad especulativa -y no una capacidad o propiedad de las personas empíricas, sino capacidad del “alma”): en suma, a la vida lógica del alma.
“el verdadero “interior” no es algo localizado dentro de otra cosa. No es una ubicación en absoluto; como localización todavía sería una idea abstracta o externa de interioridad. No, el verdadero “interior” es lo que no tiene nada fuera de sí, externo a sí, no hay límites que podría estar ahí fuera, en sus márgenes. El verdadero interior se define como aquél cuya interioridad ha rodeado, en una inversión revolucionaria, la noción misma de “afuera”, "límite” o “frontera”, y las ha interiorizado en sí mismo. Lo interior es así lo que tiene lo exterior verdaderamente dentro, y no fuera, de sí mismo. Sólo esta relación auto-contradictoria, “loca” es lo que constituye la interioridad. Pero, por supuesto, algo que tiene el afuera (su propio afuera) verdaderamente dentro suyo, ya no puede ser imaginado. Sólo puede ser pensado. Y puesto que la “tierra” del alma está constituida por la interioridad, sólo es accesible al pensamiento. En sí misma es un Mundo Al Revés y, como tal, inimaginable”.
A propósito de esta expresión de Hegel, retomada por Heidegger en su “¿Qué es metafísica?”, he publicado el artículo de Raúl Gabás Pallás, “El mundo al revés en Hegel y Heidegger”, que puede ayudar a comprender lo que se oculta en esta imagen.
Entre otras cosas, Gabás escribe:
“Ambos pensadores coinciden, pues, en que la filosofía es el “revés” del mundo, el mundo visto en imagen invertida o por la otra parte… La ciencia filosófica comienza cuando el absoluto es reconocido como único ser. Pero el entendimiento (usual) se muestra impotente para esto, pues es incapaz de pensar lo absoluto. Lo concibe siempre como finito, como un “algo” contrapuesto a otro “algo” (en términos de Heidegger: entiende el ser a manera de ente, no llega a pensar la diferencia ontológica). La actividad típica del entendimiento usual es dividir, fijar y hallar relaciones entre lo que permanece dividido. Si intenta unificar lo separado, se enreda en antítesis insolubles. Por eso, la razón filosófica y la sana razón humana representan dos visiones diametralmente opuestas (invertidas) del mundo. Para el entendimiento (usual) lo real es la multiplicidad de los entes sensibles y finitos; lo absoluto, en cambio, o bien se considera inexistente, o bien es declarado como una idea vacía, sin contenido. Para la razón (filosofía), por el contrario, toda esa esfera del entendimiento (usual) no tiene realidad de por sí; la auténtica realidad es aquel fondo carente de presupuestos (absoluto) que pone lo finito y lo suprime. …
¿Puede alguien pensar en serio sin la idea de universo? Por universo se entiende la totalidad y unidad de los entes en un nexo recíproco, que se mantiene gracias a leyes internas de la realidad, la cual es “una” en medio de sus diferencias. Pensar es buscar una parte, o la totalidad, o las leyes básicas de ese nexo. Un pensar cabal no incurre en la osadía de aislar enteramente una parte, como si ésta no tuviera ninguna ventana abierta hacia otras partes o estratos (por ejemplo, como si la biología no estuviera conectada con la física). A su vez, el pensar mismo, de un lado, se halla dentro del universo y, de otro lado, se enfrenta a él como su objeto, si bien con la persuasión de que pensante y pensado llegarán a coincidir, pues ambos se hallan inmersos en la unidad del todo. Este todo no puede constituirse por lo que las partes tienen como tales, como diferentes, sino por una fuerza interna que mantiene la unión a pesar de las diferencias.
Cuando el hombre pregunta y quiere saber, no espera que las cosas le digan qué es saber, sino que él tiene ya un saber acerca del saber. Saber es precisamente un ver la totalidad, un adquirir conciencia de ella. Tal saber brota desde dentro de la totalidad, como su propio movimiento. Por tanto, el saber es la conciencia que la totalidad adquiere de sí misma, es la autoconciencia del absoluto. Una cierta autoconciencia del absoluto es el presupuesto de toda filosofía genuina y de toda ciencia en general. Jamás podrá constituirse ninguna ciencia, si ella no parte de una noción previa de saber. Se sabe desde dentro, nadie entra desde fuera en el saber. El decisionismo más nominalista fija las bases de la ciencia a la luz de un saber ya conquistado. La filosofía invierte el mundo, ve el mundo al revés, porque rompe los esquemas de representación de la sana razón humana, de la experiencia sensible a la que está acostumbrado el hombre”
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Acaso se intuya ya que Giegerich, al insistir que el reino del “alma” es “el mundo al revés”, está apuntando a una dimensión opuesta (invertida) a la visión positivista y empirista del mundo, al naturalismo del sentido común o al torpe literalismo, y señala en cambio hacia al mundo de la reflexión, del reflejo en la conciencia, (que presupone una ruptura, una pérdida de “identificación” ingenua, una capacidad especulativa -y no una capacidad o propiedad de las personas empíricas, sino capacidad del “alma”): en suma, a la vida lógica del alma.