viernes, 8 de enero de 2010

Frases de Hegel, para pensar


Frases de G. W. F. Hegel
:

Aquel para quien el pensamiento no sea lo único verdadero, lo supremo, no puede juzgar en absoluto el modo filosófico.

La vida es lucha y sufrimiento, pero la grandeza y la fuerza sólo se miden por la fuerza y la grandeza de la oposición.

Las verdaderas tragedias no resultan del enfrentamiento entre un derecho y una injusticia. Surgen del choque entre dos derechos.

Cabe soñar de sí mismo muchas cosas que no son sino representaciones exageradas del propio valor.

Lo que el hombre es realmente, tiene que serlo idealmente.

Ten el valor de equivocarte

Los que estén necesitados de consuelo pueden sacar de la historia este consuelo horrible: que los hombres de importancia histórica no han sido lo que se llama felices

Necesitada de consuelo está empero la envidia, a quien lo grande y elevado enoja y que se esfuerza por empequeñecerlo y encontrar defecto en ello, y sólo encuentra soportable la existencia de semejante superioridad, cuando sabe que el hombre grande no ha sido feliz.

...cabría pensar: así ha sido, es un sino, no se pueden cambiar las cosas. Y para olvidar el disgusto que esta dolorosa reflexión pudiera causarnos, nos refugiaríamos acaso en nuestro sentimiento vital, en el presente de nuestros fines e intereses, que exigen de nosotros no el duelo por lo pasado, sino la mayor actividad. También podríamos recluirnos en el egoísmo, que permanece en la playa tranquila, y contemplar seguros el lejano espectáculo de las confusas ruinas. Pero aun cuando consideremos la historia como el ara ante la cual han sido sacrificadas la dicha de los pueblos, la sabiduría de los Estados y la virtud de los individuos, siempre surge al pensamiento necesariamente la pregunta: ¿a quién, a qué fin último ha sido ofrecido este enorme sacrificio?

Nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión.

Con la existencia surge la particularidad.

Constituye una dificultad para la filosofía el hecho de que la mayoría piense que la autoconciencia no contiene más que la existencia particular empírica del individuo.

El drama no es elegir entre el bien y el mal, sino entre el bien y el bien.

El filósofo, debe hacer filosofía cuando ya la vida ha pasado.

...el griego Anaxágoras fue el primero en decir que el nous, el intelecto en general o la razón, rige el mundo; no una inteligencia como razón consciente de sí misma, ni un espíritu como tal. Debemos distinguir muy bien ambas cosas.

El hombre aparece después de la creación de la naturaleza y constituye lo opuesto al mundo natural. Es el ser que se eleva al segundo mundo. Tenemos en nuestra conciencia universal dos reinos, el de la naturaleza y el del espíritu.

Pero el hombre no es independiente, porque el movimiento comience en él, sino porque puede inhibir el movimiento. Rompe, pues, su propia espontaneidad y naturalidad.

El hombre piensa, aun cuando no tenga conciencia de ello.

El hombre que realiza algo grande, pone toda su energía en ello. No tiene la mezquindad de querer esto o aquello.

El hombre vale porque es hombre, no porque es judío, católico, protestante, alemán, italiano, etc.

El individuo no inventa su contenido, sino que se limita a realizar en sí el contenido sustancial.

El interés particular de la pasión es, por tanto,inseparable, de la realización de lo universal; pues lo universal resulta de lo particular y determinado, y de su negación.

El punto de la finitud consiste en la actividad individual que da existencia a lo universal, realizando sus determinaciones.

Un edificio es ante todo un fin y propósito interno.

El rejuvenecimiento del espíritu no es un simple retorno a la misma figura; es una purificación y elaboración de sí mismo.

El terreno del espíritu lo abarca todo; encierra cuanto ha interesado e interesa todavía al hombre.

En primer término hemos de observar que nuestro objeto la historia universal, se desenvuelve en el terreno del espíritu. El mundo comprende en sí la naturaleza física y la psíquica.

Este interés objetivo, que actúa sobre nosotros, tanto por virtud del fin universal como del individuo que lo representa, es lo que hace atractiva la historia.

Hemos de contemplar la historia universal según su fin último. Este fin último es aquello que es querido en el mundo; sabemos que Dios es lo más perfecto, por tanto, Dios sólo puede quererse a sí mismo, y a lo que es igual a sí. Dios y la naturaleza de su voluntad son una misma cosa; y ésta es la que filosóficamente llamamos la Idea.

La caducidad puede conmovernos; pero se nos muestra, si miramos más profundamente, como algo necesario en la idea superior del espíritu.

La existencia del espíritu consiste en tenerse a sí mismo por objeto.

La filosofía de la historia no es otra cosa que la consideración pensante de la historia; y nosotros no podemos dejar de pensar, en ningún momento.

La filosofía es el mundo al revés.

La filosofía no es, por tanto, un consuelo; es algo más, es algo que purifica lo real, algo que remedia la injusticia aparente y la reconcilia con lo racional, presentándolo como fundado en la idea misma y apto para satisfacer la razón. Pues en la razón está lo divino.

La filosofía, segura de que la razón rige el mundo, estará convencida de que lo sucedido se somete al concepto y no trastocará la verdad, como es hoy de moda.

La historia es el esfuerzo del espíritu para conseguir la libertad.

La historia es el progreso de la conciencia de la libertad.

La historia universal comienza con su fin general: que el concepto del espíritu sea satisfecho sólo en sí, esto es, como naturaleza. Tal es el impulso interno, más íntimo, inconsciente.

La idea es primeramente algo interno e inactivo, algo irreal, pensado, representado; es lo interno en el pueblo.

La idea universal es, por tanto, plenitud sustancial por un lado y abstracción del libre albedrío por otro.

La independencia del hombre consiste en esto: en que sabe lo que lo determina.

La lectura del periódico es la oración matinal del hombre moderno.

La razón es el pensamiento, el nous, que se determina a sí mismo con entera libertad.

La razón aprehendida es su determinación, es la cosa. Lo demás - si permanecemos en la razón en general- son meras palabras.

La razón descansa y tiene su fin en sí misma; se da la existencia y se explica por sí misma.

La razón ha determinado las grandes revoluciones de la historia, es el punto de partida necesario de la filosofía en general y de la filosofía de la historia universal.

La razón no necesita, como la acción finita, condiciones de un material externo; no ha menester medios dados, de los cuales reciba el sustento y los objetos de su actividad; se alimenta de sí misma y es ella misma el material que elabora.

... la razón rige el mundo y, por tanto, también la historia universal ha transcurrido racionalmente. Esta convicción y evidencia es un supuesto, con respecto a la historia como tal. En la filosofía empero, no es un supuesto.

La sustancia del espíritu es la libertad. Su fin en el proceso histórico queda indicado con esto: es la libertad del sujeto; es que éste tenga su conciencia moral y su moralidad, que se proponga fines universales y los haga valer; que el sujeto tenga un valor infinito y llegue a la conciencia de este extremo. Este fin sustantivo del espíritu universal se alcanza mediante la libertad de cada uno.

Lo concreto, en los caminos de la Providencia son los medios, los fenómenos en la historia, los cuales están patentes ante nosotros; y debemos referirlos a aquel principio universal.

Lo primero que el espíritu sabe de sí, en su forma de individuo, es que siente. Aquí todavía no hay ninguna objetividad. Nos encontramos determinados de este y de aquel modo.

Lo que generalmente se llama realidad es considerado por la filosofía como cosa corrupta, que puede aparecer como real, pero que no es real en sí y por sí.

Lo que sólo es en sí, constituye una posibilidad, una potencia; pero no ha pasado todavía de la interioridad a la existencia.

Lo subjetivo, como algo meramente particular y que tiene meros fines finitos y particulares, ha de someterse, sin duda, a lo universal.

En la conciencia sensible el objeto aparece como lo más rico, pero es lo más pobre en pensamientos.

Lo supremo para el espíritu es saberse, llegar no sólo a la intuición, sino al pensamiento de sí mismo.

Los fines particulares se pierden en lo universal.

Los hombres no se comportan nunca, en ese sentido completamente exterior, como medios para el fin de la razón.

Los hombres no son sino los instrumentos del genio del universo.

Pensar y amar son cosas distintas. El pensamiento en sí mismo es inaccesible al amor.

El sentimiento es la forma inferior que un contenido puede tener; en ella existe lo menos posible.

Lo que se tiene en el sentimiento es completamente subjetivo, y sólo existe de un modo subjetivo. El que dice: "yo siento así", se ha encerrado en sí mismo.

Cuando en relación con algo un ser humano no invoca la naturaleza y el concepto de la cosa, ni invoca por lo menos razones que sean la universalidad del entendimiento, sino que apela a su sentimiento, no queda entonces sino dejarlo estar, porque obrando así escapa a la comunidad de lo racional y se encierra en su subjetividad aislada, en la particularidad.

Lo que en sí y por sí es universal es objeto del pensamiento, no del sentimiento.

La fe no es apta para desarrollar el contenido.

El espíritu, por el contrario, reside en sí mismo; y esto justamente es la libertad.

El espíritu como conciencia es sólo el aparecer del espíritu

La filosofía nos enseña que todas las propiedades del espíritu existen sólo mediante la libertad, que todas son simples medios para la libertad, que todas buscan y producen la libertad.

Quien trabaja por una cosa, no está sólo en general, sino que está interesado en ella.

Producirse, hacerse objeto de sí mismo, saber de sí: esa es la tarea del espíritu.

Si la libertad, como tal, es ante todo el concepto interno, los medios son, en cambio, algo externo; son lo aparente, que se expone en la historia tal como se ofrece inmediatamente a nuestros ojos.

Si se dice: no sabemos nada de Dios, entonces la religión es algo superfluo, algo que ha llegado demasiado tarde y malamente.

Sin duda el hombre ha de ocuparse necesariamente de lo finito; pero hay una necesidad superior, que es la que el hombre tenga un domingo en la vida, para elevarse sobre los quehaceres de los días ordinarios, ocuparse de la verdad y traerla a la conciencia.

Sólo tengo interés por algo, mientras este algo permanece oculto para mí, o es necesario para un fin mío, que no se halla cumplido todavía.

Quien mira racionalmente el mundo, lo ve racional.

Todo lo racional es real; y todo lo real es racional.

Una oposición existe, cuando la realidad todavía no es conforme a su concepto, o cuando el íntimo concepto de sí todavía no ha llegado a la autoconciencia.

“¥o” en tanto negatividad absoluta, es en sí la identidad en el ser-otro; “yo” es el mismo y abarca el objeto como algo en sí superado; el yo es un lado de la relación y la relación entera; es la luz que se manifiesta a sí misma y manifiesta además lo otro.

Yo sé de mi objeto y sé de mí; ambas cosas son inseparables.