domingo, 9 de noviembre de 2008

La búsqueda del placer, el utopismo fatuo y la virtud vacía


Acabo de publicar en la web del Centro una sección de la Fenomenología del Espíritu (1807), de Hegel, en la que se construye la progresiva realización de la autoconciencia (de la modernidad), que conduce al re-encuentro de lo Universal y lo Individual, pasando por tres momentos decisivos:

1) la búsqueda del placer (conciencia fáustica) en la que “la individualidad solamente singular.... en vez de haberse precipitado de la teoría muerta a la vida, lo que ha hecho más bien ha sido precipitarse sólamente a la conciencia de la propia carencia de vida, y sólo participa de sí como la necesidad vacía y extraña, como la realidad muerta”. A la individualidad particular que busca en “lo real” su propia satisfacción particular, la realidad se le revela como implacable necesidad objetiva. De allí un transito “de la forma del uno a la forma de la universalidad… del fin del puro ser para sí que ha rechazado la comunidad con otros al puro contrario”:

2)  la conciencia utópica, que movida por la “ley del corazón” busca “el bien de la humanidad” y que se opone a un orden colectivo que se le revela como “el curso del mundo”

3) la conciencia virtuosa que aspira a invertir el orden del mundo mediante el sacrificio de la individualidad.

Es sorprendente la lucidez con la que Hegel analiza estos modos (figuras) de autoconciencia (conciencia de la conciencia) en la que ésta, en su camino hacia sí misma, hace la experiencia de que su realidad es la unidad inseparable con lo universal.
Hegel denuncia la fatuidad y el fanatismo de la conciencia utópica que cree saber cómo debiera ser el mundo, siguiendo inmediatamente el “saber” de su corazón, cuando con frecuencia “las palpitaciones del corazón por el bien de la humanidad se truecan en la furia de la infatuación demencial, en el furor de la conciencia por mantenerse contra su destrucción”, es decir, contra la destrucción de su propio estatus. 

También anticipa Hegel  la vacuidad virtuosa de “esas pomposas frases sobre el bien más alto de la humanidad y lo que atenta contra él, sobre el sacrificarse por el bien y el mal uso que se hace de los dones; -tales esencias y fines ideales se derrumban como palabras vacuas que elevan el corazón y dejan la razón vacía, que son edificantes, pero no edifican nada; declamaciones que sólo proclaman de un modo determinado este contenido: que el individuo que pretexta obrar persiguiendo tan nobles fines y que emplea tan excelentes tópicos se considera como una esencia excelente; -es una inflación que agranda su cabeza y la de otros; pero la agranda hinchándola de vacío. La virtud antigua tenía una significación segura y determinada, pues tenía su fundamento pleno de contenido en la sustancia del pueblo y como su fin un bien real ya existente; no iba, pues, dirigida contra la realidad como una inversión universal y contra un curso del mundo. En cambio, ésta que consideramos es una virtud que sale fuera de la sustancia, una virtud carente de esencia, una virtud solamente de la representación y de las palabras, privada de aquel contenido. Esta vacuidad de la retórica en lucha contra el curso del mundo se pondría en seguida en evidencia si se debiera decir lo que su retórica significa; -por eso se la presupone como conocida. La exigencia de decir esto que es conocido se cumpliría bien con un nuevo torrente de retórica o bien se le contrapondría la referencia al corazón, que dice interiormente lo que aquello significa; es decir, se confesaría, de hecho, la impotencia de decirlo”