sábado, 26 de febrero de 2011

El universal singular y la "irrelevantificación" de W. Giegerich


Acabo de publicar en la Web del Centro Enrique Eskenazi la transcripción que
Ale Bica hizo de una clase del curso "La Vida Lógica del Alma: Psicología Analítica y Dialéctica" en enero de 2009

En ese artículo puede leerse:
"Cada fase tuvo y tiene su momento de verdad. El individuo tiene sus límites. Uno puede decir "aquí termina la historia". Pero no es así. Aquí se acabó él, en todo caso, pero la cosa está en marcha. Donde acabas tú no acaba la conciencia, sólo acabas tú. La conciencia está muchísimo más allá que tú. Uno puede ponerse a la altura de la consciencia, pero no crearla, pues ya está creada a pesar de uno. Es uno el que tiene que llegar a donde ya está la cosa. Hegel, decía: "el ave de Minerva vuela al atardecer." Minerva es Atenea, la diosa de la sabiduría, el símbolo de la filosofía y su ave es la lechuza. De ahí que la lechuza sea tradicionalmente el símbolo del pensamiento filosófico, porque ve en la oscuridad. Siendo la Sabiduría la consciencia, ésta llega siempre tarde. Es darse cuenta de lo que ya está pasando. Ser consciente no es crear algo que no había, sino más bien que vuelva a casa lo que ya está, pero sin ser aún reconocido. La realidad opera independientemente de la consciencia individual. Es la consciencia individual la que puede llegar hasta donde está la acción. El momento en que se explicita, y por lo tanto se hace consciente, no es el momento en que ocurre. La conciencia siempre llega después. Sin embargo, llega después y es posible que llegue porque se ha producido. Pero el que se haya producido y no haya llegado todavía a la consciencia imposibilita la transición hacia nuevas etapas. Es decir: el comienzo de una nueva etapa de comprensión sólo es posible cuando la consciencia ha ido llegando a la etapa en que ya se está. Justo en ese momento, comienza a haber la nueva etapa, aquella que la consciencia no advertía. Es como la transición de la consciencia de la persona concreta al mundo o a la consciencia colectiva. Es como un ponerse al día.

Por ejemplo: en la vida personal puede que la estructura lógica en la que uno se mueve haya ya trascendido las necesidades de la niñez, pero puede que el ego se haya quedado anclado en estadios infantiles. Puede que uno siga queriendo jugar a la pelota y que se sienta culpable y que tenga que hacer un esfuerzo para jugar a la pelota como antes, cuando no le costaba ningún esfuerzo, y que se niegue y viva conflictivamente aquello que espontáneamente se está dando en él.

Otro ejemplo es el de la emergencia de la sexualidad, que tampoco es un acto voluntario, que tampoco es producto de ninguna decisión ni de ninguna preparación. Llega un momento en que el deseo se dispara y actúa, y actúa más allá del yo. Pero es el "yo" el que tiene que conquistar conscientemente esto que ya está ocurriendo a pesar del yo.

La característica del ser humano no es ser un ser natural que puede vivir las cosas en un supuesto estadio natural, lo que los alquimistas llamaban unio naturalis. Para el ser humano la cosa existe (deviene efectiva, real) en el momento en que se hace consciente. Por eso somos primariamente, primordialmente, hijos de la consciencia. Incluso lo que llamamos cuerpo en uno, es vivido a través de la consciencia. Por lo tanto, la sexualidad en el ser humano, jamás es un fenómeno natural. No es que primero sea natural. Siempre es la conquista que hace la consciencia de un proceso en el cual ya se está involucrado, pero en tanto que aún no es consciente, es un mero hecho externo, no es "alma". Es mediante la apropiación por parte de la consciencia que deviene psicológico y por ello "real"."

Para consultar el artículo basta con picar aquí

jueves, 24 de febrero de 2011

El Cristianismo como fenómeno psicológico: clase del 23 de febrero 2011


En esta clase dada por E. Eskenazi el 23 de febrero en la Librería Sto. Domingo, Barcelona, como parte del curso "El cristianismo como fenómeno psicológico", se continúa con la lectura y comentario del artículo de W. Giegerich, publicado en 1983, "El entierro del alma en la civilización tecnológica". Giegerich argumenta aquí que la tecnología es la verdadera religio del Occidente cristiano, la expresión de lo que Jung llamara vida simbólica: una vida espiritual autónoma que exige y convoca al ser humano a fin de volverse real.
La clase puede escucharse picando aquí.



sábado, 19 de febrero de 2011

Nietzsche: El viajero y su sombra


Prólogo de 1886

Aquí se debe mantener el equilibrio frente a la vida, la serenidad e incluso el reconocimiento a la vida; aquí domina una voluntad severa, altiva, siempre alerta, constantemente irritable, una voluntad que se ha impuesto la tarea de defender la vida contra el sufrimiento y de extirpar todas las conclusiones que nacen como hongos venenosos en el suelo del sufrimiento, de la decepción, del hastío, del aislamiento y de otros terrenos pantanosos. Un pesimista tal vez encontrase en mis obras indicaciones preciosas para examinarse a sí mismo, pues fue entonces cuando pude arrancarme esta frase: “¡Un hombre que sufre ni siquiera tiene
derecho al pesimismo!".
Por ese entonces libraba en mí mismo una lucha penosa y paciente contra la inclinación fundamentalmente anticientífica de todo pesimismo romántico, que quiere transformar unas cuantas experiencias personales en juicios universales, amplificándolas hasta querer condenar al mundo... en una palabra: le di la vuelta a mi mirada... Así me obligué, medico y enfermo a la vez, a un clima del alma contrario a mi alma antigua y no experimentado aún

... Las vida misma nos recompensa de nuestra voluntad obstinada hacia la vida, de esta larga guerra, tal como yo la llevaba entonces, contra el pesimismo de la lasitud; y nos recompensa ya de toda mirada atenta que le lanza nuestro reconocimiento, que no deja escapar ninguna ofrenda de la vida, aunque fuese la más pequeña y la más pasajera. Ella nos da, en cambio, la ofrenda más grande que pueda darse: nos devuelve nuestra tarea.

... Comienzo a pensar y creo cada vez más que mis libros de viaje no fueron escritos para mí sólo, como me parecía a veces... ¿Puedo recomendar especialmente que los tomen en consideración a aquellos que se afligen por un “pasado” y que tienen, por lo demás, suficiente conciencia para sufrir por el espíritu de su pasado? Pero, ante todo, a vosotros que tenéis la tarea más dura, hombres raros, intelectuales y valerosos; vosotros, los más expuestos de todos, que debéis ser la conciencia del alma moderna y, como tales, poseer su ciencia; vosotros en quienes se da cita todo lo que puede haber hoy de enfermedades, venenosas y peligrosas; vosotros cuyo destino es estar más enfermos que cualquier otro individuo porque no sois solamente “individuos”...; vosotros que tenéis el consuelo de conocer el camino de una salud nueva; y ¡ay! de seguir ese camino de una salud de mañana y de pasado mañana
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(6) Contra los imaginativos. El imaginativo niega la verdad ante sí mismo; el mentiroso únicamente ante los demás.

(7) Enemistad contra la luz. Si se le hace comprender a alguien que, en sentido estricto, no se puede hablar nunca de verdad, sino solamente de probabilidad, se ve generalmente, por la alegría no disimulada de aquel a quien así se le instruye, cuánto prefieren los hombres la incertidumbre del horizonte intelectual y cuanto odian, en el fondo de su alma, la verdad a causa de su precisión. ¿Se debe esto a que todos temen secretamente que caiga de una vez sobre ellos la luz de la verdad con demasiada intensidad? ¿Quieren dar a entender algo y, por consiguiente, no se debe saber exactamente lo que son? ¿O bien no es más que el temor a una luz más clara, a la cual su alma de topo, crepuscular y fácil de deslumbrar, no está habituada, de suerte que tiene que odiar esa luz?

(8) Escepticismo cristiano. Ahora se presenta gustosamente a Pilatos, con su pregunta: “¿qué es la verdad?”, como abogado del Cristo, y esto para hacer que se sospeche de todo lo que es conocido y digno de conocerse, hacerlo pasar por apariencia, a fin de poder erigir sobre el horrible fondo de la imposibilidad de saber: ¡la Cruz!

(20) La verdad no tolera otros dioses. La fe en la verdad comienza con la duda respecto a todas las “verdades” en que se ha creído hasta el presente.

(21) Sobre lo que se exige silencio. Si se habla del pensamiento libre como de una expedición en medio de los glaciares y de los mares polares, quienes no quieren embarcarse se ofenden, como si se les reprochase su vacilación o la debilidad de sus piernas. Cuando no nos sentimos a la altura de una cosa difícil, no toleramos que se mencione delante de nosotros.

(33) Querer ser justo y querer ser juez. Hay un error, no sólo en el sentimiento:“yo soy responsable”, sino también en esta oposición: “yo no lo soy, pero es preciso que lo sea alguien”. ¡Mas esto no es cierto! Es preciso pues que el filósofo diga, como el Cristo: “¡No juzguéis!” Y la última distinción entre los cerebros filosóficos y los demás sería que los primeros quieren ser justos, mientras que los segundos quieren ser jueces.

(37) El engaño en amor. Olvidamos voluntariamente ciertas cosas de nuestro pasado, las desechamos de la cabeza deliberadamente; pues tenemos el deseo de ver la imagen que refleja nuestro pasado, mentirnos a nosotros mismos y halagarnos; trabajamos incesantemente en este engaño a nosotros mismos. Y creeréis vosotros, los que habláis tanto del "olvido de sí mismo en el amor", del "abandono del yo a otra persona", vosotros que os jactáis de todo esto: ¿creeréis que esto es algo esencialmente diferente? Rompemos el espejo, nos transformamos mediante la imaginación en otra persona a la que admiramos, y gozamos desde ese momento de nuestra nueva imagen, aunque la designemos con el nombre de otra persona, ¿y todo este proceso no sería engaño de sí mismo, egoísmo? ¡Me asombráis! Me parece que quienes se ocultan algo a sí mismo y quienes, en conjunto, se ocultan a sí mismos, se parecen en que cometen un robo al tesoro del conocimiento. De donde es preciso deducir ante qué delito pone en guardia el axioma: "conócete a ti mismo".

(39) Por qué los estupidez se vuelven a menudo perversos. A las objeciones de nuestro adversario, contra las cuales nuestro cerebro se siente demasiado débil, nuestro corazón responde sospechando de los motivos de estas objeciones.

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Estas son algunas joyas que se encuentran en cuanto se abre El viajero y su sombra de Nietzsche que completa a su Humano, demasiado humano. No tiene desperdicio, y sigue vigente hoy, acaso más que nunca. Un rasgo que destaca a un gran pensador de la gran masa de escritores de moda para consumo masivo, que se olvidan rápidamente y se pasa luego a otra producto de consumo. Nietzsche es demasiado difícil y demasiado indigesto para este tipo de lectores, coleccionistas de "cultura".


martes, 15 de febrero de 2011

Stefan Zweig: Nietzsche (La lucha contra el demonio)


En la obra de Stefan Zweig -La lucha contra el demonio- el autor hace un retrato de la psicología de Nietzsche y entre otras cosas dice:

“...La psicología de Nietzsche no proviene de su inteligencia dura y lúcida como el diamante, sino que es parte integrante de la hipersensibilidad característica de su cuerpo; el siente, husmea, ventea (Mi genio está en mi olfato) con espontaneidad de función física todo aquello que no es completamente sano en los negocios humanos e intelectuales. "Una lealtad extrema frente a todo el mundo" es, para él no sólo un dogma moral, sino condición primaria elemental, precisa, para su existencia. "Peligro cuando estoy en un medio impuro." La falta de luz, la suciedad moral le deprimen y le irritan del mismo modo que la pesadez de los alimentos mal condimentados le oprimen su estómago; su cuerpo reacciona ya antes que lo haga su espíritu. "Poseo una irritabilidad muy desagradable en el instinto de pureza, de modo que la percibo fisiológicamente en las entrañas de las almas, y hasta su proximidad." Todo lo que está adulterado por el moralismo, hiere desagradablemente su olfato y le hace ventear la mentira: el incienso de iglesia, la frase patriótica o cualquier otro narcótico de la conciencia. Tiene un olfato finísimo para todo lo que huele a podrido, a corrompido o a malsano, un olfato que descubre toda mezquindad intelectual; así, pues, la claridad, la pureza, la limpieza significan, para su intelecto, condiciones tan necesarias para su existencia como para su cuerpo es necesario el aire puro”.
..."Puede ser injusto, puede exagerar a veces, pero Nietzsche nunca cede una pulgada de la verdad, ni aun en medio del éxtasis. Por eso nadie fué nunca de tan grande disposición para la psicología como lo fué Nietzsche, nunca un espíritu estuvo tan bien constituido para actuar de barómetro del alma; NUNCA EL ESTUDIO DE LOS VALORES POSEYÓ UN APARATO DE PRECISIÓN TAN EXACTO, TAN SUBLIME, como lo fué Nietzsche.
Pero no basta a la psicología disponer de un escalpelo cortante, fino, exacto, no le basta tener un instrumento espiritual perfecto, necesita también que la mano del psicólogo sea de acero duro y templado, necesita una mano que no retroceda ni tiemble durante la operación, pues la psicología no queda lograda con el talento, sino que precisa también carácter, exige el valor de PENSAR TODO LO QUE SE SABE. En el caso que se pudiera llamar ideal, como es el de Nietzsche, es una facultad de conocer, junto a una fuerza de voluntad de querer saber, de querer conocer. El psicólogo de verdad debe querer ver allá donde puede ver, no debe desviar su pensamiento como consecuencia de indulgencia sentimental, de una timidez personal o de un temor innato, no debe adormecerse por escrúpulos o por sentimientos. Esos guardianes "cuyo deber es la vigilancia" no pueden tener espíritu de conciliación, ni magnanimidad, ni timidez, ni compasión, no pueden tener, en fin, ninguna debilidad o virtud de burgués o de hombre mediocre. No les está permitido a esos guerreros, a esos conquistadores del espíritu, el dejar escapar con indulgencia alguna verdad que han podido capturar en algunas de sus salidas a la descubierta.
En lo que se refiere al conocimiento, "la ceguedad no es solo error, sino cobardía" y la indulgencia es un crimen; pues aquel que tiene miedo o vergüenza de hacer daño, aquel que teme oír los gritos de los desenmascarados o retrocede ante la fealdad del desnudo, ése no ha de descubrir nunca el último secreto. Toda verdad que no alcance el punto más extremo posible, toda veracidad que no sea absoluta, no constituye nunca un valor absoluto.
De ahí viene la severidad de Nietzsche con aquellos que, por pereza o cobardía de pensamiento, descuidan el deber sagrado de la resolución, de ahí su cólera contra Kant por haber introducido en su sistema, por una puerta secreta, volviendo al mismo tiempo la mirada hacia otro lado, el concepto de la divinidad, de ahí su cólera contra aquellos que cierran o entornan los ojos en la filosofía, frente al diablo o el demonio de la oscuridad, y que echan un velo sobre la última verdad suprema. No hay verdades de gran estilo que surjan por adulación, no hay grandes secretos que puedan ser descubiertos por una charla llana y familiar, sólo es por fuerza, por violencia, por tenacidad cómo la naturaleza se deja arrancar sus secretos más preciosos, es gracias a la brutalidad cómo se puede hacer la afirmación, en una moral de gran estilo, de "la majestad y la atrocidad de las exigencias infinitas". Todo lo que esta oculto exige mano dura e intransigente, SIN RESOLUCIÓN NO HAY SINCERIDAD NI "CONCIENCIA DE ESPÍRITU." Donde desaparece mi sinceridad, quedo en las tinieblas, allí donde quiero saber, quiero también ser sincero, es decir: duro, severo, intransigente, cruel e inexorable."

Puede consultarse el capítulo sobre Nietzsche escrito por Zweig picando en el siguiente enlace

lunes, 14 de febrero de 2011

Reir o morir: cómo el "pensamiento positivo" engañó a América y al mundo


Excelente crítica del magnífico libro de Barbara Ehrenreich

Jenni Murray aplaude a una demorada demolición de la sugerencia de que el pensamiento positivo es la respuesta a nuestros problemas


por Jenni Murray

The Observer, Domingo 10 Enero 2010


De vez en cuando aparece un libro que repica tanto con tu propio pensamiento, y sin embargo, vuela de forma tan espectacular frente a la filosofía de moda, que llega como un alivio profundamente tranquilizador. Después de leer el libro de Bárbara Ehrenreich : “Sonríe o Muere: Cómo el Pensamiento Positivo ha engañado a América y al Mundo” siento como si pudiera regodearme en el dolor, la tristeza, la decepción o cualquier emoción negativa que llegue de forma natural sin preocuparme por haberme convertido en ese estereotipo terrible, la cascarrabias, la vieja gruñona. En cambio, puedo ser meramente humana: alguien que no tiene que convencerse de que cada rechazo o desastre es una oportunidad de oro para "seguir adelante" de una manera optimista.


Sonríe o Muere: Cómo el Pensamiento Positivo Engañó a América y al Mundo por Barbara Ehrenreich


Ehrenreich llegó a su crítica de la industria de miles de millones de dólares del pensamiento positivo (una marea de libros, DVD, instructores de la vida, entrenadores ejecutivos y oradores de motivación) en circunstancias desgraciadas similares a las que yo tuve. Fue diagnosticada de cáncer de mama y, como yo, se encontró cada vez más incómoda por el lenguaje marcial y la cultura “rosa” que ha llegado a rodear esta enfermedad. Cuando me he encontrado con la brigada de “la actitud positiva te ayudará a luchar y sobrevivir esta experiencia", mi respuesta ha sido protestar en contra del uso del vocabulario militar y preguntar cuán miserable el optimismo de los "sobrevivientes" haría que se sintiera la pobre mujer que se estaba muriendo de cáncer de pecho. Me parecía que una “invasión” de las células de cáncer era una pura lotería. Nadie conoce la causa. Como Ehrenreich dice: "Yo no tenía factores de riesgo conocidos, no hay cáncer de mama en la familia, había tenido a mis bebés relativamente joven y los amamanté a los dos. Comía bien, bebía con moderación, hacía ejercicio y, además, mis pechos eran tan pequeños que imaginé que un bulto o dos podría mejorar mi figura”. (Gracias a Dios, no ha perdido su sentido del humor.)


Ya hacía mucho tiempo que había sospechado que las tasas de mejora de supervivencia para las mujeres que tenían cáncer de mama no tenían absolutamente nada que ver con el “poder” del pensamiento positivo. Pues se esperaba que de las mujeres diagnosticadas entre 2001 y 2006, el 82% sobrevivieran cinco años, en comparación con sólo el 52% diagnosticado 30 años antes. Las cifras pueden relacionarse directamente con el perfeccionamiento de la detección, la mejores técnicas quirúrgicas, una mayor comprensión de los diferentes tipos de cáncer de mama y el desarrollo de tratamientos personalizados. Ehrenreich presenta la prueba de numerosos estudios que demuestran que el pensamiento positivo no tiene ningún efecto sobre las tasas de supervivencia y ofrece los tristes testimonios de mujeres que han sido asoladas por lo que un investigador ha llamado “una carga adicional a un paciente ya devastado”.

Qué pena, por ejemplo, la mujer que escribió al gurú médico mente/cuerpo Deepak Chopra: "A pesar de que sigo los tratamientos, y he llegado lejos descargándome de sentimientos dañinos, he perdonado a todos, he cambiado mi estilo de vida para incluir la meditación, la oración, la dieta adecuada, el ejercicio y los suplementos, el cáncer sigue reproduciéndose. ¿Hay alguna una lección aquí que no entiendo, que hace que continúe apareciendo? Soy positiva y voy a vencerlo, sin embargo, con cada diagnóstico se hace más difícil mantener una actitud positiva."

Como Ehrenreich continúa explicando, las exhortaciones a pensar positivamente (ver el vaso medio lleno, incluso cuando se encuentra hecho pedazos en el suelo) no se limitan a la cultura rosa del cáncer de mama. Ella refiere la susceptibilidad de los Estados Unidos a la filosofía del pensamiento positivo al pasado calvinista del país y muestra cómo, en sus primeros días, una puritana “exigencia de esfuerzo permanente y auto-examen hasta el punto de detestarse a sí mismo” aterrorizaba a niños pequeños y empujaba a “adultos previamente sanos a una condición de retraimiento mórbido, marcado generalmente por enfermedades físicas así como espanto interior”.

Sólo a comienzos del siglo 19 comenzaron a desaparecer las nubes de lobreguez calvinista y comenzó a crecer un nuevo movimiento que llegaría a tener un séquito tan ferviente como había tenido el anterior. Fue la unión de dos pensadores, Phineas Parkhurst Quimby y Mary Baker Eddy, en la década de 1860, que llevó a la formalización de una visión del mundo post-calvinista, conocido como el Movimiento del Nuevo Pensamiento. Se imaginaba un nuevo tipo de Dios que ya no era hostil e indiferente, sino un espíritu omnipotente al que los seres humanos tenían meramente que acceder a fin de controlar del mundo físico.

Las mujeres de clase media encontraron particularmente beneficioso este nuevo estilo de pensamiento, que llegó a ser conocido como las “leyes de la atracción”. Al negárseles toda oportunidad de luchar en el mundo, se habían pasado sus días excluidas de cualquier otro papel que el de recostarse en una hamaca, pero el enfoque del Nuevo Pensamiento y su “terapia de conversación” desarrollada por Quimby abría nuevas e interesantes posibilidades. Mary Baker Eddy, una beneficiaria de la cura, fundó la Ciencia Cristiana. Ehrenreich toma nota de que, si bien este nuevo estilo de pensamiento positivo ayudó aparentemente en la desvalidez o la neurastenia, no tenía efecto alguno sobre las enfermedades como la difteria, la escarlatina, el tifus, la tuberculosis y el cólera - así como hoy no curará el cáncer.

Así el pensamiento positivo, la suposición de que sólo hay que pensar en una cosa o desearla para que esto ocurra, comenzó su rápido ascenso hasta ser influyente. Hoy en día, como muestra Ehrenreich, tiene un enorme impacto en los negocios, la religión y la economía mundial. Describe visitas a las conferencias de oradores motivacionales donde a trabajadores que acaban de ser despedidos y obligados a formar parte de la cultura de contratos a corto plazo se les enseña que un “buen jugador de equipo” es, por definición, “una persona positiva” que “sonríe con frecuencia, no se queja, no es abiertamente criticón y se somete con gratitud a cualquier exigencia del jefe ”. Estas son personas que tienen cada vez menos poder para trazar su propio futuro, pero gracias al pensamiento positivo se les da “una visión del mundo -un sistema de creencias, casi una religión- que les asegura que serían de hecho infinitamente poderosos con tan sólo poder controlar sus propias mentes”.

Y nadie ha sido más vulnerable a la tentación de esta filosofía que los autoproclamados “amos del universo”, los banqueros de Wall Street. Aquellos de nosotros educados en creer que ahorrar, tener una cuenta y vivir con los propios medios era la manera de proceder, y quienes se preguntan cómo diablos se redujo el crédito y ocurrieron los desastres subprime, no necesitan buscar más allá de la cultura que sostiene que el pensamiento positivo permite a cualquiera realizar sus deseos. (O, como dice uno de los títulos de los capítulos del libro de Ehrenreich: “Dios quiere que seas rico”.)

El trabajo de Ehrenreich explica dónde comenzó el culto del individualismo y el impacto devastador que ha tenido en la carencia de responsabilidad colectiva. Debemos, dice, desprendernos de nuestra capacidad de auto-absorción y tomar medidas contra las amenazas a las que nos enfrentamos, sean el cambio climático, los conflictos, la alimentación de los hambrientos, la financiación de la investigación científica o la educación que nutra el pensamiento crítico. Está inquieta por acentuar que “no escribo con un espíritu de amargura o desencanto personal, ni tengo ningún apego romántico al sufrimiento como una fuente de conocimiento o virtud. Por el contrario, me gustaría ver más sonrisas, más risas, más abrazos, más felicidad... y el primer paso es recobrarnos del engaño masivo que es el pensamiento positivo”. Su libro, me parece, es un llamado para el regreso del sentido común y, me temo, en lo que pretende ser una obra de crítica, sólo puedo encontrar cosas positivas que decir al respecto. ¡Maldita sea!

sábado, 12 de febrero de 2011

La huida ante el pensamiento (*)


En su magnífico discurso de 1955, traducido usualmente como “Serenidad” (Gelassenheit), si bien podría acaso traducirse más efectivamente como “Dejidad”, Martin Heidegger habló de “la huida ante el pensamiento” que caracteriza al hombre contemporáneo.

Cito a continuación un largo pasaje de esa conferencia:

“No nos hagamos ilusiones. Todos nosotros, incluso aquellos que, por así decirlo, son profesionales del pensar, todos somos, con mucha frecuencia, pobres de pensamiento (gedanken-arm); estamos todos con demasiada facilidad faltos de pensamiento (gedanken-los). La falta de pensamiento es un huésped inquietante que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes. Porque hoy en día se toma noticia de todo por el camino más rápido y económico y se olvida en el mismo instante con la misma rapidez. Así, un acto público sigue a otro. Las celebraciones conmemorativas son cada vez más pobres de pensamiento. Celebración conmemorativa (Gedenkfeier) y falta de pensamiento (Gedankenlosigkeit) se encuentran y concuerdan perfectamente.

Sin embargo, cuando somos faltos de pensamiento no renunciamos a nuestra capacidad de pensar. La usamos incluso necesariamente, aunque de manera extraña, de modo que en la falta de pensamiento dejamos yerma nuestra capacidad de pensar. Con todo, sólo puede ser yermo aquello que en sí es base para el crecimiento, como, por ejemplo, un campo. Una autopista, en la que no crece nada, tampoco puede ser nunca un campo yermo. Del mismo modo que solamente podemos llegar a ser sordos porque somos oyentes y del mismo modo que únicamente llegamos a ser viejos porque éramos jóvenes, por eso mismo también únicamente podemos llegar a ser pobres e incluso faltos de pensamiento porque el hombre, en el fondo de su esencia, posee la capacidad de pensar, «espíritu y entendimiento», y que está destinado y determinado a pensar. Solamente aquello que poseemos con conocimiento o sin él podemos también perderlo o, como se dice, desembarazarnos de ello.

La creciente falta de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida ante el pensar. Esta huida ante el pensar es la razón de la falta de pensamiento. Esta huida ante el pensar va a la par del hecho de que el hombre no la quiere ver ni admitir. El hombre de hoy negará incluso rotundamente esta huida ante el pensar. Afirmará lo contrario. Dirá - y esto con todo derecho - que nunca en ningún momento se han realizado planes tan vastos, estudios tan variados, investigaciones tan apasionadas como hoy en día. Ciertamente. Este esfuerzo de sagacidad y deliberación tiene su utilidad, y grande. Un pensar de este tipo es imprescindible. Pero también sigue siendo cierto que éste es un pensar de tipo peculiar.

Su peculiaridad consiste en que cuando planificamos, investigamos, organizamos una empresa, contamos ya siempre con circunstancias dadas. Las tomamos en cuenta con la calculada intención de unas finalidades determinadas. Contamos de antemano con determinados resultados. Este cálculo caracteriza a todo pensar planificador e investigador. Semejante pensar sigue siendo cálculo aun cuando no opere con números ni ponga en movimiento máquinas de sumar ni calculadoras electrónicas. El pensamiento que cuenta, calcula; calcula posibilidades continuamente nuevas, con perspectivas cada vez más ricas y a la vez más económicas. El pensamiento calculador corre de una suerte a la siguiente, sin detenerse nunca ni pararse a meditar. El pensar calculador no es un pensar meditativo; no es un pensar que piense en pos del sentido que impera en todo cuanto es.

Hay así dos tipos de pensar, cada uno de los cuales es, a su vez y a su manera, justificado y necesario: el pensar calculador y la reflexión meditativa.

Es a esta última a la que nos referimos cuando decimos que el hombre de hoy huye ante el pensar. De todos modos, se replica, la mera reflexión no se percata de que está en las nubes, por encima de la realidad. Pierde pie. No tiene utilidad para acometer los asuntos corrientes. No aporta beneficio a las realizaciones de orden práctico.

Y, se añade finalmente, la mera reflexión, la meditación perseverante, es demasiado «elevada» para el entendimiento común. De esta evasiva sólo es cierto que el pensar meditativo se da tan poco espontáneamente como el pensar calculador. El pensar meditativo exige a veces un esfuerzo superior. Exige un largo entrenamiento. Requiere cuidados aún más delicados que cualquier otro oficio auténtico. Pero también, como el campesino, debe saber esperar a que brote la semilla y llegue a madurar.

Por otra parte, cada uno de nosotros puede, a su modo y dentro de sus límites, seguir los caminos de la reflexión. ¿Por qué? Porque el hombre es el ser pensante, esto es, meditante. Así que no necesitamos de ningún modo una reflexión «elevada». Es suficiente que nos demoremos junto a lo próximo y que meditemos acerca de lo más próximo: acerca de lo que concierne a cada uno de nosotros aquí y ahora; aquí: en este rincón de la tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer mundial”.

Hay una “huida ante el pensar” cuando nos refugiamos en una palabrería (lo que Heidegger en una ocasión llamara
chiaccheria) que no es sino repetición más o menos banal de lo que en su momento fueron ideas, pero que han pasado a ser lugares comunes. También hay una huída ante el pensar cuando ya no re-memoramos sino que damos por supuesto que las imágenes y las palabras son evidentes. Así, dualidades tan usuales como “pensamiento/corazón”, “teoría/práctica”, “masculino/femenino”, “mente/cuerpo”, “proyección/introyección”, “espíritu/materia”, “interior/exterior” , “conciente/inconsciente” y tantas otras suelen darsepor hecho, cuando el único “hecho” que menifiesta su uso es que ya no pensamos, ya no prestamos atención, ya inadvertidamente hemos renunciado a desbrozar el camino y transitarlo, y somos compelidos por una avenida construida hace mucho tiempo (autopistas del pensamento calculador) que echa un velo sobre los temas esenciales.

Esta pobreza de pensamiento se hace presente hoy en todos los ámbitos y, cómo no, también en el de la psicología, que acaso surge como “especialidad” justamente cuando se abandona el pensar y se cae en la inercia de un pensamiento técnico (calculador) que ya da por supuesto lo que es
psique, lo que es “interior”, y lo que es “cuerpo” o “exterior”.

El mismo caso de que demos por supuesto que ya sabemos lo que es “la psique” oculta -y a la vez manifiesta- que
ya no estamos en situación de hacer preguntas fundamentales. La progresiva identificación de psique con cerebro sigue este camino, pero también ocurre lo mismo con quienes hablan -sin poner en cuestión esas “imágenes” y las ideas que implican- de “contenidos psíquicos” y hacen inadvertidamente de “la psique” un continente (y un “espacio contenedor”) del cual emergen o en el cual se “contienen” algo así como “ideas ”, “imágenes”, “sentimientos”, etc.

Con el uso de palabras
aparentemente simples e inocuas (basta pensar en la abundante terminología psicológica: psique, complejo, función, imagen, idea, proyección, paranoia, histeria, ego, arquetipo, voluntad, impulso, emoción, sentimiento, salud, patología, inconsciente, delirio... para nombrar sólo unas pocas) quedan selladas así las preguntas primordiales. Pero las palabras nunca son inocuas, y el lenguaje reclama re-memoración. Si bien es posible hablar sin pensar -y de eso consta no sólo la información cotidiana, sino el contenido de tantos congresos, publicaciones, manifestaciones culturales, ensayos y disquisiciones, páginas webs, blogs, etc.-, no es posible pensar detenidamente sin atender al lenguaje. Pero esta amorosa atención, como tantas otras dimensiones a las que esa atención -meditación se abre, reside hoy en la ya olvidado, ya presupuesto, ya inadvertido...

Esto ocurre también a la hora de acercarse a la obra de un creador, y basta aquí recordar la declaración de Lacan cuando se le preguntó por Norman Brown:

“Brown es un buen ejemplo de cómo puede hacerse una obra perfectamente aireada, sana, eficaz, inteligente, reveladora, con la sola condición de que un ingenio no prevenido (en efecto, Brown no se había ocupado nunca de estos temas) se tome la molestia de leer a Freud, de la misma manera que se leen otras cosas cuando no se está cretinizado previamente por mixtificaciones de baja vulgarizacion. Por ejemplo, hay gente que habla de Darwin sin haberlo leído nunca: lo que comúnmente se llama «darwinismo» es un tejido de imbecilidades, en el que no se puede decir que las frases que se citan no hayan sido extraídas de Darwin, pero que no son más que unas cuantas frases cosidas, con las que se pretende resolver todo, y en las que se describe la vida como una gran lucha y en la que todo funciona con el predominio del más fuerte. Basta abrir la obra de Darwin para darse cuenta de que las cosas son algo más complicadas. De la misma manera que hay una lectura de Freud, la que se enseña en los institutos de psicoanálisis, que impide leer a Freud con cierta garantía de autenticidad.” (en Paolo Caruso: Conversaciones con Lévi-Strauss, Foucault y Lacan, ed. Anagrama. También puede consultarse parte de esta entrevista aquí)

Puede sustituirse en esta declaración el nombre de Darwin o de Freud por el de
Jung, por ejemplo, o Heidegger, o Nietzsche, para encontrarnos con la misma situación. En todos estos casos el pensamiento ha sido reducido a una suma de vulgaridades disponibles, empleadas justamente para evitar todo pensar y, con ello, todo abrir claros a una reflexión más profunda que Heidegger llamaba "reflexión meditativa" o sencillamente "meditación" (y que no debe confundirse con ninguna técnica de meditación: asanas, med. trascendental, etc. que NO son reflexión ni cuestionamiento ni ejercicio del entendimiento, y caben también dentro de "la huida ante el pensamiento").

(*) Esta nota fue publicada originalmente en este blog el 18 de julio de 2008

domingo, 6 de febrero de 2011

W. Giegerich: Primero la Sombra, luego el Anima


o El Advenimiento del Huesped. La integración de la sombra y el surgimiento de la psicología.

Así se titula el brillante artículo de Wolfgang Giegerich, traducido por J. María Moreno, que acabo de publicar en la web del Centro Enrique Eskenazi. Aprovecho para agradecer tanto al autor como al traductor su amable permiso para publicar el artículo.

Para leerlo, basta con picar aquí.

jueves, 3 de febrero de 2011

El último hombre, según Nietzsche


En su “Así Hablaba Zaratustra”, y hace ya unos 130 años, Nietzsche escribió:

“¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo. ¡Mirad! Yo os muestro el último hombre. “¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?” - así pregunta el último hombre, y parpadea.
La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es indestructible, como el pulgón; el último hombre es el que más tiempo vive.
“Nosotros hemos inventado la felicidad” - dicen los últimos hombres, y parpadean.
Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor. La gente incluso ama al vecino y se restriega contra él: pues necesita calor.
Enfermar y desconfiar considéranlo pecaminoso: la gente camina con cuidado. Un tonto es quien sigue tropezando con piedras o con hombres! Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable.
La gente continúa trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento. Mas procura que el entretenimiento no canse. La gente ya no se hace ni pobre ni rica: ambas cosas son demasiado molestas. ¿Quién quiere gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.
¡Ningún pastor y un solo rebaño! (1). Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio.
“En otro tiempo todo el mundo desvariaba” - dicen los más sutiles, y parpadean. Hoy la gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. La gente continúa discutiendo, mas pronto se reconcilia - de lo contrario, ello estropea el estómago. La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud. “Nosotros hemos inventado la felicidad” - dicen los últimos hombres, y parpadean.”

(1) Paráfrasis, modificando su sentido, del Evangelio de San Juan 10:16 "Habrá un solo rebaño y un solo pastor"

Una somera interpretación psico-lógica puede leerse aquí


martes, 1 de febrero de 2011

La importancia del pensamiento y "el camino del corazón"


Picando el siguiente enlace puede escucharse la clase del curso "Hegel y la psico-logía", que tuvo lugar el 31 de mayo de 2010.

Con ocasión de la lectura psicológica del Prólogo a la Fenomenología del Espíritu se revisan ciertos tópicos muy extendidos actualmente: la apelación a una "sabiduría inmediata" (sea "del cuerpo", "del corazón", etc.) que no es sino una forma de dogmatismo, de fundamentalismo. “El alma piensa siempre”, decía Berkeley, y ese adagio es retomado por Hegel hasta el punto de identificar el espíritu de la historia y la cultura como un pensamiento que se piensa a sí mismo, como la actividad permanente que hace la historia. El sentimiento es así una forma inferior que puede tener cualquier contenido que "vuelve a casa" cuando finalmente se expresa en su elemento propio: el elemento del pensar. El sentimiento reduce cualquier contenido a mera "subjetividad", pero el elemento del pensar, como el ámbito de la verdad comunal, es justamente la universalidad.

martes, 25 de enero de 2011

Nietzsche: Nihilismo & Psicología


Clase dada en la librería Sto. Domingo, en Barcelona, el 24 de enero de 2011. En ella se comenta el análisis que hace Heidegger del pensamiento de Nietzsche. Un análisis que implica una concepción original de la "verdad" como creación con fuerza vinculante para la comunidad, como instauración de nuevos valores (es decir de un nuevo ordenamiento de la totalidad del ente).
Para escuchar la clase basta con picar aquí

sábado, 22 de enero de 2011

La "disolución" de la psicología



En su interesante artículo sobre la psicología a lo largo del S. XX, incluído en “El legado filosófico y científico del s. XX” (coord. por Manuel Garrido, Luis M. Valdés y Luis Arenas, ed. Cátedra, pp. 821-840), y refiriéndose a las últimas décadas del siglo XX, Julio Seoane alude a “la sólida impresión de que nunca la psicología estuvo tan carente de fundamentación teórica o de conocimiento riguroso, junto con el convencimiento de que tampoco nunca ha tenido tanto éxito y penetración social en todo tipo de instituciones públicas y privadas de la vida social” (p.840)

La psicología se está disgregando en una cantidad de técnicas difusas para resolver “problemas” específicos, en una fragmentación que, como escribe Seoane, “da prioridad a los problemas de urgencia social frente a los desarrollos sistemáticos, y esto hace que aparezcan una multitud de disciplinas o especializaciones con nombres nuevos y fundamentos imprecisos, como la psicología política, la psico-oncología, la psicología de las adicciones, la psicología de la seguridad vial, la psicología de la familia o la psicología de género, unos pocos ejemplos de una serie interminable. Esto produce una fuerte dispersión de los estudios, una endogamia de los investigadores y un olvido generalizado de las fuentes originales de la psicología. La fragmentación va acompañada de una multiplicación exagerada de las revistas, publicaciones, asociaciones.... un consumo con frecuencia inútil de recursos institucionales, humanos y económicos, y el consiguiente deterioro de la calidad intelectual” (p. 837)

¿Qué significa esta carencia de fundamentación teórica, y lo que es aún más problemático, la indiferencia por parte de los psicólogos a todo intento de fundamentación, así como el deterioro de la calidad intelectual?
Posiblemente la muerte de la psicología, “o al menos su disolución como ciencia singular, combinándose con otras disciplinas como la neurofisiología, la lingüística y otras” o acaso “su configuración definitiva como un conjunto heterogéneo de ideas reunido con la finalidad de consumo en una cultura de masas” (p.840)

viernes, 21 de enero de 2011

La modernidad y la pérdida de dioses


En "La época de la imagen del mundo" (1938) Heidegger, entre otras cosas, escribía:

“Un quinto fenómeno de la era moderna es la desdivinización o pérdida de dioses. Esta expresión no se refiere sólo a un mero dejar de lado a los dioses, es decir, al ateísmo más burdo. Por pérdida de dioses se entiende el doble proceso en virtud del que, por un lado, y desde el momento en que se pone el fundamento del mundo en lo infinito, lo incondicionado, lo absoluto, la imagen del mundo se cristianiza, y, por otro lado, el cristianismo transforma su cristianidad en una visión del mundo (la concepción cristiana del mundo), adaptándose de esta suerte a los tiempos modernos. La pérdida de dioses es el estado de indecisión respecto a dios y a los dioses. Es precisamente el cristianismo el que más parte ha tenido en este acontecimiento. Pero, lejos de excluir la religiosidad la pérdida de dioses es la responsable de que la relación con los dioses se transforme en una vivencia religiosa. Cuando esto ocurre es que los dioses han huido. El vacío resultante se colma por medio del análisis histórico y psicológico del mito.

¿Qué concepción de lo ente y qué interpretación de la verdad subyace a estos fenómenos?
Restringiremos la pregunta al primer fenómeno citado, esto es, a la ciencia.
¿En qué consiste la esencia de la ciencia moderna?
¿Qué concepción de lo ente y de la verdad fundamenta a esta esencia? Si conseguimos alcanzar el fundamento metafísico que fundamenta la ciencia como ciencia moderna, también será posible reconocer a partir de él la esencia de la era moderna en general. En la actualidad, cuando empleamos la palabra ‘ciencia’ ésta significa algo tan esencialmente diferente de la doctrina y scientia de la Edad Media como de la epistéme griega. La ciencia griega nunca fue exacta, porque según su esencia era imposible que lo fuera y tampoco necesitaba serlo. Por eso, carece completamente de sentido decir que la ciencia moderna es más exacta que la de la Antigüedad. Del mismo modo, tampoco se puede decir que la teoría de Galileo sobre la libre caída de los cuerpos sea verdadera y que la de Aristóteles, que dice que los cuerpos ligeros aspiran a elevarse, sea falsa, porque la concepción griega de la esencia de los cuerpos, del lugar, así como de la relación entre ambos, se basa en una interpretación diferente de lo ente y, en consecuencia, determina otro modo distinto de ver y cuestionar los fenómenos naturales. A nadie se le ocurriría pretender que la literatura de Shakespeare es un progreso respecto a la de Esquilo, pero resulta que aún es mayor la imposibilidad de afirmar que la concepción moderna de lo ente es más correcta que la griega. Por eso, si queremos llegar a captar la esencia de la ciencia moderna, debemos comenzar por librarnos de la costumbre de distinguir la ciencia moderna frente a la antigua únicamente por una cuestión de grado desde la perspectiva del progreso.

La esencia de eso que hoy denominamos ciencia es la investigación. ¿En qué consiste la esencia de la investigación?
Consiste en que el propio conocer, como proceder anticipador, se instala en un ámbito de lo ente, en la naturaleza o en la historia. Aquí, proceder anticipador no significa sólo el método, el procedimiento, porque todo proceder anticipador requiere ya un sector abierto en el que poder moverse. Pero precisamente la apertura de este sector es el paso previo fundamental de la investigación. Se produce cuando en un ámbito de lo ente, por ejemplo, en la naturaleza, se proyecta un determinado rasgo fundamental de los fenómenos naturales. El proyecto va marcando la manera en que el proceder anticipador del conocimiento debe vincularse al sector abierto. Esta vinculación es el rigor de la investigación. Por medio de la proyección del rasgo fundamental y la determinación del rigor, el proceder anticipador se asegura su sector de objetos dentro del ámbito del ser. Para aclarar esto arrojaremos una mirada a la más antigua y al mismo tiempo más normativa de las ciencias modernas, la física matemática. En la medida en que la física atómica actual sigue siendo también una física, lo esencial de lo que vamos a decir aquí (que es lo único que nos importa) también puede aplicarse a ella.”

Para leer el artículo íntegro basta con picar aquí

jueves, 6 de enero de 2011

Psicología y Ciencia


Por Enrique Eskenazi.

Fragmento de una clase dada el día 7 de Octubre 2009.

Transcripción de Alejandro Bica.


Negatividad significa en W. Giegerich lo opuesto a positividad o positivismo o a "hecho positivo" (= hecho empírico, verificable, certificable, real-ahí-afuera es decir: afuera-del-mundo-puramente-lógico, hecho al que puede uno referirse con enunciados "ónticos" o que se pueden señalar con el índice: esta casa, este sentimiento, esta situación, esta persona, esta neurona, este conjunto de neuronas, esta familia, etc. etc. Lo psíquico -este sentimiento, esta emoción, esta reacción, etc.- está tan "fuera" de lo lógico y es tan "positivo" como lo físico.) Lo "positivo" es lo existente como ente y por tanto percibible y/o sometible a experimentación científica. Lo positivo tiene así caracter "sustancial". Lo negativo es justamente lo que no existe como ente ni como sustancia (pero no por ello deja de ser real) y por tanto no puede ser directamente verificable, sometible a prueba de laboratorio o apuntable con el índice del sentido común como si fuera una cosa determinada o un conjunto de cosas determinadas).

Giegerich escribe: "Por lo que respecta a positivo y negativo, acaso la idea siguiente pueda poner a la gente en el camino adecuado. En contraste con los seres vivientes o los organismos, es decir, plantas, animales, gente, que tienen una existencia positiva, la "vida" no tiene una existencia positiva; no es una entidad, no es una cosa. No se la puede ver ni tocar ni demostrar. Existe sólo EN los seres vivos, pero no es idéntica con ellos, porque estos seres pueden morir, es decir, perder su vida. Es (lógicamente) absoluto-negativa: absolutamente negativa, porque no es SIMPLEMENTE nada (antes bien, es una realidad poderosa, sólo que no "positiva"). Hay que tener cuidado con no "positivizar" lo que es lógicamente negativo".

Lo positivo trata sólo con asuntos de hechos y experiencia (experimentación) y no con lo especulativo y lo teórico. Hechos y experimentos pueden ser explorados por las ciencias positivas.

Esto es lo que diferenciaría a la psicología de Giegerich de cualquier ciencia. Para Giegerich -y también para C. G. Jung en algunos momentos de su obra-, la psicología no será nunca una ciencia, sino que es ciencia sublada, es lo que pone en cuestión a todas las ciencias, pero no puede ser una ciencia entre las ciencias, sino que es la mirada por debajo que cuestiona la ciencia misma. Jung en algunos momentos vio esto, pero por otro lado quería ser un científico, un empirista. Para Giegerich la psicología ni siquiera pretende ser una ciencia, porque todas las ciencias se mueven en el terreno de la positividad, las ciencias siempre hablan de hechos que están ahí al frente, aunque sean hechos tan sutiles como las partículas cuánticas, que siempre son hechos, hechos reductibles a experiencias de laboratorio.

En el momento en que la psicología es "espíritu viviente", un proceso lógico que se expresa a lo largo de una cultura, jamás será un objeto que está ahí al frente y que se pueda verificar empíricamente. Para Giegerich esto no es una limitación, es un honor. La psicología por lo tanto contendrá a la ciencia, pero traspasada a un plano al cual la ciencia no puede, ni quiere, ni debe llegar, porque a la ciencia jamás le ha importado la verdad. A la ciencia lo único que le ha importado es el control, el obtener resultados, el dominio, la exactitud, la medibilidad, pero nunca la verdad. Puede que en el comienzo de la ciencia, en el siglo XVIII, todavía se confundiera la ciencia con el espíritu de verdad, pero a la altura en que estamos hoy, y que ya lo ha revelado la historia de la ciencia donde la ciencia desemboca en la tecnología y está al servicio necesario de los intereses tecnológicos y comerciales ya no aparece más como el espíritu desinteresado de la búsqueda de la verdad.

En esto M. Heidegger hizo una crítica a la ciencia, -que está contenida en Giegerich- diciendo que “la ciencia no piensa”, la ciencia calcula, pero calcular no es pensar -dialécticamente-, no es entrar en las cosas, sino que es descomponerla en cuantidades que permitan controlarlas, medirlas y disponer de ellas. No está mal. Es una empresa característica del espíritu occidental, pero no tiene nada que ver con el anhelo de verdad, sino que tiene que ver con el anhelo de control, de previsibilidad, de dominación (siendo una forma de lo que Nietzsche llamaría "voluntad de poder").

La ciencia es positividad. La psicología para Giegerich jamás lo será. Y una llamada psicología que pretenda ser positividad, para Giegerich, no tiene logos, tampoco piensa, sólo calcula. La mayoría de las terapias que se ofrecen hoy como psicología no quieren pensar, quieren dominar, hacer desaparecer el síntoma, hacerte sentir mejor, vender, persuadir, pero no les interesa la verdad. Es más, muchas incluso renuncian de la teoría, que es la contemplación de la verdad. Por supuesto, que renuncien a la teoría no quiere decir que no haya una teoría implícita. Está ahí pero no la ven. Pero no tienen interés en ella, porque quieren resultados. Es como la tecnología, quieren dominio, quieren control, y eso está muy bien, pero no tienen logos, no piensan, no piensan explícitamente, no se elevan al nivel de cuestionar y de hacer explícitos los principios del entendimiento y la conciencia que está en juego allí.

lunes, 3 de enero de 2011

Meditación histórica e historiografía



La cuestión de la
historia ha sido una constante entre los temas de este blog, ya fuera el enfoque del “tiempo cíclico” en la gnosis tratado por Henry Corbin, ya fuera el enfoque marxista de la historia como realización de la imaginación material, tratado por Loren Goldner, pasando por las refexiones de Nietzsche sobre “la utilidad o conveniencia de la historia para la vida” o por las "Tesis de filosofía de la historia” de Walter Benjamin.

No se trata de una preocupación por “los hechos pasados”, ni mucho menos por el “registro de los hechos pasados”, en verdad, no se trata de “hechos” sino de la comprensión de “aquello que habla” en la historia. En cambio a la historia como “ciencia del registro de los hechos”, así como el tipo de conciencia que la justifica, bien puede llamarse “historiografía”. Pero como escribía Heidegger ya a finales de los años 30':

La historiografía está ligada a los hechos pasados, vistos en cada caso de esta u otra forma; la meditación histórica, sin embargo, está ligada a aquel acaecer, sobre cuyo fundamento apenas pueden devenir y ser los hechos. La meditación histórica está sujeta a una ley más elevada y más rigurosa que la historiografía, aunque puede parecer que ocurre a la inversa.

Este párrafo está tomado de su curso
Preguntas fundamentales de la filosofía. “Problemas” selectos de “lógica” traducido por Ángel Xolocoatzi Yáñes, para la ed. Comares, Granada, 2008 (pág. 48 y ss. ), del cual acabo de publicar un fragmento en la web del Centro, bajo el nombre de Meditación histórica y consideración historiográfica. Allí, entre otras cosas, puede leerse (el subrayado es mío):

la consideración historiográfica es esencial solamente en la medida en que es portada por una meditación histórica, dirigida por ésta en los planteamientos de las preguntas y determinada por ella en la delimitación de sus tareas. Pero con ello se afirma también inversamente que la consideración y conocimiento historiográficos son indispensables. Esto mucho más para una época que tiene ella misma que liberarse de las ataduras de la historiografía y su confusión con la historia. Esta liberación es necesaria porque una época creativa debe estar protegida tanto contra una imitación, frecuentemente acientífica y débil, del pasado, como contra un atropello irreverente de lo sido, dos actitudes que aparentemente se oponen de manera mutua, que son unificadas muy fácilmente, pero que en sí se encuentran completamente enmarañadas.

Es bien conocido el hecho de que las ciencias naturales admiten la consideración historiográfica de su propio pasado meramente como una añadidura, pues en general lo pasado para ellas es solamente lo que ya no es. La ciencia natural misma considera siempre sólo la naturaleza presente (
gegenwärtig). Con base en esta actitud hace tiempo un famoso matemático declaró, al estar a discusión la ocupación de una cátedra de filología clásica, que esa cátedra debía ser sustituida por una cátedra de ciencias naturales, con el siguiente argumento: aquello de lo que se ocupa la filología clásica es ya “pasado”. Por el contrario, las ciencias naturales consideran no sólo lo real presente, sino que incluso pueden predecir, calcular de antemano, cómo debe ser lo real y así pueden fundamentar la técnica. Contrariamente, lo historiográfico de la ciencia natural son los descubrimientos y teorías pasadas, las cuales han sido superadas desde hace mucho tiempo mediante el progreso. La “historia” de la ciencia, desde el punto de vista historiográfico, es para la ciencia aquello que la ciencia natural constantemente deja tras de sí en su progreso hacia siempre nuevos resultados. Lo historiográfico de la ciencia natural no le pertenece a ella ni a su proceder. Mediante la consideración historiográfica de la secuencia de doctrinas y descubrimientos pasados uno puede a lo mucho aclararse cuán estupendamente lejos se ha llegado ahora y cuán retrasadas han sido las épocas pasadas, en las que dominaban todavía la “filosofía” y la “especulación” con sus ensoñaciones insostenibles, las cuales ahora finalmente han sido quebrantadas mediante la consideración exacta y sobria de los “hechos”. Así, la consideración historiográfica puede constatar que un filósofo como Aristóteles era de la opinión de que los cuerpos pesados caen más rápido que los ligeros; mientras que los “hechos” de las ciencias modernas han podido comprobar que todos los cuerpos caen con la misma velocidad. La consideración historiográfica de este tipo es por ello una compensación del incremento del progreso, en donde lo nuevo en cada caso es visto como lo más progresivo.

Sin embargo, más allá de la consideración historiográfica es todavía posible, como afirmamos, la meditación histórica y algún día será incluso imprescindible. La meditación histórica preguntará por la experiencia fundamental y la concepción fundamental que tenían los griegos en general, y en especial Aristóteles, de la “naturaleza”, del cuerpo, del movimiento, del lugar y del tiempo. La meditación histórica reconocerá que la experiencia fundamental aristotélica y griega de la naturaleza era de tal especie que la velocidad de caída de los cuerpos pesados y ligeros y su lugar correspondiente no podían ser vistos ni determinados en absoluto de forma diferente a como fueron determinados. Una meditación histórica reconocerá que la doctrina griega de los procesos naturales no se basa en una observación insuficiente, sino en
otra concepción de la naturaleza -quizás incluso más profunda- que precede a todas las observaciones singulares. Para Aristóteles “física” significa precisamente metafísica de la naturaleza.


Una meditación histórica reconocerá también que precisamente la ciencia natural moderna está fundada en una metafísica, de forma tan incondicionada, tan firme y tan obvia que la mayoría de los científicos ya no sospechan nada al respecto. Una meditación histórica sobre los fundamentos de la ciencia natural moderna reconocerá que los muy socorridos hechos, que la ciencia experimental moderna hace valer como lo único real, solamente pueden ser vistos y fundamentados como hechos a la luz de una metafísica de la naturaleza muy determinada, una metafísica que no está menos en obra por el hecho de que los científicos actuales no sepan ya nada de ella. Por el contrario, los grandes científicos, que fundamentaron la ciencia natural moderna, han sido y permanecerán grandes precisamente porque poseían la fuerza y la pasión, pero también la educación, para el pensar fundamental.

Una meditación histórica reconocerá que no tiene sentido en absoluto medir la doctrina aristotélica del movimiento simplemente en relación con los resultados de la doctrina de Galileo y juzgar la primera como retrasada y la última como progresiva; pues en los dos casos “naturaleza” significa algo completamente diferente. De acuerdo con el cálculo historiográfico, la ciencia natural moderna es ciertamente más progresiva que la griega, si el dominio técnico y con ello también la destrucción de la naturaleza es un progreso, contrapuesto a la custodia de la naturaleza como un poder metafísico. No obstante, esta progresiva ciencia natural moderna, pensada desde el punto de vista de la meditación histórica, no es ni una pizca más verdadera que la griega, por el contrario, a lo mucho, más no-verdadera, porque queda enredada totalmente en su esquema metódico y de tantos descubrimientos deja escapar aquello que propiamente es el objeto de estos descubrimientos: la naturaleza, la referencia del ser humano a ella y su posición en ella.

La comparación y la compensación historiográficas del pasado y del presente conducen al resultado de la progresividad de lo actual. La meditación histórica sobre lo sido y lo futuro conduce a la intelección de la ausencia de suelo de la referencia o falta de referencia actual a la naturaleza, a la intelección de que las ciencias naturales como en general todas las ciencias se hallan, a pesar de su progreso -o quizás precisamente debido al progreso- en una crisis. Ciertamente, como se escucha ahora, deben “callarse por fin hoy las habladurías acerca de la crisis de la ciencia” (discurso de matriculación del actual rector, inicio de diciembre de 1937). Sin embargo, la “crisis” de la ciencia no consiste en que hasta ahora no haya sido representada en “cátedras” de paleontología, de etnología, de etnografía, y de otras más; tampoco consiste en que ella hasta ahora no estuviera suficientemente “cercana a la vida” -eso sí lo está demasiado-. Sin embargo, se puede dejar de hablar de estas cosas como “crisis” de la ciencia. Pues en el fondo estos hacedores de crisis están completamente de acuerdo con la ciencia actual y se entregan a ella, incluso llegan a ser sus mejores defensores, tan pronto tienen sus puestos correspondientes. Pero la “crisis” naturalmente es otra y no proviene de 1933 ni de 1918 ni siquiera del vituperado siglo XIX, sino del comienzo de la modernidad, lo que no fue un error, sino un destino y sólo mediante un destino será superado.

La crisis más aguda de la ciencia contemporánea podría consistir en que ella no sospecha en absoluto en qué crisis está envuelta; que ella cree estar ya suficientemente confirmada mediante sus éxitos y resultados palpables. Pero todo lo espiritual y todo lo que quiera dominar como poder espiritual, y que tendría que ser algo más que un trajín, nunca puede estar ya confirmado mediante el éxito y la utilidad. La meditación histórica pone en cuestión el presente y futuro de la ciencia misma y arruina su fe en el progreso, ya que tal meditación hace saber que en las cosas esenciales no hay progreso, sino solamente la transformación de lo mismo. La consideración historiográfica es para las ciencias naturales y para toda ciencia quizás sólo una añadidura externa que hace tomar conocimiento de su propio pasado como algo superado. Por el contrario, la meditación histórica pertenece a la esencia de toda ciencia, en la medida en que pretenda preparar y formar, más allá de los resultados útiles, un saber esencial de su campo y del correspondiente ámbito del ser.

Todavía las ciencias y la institución actual que por completo las sintetiza sólo de forma burocrática, -la universidad- están muy lejos de presentir algo del ser-necesario de la meditación histórica. ¿Por qué? Porque esta diferencia, presumiblemente sólo abstracta, entre la consideración historiográfica y la meditación histórica no es experimentada ni aprehendida, y de momento no quiere ser aprehendida en absoluto. Pues ya estamos acostumbrados desde hace mucho al hecho de que un científico dentro de su campo puede remitir a logros reconocidos y al mismo tiempo puede ser ciego, con una ignorancia conmocionante, frente a todo aquello que otorga a su ciencia el fundamento y la legitimidad. Incluso encontramos esto “maravilloso”. Desde hace mucho hemos resbalado en el americanismo más desolado, cuyo principio es que es verdadero lo que tiene éxito y todo lo demás es “especulación”, es decir, “ensoñaciones alejadas de la vida”.

El optimismo es una buena cosa, pero sólo es la represión del pesimismo; y el pesimismo así como su adversario crecen sólo sobre el terreno de una concepción de lo real y con ello de la historia en el sentido de un negocio, cuyas perspectivas son calculadas ora como esperanzadoras, ora como lo contrario. Solamente hay optimismo y pesimismo dentro de la consideración historiográfica de la historia. Los optimistas son aquellas personas que no pueden librarse del pesimismo, pues ¿por qué otra razón tendrían ellas que ser optimistas? Por el contrario la meditación histórica se halla fuera de esta oposición entre optimismo y pesimismo, pues no cuenta con la dicha de un progreso y tampoco con la desdicha de una paralización del progreso o incluso regreso, sino que la meditación histórica trabaja en la preparación de un
Dasein (existir) histórico que esté la altura de su destino, de los instantes de la cima del ser.

Estas indicaciones deben insinuar que la diferencia entre la consideración historiográfica y la meditación histórica no es ninguna construcción del pensamiento, una construcción “especulativa” y que vuela libremente, sino
el ser-necesario más duro de una decisión, cuya aceptación o negligencia es decisiva sobre nosotros mismos y sobre nuestra determinación de la historia.


En estos audaces y polémicos comentarios, Heidegger ya propone el problema de “
la verdad”, cuando afirma, por ejemplo, que la progresiva y progresante ciencia moderna de la naturaleza “no es ni una pizca más verdadera” que la griega. Grave error sería interpretar esta afirmación como postulando la “falsedad” de la ciencia moderna frente a la “verdad” de la ciencia griega. Esto es falaz, puesto que Heidegger apunta aquí a la historicidad misma de “la verdad” -lo cual no implica en absoluto un renunciar a la verdad, sino más bien la necesidad de la apropiación histórica (no historiográfica) de esa verdad y de ese destino, en el cual consiste tal verdad.

Puede leerse el artículo íntegro picando
aquí.