En el último tercio del siglo XIX Nietzsche anunció “Dios ha muerto”, un enunciado que va más allá de la banal afirmación “Dios no existe” para señalar el inevitable derrumbe de toda referencia absoluta, de todo dogmatismo y de cualquier posibilidad de fundar una escala absoluta de valores y/o una "verdad” tracendente o fija. Con ese enunciado Nietzsche pretende explicitar el nihilismo según él inherente a toda metafísica: la negación de la vida al subordinarla a una pretendida “verdad”, “moral” o “revelación”. (Ver Heidegger: “La frase de Nietzsche Dios ha muerto¨”)
En su “Más allá del bien y del mal” escribió:
“Poco a poco se me ha ido manifestando qué es lo que ha sido hasta ahora toda gran filosofía, a saber: la autoconfesión de su autor y una especie de memoires [memorias] no queridas y no advertidas; asimismo, que las intenciones morales (o inmorales) han constituido en toda filosofía el auténtico germen vital del que ha brotado siempre la planta entera. De hecho, para aclarar de qué modo han tenido lugar propiamente las afirmaciones metafísicas más remotas de un filósofo es bueno (e inteligente) comenzar siempre preguntándose: ¿a qué moral quiere esto (quiere él -) llegar?”
Podemos y debemos extrapolar esta pregunta a las teorías psicológicas o psico-terapéuticas basadas en un “parámetro ideal” de salud, adaptación, crecimiento, normalidad y así sucesivamente. La psicología arquetipal surge justamente como el intento de “salvar el fenómeno” (fenomenología), el hecho psíquico, y resguardarlo de todo juicio, de toda prescripción, en suma: de toda moral. Hay una moral encubierta (es decir, no explícitamente analizada) tanto en el psicoanálisis (Donde hay el Id debe haber el Ego: dónde hay fantasía ha de haber sensatez o, como apunta Giegerich con humor y perspicacia: Donde hay masturbación debe haber intercambio sexual) como en la psicología analítica entendida como un modelo de desarrollo: proceso de individuación, integración, centramiento, llegar a ser “sí-mismo”.
Es esta inadvertida sujeción a implícitos códigos “morales” lo que ha hecho de los terapeutas los guardianes de una ideología, una especie de tutores al servicio de una supuesta “realidad” y los vigilantes de una cuestionable moral.
En su ensayo de 1946, “Psicoterapia y una Filosofía de la Vida”, Jung escribió (CW 16 § 181): “...los psicoterapeutas realmente debiéramos ser filósofos, o doctores en filosofía..”
No postula esta exigencia como una conveniencia “teórica” o “académica” sino como una necesidad estrictamente terapéutica. Es por ello que poco más adelante afirma que el terapeuta “debe abandonar todas las nociones preconcebidas y, para mejor o para peor, ir con el paciente a la búsqueda de las ideas religiosas o filosóficas que mejor se correspondan con los estados emocionales del paciente... Pero si el terapeuta no está preparado para poner en cuestión sus convicciones por el paciente, entonces hay razón para dudar de la estabilidad de su actitud básica. Acaso no puede ceder sobre la base de la auto-defensa, lo cual le amenaza de rigidez” (CW 16 § 184)
Es así que la filosofía podría ser un preventivo y un medicamente contra la rigidez. Naturalmente, se trata aquí de la rigidez de pensamiento que bien puede considerarse como simple y llano dogmatismo, cuando no intolerancia. Una terapia que tiene como objetivo una adecuación a una supuesta “norma” o “standard” (normalidad, eficacia, adaptación, salud y así sucesivamente) es, de hecho, un dogma y el escudo de alguna (dudosa porque encubierta) moral.
Como reacción a tal dogmática surgen la psicología arquetipal que hoy tiene dos máximos exponentes: James Hillman y Wolfgang Giegerich.
He publicado en la web del Centro el libro de Nietzsche íntegro. No sólo es alimento para el intelecto, sino un buen antídoto para la moralina que hoy se justifica bajo la forma de variadas “terapias” y que no son sino el intento de sujetar la psique a un standard de “funcionamiento” correcto en una reedición del lecho de Procusto
En su “Más allá del bien y del mal” escribió:
“Poco a poco se me ha ido manifestando qué es lo que ha sido hasta ahora toda gran filosofía, a saber: la autoconfesión de su autor y una especie de memoires [memorias] no queridas y no advertidas; asimismo, que las intenciones morales (o inmorales) han constituido en toda filosofía el auténtico germen vital del que ha brotado siempre la planta entera. De hecho, para aclarar de qué modo han tenido lugar propiamente las afirmaciones metafísicas más remotas de un filósofo es bueno (e inteligente) comenzar siempre preguntándose: ¿a qué moral quiere esto (quiere él -) llegar?”
Podemos y debemos extrapolar esta pregunta a las teorías psicológicas o psico-terapéuticas basadas en un “parámetro ideal” de salud, adaptación, crecimiento, normalidad y así sucesivamente. La psicología arquetipal surge justamente como el intento de “salvar el fenómeno” (fenomenología), el hecho psíquico, y resguardarlo de todo juicio, de toda prescripción, en suma: de toda moral. Hay una moral encubierta (es decir, no explícitamente analizada) tanto en el psicoanálisis (Donde hay el Id debe haber el Ego: dónde hay fantasía ha de haber sensatez o, como apunta Giegerich con humor y perspicacia: Donde hay masturbación debe haber intercambio sexual) como en la psicología analítica entendida como un modelo de desarrollo: proceso de individuación, integración, centramiento, llegar a ser “sí-mismo”.
Es esta inadvertida sujeción a implícitos códigos “morales” lo que ha hecho de los terapeutas los guardianes de una ideología, una especie de tutores al servicio de una supuesta “realidad” y los vigilantes de una cuestionable moral.
En su ensayo de 1946, “Psicoterapia y una Filosofía de la Vida”, Jung escribió (CW 16 § 181): “...los psicoterapeutas realmente debiéramos ser filósofos, o doctores en filosofía..”
No postula esta exigencia como una conveniencia “teórica” o “académica” sino como una necesidad estrictamente terapéutica. Es por ello que poco más adelante afirma que el terapeuta “debe abandonar todas las nociones preconcebidas y, para mejor o para peor, ir con el paciente a la búsqueda de las ideas religiosas o filosóficas que mejor se correspondan con los estados emocionales del paciente... Pero si el terapeuta no está preparado para poner en cuestión sus convicciones por el paciente, entonces hay razón para dudar de la estabilidad de su actitud básica. Acaso no puede ceder sobre la base de la auto-defensa, lo cual le amenaza de rigidez” (CW 16 § 184)
Es así que la filosofía podría ser un preventivo y un medicamente contra la rigidez. Naturalmente, se trata aquí de la rigidez de pensamiento que bien puede considerarse como simple y llano dogmatismo, cuando no intolerancia. Una terapia que tiene como objetivo una adecuación a una supuesta “norma” o “standard” (normalidad, eficacia, adaptación, salud y así sucesivamente) es, de hecho, un dogma y el escudo de alguna (dudosa porque encubierta) moral.
Como reacción a tal dogmática surgen la psicología arquetipal que hoy tiene dos máximos exponentes: James Hillman y Wolfgang Giegerich.
He publicado en la web del Centro el libro de Nietzsche íntegro. No sólo es alimento para el intelecto, sino un buen antídoto para la moralina que hoy se justifica bajo la forma de variadas “terapias” y que no son sino el intento de sujetar la psique a un standard de “funcionamiento” correcto en una reedición del lecho de Procusto