miércoles, 9 de enero de 2008

El problema mente-cuerpo. Hacia una antropología wittgensteiniana

Con ocasión del inminente curso de doce lecciones, “Reflexiones sobre el alma”, estoy considerando las agudas observaciones del filósofo Ludwid Wittgenstein que, junto con Martin Heidegger, pensador de índole muy diversa, pueden considerarse como los filósofos más influyentes del siglo XX y, acaso, los últimos grandes pensadores originales.

Por ello acabo de publicar en la web el artículo de Carlos Rodríguez Sutil, “El problema mente-cuerpo. Ensayo de antropología wittgensteiniana”, en el cual, entre otras cosas, puede leerse:

“Las Philosophical Investigations (PI) demuestran la imposibilidad lógica de una definición ostensiva interna (PI,I,258). La estructura gramatical objeto/designación (en alemán Gegenstand/Bezeichnung) no es adecuada para conceptualizar las sensaciones (PI,I, 293). Esta es una idea que puede sorprender porque va en contra de nuestros hábitos lingüísticos cotidianos y, por tanto, de nuestra tendencia de pensamiento. Lo cierto es que no existe un objeto interno ’dolor’ al que corresponda la denominación "dolor". La palabra "dolor" es en ocasiones el sustituto y habitualmente el acompañante de la conducta primitiva de dolor. Si los seres humanos no manifestaran dolor no se le podría enseñar a un niño la expresión "dolor de muelas", pero cuando damos un nombre al dolor presuponemos la gramática de la palabra "dolor" (PI,I, 257). No es que no exista la mentira, pero para mentir tenemos que aprender primero a hablar (PI,I,249,250). Imaginemos el caso (Cf. PI,I, 293) de que cada persona tuviera una caja en la que se supone que guarda algo que llamamos "escarabajo", pero nadie puede mirar en la caja de otra persona y sólo sabe de qué se trata por la visión de su propio escarabajo (definición ostensiva interna). Pero si la palabra "escarabajo" tuviera un uso no habría de confundirse con la designación de una cosa, la cosa podría incluso no existir, ni siquiera sería un algo. Las palabras no tienen significado porque se correspondan con algún objeto sino porque forman parte de algún juego de lenguaje, entendido como sistema.”

****
“Una de las ideas más peligrosas para un filósofo, escribe Wittgenstein en los Zettel (Z, 605, 606), es que pensamos en nuestras cabezas, en un espacio completamente cerrado, oculto. Esta confusión procede de lo que el filósofo de Oxford Gilbert Ryle (1949) denominó “error categorial”. Tomemos el ejemplo del visitante que acude a la Universidad y, después de haberle mostrado las aulas, laboratorios, bibliotecas, etc., pregunta dónde exactamente se encuentra “la” Universidad. “Mental” y “material” pertenecen a distintas categorías lógicas; el error categorial consiste en buscar un espacio material donde se localice lo mental, la res cogitans cartesiana. Una vez que se le atribuye ese espacio -la caja craneana en nuestra cultura, no así en otras - se dota a lo mental de características similares a lo material (fenoménico). Comentaba Wittgenstein a sus alumnos en el curso 33-34 que tal vez la razón por la que nos inclinamos a hablar de la cabeza como del lugar de nuestros pensamientos es por la existencia de palabras como "pensar" y "pensamiento" junto a las palabras que denotan actividades (corporales), tales como escribir, hablar, etc. La existencia de los últimos verbos nos hace buscar una actividad, diferente de éstas, pero análoga a ellas, que corresponda a la palabra “pensar”: “Cuando las palabras tienen prima facie en nuestro lenguaje ordinario gramáticas análogas, nos inclinamos a intentar interpretarlas análogamente; es decir, tratamos de hacer valer la analogía en todos los campos” (Blue and Brown Books, p.7; pp.33 -34 de la traducción castellana). Wittgenstein ataca el dualismo pero, como advierte David Pole, no por ello hay que tomarle por un “monista”. No niega que los términos mentales tengan un uso, pero intenta evitar la imagen de interioridad que se les asocia (PI,II, p.223)”.

***

Wittgenstein desarrolla las nociones de criterio y de síntoma en el contexto de su argumento en contra del lenguaje privado: los “procesos privados” requieren “criterios externos” (PI,I, 579, 580). El descenso del barómetro es un “síntoma” de lluvia, el asomarnos por la ventana y ver caer gotas es un “criterio” (PI,I, 354). En otro orden de cosas, el significado del término “lluvia” no se enseña señalando un barómetro. Los síntomas son acontecimientos que ocurren en relación temporal con cierto fenómeno, pero que no sirven de criterio. Pues el que algo sea criterio de X no es cuestión de experiencia sino de definición. Un proceso en el cerebro de un hombre o en su laringe puede ser un síntoma de que está viendo algo rojo, pero el criterio es lo que dice y hace (PI,I, 376, 377). El criterio de que yo recuerdo el ejemplar correcto de la sensación "S" sólo puede ser externo, y está integrado en el aprendizaje social que me ha permitido identificar mi comportamiento (primitivo) con una palabra y, en algún caso, sustituirlo, no sólo gritar y removerme con gesto de incomodidad, sino decir “me duele”. La sensación interna no posee una vida independiente de los criterios externos, no tiene por qué existir, como el escarabajo de la caja (PI,I, 293). Yo no me quejo porque tenga una sensación de dolor, ni siquiera porque siento dolor, sino porque me duele. La sensación, en definitiva, no es más que un término de un juego de lenguaje, el de las sensaciones; una forma de representación que podría ser sustituida por otra, de la que de momento no disponemos.”

Puede leerse el artículo íntegro picando aquí