Con la amable autorización de su autora, Isabel Monzón, he publicado su artículo “Anna O, buscando la palabra perdida”, en el que ofrece otra comprensión del caso fundador del psicoanálisis, sobre el cual Josef Breur ofreció el historial en los “Estudios sobre la histeria” de Sigmund Freud.
A través del artículo de Isabel Monzón se presenta otra Anna O., aquellas facetas de su personalidad que Josef Breur omitió, y que muestran no sólo a una mujer inteligente y apasionada (que sería la primera asistente social de Europa y una de las primeras de l mundo, autora de un ensayo y de otras obras narrativas), sino los temores del terapeuta que se ve embrollado en los lazos de la transferencia y la contratransferencia.
Así, en el artículo podemos leer, entre otras cosas:
Según Jones - quien advierte estar transcribiendo un relato que le hiciera Freud, recibido, a su vez, de Breuer - el tratamiento de Anna no finalizó con una exitosa alta, como se relata en el historial. Todo lo contrario, la terapia fue suspendida abruptamente en junio de 1882 por Breuer quien, por hablar permanentemente de Anna, había provocado los celos de su esposa.
La “interesante” paciente, relata Jones, había desatado en su terapeuta una poderosa contratransferencia. Ella, “más enferma que nunca”, reaccionó ante el abandono desarrollando todos los síntomas de un falso parto histérico. Breuer, llamado por los familiares, concurrió otra vez a visitarla, la encontró en ese estado y la calmó con hipnosis. Luego él, “bañado en frío sudor abandonó la casa”. Al día siguiente viajó con su esposa, en una segunda luna de miel, a Venecia. El fruto de este viaje fue el nacimiento de una hija que, “concebida en circunstancias tan especiales, habría de suicidarse sesenta años más tarde, en Nueva York”.
La tendenciosa versión de Jones, desacreditada por Henry Ellenberger en su historia sobre Anna O., ciertamente muy bien documentada, no sólo resta valor a la figura humana y científica de Joseph Breuer sino que, además, ofrece una lectura veladamente misógina acerca de Bertha Pappenheim. Ellenberger nos cuenta que Dora, la última hija de Breuer, nació el 11 de marzo de 1882 y que, por lo tanto, debe haber sido concebida aproximadamente en junio de 1881, cuando Anna fue trasladada a una casa de campo para su internación y no en junio de 1882, como dice Jones. En consecuencia, el nacimiento de Dora Breuer no tuvo nada que ver con los avatares del vínculo de su padre con Anna O. Tampoco su suicidio.
En un artículo de Lucy Freeman leímos el testimonio de una nieta de Breuer, según el cual su tía Dora vivía en Viena cuando Hitler tomó el poder. En el momento que la Gestapo llegó a su casa para llevarla a un campo de concentración, ella que, además, era víctima de un cáncer terminal, prefirió suicidarse. Hay otro testimonio, y es de Ernst Hammerschlag, psicoanalista y sobrino político de Breuer. Comentando el informe de Jones, dijo: “Breuer, que era un buen padre de familia, no tenía el aspecto de ser un charlatán sobre cuestiones profesionales. No daba la impresión de que al volver a casa se desahogara con su mujer”. Ésta no va a ser la única vez que Ernest Jones calumnie a uno de sus colegas ya que también lo hizo con el talentoso Ferenczi. Tal vez con sus tendenciosas historias se proponía desacreditar a todo el que, de una u otra manera, pudiera hacerle sombra a Freud. Por otra parte, la de Jones es una lectura misógina, en tanto empequeñece la imagen de Anna con esa versión - de la que no existen pruebas - del falso parto histérico, como si los únicos intereses de ella rondaran la relación con el varón y la maternidad. Jones también puede llegar a conducirnos a dudar acerca de la reserva de Freud, quien, según él, le relató este hecho. En 1925 el creador del psicoanálisis, refiriéndose a Joseph Breuer, dijo que se trataba de “un hombre reservado y modesto”, que durante muchos años había mantenido en secreto los descubrimientos realizados en el tratamiento con Anna O. Joseph Breuer fue motivado por el mismo Freud a publicar el historial y sus reflexiones. “Más tarde tuve razones para suponer que también un factor puramente afectivo lo había disuadido de proseguir su labor en el esclarecimiento de la neurosis. Había tropezado con la infaltable transferencia de la paciente sobre el médico, pero no aprehendió la naturaleza impersonal de ese proceso”.
De estas palabras de Freud creemos que es necesario remarcar su utilización del verbo suponer. En Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914) había afirmado algo similar “Tengo fuertes motivos para conjeturar que, tras eliminar todos los síntomas, Breuer debió descubrir la motivación sexual de la transferencia pero, habiéndosele escapado la naturaleza universal de este inesperado fenómeno, interrumpió en este punto su investigación, como sorprendido por un untoward event (suceso adverso)”. En 1925, Presentación autobiográfica, Freud insiste en que Breuer adivinó la etiología sexual de la enfermedad de Anna O., agregando luego una frase que se acerca a la versión que diera Jones en 1953: “Al fin atiné a interpretar rectamente ese caso y a reconstruir, basándome en algunos indicios que Breuer me había dado al comienzo, el desenlace de su tratamiento. Después que el trabajo catártico pareció finiquitado, sobrevino de pronto a la muchacha un estado de amor de transferencia, que él omitió vincular a su enfermedad, por lo cual se apartó de ella estupefacto”. En la carta que el 2 de junio de 1932 le escribe a Stephan Zweig - no sólo uno de sus biógrafos sino también, según Peter Gay, uno de sus más apasionados defensores - nos encontramos con un Freud que, abandonando toda reserva, relata este recuerdo: “Lo que realmente sucedió con la paciente de Breuer lo pude adivinar más tarde, mucho después de la ruptura de nuestras relaciones, cuando de pronto recordé algo que Breuer me había dicho en otro contexto, antes de que empezáramos a colaborar y que nunca repitió . Al anochecer de aquel día en que habían desaparecido todos los síntomas de ella, lo mandaron llamar para que viera de nuevo a la paciente; la encontró confundida y retorciéndose con calambres abdominales. Cuando le preguntó qué le pasaba, ella le respondió: “ ¡Va a nacer el niño del Doctor B.!” Presa del horror, huyó y dejó a la paciente con un colega. Durante los meses que siguieron, ella permaneció en un sanatorio luchando por recuperar su salud.”. En ese momento, agrega Freud, Breuer tuvo en sus manos “la llave que hubiera abierto las puertas a las Madres, pero la dejó caer”.
A través del artículo de Isabel Monzón se presenta otra Anna O., aquellas facetas de su personalidad que Josef Breur omitió, y que muestran no sólo a una mujer inteligente y apasionada (que sería la primera asistente social de Europa y una de las primeras de l mundo, autora de un ensayo y de otras obras narrativas), sino los temores del terapeuta que se ve embrollado en los lazos de la transferencia y la contratransferencia.
Así, en el artículo podemos leer, entre otras cosas:
Según Jones - quien advierte estar transcribiendo un relato que le hiciera Freud, recibido, a su vez, de Breuer - el tratamiento de Anna no finalizó con una exitosa alta, como se relata en el historial. Todo lo contrario, la terapia fue suspendida abruptamente en junio de 1882 por Breuer quien, por hablar permanentemente de Anna, había provocado los celos de su esposa.
La “interesante” paciente, relata Jones, había desatado en su terapeuta una poderosa contratransferencia. Ella, “más enferma que nunca”, reaccionó ante el abandono desarrollando todos los síntomas de un falso parto histérico. Breuer, llamado por los familiares, concurrió otra vez a visitarla, la encontró en ese estado y la calmó con hipnosis. Luego él, “bañado en frío sudor abandonó la casa”. Al día siguiente viajó con su esposa, en una segunda luna de miel, a Venecia. El fruto de este viaje fue el nacimiento de una hija que, “concebida en circunstancias tan especiales, habría de suicidarse sesenta años más tarde, en Nueva York”.
La tendenciosa versión de Jones, desacreditada por Henry Ellenberger en su historia sobre Anna O., ciertamente muy bien documentada, no sólo resta valor a la figura humana y científica de Joseph Breuer sino que, además, ofrece una lectura veladamente misógina acerca de Bertha Pappenheim. Ellenberger nos cuenta que Dora, la última hija de Breuer, nació el 11 de marzo de 1882 y que, por lo tanto, debe haber sido concebida aproximadamente en junio de 1881, cuando Anna fue trasladada a una casa de campo para su internación y no en junio de 1882, como dice Jones. En consecuencia, el nacimiento de Dora Breuer no tuvo nada que ver con los avatares del vínculo de su padre con Anna O. Tampoco su suicidio.
En un artículo de Lucy Freeman leímos el testimonio de una nieta de Breuer, según el cual su tía Dora vivía en Viena cuando Hitler tomó el poder. En el momento que la Gestapo llegó a su casa para llevarla a un campo de concentración, ella que, además, era víctima de un cáncer terminal, prefirió suicidarse. Hay otro testimonio, y es de Ernst Hammerschlag, psicoanalista y sobrino político de Breuer. Comentando el informe de Jones, dijo: “Breuer, que era un buen padre de familia, no tenía el aspecto de ser un charlatán sobre cuestiones profesionales. No daba la impresión de que al volver a casa se desahogara con su mujer”. Ésta no va a ser la única vez que Ernest Jones calumnie a uno de sus colegas ya que también lo hizo con el talentoso Ferenczi. Tal vez con sus tendenciosas historias se proponía desacreditar a todo el que, de una u otra manera, pudiera hacerle sombra a Freud. Por otra parte, la de Jones es una lectura misógina, en tanto empequeñece la imagen de Anna con esa versión - de la que no existen pruebas - del falso parto histérico, como si los únicos intereses de ella rondaran la relación con el varón y la maternidad. Jones también puede llegar a conducirnos a dudar acerca de la reserva de Freud, quien, según él, le relató este hecho. En 1925 el creador del psicoanálisis, refiriéndose a Joseph Breuer, dijo que se trataba de “un hombre reservado y modesto”, que durante muchos años había mantenido en secreto los descubrimientos realizados en el tratamiento con Anna O. Joseph Breuer fue motivado por el mismo Freud a publicar el historial y sus reflexiones. “Más tarde tuve razones para suponer que también un factor puramente afectivo lo había disuadido de proseguir su labor en el esclarecimiento de la neurosis. Había tropezado con la infaltable transferencia de la paciente sobre el médico, pero no aprehendió la naturaleza impersonal de ese proceso”.
De estas palabras de Freud creemos que es necesario remarcar su utilización del verbo suponer. En Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914) había afirmado algo similar “Tengo fuertes motivos para conjeturar que, tras eliminar todos los síntomas, Breuer debió descubrir la motivación sexual de la transferencia pero, habiéndosele escapado la naturaleza universal de este inesperado fenómeno, interrumpió en este punto su investigación, como sorprendido por un untoward event (suceso adverso)”. En 1925, Presentación autobiográfica, Freud insiste en que Breuer adivinó la etiología sexual de la enfermedad de Anna O., agregando luego una frase que se acerca a la versión que diera Jones en 1953: “Al fin atiné a interpretar rectamente ese caso y a reconstruir, basándome en algunos indicios que Breuer me había dado al comienzo, el desenlace de su tratamiento. Después que el trabajo catártico pareció finiquitado, sobrevino de pronto a la muchacha un estado de amor de transferencia, que él omitió vincular a su enfermedad, por lo cual se apartó de ella estupefacto”. En la carta que el 2 de junio de 1932 le escribe a Stephan Zweig - no sólo uno de sus biógrafos sino también, según Peter Gay, uno de sus más apasionados defensores - nos encontramos con un Freud que, abandonando toda reserva, relata este recuerdo: “Lo que realmente sucedió con la paciente de Breuer lo pude adivinar más tarde, mucho después de la ruptura de nuestras relaciones, cuando de pronto recordé algo que Breuer me había dicho en otro contexto, antes de que empezáramos a colaborar y que nunca repitió . Al anochecer de aquel día en que habían desaparecido todos los síntomas de ella, lo mandaron llamar para que viera de nuevo a la paciente; la encontró confundida y retorciéndose con calambres abdominales. Cuando le preguntó qué le pasaba, ella le respondió: “ ¡Va a nacer el niño del Doctor B.!” Presa del horror, huyó y dejó a la paciente con un colega. Durante los meses que siguieron, ella permaneció en un sanatorio luchando por recuperar su salud.”. En ese momento, agrega Freud, Breuer tuvo en sus manos “la llave que hubiera abierto las puertas a las Madres, pero la dejó caer”.