Continuando con la epifanía de Artemisa, Wolfgang Giegerich se pregunta cuándo la psicología avanza hacia lo salvaje, lo agreste, y ofrece dos respuestas:
1) Cuando no quiere ser una teoría “objetiva” que versa “sobre” la realidad psicológica, sino más bien una teoría que se expone ella misma incondicionalmente a su materia, a su tema: el alma (tal como aparece ya sea en los grandes documentos arquetipales del alma en nuestra tradición, o en cualquier situación vital concreta); cuando ella misma, en tanto se sujeto, se sujeta incondicionalmente a su objeto en tanto que verdaderamente desconocido, con todos los dilemas y contradicciones en que pueda involucrarnos la noción de este tema, con su incómoda dimensión “metafísica”, su peligrosa cercanía a la superstición y el “ocultismo”, su dialéctica “loca” -esto es: cuando se somete a la absoluta negatividad de su propia materia, de su propio tema. En el caso del mito de Acteón, la psicología está en lo agreste cuando permite que Acteón sea (la imagen de) la psicología (más que una persona) que avanza por el bosque.
Si Acteón no fuera el alma misma como psicología humana que se aproxima a sí misma en tanto que Verdad (o que se expone a la impredecible verdad de su noción), entonces obviamente no sería una psicología que avanza en lo agreste, sino que no existiría lo agreste en absoluto. Pues si Acteón es visto como una mera persona, ciertamente se aventuraría en lo salvaje; pero ésto “salvaje” no es lo verdaderamente agreste. Sólo sería ese tipo de selva para la cual es usado como monigote que se aventura, mientras que la psicología misma se resguardaría a salvo por detrás y se limitaría a observar y registrar lo que él experimenta en el bosque. Pero lo agreste no es un lugar dado: existe si y sólo si la psicología se somete totalmente ella misma (con todos sus ocultos supuestos subyacentes, con su auto-definición implícita y la misma noción de alma, etc.) al proceso de una auto-experiencia radical, al que debe permitírsele que en principio desmonte uno cualquiera o todos estos supuestos. Nada debe verse eximido. No hay lo salvaje, si la idea misma de alma y de psicología no está continuamente en juego, también, en cada situación psicológica concreta que emerja para la discusión. En tanto la psicología (su constitución lógica) se mantenga a salvo de ello (como ocurre cuando se la concibe como una ciencia antropológica), ipso facto permanece o se establece en la esfera domesticada, como psicología-cercada, que es una contradicción en los términos. Lo salvaje, lo agreste, implica sin reservas, perros sin correa que podrían así abalanzarse incluso sobre su propio amo. En la ciudad y en los parques de la ciudad, en cambio, los perros tienen que mantenerse sujetos con correa.
Una psicología que mantiene los fenómenos psicológicos adheridos al ser humano como “su psicología” está atada a la correa de esta persona en tanto que persona. Por patológicos y destructivos que puedan ser estos fenómenos psicológicos para la persona empírica, no se les permite nunca sin embargo que se vuelvan contra su estatus ontológico como persona (es decir: como entidad) y desgarren este estatus, porque su ser-persona sirve como la vasija contenedora por definición no afectada para un proceso que, de otro modo, posiblemente sería turbulento, incluso desastroso. La psicología misma se proteje así de verse desgarrada por su propio tema, de ser descompuesta (superada, sublated) por el alma como negatividad lógica o “pre-existencia”, porque se la concibe ya como la vasija contenedora intacta y no afectada de la “realidad psicológica”. Por lo mismo, una psicología que quiera ser una ciencia tiene que determinarse como inmune en su estatus lógico fundamental, a pesar de toda su apertura a nuevos datos experimentales cuando ejerce su método científico.
Si tuviéramos que describir en términos alquímicos lo que significa lo salvaje, tendríamos que decir que es cuando el mismo artífice o el artista entra dentro de la vasija y así finalmente se vence la separación entre la vasija (hablando psicológicamente: tanto él mismo como vasija cuanto el campo de la psicología como vasija), por un lado, y lo que está dentro de la vasija, por el otro. La materia prima empuja a la vasija misma dentro del proceso de descomposición y vaporización que originalmente se creía que tenía que contener a toda costa. La vasija cede. Se cancela la distinción entre yo y “mi proceso”, “mi desarrollo”, “mis problemas personales”. Se abandona la disociación entre la psicología como campo y la “psicología de la gente” que este campo debe estudiar. La psicología se supera y trasciende (sublates) a sí misma en tanto que “psicología inmediata” (como estudio de la “psicología de gente”) y de ese modo se asienta en su arché. Pues el arché, el comienzo, de la psicología es su auto-superación, la superación y trascendencia de la idea del “ser existente”, en otras palabras, del “prejuicio antropológico”.
La noción de la psicología como el estudio de lo que ocurre dentro de la gente impide que la psicología sea psicoanálisis “salvaje”. Por eso Giegerich ataca la interpretación personalista de Acteón, en tanto que empequeñece y reduce este mito. Frustra así su mismo propósito. Si bien aún habla acerca de lo salvaje, lo hace del modo como podríamos mirar películas sobre la naturaleza salvaje y sobre animales depredadores, desde la seguridad del sillón de la sala de estar. Esta no es la presencia real de lo salvaje, no es más que un fantasma, o una versión de juguete. Lo salvaje sólo está verdaderamente presente cuando nosotros, el sujeto que experimenta, estamos plenamente expuestos a su realidad. Mejor dicho, no nosotros como personas, sino nuestra misma psicología, nuestra noción de psicología. De otro modo no funciona. El mito de Acteón no admite una interpretación personalista de Acteón, como si éste fuera un puer, un muchacho curioso, (o la psicología de un puer) etc. Lo “salvaje”, la “Diosa desnuda”, los “perros sin correas” requieren que no haya contención. Exigen darse cuenta de que lo entra en el bosque primordial es la psicología como totalidad, y no meramente la persona abstracta (abstraída) que tiene una psicología o que “hace” psicología (sea como afición o como profesión). De no ser así, se llegaría a la idea contradictoria de lo salvaje “controlado” o “domesticado” -una idea que, si se la toma en serio, necesariamente se autodestruye.
La segunda respuesta a la cuestión sobre la imagen de lo salvaje es que la psicología transgrede y entra en la agreste primordial en el momento en que acepta sin reservas la cuestión de la verdad. En el mismo momento en que está dispuesta a enfrentar honestamente esta cuestión, ha abandonado los confines seguros del mundo civilizado y cercado y ha violado la ley no escrita de la modernidad, que prohíbe la cuestión de la verdad bajo todo tipo de precauciones metodológicas y advertencias en contra de la hybris humana. Pero lo que se presenta como la humilde intuición de nuestras “limitaciones humanas” y de “la naturaleza finita de la existencia humana” es en verdad un mandamiento. Es la prohibición de dejar el reino cercado de lo humano-demasiado-humano. Aventurarse en lo agreste significa precisamente dejar atrás lo humano-demasiado-humano y el dogma de la naturaleza meramente finita del hombre. Significa nada menos que transgredir y adentrarse en la “infinidad”, en la “eternidad”, en la espera de lo absoluto. Significa encarar “el todo” o morar a la vida y vivirla como “el hombre integral” (the whole man). ¿Qué otro significado podría tener el término agreste, lo salvaje? ¿Emborracharse? ¿Drogarse? ¿Flipar o cualquier otro salvajismo literal?
Cualquier otra movimiento que no ingrese efectivamente en la infinidad no abandona en verdad el mundo domesticado. El dogma de la naturaleza sólo finita de nuestra existencia es la cerca que ponemos alrededor nuestro, y al escondernos tras ella creamos la esfera lógicamente (no necesariamente fácticamente) segura y confortable de la vida común que por definición está protegida de lo agreste. Verdad, lo absoluto, infinidad: aquí es donde comienza lo crudo, lo sin cocinar. Aquí es donde yace nuestra frontera. A fin de aventurarme en lo salvaje no tengo que ir a la selva brasileña o escalar las montañas más altas o practicar puenting (puentismo). No necesito meterme en el esoterismo New Age. No tengo que tomar drogas psicodélicas. Puedo permanecer exactamente donde estoy, en mi situación real. Todas las cosas mencionadas que podría hacer nunca me sacarían de ese mundo del cual se ha dicho adecuadamente que su frontera está cerrada. Y se cierra más y más cada día. Y tales experiencias extremas, sensacionales, sólo contribuyen a su ulterior cierre. Pero mientras la frontera se cierra, una nueva frontera, nuestra frontera de hoy, se está abriendo.
Giegerich afirmó anteriormente que hay dos respuestas a la pregunta de cómo y cuándo la psicología avanza en lo agreste. Acaso sólo hay una, admite luego, ya que la segunda respuesta comprende a la primera en su interior. En el momento en que nos dejamos ser enfrentados por la cuestión de la verdad, no hay más sitio para el psicologismo, para ese tipo de “psicología” reductiva, domesticada que estudia los sentimientos, las ideas, las imágenes, etc. de la gente. En el momento en que nos preocupa la verdad de esos sentimientos, ideas, fantasías, imágenes (tales como la imagen de Dios), no es tan sólo Acteón (o Ud. o yo) en tanto que individuo quien entra en el bosque. Es nuestra psicología como tal, su lógica, que se somete a sus propias necesidades inherentes y a las complejidades de su esencia interior. El correlato de la verdad absoluta sólo puede ser algo que en sí mismo que para empezar sea noético: la misma psicología, no la persona humana.
En lo agreste uno se encuentra con la Verdad absoluta, pero también sólo la Verdad transforma la esfera en que uno entra en lo salvaje primordial, en primer lugar. Lo absoluto de la Verdad o la totalidad de “el todo” (the whole) es lo que constituye “lo salvaje”. Puesto que la verdad no es relativa, no hay aferre, nada positivo a lo cual pudiera ligarse seguramente, a lo que pudiera referirse. Es pura negatividad. Esto salvaje y agreste no es una localidad geográfica particular que exista en alguna parte. Es cualquier lugar si y sólo si se lo afronta en el espíritu de un compromiso incondicional con la búsqueda de la Verdad. Es el reino de la “pre-existencia”. Lo salvaje es donde yo como adepto, como consciencia, como mi teoría psicológica, entro à corps perdu dentro de la retorta.
Si Acteón no fuera el alma misma como psicología humana que se aproxima a sí misma en tanto que Verdad (o que se expone a la impredecible verdad de su noción), entonces obviamente no sería una psicología que avanza en lo agreste, sino que no existiría lo agreste en absoluto. Pues si Acteón es visto como una mera persona, ciertamente se aventuraría en lo salvaje; pero ésto “salvaje” no es lo verdaderamente agreste. Sólo sería ese tipo de selva para la cual es usado como monigote que se aventura, mientras que la psicología misma se resguardaría a salvo por detrás y se limitaría a observar y registrar lo que él experimenta en el bosque. Pero lo agreste no es un lugar dado: existe si y sólo si la psicología se somete totalmente ella misma (con todos sus ocultos supuestos subyacentes, con su auto-definición implícita y la misma noción de alma, etc.) al proceso de una auto-experiencia radical, al que debe permitírsele que en principio desmonte uno cualquiera o todos estos supuestos. Nada debe verse eximido. No hay lo salvaje, si la idea misma de alma y de psicología no está continuamente en juego, también, en cada situación psicológica concreta que emerja para la discusión. En tanto la psicología (su constitución lógica) se mantenga a salvo de ello (como ocurre cuando se la concibe como una ciencia antropológica), ipso facto permanece o se establece en la esfera domesticada, como psicología-cercada, que es una contradicción en los términos. Lo salvaje, lo agreste, implica sin reservas, perros sin correa que podrían así abalanzarse incluso sobre su propio amo. En la ciudad y en los parques de la ciudad, en cambio, los perros tienen que mantenerse sujetos con correa.
Una psicología que mantiene los fenómenos psicológicos adheridos al ser humano como “su psicología” está atada a la correa de esta persona en tanto que persona. Por patológicos y destructivos que puedan ser estos fenómenos psicológicos para la persona empírica, no se les permite nunca sin embargo que se vuelvan contra su estatus ontológico como persona (es decir: como entidad) y desgarren este estatus, porque su ser-persona sirve como la vasija contenedora por definición no afectada para un proceso que, de otro modo, posiblemente sería turbulento, incluso desastroso. La psicología misma se proteje así de verse desgarrada por su propio tema, de ser descompuesta (superada, sublated) por el alma como negatividad lógica o “pre-existencia”, porque se la concibe ya como la vasija contenedora intacta y no afectada de la “realidad psicológica”. Por lo mismo, una psicología que quiera ser una ciencia tiene que determinarse como inmune en su estatus lógico fundamental, a pesar de toda su apertura a nuevos datos experimentales cuando ejerce su método científico.
Si tuviéramos que describir en términos alquímicos lo que significa lo salvaje, tendríamos que decir que es cuando el mismo artífice o el artista entra dentro de la vasija y así finalmente se vence la separación entre la vasija (hablando psicológicamente: tanto él mismo como vasija cuanto el campo de la psicología como vasija), por un lado, y lo que está dentro de la vasija, por el otro. La materia prima empuja a la vasija misma dentro del proceso de descomposición y vaporización que originalmente se creía que tenía que contener a toda costa. La vasija cede. Se cancela la distinción entre yo y “mi proceso”, “mi desarrollo”, “mis problemas personales”. Se abandona la disociación entre la psicología como campo y la “psicología de la gente” que este campo debe estudiar. La psicología se supera y trasciende (sublates) a sí misma en tanto que “psicología inmediata” (como estudio de la “psicología de gente”) y de ese modo se asienta en su arché. Pues el arché, el comienzo, de la psicología es su auto-superación, la superación y trascendencia de la idea del “ser existente”, en otras palabras, del “prejuicio antropológico”.
La noción de la psicología como el estudio de lo que ocurre dentro de la gente impide que la psicología sea psicoanálisis “salvaje”. Por eso Giegerich ataca la interpretación personalista de Acteón, en tanto que empequeñece y reduce este mito. Frustra así su mismo propósito. Si bien aún habla acerca de lo salvaje, lo hace del modo como podríamos mirar películas sobre la naturaleza salvaje y sobre animales depredadores, desde la seguridad del sillón de la sala de estar. Esta no es la presencia real de lo salvaje, no es más que un fantasma, o una versión de juguete. Lo salvaje sólo está verdaderamente presente cuando nosotros, el sujeto que experimenta, estamos plenamente expuestos a su realidad. Mejor dicho, no nosotros como personas, sino nuestra misma psicología, nuestra noción de psicología. De otro modo no funciona. El mito de Acteón no admite una interpretación personalista de Acteón, como si éste fuera un puer, un muchacho curioso, (o la psicología de un puer) etc. Lo “salvaje”, la “Diosa desnuda”, los “perros sin correas” requieren que no haya contención. Exigen darse cuenta de que lo entra en el bosque primordial es la psicología como totalidad, y no meramente la persona abstracta (abstraída) que tiene una psicología o que “hace” psicología (sea como afición o como profesión). De no ser así, se llegaría a la idea contradictoria de lo salvaje “controlado” o “domesticado” -una idea que, si se la toma en serio, necesariamente se autodestruye.
La segunda respuesta a la cuestión sobre la imagen de lo salvaje es que la psicología transgrede y entra en la agreste primordial en el momento en que acepta sin reservas la cuestión de la verdad. En el mismo momento en que está dispuesta a enfrentar honestamente esta cuestión, ha abandonado los confines seguros del mundo civilizado y cercado y ha violado la ley no escrita de la modernidad, que prohíbe la cuestión de la verdad bajo todo tipo de precauciones metodológicas y advertencias en contra de la hybris humana. Pero lo que se presenta como la humilde intuición de nuestras “limitaciones humanas” y de “la naturaleza finita de la existencia humana” es en verdad un mandamiento. Es la prohibición de dejar el reino cercado de lo humano-demasiado-humano. Aventurarse en lo agreste significa precisamente dejar atrás lo humano-demasiado-humano y el dogma de la naturaleza meramente finita del hombre. Significa nada menos que transgredir y adentrarse en la “infinidad”, en la “eternidad”, en la espera de lo absoluto. Significa encarar “el todo” o morar a la vida y vivirla como “el hombre integral” (the whole man). ¿Qué otro significado podría tener el término agreste, lo salvaje? ¿Emborracharse? ¿Drogarse? ¿Flipar o cualquier otro salvajismo literal?
Cualquier otra movimiento que no ingrese efectivamente en la infinidad no abandona en verdad el mundo domesticado. El dogma de la naturaleza sólo finita de nuestra existencia es la cerca que ponemos alrededor nuestro, y al escondernos tras ella creamos la esfera lógicamente (no necesariamente fácticamente) segura y confortable de la vida común que por definición está protegida de lo agreste. Verdad, lo absoluto, infinidad: aquí es donde comienza lo crudo, lo sin cocinar. Aquí es donde yace nuestra frontera. A fin de aventurarme en lo salvaje no tengo que ir a la selva brasileña o escalar las montañas más altas o practicar puenting (puentismo). No necesito meterme en el esoterismo New Age. No tengo que tomar drogas psicodélicas. Puedo permanecer exactamente donde estoy, en mi situación real. Todas las cosas mencionadas que podría hacer nunca me sacarían de ese mundo del cual se ha dicho adecuadamente que su frontera está cerrada. Y se cierra más y más cada día. Y tales experiencias extremas, sensacionales, sólo contribuyen a su ulterior cierre. Pero mientras la frontera se cierra, una nueva frontera, nuestra frontera de hoy, se está abriendo.
Giegerich afirmó anteriormente que hay dos respuestas a la pregunta de cómo y cuándo la psicología avanza en lo agreste. Acaso sólo hay una, admite luego, ya que la segunda respuesta comprende a la primera en su interior. En el momento en que nos dejamos ser enfrentados por la cuestión de la verdad, no hay más sitio para el psicologismo, para ese tipo de “psicología” reductiva, domesticada que estudia los sentimientos, las ideas, las imágenes, etc. de la gente. En el momento en que nos preocupa la verdad de esos sentimientos, ideas, fantasías, imágenes (tales como la imagen de Dios), no es tan sólo Acteón (o Ud. o yo) en tanto que individuo quien entra en el bosque. Es nuestra psicología como tal, su lógica, que se somete a sus propias necesidades inherentes y a las complejidades de su esencia interior. El correlato de la verdad absoluta sólo puede ser algo que en sí mismo que para empezar sea noético: la misma psicología, no la persona humana.
En lo agreste uno se encuentra con la Verdad absoluta, pero también sólo la Verdad transforma la esfera en que uno entra en lo salvaje primordial, en primer lugar. Lo absoluto de la Verdad o la totalidad de “el todo” (the whole) es lo que constituye “lo salvaje”. Puesto que la verdad no es relativa, no hay aferre, nada positivo a lo cual pudiera ligarse seguramente, a lo que pudiera referirse. Es pura negatividad. Esto salvaje y agreste no es una localidad geográfica particular que exista en alguna parte. Es cualquier lugar si y sólo si se lo afronta en el espíritu de un compromiso incondicional con la búsqueda de la Verdad. Es el reino de la “pre-existencia”. Lo salvaje es donde yo como adepto, como consciencia, como mi teoría psicológica, entro à corps perdu dentro de la retorta.