jueves, 19 de marzo de 2009

Psicología y verdad (5): verdad absoluta y realidad virtual


Cuando Lessing, en su Eine Duplik (1778) afirmó que, si se le ofrecía la elección entre poseer toda la verdad o estar infundido con una aspiración infinita a la verdad, aunque fundamentalmente propensa al error, escogería esta última, sin duda rechazó una opción fija y cerrada a favor de una abierta. Sin embargo ambas opciones de su alternativa ya están del lado positivo de la alternativa real entre positividad o negatividad del concepto de verdad. La interminable búsqueda de la verdad es tan positiva como la idea de poseer la verdad sobre la vida. Al presentarnos la idea de esta elección, Lessing nos hace creer que su segunda opción es una verdadera apertura, una ruptura real de la esfera vallada (el dogmatismo de la iglesia, en su tiempo) si bien, al no ser más que la negación simple del dogmatismo, es la instalación final de la existencia psicológica en el reino vallado. Más que abrir realmente el camino hacia lo salvaje, cierra la mente a la idea misma de entrar en lo salvaje, precisamente porque, con su sustituto positivista y nihilista de una ruptura de la valla, da la impresión ilusoria de ofrecer una verdadera apertura. Sin embargo, no es correcto decir que da la impresión de ofrecer una verdadera apertura. La impresión que da no es más que la de ofrecer la idea de trabajar con vistas a una apertura que, por definición, no puede nunca realizarse.

La respuesta de Giegerich al rechazo al por mayor de la verdad en la psicología arquetipal es postular que nadie está libre de tener que dar su respuesta a la cuestión de la verdad de las ideas e imágenes del alma. No basta con tener, abrigar y trabajar con ideas e imágenes. La cuestión de la verdad no es académica. no tiene nada que ver con dogmas y doctrinas (que son defensas contra la verdad, instituciones que pretender volver innecesario el avance hacia lo salvaje); no tiene nada que ver con la llamada “verdad” de las proposiciones. Debe descartarse toda la idea de “la verdad de” los contenidos de conciencia. La verdad en nuestro contexto no es nada positivo, ni siquiera algo como las llamadas “verdades eternas” (que de hecho son las antiguas verdades congeladas de estadios previos del mundo). La verdad es negativamente una forma de ser-en-el-mundo, un estado de la existencia. No es nada que tenga que ser “aceptado” o sobre lo que pueda “dudarse”. Al sentir que tenemos que aceptar (estar de acuerdo) o que podemos dudar, obviamente estamos dentro del espacio vallado de la esfera domesticada, y seguimos preocupados todavía con “contenidos” positivos.

Ni siquiera la Diosa desnuda en nuestro mito es ella misma la imagen de la verdad. Esto sería demasiado positivo. En su lugar, la verdad es el acontecimiento de ver a Artemisa sin velos en lo salvaje; es la unidad de sí misma y mi exponerme a ella, es el encuentro entre yo y la Verdad misma. En otras palaabras, la Verdad no es sólo ella misma. Su “estructura” lógica es más compleja. La verdad no existe “ahí afuera” como un objeto a ser descubierto, ni está “subjetivamente” “en mí”, ni es la relación formal (adecuación) entre mi pensamiento y la realidad objetiva; la Verdad existe sólo dentro de mi entrar en lo salvaje, en el reino de la pre-existencia y de los comienzos primordiales, o dentro de mi encarar incondicionalmente “la totalidad ”

¡La verdad tiene que ser generada y re-afirmada siempre de nuevo! No yace en algún lugar por ahí, a fin de ser encontrada por alguien que tropiece con ella. Es esencialmente psicológica. Propiamente entendida, no es sino el punto indispensable en el cual somos llamados a avanzar adelante, donde tenemos que hacer nuestro compromiso (real, es decir, lógico), y el único punto donde el alma quiere y puede volverse real. La verdad es crucial.
“El mundo del espíritu no está cerrado;
Tu mente está cerrada, tu corazón está muerto!
Arriba, adepto, baña sin reservas
tu pecho terrenal en el rojo del amanecer”
(Goethe, Faust I)
Es precisamente lo finito y lo terrenal lo que tiene que sumergirse implacablemente en la infinidad de la celestial aurora consurgens. Esta es la impertinencia, el escándalo que implica el proyecto psicológico (opus) de una conjunción de los opuestos. Cualquiera con una pizca de sentido común diría que esto es una locura.

El compromiso del que se habla aquí no debiera confundirse con el tipo de compromiso o decisión que exigían los existencialistas. Es un compromiso lógico y no un acto (o actitud) “psicológico”, empírico, emocional. Hablando alquímicamente podría decirse que es un compromiso “in Mercurio” o, con Jung, “ en la lejana región de la psique” (psyche's hinterland). Por eso mismo no es cuestión de voluntad. Es cuestión de verdad, de conocimiento de la verdad, y de dejarse definir por ella como el propio telos -en el sentido en que muestra Onians, en su The Origins of European Thought: un círculo, una banda, colocada sobre la persona, como la corona del rey, la banda en la cabeza del esclavo, la guirnalda del triunfador o del poeta, que le vincula a su estatus con Necesidad.

Esquivar la cuestión de la verdad es una defensa, un intento de permanecer a distancia del alma, de quedarse fuera de lo implacablemente salvaje, y de limitarse en cambio a un mero imaginar cosas y contemplar todo el alcance del pandemonio politeísta de imágenes. Ciertamente este tipo de contemplación puede evaluarse como una especie de atisbar y espiar el reino de la “pre-existencia”, pero sólo desde el lado seguro del país del ego. Entonces la psicología se une a la corriente dominante de nuestra civilización que se encamina al ciberespacio y al mundo de multimedia. Pero probablemente el alma no nos dejará huir de esa manera. Si no estamos dispuestos a pagar todo el precio que nos exige respondiendo por la verdad de nuestro imaginar, elevándolo así al nivel del conocimiento y de la Noción, la realidad nos exigirá poderosamente un precio mucho más caro. Nos enseñará -y ya está enseñándonos- cuál es el precio por elminar la cuestión de la verdad.

Nietzsche nos recomendó “vivir peligrosamente” y “tener caos en nosotros mismos”. Pero al ser él mismo uno de os grandes destructores de la noción de verdad, no pudo ver ni decir que precisamente lo que exigía gira al rededor de nuestro pleno compromiso con la verdad. Aquí es donde están el peligro real y el verdadero “caos” (lo salvaje, lo agreste).
Si uno no se ha encontrado con la verdad, esto significa que uno aún no ha ingresado en lo salvaje. No significa que uno estaba allí y simplemente no ocurrió que la verdad se mostrara. El primer astronauta soviético que fue al espacio contó al volver a la Tierra que no pudo descubrir un signo de Dios ahí arriba. Creyó que había estado donde Dios, si existiera, sería visible; en el cielo. Pero a pesar de haber entrado en el espacio exterior, aún estaba sobre esta Tierra, en la realidad positiva. Ninguna nave espacial puede llevarlo a uno al cielo, al reino de la pre-existencia, a lo salvaje, a lo agreste. Y es así porque la nave espacial lo transporta a uno positivamente, mientras que Dios tiene que ser experimentado negativamente. La entrada en lo salvaje debe en sí misma ser un ingreso cancelado y superado (sublated), un ingreso absoluto-negativo. Dios no puede ser percibido ni imaginado. Incluso las visiones genuinas de Dios no son un ver o un imaginar positivo. Son negaciones de tal ver (percepción superada).

Jung sintió el problema. Por ello advirtió contra una reacción puramente estética a las imágenes. Pero su error fue que, en respuesta a este problema, exigió una reacción ética a las imágenes. Esta solución tenía que fallar. Es un error categorial, confundir la dimensión de la vida y la conducta humana (donde la ética tiene su lugar legítimo) con la dimensión de lo “pre-existente”, la vida lógica del alma, que exige una respuesta (psico-)lógica y “metafísica” a la cuestión de la verdad. La “ética de la imagen”, si es que esta frase tiene algún sentido, consistiría en un único imperativo legítimo: “proporcionar a la imagen (y al alma en general) tu respuesta convincente a la cuestión de su verdad” (no nuestra “ética”). El profundo temor de Jung de aparecer como “metafísico” y su deseo de ser reconocido como empirista impidieron que se diera cuenta de que su opción por la ética, cuando tendría que haber enfrentado la cuestión de la verdad, era “poco ético” desde el punto de vista del alma, violando su propia idea de que la imagen tiene todo lo que necesita en sí misma. La respuesta ética de Jung a las imágenes apunta a una aplicación externa del “mensaje”de la imagen (tal como el ego lo entiende) a la conducta, privando así a la imagen misma de su autosuficiencia, que incluye también su intrínseca motivación.

La verdad es el punto donde somos llamados a dar un paso adelante y alistarnos -por la profundidad de cada situación real particular en la que ocurra que nos hallamos, por el alma, por la imagen en la que se manifiesta el alma. Cada situación real, cada sueño, cada imagen, viene con la invitación a que le digamos “¡Esto es!”, “hic Rhodus, hic salta”. “¡Esto es!” implica una doble presencia; 1. “Estoy aquí”, reportándome para el servicio, por así decirlo, e poniéndome incondicionalmente en juego. 2. Esta situación en la que estoy tiene, a pesar de cómo sea, todo lo que necesita (y así también el potencial de su realización) dentro de sí misma. Aquí y ahora, en esta vida mía, en este mundo, ha de estar el sitio de último cumplimiento. Este presente real mío es mi único camino real de entrada a mi paraíso y mi infierno. No hay alternativas, no hay salida. Es esta la actitud que abre lo salvaje para mí y me abre a mí hacia “el hombre total” y para el encuentro con la Verdad como esencia interior de lo salvaje.

En la psicología de Jung hay un sitio donde se expresa la idea de tener que avanzar y entrar activamente en una imagen. Este sitio es la Imaginación Activa. Con su Imaginación Activa Jung nuevamente mantuvo vivo el conocimiento sobre una importante necesidad del alma, aún cuando otra vez lo traicionó por el modo en que lo construyó. La manera de entrar en una imagen en la Imaginación Activa es empírica, es una técnica psicológica. La necesidad de entrar es por tanto actuada compulsivamente (acted out) mediante un comportamiento literal (literal aun cuando sea comportamiento en el reino de la imaginación). No es “recordado” (er-innert, re-acordado en el fundamento nativo del alma y en este sentido “interiorizado”). El único modo verdaderamente psicológico de entrar, empero, el cual es un ingreso lógico, consistente en comprometerse en la cuestión de la verdad de la imagen (y sobre todo la imagen de Dios), no ocurre en general en el Jung oficial. El mismo Jung se esforzó para asegurar que su conversación sobre la imagen de Dios en el alma no se tomara como un intento de probar la existencia de Dios.

En esta era y en este tiempo es precisamente tarea de la psicología ofrecer asilo a una presencia real de la noción de verdad. Todo lo demás parece haber abandonado la verdad: las ciencias de manera previsible y por definición, pero también la teología, la psicología personalista, el esoterismo New Age, el post-modernismo, el fundamentalismo, incluso el arte y la filosofía. Debido a que en nuestro mundo se siente dolorosamente la desintegración de todos los valores y la disminución de cohesión social, parece no haber mejor respuesta a esta desintegración que hacer una de dos: 1) o bien refugiarse en posiciones fundamentalistas reaccionarias, sosteniendo estos o aquéllos dogmas muertos cuya previa verdad viviente se sustituye con el propio fanatismo subjetivo, o 2) se intenta revitalizar la disciplina filosófica de la ética, y crear todo tipo de nuevos institutos para la investigación ética, sin advertir que la ética no sirve de nada si no está respaldada y autorizada por una respuesta real a la cuestión de la verdad. Pero esta era no quiere la verdad. Aparte de la ganancia rápida, quiere una avalancha de información, imágenes, estímulos, sentimientos, acontecimientos y por supuesto procesos automatizados. Nuestra era disfruta “deconstruyendo” sistemáticamente toda nuestra tradición metafísica (“logocéntrica”) y nuestra herencia cultural a medida que se desplaza felizmente hacia la “realidad virtual”, que es una realidad que está absolutamente vallada, porque es absolutamente libre de toda verdad.

En sus Recuerdos, Sueños, Pensamientos Jung informa que Freud temía la “negra marea de lodo” del ocultismo y quería hacer un dogma a partir de su teoría sexual como “barricada inconmovible” contra esta marea. Hoy, cuando la “negra marea de lodo” ya no es la del ocultismo sino la de la sociedad de la información que se encamina hacia la Realidad Virtual, experimentamos exactamente lo opuesto: la “negra marea de lodo” como la barricada misma contra aquello que hoy es lo más aborrecido, la Verdad.

La ausencia de verdad en el mundo moderno es la indicación de que el hombre se ha escondido de este mundo (si bien fácticamente aún esté allí). No quiere más mostrar presencia. Permanece fuera de este mundo. Quiere vivir la vida como si él no estuviera realmente allí. Y precisamente por eso, a veces actúa como si nada hubiera cambiado y el mito, el significado arquetipal, los Dioses aún estuvieran vivos. A fin de poder vivir el primer “como si” sin tener que afrontar sus consecuencias, le gusta refugiarse en el segundo “como si”, en la metáfora, la ironía, los chistes, la parodia -o en la “deconstrucción”. Se ha definido a sí mismo como un ausente y quiere adquirir conocimiento como un ausente (el objetivismo de las ciencias y el ontologismo en filosofía son signos del ausentismo de nosotros los humanos). El hombre se ha sustraído él mismo de su noción de vida y de realidad. Cuando la vida o el destino golpea a su puerta, dice “No hay nadie en casa”. Hoy no hay nadie en casa que pueda ya decirle a su situación real -o a nuestra situación colectiva: “¡Esto es!”, “Es aquí donde la Verdad, donde Dios debe mostrarse”. En cambio uno sueña con mejores alternativas a lo que es real y uno añora utopías, o lo desacredita todo como ilusión ingenua o mistificación, salvo una posición nihilista o agnóstica. El hombre moderno incluso ha elevado su auto-substracción de su noción de vida y de realidad al estatus de una teoría, en su rechazo ideológico de lo que se llama “etnocentrismo” o “eurocentrismo”, que es la admisión explícita de su decisión de establecerse en principio en la “excentricidad”.

Este ausentismo se muestra incluso en el nivel empírico-fáctico, en la conducta colectiva, como en el colapso de la educación debido a que los adultos esquivan sustentar cualquier principio ante sus hijos, o en las reacciones evasivas de Occidente a las atrocidades en la antigua Yugoslavia, o en el obvio descrédito de Occidente ante sus propios valores profesados, como se documentó en su posición hacia China, lo cual puede resumirse en el nuevo lema de Occidente, “la economía primero”. Este lema es hoy la única creencia real.

La verdad, por contraste, es el mundo o la vida tal como realmente ocurre que son, más la presencia determinada del hombre, su entrada comprometida y su auto-exposición lógica a la vida. En los días de antaño, este ingreso en y este compromiso último con la vida tomaba lugar especialmente mediante las instituciones de las matanzas sacrificiales y los ritos de iniciación (así como en actos rituales en general). Esos eran los modos primordiales de comprometerse verdaderamente (no subjetiva y emocionalmente, sino “objetivamente”, es decir: lógicamente) con la vida y así generar y reafirmar la verdad. La “realidad virtual”, por el otro lado, es la declaración de independencia respecto a la necesidad de dar un paso adelante, a la necesidad de generar la verdad. Nuestra era ha despedido a Acteón. Puede éste ahora regresar a la posición del que se queda en casa en la Antigua Saga Islandesa, haraganeando en casa y dedicándose a imaginar, sin aventurarse ya más en la expansión infinita de lo salvaje. Pero puesto que hacer esto era su única raison d'être, el que no pueda realizar su tarea eterna equivale a su total abolición y, junto con él, la abolición de Artemisa, y de hecho, también de todo el mito. Empero, si un mito, y especialmente tal mito sobre el encuentro del alma con su Verdad, se aborta sistemáticamente, también se ha abortado el mito o la mitología como tal. Por ello tenemos hoy una “realidad virtual”. Y por ello el uso que hace la psicología arquetipal de los mitos y de los Dioses es en gran medida falso. No se puede despachar la noción de verdad de la psicología, interrumpiendo así el eterno movimiento del alma hacia lo salvaje para encontrarse consigo misma como verdad absoluta- y pretender hablar aún legítimamente de Dios o de los Dioses. Uno debe haber ipso facto renunciado a este privilegio. Sin la noción de Verdad, las imágenes son inevitablemente “nada más que” imágenes -a pesar de todas las limitaciones conscientes de responsabilidad.