En lo agreste uno se encuentra con la Verdad absoluta, pero también sólo la Verdad transforma la esfera en que uno entra en lo salvaje primordial, en primer lugar. Lo absoluto de la Verdad o la totalidad de “el todo” (the whole) es lo que constituye “lo salvaje”. Puesto que la verdad no es relativa, no hay aferre, nada positivo a lo cual pudiera ligarse seguramente, a lo que pudiera referirse. Es pura negatividad. Esto salvaje y agreste no es una localidad geográfica particular que exista en alguna parte. Es cualquier lugar si y sólo si se lo afronta en el espíritu de un compromiso incondicional con la búsqueda de la Verdad. Es el reino de la “pre-existencia”. Lo salvaje es donde yo como adepto, como consciencia, como mi teoría psicológica, entro à corps perdu dentro de la retorta.
La imagen es útil. Muestra que lo agreste no es lo agreste literal, ni está literalmente “fuera” de la valla, no es una literal extensión infinita ahí afuera. No es necesario abandonar la sala de consulta y atravesarla puerta hacia el mundo público. No hay necesidad de una ruptura juvenil de las vasijas. Lo agreste (la esfera de lo que no está vallado), sólo puede encontrarse dentro de la valla, dentro de la vasija, pero por supuesto sólo si implacablemente someto a este “adentro” mi auto-definición ontológica y la misma idea de mí mismo como persona existente. La infinitud se encuentra sólo dentro de los confines de la vasija. Esta contradicción refleja la negatividad lógica de lo salvaje, de lo agreste, el carácter de Mundo Invertido de la dimensión que llamamos alma. Lo salvaje es específico, determinado, aquí y ahora, este momento, esta situación (palabra clave: “cadidad”, o sea la cualidad de “cada” (each) cosa, acontecimiento, experiencia, etc. de ser tal y como es, de presentarse tal y como se presente- eachness). No es la vaga generalidad y la abstracción incomprometida de un vastedad inacabable alrededor de la vasija o alrededor nuestro, mientras miramos dentro de la vasija. El carácter de “alrededor nuestro” que efectivamente es esencial a lo salvaje es el resultado de nuestro movimiento lógico activo de someternos nosotros mismos, es decir, la noción misma de nosotros mismos, incondicionalmente a la situación que se presenta. No es la descripción de una condición espacial. Lo agreste es o existe sólo hasta el punto y en la medida en que se está generando. Su Ser tiene la naturaleza de un Llegar a ser. Esto también es verdad para el arte. Una obra de arte no “existe”, existe sólo en el sentido de que hay alguien (un lector, un oyente, un espectador) que lo crea dentro suyo. Por esto el verdadero arte pertenece a y a la vez se abre hacia lo salvaje, lo agreste. Lo agreste es, desde el comienzo, psicológico o lógico. Lo salvaje, lo agreste, debe ser pensado. No puede ser “percibido” o “imaginado”.
¿Cuál es la relación entre Verdad y lo salvaje? ¿Es la Verdad algo más además de lo salvaje, pero que se encuentra en ello, como uno encuentra árboles, ciervos y estanques allí? No. La Verdad es sinónimo con lo agreste, lo salvaje. Es lo salvaje, pero no como lo agreste vacío, incumplido, potencial, sino como logrado, realizado, cumplido. Hay que pensar la identidad y la diferencia del bosque primordial y Artemisa. Verdad y lo salvaje como la unidad de sí mismo como extensión infinita que rodea a Acteón por todos los lados (Otredad), y de sí misma como el Otro, como definido agudamente enfrente (“objeto” de experiencia). Artemisa es lo agreste amorfo en sí mismo, pero condensado en su forma o rostro concreto. Ella es su encarnación. Es el cumplimiento interior oculto, la verdad intrínseca de lo salvaje, la revelación (para Acteón, para aquel que realmente se aventuró en lo salvaje) de lo que lo salvaje es en verdad visto desde dentro. A fin de ver cualquier realidad o fenómeno desde dentro y en su más íntima verdad uno tiene que haberse aventurado lógicamente dentro de ello sin reservas, permitiéndole así que se vuelva lo salvaje.
La diferencia entre lo salvaje como extensión y Artemisa desnuda puede decirse así: en tanto lo salvaje aparezca sólo como extensión infinita alrededor de uno a la cual uno está expuesto, uno aún lo ve de alguna manera desde fuera. Paradójicamente, uno no está realmente en ello aún, pese a haberse (aparentemente) aventurado dentro de ello y estar rodeado por todos los lados por ello. Lo salvaje como amplitud, como pared sin contorno de la Otredad, sigue siendo aún una abstracción. Es la simple negación (la negación no dialéctica) de la esfera positiva, domesticada. No es aún la nada determinada, negativa (Hegel) del reino vallado (negación de la negación). Uno ha abandonado positivamente el reino de la positividad y ha entrado positivamente (físicamente o imaginalmente) en lo salvaje, pero aún se sujeta y se contiene, desde el punto de vista de la positividad que uno trae consigo a esto pretendidamente salvaje. Cuando uno está realmente en lo salvaje, entonces ello se muestra como Artemisa. Artemisa no es sino la determinación ulterior de la noción de “lo salvaje”, lo agreste, la revelación de su misterio o su imagen interior. Artemisa es a) cazadora que mata, “naturaleza” implacable, b) virgen intocada, prístina, absoluta y c) sin velos. El alma se muestra como lo salvaje (extensión abierta) cuando es cuestión de someterse incondicionalmente a ella. Lo salvaje es la imagen que acentúa que el alma es infinitud y que nos rodea completamente. Y que es abismalmente desconocida y es una realidad implacable. En tanto el alma se muestra en esta forma, requiere que nos expongamos aún más absolutamente, más negativamente a ella. Ciertamente, Artemisa es tan salvaje, implacable y virginal como el bosque primordial. En tanto que Diosa posee la misma infinitud. Pero es la imagen del alma como cognoscible y conocida, revelada, con contornos precisos y con un rostro y con un nombre, la imagen del alma que se presenta, en su verdad, con la misma falta de reserva que ha debido tener aquél que haya transgredido y entrado en lo salvaje. Según el grado en que uno aviste la Verdad desvelada, puede determinarse el grado de incondicionalidad con el que uno mismo se ha expuesto (la noción de “uno mismo”) a lo salvaje.
Lo salvaje que circunda todo, que como tal es vasto y sin contornos, es la imagen aún positiva de la negatividad lógica del alma. O es su negatividad lógica aún imaginada positivamente. Artemis, al contrario, es el secreto interior de esta negatividad, un secreto por el cual la negatividad es absoluta y no sólo una negación común, simple: no algo como la Nada del pensamiento existencialista (el opuesto no-dialécto de Ser). Artemisa es el rostro positivo de esta negatividad. Pero este rostro positivo no es “el otro lado de la misma moneda” y no es el opuesto de negatividad. Es su secreto interior, la profundidad oculta o el núcleo de negatividad lógica misma que se muestra cuando (y sólo cuando) la negatividad se ha vuelto absoluta; ya no es proyectada “ahí afuera”, en el objeto como su vastedad y su carencia de rostro, su envolvente Otredad, sino cuando también ha vuelto a casa al sujeto como la negación de su modo de percibir o imaginar lo negativo. Artemisa es la experiencia negativa de lo negativo, Erinnerung (interiorización) absoluto negativa de lo salvaje. Interiorización, ciertamente, es una noción lógica y no debe entenderse personalistamente como introyección o algo semejante. Lo salvaje que hasta ahora ha estado alrededor de la persona no está súbitamente dentro de la persona como sujeto. La interiorización absoluto-negativa es una operación lógica o alquímica que se opera sobre el “objeto” (lo salvaje) “ahí afuera” por así decirlo; es una operación como la vaporización, la calcinación o la sublimación. En Artemisa la negatividad, si se la ha penetrado con suficiente profundidad (es decir: absolutamente) se revela como siendo en sí misma no sólo nada, un vacío, carencia de contornos. Esto es lo que la hace absoluta (negatividad absoluta) -absuelta de la oposición entre negatividad y positividad. El hecho de que Artemisa sea la profundidad positiva de la negatividad absoluta no implica que sería menos “negativa” que lo salvaje, o que no sería negatividad.
Para Kant, la cosa-en-sí no puede conocerse. Limitó el concepto de conocimiento o cognición sólo al mundo como apariencia, con la consecuencia de que el concepto de conocimiento ya no significa verdadero conocimiento, o conocimiento de la verdad. La noción kantiana de la noción no puede así ser la noción de la psicología sobre la Noción. Las psicología no debe abandonar la noción de la verdad desnuda. Y no debe reducir la Verdad a un mero ideal que puede aspirarse, pero nunca alcanzarse, como lo implicó Jung al decir que la meta sólo importa como idea, y que el camino es lo que realmente cuenta, lo cual fue confirmado por Hillman. Una visión tal, casi popperiana, implica la traición a la psicología y también la traición al alma. El alma quiere conocerse a sí misma, y no se satisface con anhelar este auto-conocimiento, sino que necesita el encuentro real, cumplido, con la verdad desnuda.
Nuestra psicología está tan degenerada que ha reemplazado el conocimiento acerca de esta necesidad por parte del alma con la idea desencaminada y a la vez inflada de que nosotros debiéramos conocernos a nosotros mismos. Esto no quiere decir estar en contra de conocerse a sí mismo. El auto-conocimiento es extremadamente importante. Pero siendo algo que tiene que ver con madurez, civilización y diferenciación, por así decir, debiera ser una condición previa pedagógica para la psicología, pero no una tarea psicológica en sí mismo. Nosotros como gente, domesticados, positivizados: auto-observación narcisista e introspección. Ese es un modo de huir del alma, de trampear presentándole algo que sólo parece ser lo que en verdad necesita, es decir “auto-cognición”, pero que en realidad ofrece otra cosa, porque el ego usurpa el lugar que efectivamente le corresponde al alma (tanto como sujeto y como objeto del auto-conocimiento), de modo que se deja al alma afuera. Es un truco astuto: se retiene la idea de auto-conocimiento, pero se hace que el “auto” se refiera a “mí-mismo” en lugar del “el mismo del alma”, o sea al alma conociéndose a sí misma. No se libera al “auto” en la palabra “auto-conocimiento”, sino que se lo ata al ego. Se lo mantiene con correa. El tipo de “conocimiento” del que ahora se habla entonces ya no tiene más nada que ver con un encuentro con la verdad desnuda. O bien es un emprendimiento sensato y útil, aunque más bien banal, o bien es el autoembrollo narcisista e inflado mencionado más arriba. En ambos casos, sólo puede ocurrir fuera de lo salvaje, de lo agreste infinito del bosque primordial.
La Verdad es lo finalmente reprimido. La psicología tiene que ser psicología cognitiva en un sentido hasta ahora nunca dado al término. Tiene que ser psicología teórica. Giegerich insiste: la psicología es una disciplina de la verdad -pese a Jung quien frecuentemente se preciaba de su auto-restricción (¿autocastración?) empírico-cientificista de la psicología, inspirada por Kant, con respecto a la verdad “metafísica” ( si bien personalmente sentía, con respecto a Dios, que él no creía sino que sabía); y a pesar de Hillman, quien declaró explícitamente de la psicología que “no es una disciplina de la verdad” en su Re-visión de la psicología. Sólo en tanto que una psicología “con verdad” puede la psicología obtener el estatus de una disciplina teórica. Y sólo puede estar en lo agreste, en lo salvaje, como teoría. Sin ello, se vuelve inevitablemente una mera técnica, algo que uno hace (¡acción!) para lograr resultados prácticos, a pesar de todas las advertencias. Hay que reconocer que la mayoría de los junguianos, si no todos, son meros burócratas aún con el pretexto religioso de “hacer el bien”. No están ni han estado interesados realmente por el pensamiento, ni por el poder de pensamiento de Jung y con lo que éste exige de los sucesores de Jung.
Sin la cuestión de la verdad, la psicología junguiana tenía que corromperse hasta ser un jardín de recreo de la mente empresarial, de los pragmatistas, de meros administradores de los desordes psíquicos o del “crecimiento” psíquico (si bien con un disfraz religioso o humanitario o incluso con un disfraz “poético”). Sin compromiso con loa idea de verdead como el estándar, “el poder del pensamiento” es una frase sin sentido. Y sin ello, la psicología no tiene oportunidad.
Por supuesto, Hillman tiene razón en que la psicología no es una disciplina de la verdad al modo en que lo son o solían serlo la ciencia y la teología o la filosofía metafísica. Esto es especialmente cierto puesto que la ciencia no busca realmente la verdad, ni siquiera la corrección, sino sólo la confiabilidad y la predecibilidad -que es algo muy diferente, y en tanto que la teología, aún cuando se orientara hacia la verdad, no quiere realmente relacionarse con ella mediante el conocimiento, sino sólo mediante la fe, lo que significa que no quiere entrar en lo agreste. De modo que uno disciplina ha abandonado la noción de verdad, la otra ha abandonado el modo que el cual solamente la verdad es. Y el Jung oficial -no el privado- también operó tímidamente con una reserva mental. Dijo que la psicología debía ocuparse sólo con la imagen-de-Dios in el alma, no con Dios como real. Eso es una escapada. Más privadamente o indirectamente, sin embargo, Jung conocía acerca de la gnosis thou theoû, el conocimiento sobre Dios. ¿Y cuál podría ser el estatus de “Individuación” si estuviera desprovista de la noción de Verdad? Sólo podría ser una individuación en broma o de juego, en el patio de recreo de “nuestro interior”, nuestra subjetividad, y ello a pesar de todas las imágenes surgidas del inconsciente colectivo durante el proceso de individuación.
Y en la psicología arquetipal los Dioses ahora sólo son ”imaginales”, “ficciones”, “como-sis”, "dioses” estilo realidad virtual, puesto que la noción de verdad se ha eliminado con intención sistemática. Pero ¿qué son los Dioses si están privados de Verdad? Ciertamente, tomar cualquier cosa literalmente es pecar contra el espíritu, y tomar a Dios, en particular, literalmente, bordea la blasfemia. Dios no es una positividad. ¿Pero es una mejora acaso postular “Dioses imaginales”? ¿O no resulta más bien inferior a tomar a Dios literalmente creyendo en él? Uno no tiene que defender el modo de creer en Dios a fin de pensar que los Dioses como “metáforas para modos de experiencia” es la idea sin-compromiso-alguno acerca de los Dioses, idea que corresponde a la mentalidad “post-moderna” de la era de la TV, la mentalidad del “último hombre” de Nietzsche, el que guiña los ojos. Lo que hace falta en lugar de una eliminación positiva de la verdad como tal (es decir, negación simple, no dialéctica) es la corrupción alquímica (ciertamente mucho más difícil y sutil), la negación negativa de su antigua noción, que se caracteriza por su positividad, e ipso facto el desarrollo de una noción no positiva, negativa, de verdad. La corruptio es una forma de cancelación y trascendencia lógica (sublation, Aufhebung). Mientras que una negación simple o positiva destruye sin ambigüedad, elimina o ignora lo que es negado, la corruptio alquímica preserva la substancia misma mientras la corrompe. Por ello la negación que ocurre en alquimia es ella misma negada. Es negación dialéctica. Y la corrupción no se dirige a la sustancia misma, sino sólo a su estado químico (o, hablando psicológicamente, a su estatus lógico). La corrupción alquímica y la superación (sublation) lógica buscan la transformación en el sentido de elevar la misma substancia a un estatus superior. Pero el estatus superior no puede alcanzarse mediante una mera promoción exterior. Requiere una completa descomposición interna del antiguo estatus de la substancia. En alquimia y en la lógica dialéctica, el camino hacia arriba es el camino hacia abajo. El problema no es que la verdad figure en la psicología. El problema es la insensata idea positivista que tenemos comúnmente acerca de la verdad (“verdad científica”, “dogma”, etc.).